Capítulo 16

Algunos días anhelaba hablar con alguien sobre todo lo que estaba sucediendo y cómo me sentía. Para mi desgracia, la persona más cercana a un confidente era Dan, y me negaba a aportarle algunos detalles, a pesar de que mi constante buen ánimo no le pasaba desapercibido. No era tan tonto, seguro imaginaba que la "relación" iba por un buen camino.

Esa tarde la empresa cerró temprano. Los contratistas hacían reparaciones en varias áreas y el ruido era insoportable. Regresé a casa antes de lo usual y lo celebraba en mis adentros; sin embargo, mi padre me interceptó para que volviéramos juntos. Desconocía qué mosco lo picó, pero no permití que arruinara mi buen ánimo. En unas cuantas horas me encontraría con ella una vez más y ese era suficiente motivo para ser feliz.

A simple vista, parecía que observaba por la ventana del coche como cualquier otra persona. Mis pensamientos no estaban ahí, sino en un planeta que nombré Ella. De repente, sentí una mirada de soslayo y la ignoré. Pronto, me incomodó tener un par de ojos, escaneando mi sonrisa y los dedos que pellizcaban mi labio inferior.

¡Qué insoportable! Hasta la persona más distraída del mundo hubiese captado que pensaba en una mujer.

Detestaba encontrarme con mi padre de frente, me intimidaba, más a una distancia tan corta. Le echó un vistazo al conductor a través del espejo retrovisor, y este repitió la acción conmigo. ¿Cuándo se transformó en un dos contra uno?

—No sé en qué cosas andas, pero puedo imaginarlo —de milagro, su voz no sonó como un reproche —. Si en algún momento lo que sea que tengas se transforma en algo serio, házmelo saber, así podremos limpiar tu reputación.

Por supuesto, todo iba demasiado bien. ¿Qué imaginé? A ese hombre no le importaba más que su propio bienestar y la superficialidad.

—Claro.

Mi expresión sarcástica lo hizo resoplar. Crucé los dedos para que el embrollo quedara ahí y los dos viajáramos en silencio.

—Nunca te he entendido, todo lo hago por ti. Eres mi mayor preocupación.

—Tanto que nunca se preocupó por tener una relación aceptable conmigo, asistir a mis eventos importantes y cada decisión que tomó por mí, arruinó mi vida. El tema de la mala reputación es culpa suya. Cuando dije que esa mujer era mala y supliqué porque no me casara con ella, me ignoró.

—El trabajo no me daba muchas libertades...

—Sí el tiempo suficiente para salir a cenar con damas de compañía —creí ganar la batalla. El silencio se extendió a menos de un minuto.

—¿No crees que ya está grande? Es momento de dejar el pasado atrás. La Biblia dice que tienes que per...

—¡Por favor! No hable de Dios cuando ni siquiera pone un pie en la iglesia. En lugar de buscar sobre el perdón para utilizarlo a su conveniencia, busque versículos sobre la hipocresía y el amor a los hijos.

Finalmente, el silencio reinó en el lugar hasta que llegamos a casa. El coche estacionó frente a la entrada principal. Descendí algo confundido. Siempre se detenía hasta llegar al garaje. Una vez fuera, escuché la indicación que mi padre le dio al conductor "Llévame a la iglesia". Ambos continuaron con el recorrido, mientras, me encaminé a la casa. De algo funcionó la charla.

—No sabía que hoy salía temprano, joven Darwin —corrió a la cocina.

—Despacio, Margareth, no quiero que se caiga. Además, no pasa nada. ¿En qué la puedo ayudar?

—Yo preparo la carne, entonces puede ayudarme cortando e hirviendo algunos vegetales.

—Sí, señora.

Éramos los únicos en casa. No me gustaba cenar solo, por lo que le pedí su compañía. Además, quería desahogarme con alguien. La plática comenzó con el pequeño altercado que tuve minutos atrás, la comida, el trabajo y me mordí la lengua para no hablarle de ella. Algo en mi interior me gritaba que debía hacerlo, necesitaba sacarlo.

—Me gusta alguien. No, estoy enamorado de alguien.

Dejó caer el cubierto y cubrió su boca con ambas manos.

—¿Escuché bien?

—Más que bien.

—¿Y cuándo la traerá a casa?

—Cuando ella esté lista para el siguiente paso.

No hice más que hablar de ella durante los siguientes minutos. A veces me detenía y llevaba una cucharada de la fría comida a mi boca.

Sus ojos brillaban de la emoción. Se transformó en una especie de mortero de preguntas, las cuales iban de lo más común a casi rozar la indiscreción. Con cada anécdota y detalle, su rostro pasaba de una emoción a otra, como si estuviera viendo una película.

—Creo que estoy listo para pedirle que sea mi novia. Hoy lo haré.

—¡Por Dios! —se levantó de repente y aplaudió —. ¡Qué mujer tan afortunada!

—¿Eso crees? No lo digas porque mi padre es tu jefe.

—Me ofende, Erik —sorbió su nariz —. Lo vi desde que andaba en pañales por toda la casa. Sé que es un buen hombre.

—Gracias por todo, Marga —me rodeó fuertemente con sus brazos.

***

La felicidad tenía un punto negativo. Una vez en la cúspide, los pensamientos se tornaban ambiciosos, se quería más y más, dejando de lado la realidad o cualquier clase de pensamiento desalentador: "De todos modos, eso no me sucederá a mí". No obstante, lo que parecía improbable hacía acto de presencia en el momento menos esperado. El golpe era la peor parte, ni siquiera nos daba tiempo suficiente para analizar todo lo que comenzaba a ocurrir.

