Capítulo 2
—Por favor, Dan, ayúdame —mi voz sonaba más frustrada de lo que deseaba, hasta el punto avergonzarme de mí mismo.
—Vaya, ¡creí que jamás viviría algo así! Pero tengo la fortuna de verlo con mis propios ojos y escucharlo con estas benditas orejas. El mismísimo Erik Darwin, una leyenda, me suplica por ayuda. ¿Dónde puedo escribir este insólito acontecimiento junto a la fecha? Así nunca lo olvidaré.
¿Quién fue el culpable de crear el sarcasmo? Me hubiese agradado sacarlo de su sepulcro, propinarle un par de cachetadas y lanzar sus huesos de regreso. Estaba dejando en evidencia mi lado lamentable y desesperado, ¡nunca me sentí tan vulnerable!
—Ya sé que en esta vida nada es gratis, ¿qué quieres a cambio?
—Mira nada más, ¡ahora intentas comprarme! No creí que llegarías a ese punto por la desesperación —detuvo su discurso abruptamente y me miró con fijeza.
Su reacción solo podía significar una cosa: Quería algo.
—Dime rápido —moví mi mano para incentivarlo a pedir lo que quisiese.
Yo tampoco imaginé llegar a esta situación. Me sentía como un perdedor y lo detestaba por completo, más cuando no estaba acostumbrado a ser uno. Sí, fui al Hotel Singularity en tres ocasiones, pero en ninguna de ellas tuve el suficiente valor como para acercarme ella. Mañana sería la cuarta ocasión y el simple hecho de imaginarla nuevamente frente a mí, tan bella e inalcanzable, me hacía temblar. La valentía del primer día se esfumó unos segundos después, solo existía en mi cabeza, pues en realidad era muy distinto.
Dan intentó darme algunos consejos de conquista. El nerviosismo se arraigó tanto, que de mi boca salían puras incoherencias, ¿y quién quería quedar como un imbécil ante una mujer que irradiaba tanta magnificencia? Mi amigo llegó a una conclusión: No tenía habilidades para cortejar y tampoco las obtendría con entrenamiento.
Al salir de mi área de confort todo se tornaba distinto. En el trabajo era el inigualable Erik Darwin, no necesitaba acercarme a los demás porque en poco tiempo todos caían a mis pies. En el hotel no era lo mismo, la máscara ocultaba mi identidad y nadie sentía la necesidad de brindarme alguna clase de servicio. Entonces, ¿era así como se sentía la vida de alguien normal?
—¿Qué me ibas a pedir?
—¡Un ejemplo de hombre de negocios! Te iba a decir que ya nos entendíamos, pero luego recordé que todas mis clases fueron inútiles... Aunque es sorprendente, de verdad eres un completo engreído, ¿tanto te duele no obtener lo que quieres? —escuchar sus carcajadas me hacía sentir más miserable.
—¿Y qué si es así? Yo nací para triunfar, no para fracasar.
Admitía mi egocentrismo. En mi defensa, estaba malacostumbrado a que las cosas fuesen de otra manera. Siempre obtenía lo que quería, pero en el amor nunca prosperaba, era mi talón de Aquiles. ¿Por qué? En toda mi vida, pocas veces me sentí atraído por una mujer, si las contaba, la mujer del antifaz negro era la tercera. Además, siempre estaba rodeado de hombres y desconocía cómo tratar a una mujer o qué debía decirle.
La reacción de Daniel tras mis palabras fue inmediata, escupió un poco de vino y me vio incrédulo. Quería reírme en su cara, pero intenté permanecer serio lo mejor que pude.
—¡Qué asco! Dejaste todo sucio mi apreciado piso, límpialo, el trapeador está por allá —hasta señalé en dirección al cuarto de limpieza.
—¡Por eso no prosperas! Estimado compañero, en este caso te aconsejo ser un buen perdedor —dejó la copa sobre mi escritorio y colocó ambas manos en los extremos de su cadera —. Tú, bastardo engreído, espero que algún día cambies, ¡despierta, no eres parte de la realeza!
