Capítulo 21
La inesperada compañía tensó su cuerpo y desfiguró su expresión. El hombre que segundos atrás tocó su hombro, pronto se colocó junto a ella y le rodeó la cintura con posesividad. Cualquiera que fuera su respuesta, la escena lucía y olía mal. No nos quedaba más que cruzar los dedos, deseando que no hubiese presenciado nuestros besos fervorosos.
¿Qué hice?
El faro más cercano estaba a algunos metros detrás de mí, lo que me permitía distinguir varias de sus facciones. El tipo no solamente le llevaba más de 20 años, sino que, era desagradable a la vista. Su cara coincidía con la de uno de esos típicos viejos depravados cuya fijación consistía en desvestir a las mujeres con la mirada.
Al asistir a la cena, me hice la idea de verla compartir con su familia y la mía, conocer sobre su relación con ellos y desenvolvimiento ante extraños. Nada resultó de ese modo. Tensión, revelaciones amargas, pasiones liberadas y apariciones indeseables. Cada minuto se tornaba más ínfimo que el anterior.
La bazofia le besó la coronilla de la cabeza y me dedicó una sonrisa tensa, decorada con una enorme verruga negra arriba de su grueso labio y unos dientes desalineados. ¿Dé qué película de terror salió esa cosa? El motivo de mi criticidad mental se debía a que tenía el presentimiento de que algo estaba mal, no encajaba.
—¡Vaya sorpresa, querido! —su sonrisa era todavía más inquietante que la de él —. ¿Conoces al señor Darwin?
—¡Por supuesto! ¿Quién no lo hace?
—Él es Erik Darwin, su hijo. Llegas un poco tarde a la cena. Como el joven estaba por irse debido a una fuerte gripe, su padre me envió para recordarle dónde guardó su medicina.
—Mi cielo es todo un encanto —le estampó el belfo contra la mejilla —. Es una lástima que se deba ir antes de intercambiar una conversación amena. Espero que mejore y logremos coincidir pronto.
No gracias, reencontrarme con él estaba lejos de mis planes.
—Agradezco los buenos deseos. Que disfruten el resto de la velada —a ese punto era un actor experto en toser con falsedad.
Los dos se encaminaron de regreso al restaurante. Al mismo tiempo, levanté mi mano derecha para detener un taxi que pasaba por el sitio. Afortunadamente, no llevaba ningún pasajero y pude escapar de ahí. Con la cabeza contra el frío vidrio de la ventana, me fijaba en algunas de las parejas y familias que se paseaban, en las luces que parecían guiar mi camino y la luna que me perseguía.
Tiempo atrás fuimos una de esas tantas parejas que disfrutaban la noche y aparentaban ser felices. El corazón se me hacía pequeño ante los recuerdos. Si ella no accedía a irse conmigo, todo quedaría en el pasado, jamás volveríamos a compartir sonrisas.
A pesar de haberme seguido y de tratar de darme una explicación, no mostró arrepentimiento sobre sus palabras ni se retractó, pero de no estar interesada en mí, jamás lo hubiese hecho. Mi esperanza no eran más que migajas. Esperaba que las utilizara en su recorrido hacia mí, así no volveríamos a perdernos.
Además, a juzgar por su reacción en el momento que su prometido se acercó, le incomodaba. Claramente él se regocijaba al estar junto a una mujer más joven y hermosa, aunque ella no podía ocultar su desagrado o rechazo. Quizás era un poco cruel al encontrar alivio. No me amaba a mí. Tampoco a él. Se limitaba a velar por su bienestar y desconocía de qué se trataba. Es decir, ¿cómo un compromiso con ese hombre podía garantizarle una buena vida? ¿Qué tenía él que yo no pudiera darle?
Una vez en casa, arrastré mis pies hasta el botellero y elegí uno al azar. Subí las escaleras, dirigiéndome a mi habitación, lugar en donde bebí el contenido en medio de la penumbra. Abrí la puerta que daba al pequeño balcón y uní al silencio, a la soledad. No era la clase de persona que se embriagaba. Extrañamente, esa noche le di cabida a la curiosidad. ¿Era verdad que el alcohol ayudaba a ahogar las penas? Estaba por averiguarlo.
