Capítulo 7
La colosal montaña de papeles sobre mi escritorio parecía jamás disminuir. Últimamente me sentía esclavo de un trabajo que tan siquiera era el de mis sueños. ¿Cuál era mi verdadero deseo? Después de tantos años desempeñando algo que alguna vez no vi como mío, perdí la noción de mis verdaderos anhelos. Con el paso del tiempo, todo se volvió rutinario y terminé asumiendo la labor sin tener la libertad de elegir otra opción, mientras, mis objetivos en la vida se fueron desapareciendo, hasta que resigné a cumplir con mi puesto.
¿Qué habría pasado si en ese entonces me hubiese revelado? No me conocía ni me conozco tanto como para elegir otra cosa. En mi infancia quería ser astronauta, en mi adolescencia director de cine y en la actualidad... no tenía ni la más remota idea.
De vez en cuando levantaba la mirada y me asomaba por la ventana. Aquello era una excusa para escapar un instante de la realidad. Las aves agitaban con alegría sus alas para mantener la sintonía con los silbidos del viento. Si se cansaban, solo debían aterrizar sobre la copa de algún árbol y consumir su fruto.
La vida parecía ser justa y acoplarse a la perfección para algunos. Al mismo tiempo, los demás solo nos deteníamos a observar con envidia. En nuestros interiores blasfemábamos contra la vida y nos lamentábamos de nuestra injusta existencia.
¿Cuáles eran mis sueños? ¿Qué me hubiera gustado realizar? A mi edad, sentía que nada de eso importaba y era inútil. Carecía del coraje, motivación y energía necesaria para alcanzar algún propósito. Nunca tuve el control absoluto sobre mi vida. Al inició luché, pero después de un tiempo mis intentos se volvieron insignificantes y terminé cediendo el control absoluto a mi destino, el cual dictaba una inflexible vida de esclavitud empresarial.
¡Qué vida tan insípida! Todos los días me resultaban iguales.
Desde que la conocí... apareció un pequeño destello en mi rutinaria vida. Quería pensar que sería mi escape de la tediosa realidad y finalmente podría salir del estado soporífero, el cual me consumía día con día.
Sin siquiera saberlo, era mi heroína. ¿Qué pasaría si lo supiera? Sería muy vergonzoso para mí que se diera cuenta de algo así, porque no me vería como alguien interesante a quien se desea conocer, me convertiría en el tipo raro que se enamoraba de una desconocida con la mitad del rostro cubierto. Y lo aceptaba, lo era.
¿Qué sería de mí sin ella? Apenas y la conocía, pero me daba el ánimo necesario para seguir adelante y soportar todo.
—¡Erik! ¡Erik! —el juguetón chico frente a mí golpeó con las palmas de sus manos mi escritorio.
Mi reacción fue la más humorística para él. Sin querer, lancé las hojas que tenía en mis manos.
—¿¡Qué demonios!?
Me levanté del fatigoso asiento, estiré mis extremidades y mi espalda. Mis pobres huesos crujieron.
—Eres un completo anciano.
Las burlas nunca faltaban en esta casa.
—¡Cállate!
Sus chispeantes ojos analizaron mi expresión y postura, pero la jocosidad no desapareció, solo tomó la decisión de fastidiarme menos. Después de todo, sería muy injusto que el día de alguien más fuese arruinado por alguien como yo.
Me agaché para recoger las hojas y continuar con mi supuesto trabajo; no obstante, ni siquiera las había terminado de recoger, cuando observé a Daniel agarrar una numerosa cantidad de hojas.
—Espera, ¿qué diablos estás haciendo? —me enderecé con la rapidez de un resorte.
Esa mirada de díscolo no me agradaba en lo absoluto. Es más, estaba completamente seguro de que algún plan macabro cruzaba esa cabeza hueca, quizás no tan hueca, pero en algunos casos parecía serlo.
—Vamos al cine, hoy reproducirán nuevamente "La huella" —no me tragaba ese intento de sonrisa inocente.
—No puedo, tengo demasiado trabajo pendiente —me encaminé a su dirección con las manos extendidas.
Tenía la idea de recibir aquellas hojas; sin embargo, su intención no parecía ser devolvérmelas. Las apretó contra su pecho y retrocedió.
—Dan...
—Ya terminé las pruebas, salí bien en todas —me vio, suplicante.
—Te regalaré algo luego como felicitaciones.
—¡No lo entiendes! No quiero que me regales nada, solo que me acompañes a ver una película. Como todavía no tengo novia, nadie más podrá acompañarme.
—Consíguete una, puedo decirle a... —en un segundo desapareció de mi vista.
¿Desde cuándo corría con tanta velocidad?