—Solo bromeaba, es gracioso hacerte enojar —vertí más vino en su copa.
—¿Con qué derecho?
—Eres increíble, te encanta fastidiarme todo el tiempo, pero odias las pocas veces que intento hacerlo contigo, aunque mis bromas son extremadamente malas. ¿Has notado como discutimos por cualquier estupidez la mayor parte del tiempo?
Bebió el contenido de la copa en un solo trago y la movió en mi dirección para que la llenara nuevamente.
—Sabes bien que tienes rotundamente prohibido beber más de dos copas —le arrebaté el recipiente, tomé la botella y la coloqué en el estante de los vinos.
—Odio que digas eso, ya no soy un adolescente —se cruzó de brazos y me vio con el ceño fruncido.
—Pero aún actúas como uno.
—¡Hoy no te soporto!
—¿Y eso? Generalmente es, al contrario.
Escondía algo. Su repentino cambio de humor y desgano por fastidiarme no era lo habitual.
—Tal vez cambiamos de papel sin darnos cuenta. En todo caso, así puedes ver el reflejo de lo amargado que generalmente eres.
—Hasta estás siendo grosero —reí sin gracia y él lo notó, por ello respondió con un largo suspiro.
—Esa también es una característica tuya. Bueno, te ayudaré. Después de todo, no tengo otra opción y debo aceptar que es agradable verte más animado últimamente. Me duele la cabeza, hablemos más tarde —se giró para salir de mi oficina.
—Por eso eres el mejor, ¡te quiero!
—Ya sé que soy el mejor, pero hoy yo no te quiero —se marchó.
¿Por qué estaba tan extraño? Dan era la persona más entrometida que conocía, pero cuando se trataba de él, se tornaba excesivamente reservado. Solía dar consejos y escuchar las desgracias de los demás, aunque él se tragaba sus propias tribulaciones, se apartaba y lo único que le hacía falta era coserse los labios.
***
Por más que intenté concentrarme en el trabajo no logré hacerlo. La intriga se acrecentaba. ello quise salir a investigar por mi propia cuenta. Me asomé en la oficina de mi padre, pero no estaba allí; sin embargo, en el primer piso tampoco había un rastro suyo.
—Margaret, ¿ha visto a mi padre? —por suerte una de las empleadas pasaba por allí.
—Sí, señor, salió hace un momento.
—Entonces, ¿de casualidad sabe por qué Daniel se encuentra tan irritado? —hice mi pregunta en casi un susurró.
—Yo... yo no tengo ni ideas. Si me discul... —intentó escapar. Me interpuse en su camino para impedir la huida.
—Margaret, ¿en dónde quedaron nuestros momentos de chismes? Si no me los dice, ¿quién más lo hará? —me crucé de brazos, acto que solía hacer con el fin de manipular.
—Vamos a la cocina, el café ya está listo —murmuró, mientras echaba un breve vistazo hacia nuestro alrededor.
—¡Usted es la mejor, la mejor! —rodeé sus hombros con uno de mis brazos.
Ella tendía a resistirse, y no la juzgaba, estaba seguro de que se trataba de un asunto de ética laboral; no obstante, cuando comenzaba a hablar, nadie en este mundo lograba detenerla. Las afiladas novedades salían una tras otra y para mí era imposible no escucharlas todas. La constante actualización de información era importante, así podía enterarme de lo que sucedía en la vida de los demás.
—¿Entonces mi preciado hermano de diferente sangre fue rechazado? —imposible no sonar así de sorprendido.
Si alguien como él fue rechazado, tal vez no debí pedirle consejos. ¡Qué injusto! Me hizo creer que me estaba hundiendo, pero él siempre estuvo en el mismo barco. A ese paso los dos seríamos comida para peces. Un platillo para los peces y no el de una mujer, ¡qué destino tan lamentable!
