Capítulo 20

Mis intestinos se retorcieron y una acidez ascendió por mi garganta. Cuando los síntomas de hiperventilación se hicieron presentes, intenté regular la respiración para disimular lo mucho que la confesión me afectó. La mayoría desconocían la relación que había entre ambos. Exponer todo allí sería insensato, ambos quedaríamos como las peores personas.

Al mismo tiempo, quería hacerle saber que su mentira se destapó. Estaba molesto, me convirtió en un amante sin saberlo. No era el tipo de hombre que se involucraría con una mujer casada. Conocía lo desagradable que ese tipo de situaciones resultaban. Injusto. En lugar de cometer una infidelidad, mejor resultaba finalizar la relación.

La perspectiva que tenía de ella comenzó a distorsionarse y a caer en pedazos. Fue clara al decirme que nunca se enamoró de mí, pero su engaño lo cambiaba todo. Aunque me preguntaba por qué decidió traicionar a su prometido. Si después de nuestra aventura lo eligió sobre mí, no comprendía aquello que la motivó a hacerlo.

¿Acaso no era mujer de un solo hombre? Desde el inicio noté su experiencia y no la juzgaba por ello. Los hombres que se involucraron con ella antes eran parte del pasado. Todos teníamos uno, así como el derecho a seguir con nuestras vidas. Y cualquier persona soltera podía hacer lo que deseara; sin embargo, ella prometió lealtad al momento de aceptar la propuesta matrimonial.

Al analizar su reacción ante las felicitaciones, su sonrisa me resultó falsa, además, le daba vueltas a su anillo con incomodidad. ¿Qué hubiese hecho si el futuro esposo se trataba de mí? ¿Habría sido la misma respuesta?

—Espero recibir pronto esa noticia por parte de alguno de mis hijos. A veces las bodas se vuelven un evento esperado.

Yo también lo esperaba, ingenuamente asumí que ella se convertiría en mi esposo, no la de alguien más.

—¿Y quién es el novio?

—Esa es la mejor parte. Es un amigo mío que ya lo consideraba parte de la familia. La unión traerá más prosperidad a nuestras vidas.

—Debe ser un alivio saber que dejarás a tu hija en buenas manos. Por cierto, Erik, ¿por qué no has hablado en toda la noche? Una felicitación no le haría ningún daño a nadie.

A mí sí. ¿A quién le gustaría darle palabras de ánimo a la persona que amaba por su compromiso con otra? Cada letra se asemejaba al piquete de una abeja, y juntas, creaban una reacción alérgica cuyo dolor era insoportable.

—No ha terminado de comer —Dan intervino.

Mi padre vio el plato y luego mi rostro, por lo que entendió las palabras de mi hermano.

—Claro, es una falta de educación que un hombre hable con la boca llena frente a una dama. Entre nosotros sí podemos conversar mientras comemos como cerdos —otra supuesta broma del amigo de mi progenitor.

En esa ocasión debía aceptar que me alegraba la ausencia del mío, ese tipo de chistes me habrían causado un dolor de cabeza si los escuchaba todos los días.

—Tus hijos son hombres educados y bien parecidos, no me extrañaría que tengan a alguien por ahí. Pero ya sabes, no toda mujer es digna de presentar a la familia. En algún momento encontrarán a alguien, ¿o ya lo hicieron?

Me limpié la boca con la servilleta y la coloqué junto al plato vacío. Le di unos cuantos sorbos al vaso con agua y lo dejé en su puesto inicial. Tuve suficiente, era momento de hablar sin importar lo mal que estaba. Nada podía empeorar, ¿o sí?

—Pensé haber encontrado a la mujer ideal, pero me equivoqué —la mujer frente a mí levantó la cabeza de golpe.

—Cosas que pasan... tal vez era señal de que no valía la pena ni el tiempo.

Bella no despejaba sus ojos de mí. Ni siquiera durante la cena tragó de una manera tan notoria; sin embargo, la forma en la que bajaba sus cejas me daba a entender que estaba insegura.