Sin pensarlo mucho me uní a su carrera, mientras gritaba su nombre.
—Tú, ¡maldito mocoso! Ven aquí ahora mismo —al bajar las escaleras, me doblé el tobillo, por eso las terminé de bajar brincando con mi pierna derecha.
En el jardín observé una de las escenas más horripilantes. Ese odioso ser sostenía las hojas con su mano derecha y amenazaba con dejarlas caer en la fuente.
Me estaba retando. Una de mis piernas ya no funcionaba al cien por ciento, correr no solucionaría nada.
—Margaret te acompaña...
—Respuesta incorrecta —las soltó.
Intenté dirigirme a toda prisa, pero fue absurdo. Las hojas destilaban agua y la letra era ilegible, la tinta creó manchas.
—¡No puedo creerlo! —sí, efectivamente estaba haciendo un berrinche.
—¿No estás muy viejo para correr, anciano? —quería arrancarle aquella sonrisa burlesca.
Le metí un coscorrón en la cabeza y comenzó a frotar la zona afectada, aunque me veía con los ojos llorosos.
—¿Se supone que debo reprenderte como a un niño pequeño? Tengo responsabilidades como cualquier otro adulto.
¿De verdad estaba molesto? ¿No me hizo él un favor para escaparme un rato de todo?
—Tengo otras copias. No creí que te enojarías tanto —inconscientemente, estaba haciendo un puchero.
Si no iba con él, se encerraría a llorar el resto de la tarde, mientras se hacía la víctima y resentido. Lo conocía como la palma de mi mano, era inevitable.
—Alístate —suspiré.
Su mirada de cachorro aplastado cambió radicalmente. Su actuación de manipulación cambió a una de completa victoria. Tal vez Apolo lo ayudó y me dio un flechazo en el tobillo para que accediera a los deseos de ese caprichoso
***
De vez en cuando cerraba los ojos por algunos segundos. Estaba extremadamente agotado. Si dormía cinco horas durante la noche, era demasiado.
—No puedes dormirte —mi acompañante se cruzó de brazos y me lanzó una mirada de molestia.
—¿Por qué esta película? Sabes que me gusta, pero a ti te aburre. Aparentemente, no soy el único con algo de sueño por aquí.
—Quería que te despejaras un poco. La próxima acompáñame a ver una que me guste, después de todo, me lo debes —le dio un trago a su Coca Cola, mientras intentaba observarme entre la oscuridad de la sala.
—Eres como un zorro astuto —reí ligeramente.
Después de varios minutos recostó su cabeza contra mi hombro izquierdo. Me incliné un poco para ver su rostro, así comprobé que estaba profundamente dormido. Tan apacible, casi no parecía ser él. Ni siquiera el bullicio lograba turbar su sueño.
Los maldosos recuerdos de nuestra juventud se querían apoderar de mí, ¿cómo olvidar cuando le hacía ligeras cosquillas con mi dedo índice en la mejilla? Todo el tiempo caía. Creía que mi dedo era un mosquito, más cuando imitaba el zumbido de uno. Se removía un poco y rascaba su mejilla, mientras con agilidad movía mi dedo a distintos puntos de su rostro para no ser atrapado.
Después de un rato se molestaba y terminaba cubriendo su rostro con la densa cobija. Hasta ahí llegaba mi diversión.
Contemplé sus pestañas y tuve el impulso de acariciarlas. Pasé mis dedos sobre ellas en repetidas ocasiones, su tacto me producía una curiosa sensación de suavidad. Por más absurdas que fueran mis pensamientos o acciones, no podía evitarlo. Si tenía curiosidad sobre algo, simplemente lo hacía para salir de la duda.
Como no se despertó, comencé a cosquillear su mejilla con mi dedo índice. Frunció el ceño, mas no abrió los ojos.
Esperaba no causar una idea errónea en las personas. ¿Qué pensarían aquellos que desconocían el hecho de nuestro vínculo fraternal? Los hermanos mayores lo comprenderían, los demás no.
Enfoqué mi mirada en la enorme pantalla, aunque de vez en cuando desviaba mi vista hacia el chico dormilón que descansaba sobre mi hombro para fastidiarlo un poco.
En una ocasión se removió y gruñó un poco, al mismo tiempo, enterró sus uñas en la piel de su mejilla. Estallaría en carcajadas en cualquier instante, pero intentaba controlarme.
Si reía por lo bajo, mi cuerpo se iba a contraer y vibraría ligeramente. Si soltaba una carcajada, los demás espectadores se molestarían y sería sacado del sitio.
Me detuve por un rato. Cuando la película estaba a punto de finalizar, seguí con mi infantil actitud; sin embargo, esa vez sentí unos dedos se apoderaron de mi dedo índice. Dan me observaba con el ceño fruncido y sus ojos adormilados.