—¡Yo también me sorprendí muchísimo! Lo escuché decir que negaba rotundamente a aceptar ese matrimonio arreglado. —mencionó, mientras que con su pequeña mano movía la cuchara dentro de la taza de café para mezclar el azúcar con el líquido—. No se me borra de la cabeza su expresión de angustia y la forma en la que tragó saliva. Mi experiencia me dice que está enamorado de alguien más. El joven Daniel nunca se opuso a las peticiones de su padre, jamás le levantó la voz ni interrumpió lo que sea que le dijera, pero lo hizo. Por un momento pensé que era otra persona, luego lo analicé, esa era la actitud de alguien desesperado.
Culminé la segunda taza de café. Incluso, perdí la cuenta de la cantidad de galleras que devoré.
Jamás habría imaginado el motivo por el cual mi amigo estaba tan agitado. Mi padre lo ocultó bien. Después del desastre que creó en mi vida al arreglarme un matrimonio con una mujer terrible, sabía mi sólida opinión sobre el tema. Inmediatamente me habría interpuesto en el plan que tenía con Dan.
¿Acaso no aprendió nada? Gracias a esa señora perdimos, pero en medio de las vicisitudes gané algo: comprendí que era mi vida y no podía permitir que mi padre eligiera por mí, ni que sus decisiones eran las más sabias a pesar de ser un hombre mayor.
—Ah, conque era un matrimonio arreglado...
Ahora que conocía el contexto de la situación, no podía burlarme o tomarlo a la ligera. Lo entendía. En algún momento sentí que mi vida se desboronaba.
—Mencionó que se sentía terriblemente culpable y no sabía si tomó la decisión correcta. Por eso le respondí que no estaba mal al pensar que las personas debían casarse por convicción... Espero que el señor Darwin no me haya escuchado —cubrió su boca.
—Es peor de lo que pensé. Intentaré hablar con él. Muchas gracias, Margaret. Y no se preocupe, esto nunca lo escuché de usted.
El tiempo pasó volando. En mi cabeza la conversación tardó unos diez minutos, pero al ver el reloj me di cuenta de que fueron dos horas de plática. Recibí noticias de desconocidos, las historias estaban tan entretenidas que no me importó escucharlas. Oficialmente, estaba al día con la información de la ciudad.
Estiré un poco mi cuerpo y subí al segundo piso en búsqueda de Dan. Toqué la puerta de su habitación con mis nudillos. No hubo respuesta.
—Dan, ¿estás ahí?
—Sí, espera un momento, me estoy vistiendo —escuché del otro lado.
Esperé un par de minutos y él abrió la puerta. Su semblante indicaba que no se encontraba bien. Era imposible no preocuparme. Después de todo, él fue criado y tratado como el pequeño de la casa, por lo tanto, una parte de mí sentía la necesidad e incluso obligación de protegerlo.
—¿Fumaste hierba? —Intenté hacerlo reír.
No tenía que ser muy inteligente para identificar la razón por la cual sus ojos estaban rojos y sus párpados inflamados. Él solía ocultarse cada vez que lloraba, detestaba ser visto de ese modo, prefería mostrarse como alguien alegre con una sonrisa radiante sonrisa. Cuando era pequeño me escabullía a su habitación en las noches, así podía consolarlo entre mis brazos, hasta que fuese vencido por el sueño.
—No lloraba —rio sin gracia y vio en dirección a sus pies.
Sus ojos estaban vidriosos y su sonrisa no era como la de siempre, más bien era una mueca; además, su labio inferior temblaba y en ocasiones se escondía en una especie de puchero.
—Hablemos maña... —intentó cerrar la puerta.
—Muy amable, agradezco la cordial invitación. —ignoré su gesto y me adentré en la pieza —. Sé lo que pasó. No tienes que hablar, pero no puedo dejarte sufrir solo —él bajó su cabeza y noté que estaba reprimiendo el llanto.
Me acerqué a él y lo abracé. Al inicio intentó resistirse; sin embargo, terminó envolviendo sus brazos en mi espalda.
—Puedes llorar.
—No quiero hacerlo —dijo con voz quebrada.