Las estrellas y quizás los insectos voladores fueron los únicos testigos de mi despecho. Deseé que una estrella fugaz cruzara el cielo para pedir un deseo, cosa que en ningún momento sucedió.
Tenía el ánimo por los suelos, pero el ligero ardor en la garganta tras darle un sorbo al producto etílico resultaba como un recordatorio de que estaba vivo, y, por ende, debía seguir adelante independientemente de lo que sucediera.
—Por eso es malo enamorarse. Antes de hacerlo no era más feliz, pero sí estaba más tranquilo —le hablé a la botella.
La forma en la que arrastraba mis palabras y la lentitud con la que las pronunciaba me causaba gracia. Mencioné en voz alta vocablos aleatorios, el resultado fue el mismo. Aunque algunos términos se oían más chistosos que otros.
—¡Mierda! —suspiré —. Solamente quería una novia...
Me asomé por el balcón. Abajo, todo se veía borroso, lo que me daba una sensación de mareo. Tal vez era momento de detenerme e ir a la cama. Cuando me dispuse a retirarme, las piernas parecían un par de gelatinas. En cualquier momento terminaría en el suelo.
En mi lucha, escuché el auto llegar. Me apoyé una vez más en la baranda del balcón y le grité a Dan una vez lo vi descender:
—¡Apúrate a subir! ¡Maldito!
Tenía tanto tiempo sin maldecirlo, que me extrañé de mí mismo. ¿Qué expresión hizo? No lo sabía, a costos distinguía su silueta.
Escasos minutos después, la puerta emitió un chirrido y la madera crujió por los pasos del visitante.
—¡Qué bueno que llegaste!
—¿Estás borracho? —comprendía su incredulidad. Arrebató mi botilla y la dejó en el suelo.
—Un poquito —hice una seña con mis dedos —. Necesito orinar, pero no me puedo mover.
—¡Qué increíble! ¿Es esto un tipo de adolescencia tardía?
—Cállate y llévame al baño.
Rodeé sus hombros y él mi espalda baja. Con torpeza, ingresé al baño y coloqué una de mis manos en la pared frente a mí en un intento de no caer de bruces. Además, le pedí que se girara. Si me veían, no podría concentrarme. Sin importar la condición, el desaseo no iba conmigo. Me sujeté de todo lo que tenía al rededor hasta llegar al lavatorio para deshacerme de cualquier residuo indeseable.
Me volví a sostener de Daniel y en esa ocasión tiró mi cuerpo contra el colchón. Tal vez no fue tan salvaje, pero la falta de reflejos lo percibió de esa manera.
—¿Viste a ese desgraciado? ¡Qué maldita repulsión!
—¿También lo hiciste? Por un momento agradecí que te fuiste antes, aunque parece que no sirvió de nada.
—Me escaparé con Bella, nos iremos lejos de aquí y seremos felices.
—¡Por Dios, Erik! No eres un niño para hacer esa clase de cosas. La vida no es un cuento de hadas.
—No empieces con negatividades.
—Es la verdad, aterriza. El señor Darwin dijo que es una lástima por Bella. Ese hombre no es confiable. ¿Eres idiota? ¿Cómo es posible que ignores todo lo que te hizo?
—Hay que perdonar...
—Puedes perdonar a una mujer que te mintió, pisoteó y no mostró arrepentimiento, ¿pero no a tu padre? Déjala ir, no te conviene.
—Estoy enamorado de ella, entiéndeme.
—Y no por eso debes permitir que te lastimen. No te ama, así que se cree con el derecho de hacer lo que le venga en gana contigo.
—Me caes más mal cuando tienes la razón. Es fácil decirlo cuando no se está allí —lloriqueé.
—Es necesario alejarse para lograr sanar. Ahora no estoy allí, pero una vez lo hice —tendió una cobija sobre mí —. Fue una noche caótica, mejor duerme.