—Finalmente logré atrapar al maldito mosquito.
Después de años, fui descubierto.
—Tardaste mucho en hacerlo. Por dicha despertaste, ya no eres tan pequeño como para poder cargarte hasta el auto —golpeé con el mismo dedo su frente.
Se enderezó, se estiró ligeramente y bostezó, mientras movía su cuello de izquierda a derecha.
—Creo que llegaré a dormir —mencionó entre un bostezo — deberías hacer lo mismo.
—No, vayamos al Singularity.
—¿Es en serio? —su mirada era cansina, pero me animé a asentir en respuesta.
—Si vamos, sé que casi no dormirás.
—Lo haré si me acompañas, es una promesa.
—Eres molesto —se quejó.
—Eso debería decir yo de ti.
—Pero así de molesto me amas.
—No deberías estar tan seguro, solo lo hago algunas veces.
Golpeó mi hombro con el suyo y giró su rostro a la pantalla, en la cual aparecieron los créditos de la película. Ambos nos levantamos de los cómodos asientos, aunque después de tanto tiempo se transformaban en una incómoda piedra.
***
Coloqué un poco de crema en la palma de mis manos y la esparcí sobre mis brazos. Tomé la fragancia que solía situar en uno de los estantes de mi amplio armario, rocié con el perfume mi cuello y camisa azul de botones, la cual Margaret planchó cuidadosamente para mí. Sin una sola arruga, justo como me gustaba.
Mi reflejo en el espejo no me resultaba desagradable, así que di mi labor por finalizada. Salí de mi habitación, dispuesto a llegar al recibidor; no obstante, me detuve en el camino, frente a la puerta de la habitación de Dan, quien chistosamente solía colocar una pequeña pizarra en su puerta y escribía con tizas en ella un "Estoy estudiando", "No estoy", "Estoy desocupado" o cualquier otra cosa que pasara por su cabeza.
Di algunos golpes con mis nudillos sobre la puerta y escuché un "Todavía no estoy listo, bajo en cinco minutos".
—Está bien. Te espero en el recibidor.
Se estaba apresurando, podía escuchar sus zapatillas moviéndose de un lado a otro por su habitación.
En cuanto llegué a mi destino, echaba algunos vistazos a las escaleras, tenía la esperanza de que mi hermano bajara rápido. Con algo de impaciencia introduje mis manos en los bolsillos y chocaba la punta de mis zapatos contra el suelo una y otra vez. Luego, sacaba una de mis manos del bolsillo y observaba el reloj.
—¡Por fin! —dije en voz alta al verlo comenzar a bajar las gradas —. Creí que te estabas maquillando y colocando un pomposo vestido de gala.
—¡Qué tonto!
—Últimamente andas muy insolente, ¿no lo crees?
—No es mi culpa que últimamente digas cosas que me parezcan absurdas.
—¿Me estás diciendo estúpido?
—Tan siquiera fue necesario que esa palabra saliera de mis labios, fuiste capaz de decirlo por ti mismo.
Con fingida molestia, despeiné su bien peinado cabello, ganándome su mirada de molestia.
—Andas demasiado irritable.
—Debo admitir que ahora me aburre el Hotel Singularity. Deberías comenzar a ir solo, me gustaría hacer otras cosas. Creo que es un lugar pare viejos, como personas de tu edad o más. La fresca juventud va a la disco.
—Socializa un poco, quizá también logres encontrar a alguien que te motive a ir.
—No tengo interés en los vejestorios.
Si no quería ir más, no debería llevarlo a la fuerza, sería demasiado egoísta de mi parte. Como universitario, probablemente quería comenzar a divertirse de otro modo. Tenía razón, el Hotel Singularity poseía un tipo de diversión distinta, una para personas ya no tan jóvenes.
—Lo siento, prometo no insistir la próxima.
Las bolsas debajo de sus ojos y letargo demostraban que sí estaba cansado, no lo juzgaba, las pruebas siempre exprimían su energía. Aunque el viaje era de unos veinte minutos, decidió descansar un poco.
¿Cómo iría vestida hoy? Esa simple pregunta lograba acelerar mi corazón. Cuando me daba cuenta, estaba sonriendo como un tonto enamorado, que ella fuese el motivo de mi alegría incrementaba el cosquilleo en mi interior y emoción.
Moví a mi amigo en cuanto llegamos e inmediatamente abrió los ojos, se colocó la máscara y salió junto a mí.
—Iré a comer, así tal vez me despierte un poco —tan siquiera esperó una respuesta, solo se encaminó hacia la enorme mesa entre pasos torpes y gritó— ¡Café! ¡Café! Necesito cafeína.