—Mis más sinceras felicitaciones, señorita Dubois. Bueno, muy pronto señora junto al apellido de su esposo. Le deseo una excelente vida a la par del hombre que ama —sonreí de oreja a oreja.

A ese punto no tenía la menor duda de que se trataba de mí. Sus ojos estaban más abiertos y sus labios estaban separados, aterrada, temía que abriera la boca y arruinara su vida.

Para su fortuna, no planeaba hacer nada, por amor y por estupidez. Sí, ella arruinó la mía. Recogería los trozos de mi corazón roto antes de irme, sin ver atrás ni remordimientos.

—Un placer haber cenado con ustedes. Tengo un asunto pendiente, por eso me retiro antes. Como disculpa, la cena corre por mi cuenta —le entregué mi tarjeta a Dan y me levanté de la mesa, acercándome a la única fémina presente —. Un gusto haberla conocida, Bella Dubois —tomé su mano y planté un beso en el dorso.

Estática. Jamás se mantuvo en silencio durante tanto tiempo. Además, aparte de descubrir que era una mentirosa, presencié nuevas expresiones. Algunas gotas acumuladas en sus ojos amenazaban con escapar en cualquier instante.

—Disfruten su velada, caballeros y dama.

Una vez fuera del sitio, pude respirar con normalidad; sin embargo, no pasó mucho tiempo para que mi nariz se congestionara. A varios metros del restaurante, mi apoyé en la columna de un edificio, mis piernas flaqueaban. Arrugué la nariz una y otra vez, mientras una tormenta arrastraba una lluvia torrencial por mi rostro.

¿Por qué a mí otra vez?

Agradecí la ausencia de transeúntes por la zona. Al otro lado de la calle, unos cuantos hombres regresaban a casa después del trabajo. Uno cansado, otro con flores en la mano y el último con su pareja aferrada a su antebrazo. Todos estaban demasiado ocupados con sus vidas como para fijarse en el llanto desconsolado del tipo en la acera paralela.

Estaba cansado. Siempre era quien corría detrás de los demás, el que se preocupaba por todos, pero... nadie hacía lo mismo por mí.

Deslicé mi espalda contra el edificio y me dejé caer, limpiándome las lágrimas y el continuo goteo nasal. Recordé el pañuelo que llevaba en mi bolsillo, su uso me facilitó la tarea.

El odio me corroía. No por ella, era incapaz de descargar una emoción tan fuerte hacia alguien que amaba. Estaba molesto en exceso con la vida, Dios, el destino, la vida, el universo o cualquier clase de ente que habitara en el mundo y permitía que tanta mierda sucediera en mi vida. Incluso, me odiaba a mí mismo por ser un imán de desgracias y un iluso incompetente. Se suponía que tenía la edad suficiente para discernir lo que estaba bien, así como lo malo. No obstante, tendía a inclinarme a la segunda opción porque era incapaz de detectar lo negativo.

—¿Erik?

La sorpresa me invadió al escuchar esa voz de nuevo. Tan cercana, pero lejana al mismo tiempo.

Ignoré su llamado y mantuve mi cabeza baja. Dentro de mis planes no estaba que me viese así, vulnerable, gracias a ella. Me desagradaba la idea de mostrarle una y otra vez su capacidad para destruirme.

—Por favor, mírame —su orden era atenuada por el tono suplicante.

—No quiero verte ni escucharte, Bella, por primera vez mi niego a hacerlo. Déjame solo. Me despedí de ti con la esperanza de no encontrarte nunca más.

—En serio no era mi intención...

—Por supuesto, tu intención nunca fue que descubriera tu identidad y mucho menos que me diera cuenta de que era parte de una infidelidad —limpié mis lágrimas y me puse de pie —. Hasta minutos atrás entendí que no te importaba, tu única preocupación era que abriera mi boca.