Le di unas palmadas en la espalda y besé su cabeza, mientras él simplemente permanecía quieto, como una roca. Físicamente no lucía como el débil niño de 7 años que recibimos, aunque su mirada de vulnerabilidad estaba intacta. En momentos difíciles, el hombre que tenía frente a mí se transformaba en aquel infante huérfano en búsqueda de amor y refugio.
—Siento que soy un malagradecido, no quiero decepcionar al señor Darwin luego de haberme dado todo, pero tampoco quiero casarme de esa manera, en serio me gustaría compartir algo tan especial con la persona que ame.
—Y no estas equivocado, por eso mi matrimonio fue un fracaso.
El precio por tenerlo todo algunas veces era bastante alto, generalmente se debía ser racional y no emocional para triunfar. Los matrimonios entre miembros de poderosas compañías aseguraban un buen futuro para ambas partes, sin importar la inexistencia de amor de por medio. Para los ricos, el dinero y el trabajo estaban primero. El amor era innecesario, el rol de una mujer se limitaba a atender a su cónyuge para que se enfocara en el incremento de su patrimonio y darle a luz un heredero.
La relación de mis padres siempre me resultó extraña, no eran amorosos, pero su convivencia se basaba en el respeto y cada parte cumplía con su papel en el hogar. Cuando era niño, me gustaba asomarme por las ventanas del auto y ver a las parejas caminar tomadas de la mano, despedirse con un abrazo o un beso fugaz, regalarse cosas cursis, ir al cine juntos o a un picnic, y comer las cafeterías que estaban de moda. Mis padres no eran así, solamente salían juntos a las cenas que involucraran a otros millonarios.
Desde ese momento comencé a fantasear con enamorarme de alguien y hacer las cosas que los demás hacían. No quería vivir la misma frialdad e incomodidad de la infancia, deseaba crear mi hogar con alguien especial, que me besara al salir de casa, que caminara tomada de mi mano, consentirla con regalos simples pero significativos, decirle lo hermosa que me parecía y escuchar todo lo que quisiera contarme.
Al inicio, pensé que mi sueño era sencillo; no obstante, con el paso de los años me di cuenta de que el amor era lo más complejo. Mis esperanzas de encontrar el primer amor de secundaria pasaron, al igual que la aventurera y apasionada vida de un universitario. Sí, salí con algunas chicas, aunque nunca sentí una verdadera conexión, así que ellas se aburrían de mí y yo de ellas.
—Hagamos un trato —finalmente levantó su cabeza —, si me ayudas a convencer a tu padre para no casarme, te ayudaré con la dama del hotel.
—¡Trato hecho! —ambos sonreímos. Él se burló de mi sonrojo.
—Definitivamente estás muy interesado en ella, espero que sea la indicada y puedan ser felices juntos —lucía más animado.
—Ella es realmente hermosa —suspiré. Recordé su silueta y cada uno de sus elegantes movimientos.
—¿Cómo sabes si no puedes verle el rostro? Es superficial si solamente te dejas llevar por sus curvas —levantó sus cejas.
—Es intuición.
—Algo me dice que piensas un montón de cursilerías al respecto.
—Ni siquiera lo menciones —agaché mi cabeza para ocultar mi vergüenza—. Por cierto, tal vez deberíamos considerar enviarte un tiempo al extranjero...
—No lo veas como una posibilidad, no quiero irme de aquí y mucho menos escapar de ese modo.
—Tienes razón. Además, extrañaría demasiado al único chico capaz de fastidiarme hasta el cansancio.
—¿Extrañarme? Seguro celebrarías mi partida —hasta se cruzó de brazos.
—Lo digo en serio. Creo que es mejor seguir hablando mañana, es mejor que descanses. Anímate un poco, no me gusta verte así —golpeé su nariz con mi dedo índice y salí de su habitación.
—Descansa, mañana puede que tengas una noche bastante emocionante —asomó su cabeza y después cerró la puerta.
Me encaminé con una enorme sonrisa a mi habitación, sin importar que tenía trabajo pendiente. Quería que llegara mañana y la mejor opción era dormir.
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