Capítulo corto 4

Intenté decírselo muchas veces, pero las palabras se atascaban en mi garganta y al final no lograba articular ni el primer párrafo de esos discursos que practiqué frente al espejo o los decía en mi mente cuando no podía dormir de tanto pensar en ella.

Cada vez que pensaba en lo "nuestro" y en el mar de ilusiones a lo que conllevaba, la posibilidad de un fatal desenlace me desgarraba.

Era bastante probable que nada pasara por su cabeza cuando pensaba en mí, si es que lo hacía, mientras yo adquirí el pésimo y masoquista hábito de mortificarme día y noche aferrado a la idea de un "algo" que podría no suceder.

Su forma de actuar y evadir ciertas pláticas daba la impresión de que le agobiaba lastimarme. No estaba equivocada, le temía a salir herido. Quería hacerme creer que su compañía era suficiente, y al inicio fue favorable. Con el tiempo, comencé a sentirme sediento y deseoso de más. Anhelaba sus caricias, el roce de sus labios sobre los míos, entrelazar nuestras manos, mirarnos a los ojos, reír juntos o hablar sobre cómo estuvo nuestro día.

Detestaba desde lo más profundo de mis entrañas que la vida fuese tan injusta, y peor aún, me culpaba una y otra vez de un hecho cuyo culpable nunca fui yo, nunca tuve el poder de elegir el origen de mi naturaleza y mucho menos cambiar de un instante a otro sus sentimientos por mí. Eso era egoísta, además, forzar un sentimiento no sería propio de un caballero.

Desconocía la mayor parte de sus aficiones y sobre su vida, pero era obvio que estaba cerrada. En cuanto a mí, carecía de alguna invitación, por lo que no era bienvenido en ese territorio prohibido. ¿Qué podía preocuparle tanto? Por más que hiciera un sinfín de teorías, no encontraba alguna con el peso suficiente para que no quisiera revelarme su identidad.

Tan inconsciente e inocente, quizás también con unos matices de ingenuidad, porque no se daba cuenta del verdadero poder de la voz que se le fue otorgada. Quizás para ella no tenía nada especial. A mí me quitaba el sueño con solo recordarla, y cuando por fin podía cerrar mis ojos, las pesadillas con monstruos eran reemplazadas por sueños terriblemente irreales, ilusionistas, mentirosos, cuya meta consistía en taladrarme el corazón y por último el cerebro por cometer el imperdonable pecado de creer en lo que jamás sucedería.

No sabía lo mucho que pensaba en ella, tanto que me daba pena admitirlo, pero se tornó en mi pan de cada día. Añoraba cada uno de nuestros encuentros sin importar que fueran fugaces, porque en mi mundo el sol no era la estrella más grande y el infinito tenía un final, en cambio, ella era mi más grande estrella y mi infinito.

Curiosísimo me resultó cuando al abrir "La Biblia" apareció la cita de San Juan 14:1, "No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí.", Mas ¿cómo no iba a turbarse mi corazón cuando también existía alguien tan perfecto en este mundo?

Siempre fue un hombre de poca fe, hasta di aquel libro "sagrado" por perdido. Un día, sin siquiera buscarlo, lo encontré recóndito detrás de un mueble viejo, ¿fue una especie de señal para recuperar la esperanza? Se suponía que la fe movía montañas y se definía como la certeza de lo que se esperaba, aunque no pudiese ser visto; pero en lugar de ello, tendía a ser la persona que necesitaba ver para creer y entre nosotros no veía nada, al menos no un futuro.

No existía nada peor que guardar un secreto, y no cualquiera, sino uno acerca de mis sentimientos, lo cual hacía más doloroso el mantenerlo oculto, porque la sensación se asemejaba a las de unas filosísimas garras que se clavaban en mi corazón, sin importar lo mucho que este sangrara.

¿Lograría algún día juntar el coraje suficiente y decirle que fuésemos algo más? El solo pensarlo me estremecía, a pesar de saber que lo más sensato sería hacerlo. En el proceso podía perderlo todo y ese era mi obstáculo.

La maldita intriga causaba agonía, la inseguridad desesperanza, un posible adiós soledad, y el terror al rechazo era comparable a la fragilidad de una mariposa, porque no había nada más aplastante que la sinceridad de las palabras y cuando se declaraban los sentimientos era de esperarse la transformación a la vulnerabilidad, esa parte tan secreta para cada individuo. En algún momento, todos temíamos a una respuesta, debido al peso de ella, uno tan grande con el poder de cambiar el presente y el futuro.

En algún momento, tendría que aceptar su decisión, me incluyera o no, y alegrarme de su felicidad.

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