—Agradezco que no lo hicieras. Además, lo que dices no es cierto. ¿Tienes la más mínima idea de cómo me sentí cuando escuchaste todo eso? Te aparté de mi vida para no lastimarte, así habría sido más fácil seguir adelante —las lágrimas se deslizaban en silencio por sus mejillas.

—Debiste ser honesta desde la noche que nos conocimos. De haberme dicho que eras una mujer casada no me hubiese fijado ni enamorado de ti.

—Lo sé, pero quería experimentar la sensación de ser verdaderamente amada. Al no saber nada sobre mí y no ver mi rostro, pensé que sería posible. Los demás hombres llegaron a mi vida por un interés de por medio. Acepto que fui egoísta. Recién me enteré de que viviría toda la vida atada a ese hombre y estaba pasando por un mal momento.

—Eso no te daba el derecho de jugar con el corazón de alguien más.

—Intenté detenerme desde antes para evitar que los sentimientos incrementaran, pero cuando me di cuenta era demasiado tarde.

Todo se trató de ella, ella y ella. Nunca de mí.

—Y yo fui el idiota que cayó en tu plan, ¡qué fácil! ¿No?

—Jamás te consideré uno. Eres una persona increíble, por eso no podía alejarme. Cuando descubrí cómo era ser amada, recibir atención, detalles y todo lo demás, me volví adicta a ello. Me volví adicta a ti.

—Basta, Bella. Pronto te casarás, deja de jugar.

—Cuando descubrí que el atractivo hombre frente a mí eras tú, me dije a mí misma: "Tiene que ser una broma, ese hombre lo tiene todo. Debí conocerlo antes".

—Entonces déjalo, podemos irnos lejos de aquí y comenzar desde cero. Conmigo no te hará falta nada.

—No es tan sencillo...

—Si quisieras estar a mi lado, todo sería posible.

—Lo que quiero no importa. Juro que hay un enorme motivo que me lo impide.

—O simplemente eres tú quien no quiere hacerle. Podríamos ir a un lugar donde nadie nos encuentre, dejar todo atrás, así no tendrás que preocuparte más.

Su respuesta fue resoplar exasperada, cruzándose de brazos. ¿Qué podía ser tan serio como para que se viera obligada a casarse? Mi parte cuerda gritaba que se trataba de otra mentira. Después de todo, perdí la confianza en ella.

Acortó la distancia entre nosotros. Estaba acorralado contra la columna, y aunque bien podía hacerme a un lado y escapar, no quería hacerlo. Como tantas veces, rodeó mi cuello con sus brazos y me besó con más pasión de la que recordaba. Lo deseaba tanto, que no hubo oposición de mi parte. Un adúltero. Cualquiera que fuese su excusa, no me quitaba la responsabilidad de haber accedido.

Una vez puso distancia, la volví a atraer hacia mí y no solo besé sus labios, sino que, impregné cada parte de su rostro con mis labios.

—Quédate conmigo, por favor —murmuré contra sus labios.

—Hablemos en el hotel. Prometo explicarte todo. No habrá más mentiras ni secretos.

¿Cómo podía ser tan tonto para aferrarme de nuevo? Quería saber qué me diría, merecía una explicación. Además, necesitaba escucharla para tomar una decisión final.

—Está bien —respondí, observando como su pecho subía y bajaba por la agitación.

Después de liberar nuestras pasiones, terminábamos en la cama para saciar nuestro apetito sexual. Esa noche era distinta. Lo queríamos, mas no era posible. La tensión entre ambos solía ser abrasante, difícil de controlar, aunque no estábamos en condiciones de hacerlo.

—Querida, ¿quién es el caballero? 

*****

¡Hola! Lamento la demora, estuve un poco ocupada esta semana. Desde ya estoy planeando otros proyectos literarios, lo que me ha consumido bastante.

Aunque es tarde, no quería dejarlas sin capítulo. Mañana subiré el respectivo banner, jaja.

En esta ocasión no puedo decirles que disfruten el capítulo por razones obvias, pero bueno... Espero que estén bien después de hacerlo.

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