Tan siquiera tuvo que insistirme para que lo hiciera, el cierre de mis párpados aconteció con inmediatez. Más bien, la noche resultó corta e insuficiente. Aunque los rayos del sol se colaban por la ventana, la pesadumbre no abandonaba mi cuerpo. Al menos necesitaba cinco horas más de sueño. El único motivo por el que salí de mi lecho se debió a la acidez que mi garganta comenzaba a percibir. En cualquier momento todo saldría.
En contra de mi voluntad, corrí al retrete. De rodillas, abrí la tapa y expulsé todo lo que bebí. ¡Qué momento tan desagradable! El asco de la acción me hacía querer vomitar más. Limpié el desastre y me cepillé los dientes.
Con el estómago vacío, me dirigí a la cocina. Los intestinos no cesaban su concierto, se detendrían hasta ser saciados.
La cocina estaba casi vacía. Dan era el único en el comedor. Aparentemente, el señor de la casa ya se había ido y Margaret también, tenía otro compromiso importante.
—No comas nada.
—Pero muero de hambre.
—Todo lo que te lleves a la boca, será arrojado. Bebe mucha agua y luego comes.
—Está bien, voz de la experiencia.
*****
Un día más, una nueva excusa. A parte de llegar tarde, le mentí una vez más a mi jefe. La cena no me sentó bien y tuve una mañana compleja. En realidad, no era mentira, solo oculté la temática del alcohol.
Después de revisar algunos documentos que requerían de su revisión y firma, me encaminé a su despacho. Estuve demasiado concentrado como para darme cuenta de que tenía compañía, el señor Dubois. Ofrecí una disculpa por la intromisión, pero ellos insistieron con que no era un problema y me invitaron a unirme.
—Es un alivio cuando los hijos crecen y se marchan —opinó el hombre.
Si estaban hablando sobre ese tipo de cosas, ¿para qué me invitaron?
—En ese caso difiero del tema. Mis hijos nunca me han dado algún dolor de cabeza —me echó un vistazo, con una ligera sonrisa.
—¡Qué afortunado! La otra noche noté que son algo silenciosos, principalmente el presente.
—A veces es mejor limitarse a hablar lo necesario —intervine.
—Ojalá todos pensaran igual. No puedo esperar el día en el que esa pequeña perra salga de mi casa.
Inconscientemente, arrugué la hoja que tenía en mi mano. El silencio que se creó por la incomodidad lo incentivó a hablar más.
—Gracias a ella y a su libertinaje algunas familias tienen una perspectiva negativa sobre nosotros. Los he escuchado murmurar "¿Qué clase de padres permiten que su hija ande por ahí fornicando con cuanto hombre quiera?". Cuando les dimos la noticia de que se casaría, se alegraron. Tiene dinero, pero se comporta peor que una puta barata...
—Disculpe, señor Dubois. Usted no es tan distinto de ellos al referirse a su propia hija de esa manera. Un hombre adinerado expresándose de una forma tan barata... No puedo compartir ese tipo de cosas —me levanté de golpe, con la respiración agitada.
Los dos hombres compartieron miradas y luego me dedicaron una boquiabiertos. No me quedé a la espera de una respuesta. Salí de la oficina, pero no sin antes dar un portazo.
Nadie tenía el derecho de aludir a ella con adjetivos y sustantivos tan despreciables. Necesitaba aire fresco. A las afueras del edificio, di varias respiraciones profundas. Las últimas fueron interrumpidas.
—Disculpe, ¿podría hacerme el favor de entregarle mi currículo al jefe? Lo haría personal, pero tengo que irme —la joven habló atropellada.
—De acuerdo —me limité a recibirlo.
Así como llegó, se marchó. Al verla correr como una loca por la calle, mi molestia se disipó. En otro momento me habría enojado la falta de formalidad y hubiese desecho el documento sin antes darle un vistazo. Ese día tuvo suerte. La recompensaría por haberme hecho reír.
*****
Últimamente me siento mal por darle al protagonista un día peor que el anterior. Espero que ustedes también me perdonen. 😭
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