Sentí unos pequeños brazos envolver mi cintura desde la espalda hasta descansar sobre mi abdomen. Era ella, no tenía duda alguna, menos cuando escuché su suave y juguetona risa.
—Basta con escuchar tu risa para que se me derrita el corazón —me giré y esta vez fui yo quien la estrechó entre mis brazos con delicadeza.
Ella colocó su cabeza entre mi pecho y cuello, en el cual plantó un inesperado beso que logró estremecer cada parte de mi cuerpo. Necesitaba controlarme o el efecto se volvería evidente.
—Te extrañé —suspiró.
—También te extrañé, muchísimo.
—Cuando estoy contigo siento que puedo escapar de todo.
—También considero un poco injusta la realidad; sin embargo, siento que no puedo quejarme del todo.
—¿Por qué no?
—No puedo decírtelo ahora, quizás algún día. Mis palabras son contradictorias, porque me quejo constantemente en mi interior, pero de mis labios no suele salir lo que abunda en mi corazón, lo negativo.
—A veces no está mal decir cómo te sientes y buscar a alguien que te escuche ¿Y qué abunda en tu corazón?
—Justo ahora, una profunda emoción, encanto y amor por ti, ¿para qué mentir? Eso sí puedo admitirlo sin temor alguno.
—¿Amor? —su voz tembló un poco.
Metí la pata, no era la forma en la que planeaba declararme. La liberación me causó cierto alivio, ella sabía lo que sentía. El temor y la inseguridad podían ser normales, con más razón después de tantos fracasos. Días atrás comencé a prepararme mentalmente para que ambas sensaciones no opacaran ni se apoderaran de mis pensamientos. Llegué a una conclusión: el rechazo era doloroso, pero ocultar los sentimientos era peor.
—Sí, amor —reafirmé mi confesión con seguridad.
—Me dejas sin palabras, no estaba preparada para escucharte decir algo así.
—De cierto modo lo sabías, eso no puedes negarlo.
—Pero es muy diferente cuando sale de tus labios.
—No te presiones, si no tienes una respuesta o correspondencia, no me molesta en lo absoluto. Mi intención no era incomodarte, sino la de expresarme. Sé que tampoco nos conocemos desde hace tiempo, además, nuestro conocimiento del otro es meramente superficial. Desconocemos los pensamientos, problemas y la realidad del otro.
—Sin embargo, mi asombro tampoco quiere decir que no puede corresponderte. Sería una completa mentirosa si dijera que no estás presente en mis pensamientos y no tiemblo al escuchar tu voz varonil.
—Entonces no nos presionemos, solo dejemos que el destino nos guie.
—Tengo la certeza de que en ningún lugar de este mundo lograría conocer un hombre mejor, me encanta absolutamente todo de ti, hasta tus palabras me resultan demasiado fascinantes.
—¿Cómo estás tan segura?
—La química y los ojos no mienten —acaricia mi brazo y nos vemos a los ojos.
Ella podía ver a través de mí, pero yo no tenía el mismo poder. Además, me daba miedo descubrir algo que me hiriera.
—¿Cómo te imaginas a Afrodita?
El repentino cambio de tema logró desubicarla un poco, aunque decidió responderme.
—Probablemente como una mujer encantadora, astuta, preciosa, elegante, atrapante... el prototipo de perfección femenina.
—Justamente así eres para mí —tomé su mano derecha y dejé un suave beso sobre el dorso de esta.
Sujetó el cuello de mi camisa y me acercó con brusquedad, luego estampó sus labios sobre los míos. Creía que sería un inocente y tierno beso; no obstante, me tomó un tiempo seguirle el ritmo a su desenfreno, en ningún momento se mostró tímida al acariciar su lengua con la mía. La acción reveló una parte suya, logró transmitirme sus sentimientos. No estaba acostumbrada a ser tratada de una forma especial. Algo la atormentaba y entristecía profundamente. Su tristeza también evocaba la mía.
¿Qué tenía? Tampoco podía tomarme la libertad de preguntar, ella podría sentirse controlada, acorralada y lo hallaría atrevido, más cuando no nos conocemos tan profundamente, hasta ahora emitíamos nuestros sentimientos románticos, pero las conversaciones sobre nuestra realidad eran inexistentes.
¿Qué te atormenta, cariño mío? Deseaba desde lo más profundo de mi ser, conocerla fuera de aquí, así no tendría que limitarme, podría ayudarla y tener la libertad de amarla con toda pasión, ternura, libertad y desenfreno, eso era justamente lo que mi corazón anhelaba.
Sin embargo, ¿qué quería ella? ¿me veía como parte de su futuro? Todo lo que pasaba por su cabeza me resultaba un misterio.
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