Al igual que la noche de repostería, utilicé la bolsa secreta de mi saco para ocultar algo, una rosa roja. Estaba preocupado, una flor me resultaba insuficiente y lo que estaba por venir era importante. Después de tanto tiempo veía una especie de luz al final del túnel. Esperaba no estar alucinando como quien veía un oasis en medio del desierto producto de la deshidratación, o en mi caso, falta de amor.

Una semana atrás pactamos que podíamos encontrarnos directamente en la misma habitación del hotel, ya que nuestra estancia en la sala se convirtió mínima. Ya ni siquiera bailábamos frente a los demás, preferíamos hacerlo en la recámara a nuestra manera. Sin miramientos juzgones. Así disfrutábamos más y nos reíamos de nuestros pasos improvisados.

Cuando ingresaba a la habitación, la encontraba sentada en un pequeño sofá escuchando música en la radio, pero esa noche fue la excepción. Fui el primero en llegar, lo que me dio una mala espina. Tal vez era cosa mía y se atrasó un poco. Me acosté sobre la cama y esperé su aparición.

No sabía si a ella le pasaba lo mismo. Cada minuto me resultaba eterno y me llenaba de impaciencia. ¿Cómo habrá hecho ella para evitar la inquietud que causaba la espera? Lo volvería a hacer, aunque me sintiese del mismo modo.

En cuanto escuché el rechinar de la puerta, me levanté de golpe y sonreí. Ella entró cabizbaja y caminó lentamente hacia mí. Extendí mis brazos y mi amante buscó consuelo en ellos. Aunque no podía ver su rostro, su respiración pesada me indicaba que lloró. Jamás nos habíamos encontrado en una situación similar. El buen humor era una de nuestras principales cualidades.

Sin saber ni cuestionar lo que estaba pasando, le susurré un "Todo estará bien". Su silencio me decía que de todas formas no tenía en mente comentarme el motivo de su tribulación. Luego de varios minutos nos acostamos sobre la cama, sin deshacer el abrazo. Sollozaba sin cesar, lo que me daba pinchazos en el corazón. Lamentaba no hacer lo suficiente para consolarla. ¡Qué impotencia no saber qué hacer!

Canté en voz baja en un intento de reconfortarla y besé su frente con sutileza. Ante mi acción, ella se aferró a mí con más fuerza y escondió su cabeza en mi cuello. El cambio de su postura permitió que sintiera sus lágrimas mojar mi piel desnuda.

—No sabía que cantabas tan bien, las veces que cantamos juntos no te escuchabas igual. Siempre pensé que tu voz era increíble. Tan profunda... —murmuró tras tranquilizarse.

—Porque no lo hacía con seriedad. Mi intención era hacerte reír. Hay muchas cosas que aún no conoces de mí. Poco a poco lo harás.

—Deberías hacerlo más seguido, por favor —no dijo nada más.

Continué tarareando las canciones que conocía; sin embargo, noté que su respiración se tornó suave y rítmica. Estaba dormida. Saqué la rosa de mi bolsillo para evitar aplastarla más y acaricié su rostro con ella. Un rato más tarde, la dejé a un lado de la cama. La próxima vez prepararía algo mejor. No cesé mi canto, lo hice hasta que el sueño también se apoderó de mí.

En el instante que me reincorporé, detecté su partida. La calidez de su cuerpo junto al mío se transformó en un fantasma. Pasó tanto tiempo desde la última vez que desapareció sin previo aviso que me dio la sensación de ser algo impropio de ella. Dejó una huella de ausencia durante el resto de mi día.

También caí en cuanta de que tenía mucho tiempo de no sentirme desolado. Sin querer, me volví adicto a las emociones positivas, hasta el punto de olvidar las opuestas.

Lo peculiar fue que al llegar a casa después del trabajo, mis párpados no pusieron resistencia a la pesadumbre y dormí con la tranquilidad de un bebé entre los brazos de su madre.

Para mi desgracia, la paz no perduró en absoluto. Unos dedos pellizcaron cada parte de mi cuerpo. ¡Vaya pesadilla! Aunque las cosquillas eran peor.

Y sí, toparme con Daniel no fue una sorpresa. ¿Quién más aparte de él me fastidiaría?

—Ya es medio día. No te dejaré dormir todo un domingo —masculló. Al mismo tiempo, me golpeó con una almohada.

—Y justamente porque es domingo deberías dejarme dormir en paz. Además, no estoy de humor.

—El clima está precioso. Acompáñame a jugar golf.

—No quiero —abracé la almohada que segundos atrás utilizó para pegarme.

—¿Quién dijo que pregunté si querías o no?

—Como cualquier ser humano con libre albedrío tengo la libertad de decidir —lo vi de forma retadora.

—Lo supuse —se encogió de hombros.

Su sonrisa no me dio ni una pizca de tranquilidad, por el contrario, me forzó a tragar saliva y a arrepentirme de mis propias palabras. Eso solamente podía significar que algo malo se avecinaba.

Sacó una caja de cigarrillos de la bolsa de su pantalón y la sacudió sobre mí. Un ejército de cucarachas invadió mi precioso lecho y me obligó a levantarme cual resorte.

En menos de un segundo, salté como un demente y sacudí mi cuerpo. Tenía la horripilante sensación de que aquellas diminutas patas atravesaban cada centímetro de mi cuerpo semidesnudo. Sin darme cuenta, también chillaba por el pánico que les tenía.

Durante mi altercado con los terribles insectos, alguien muy cerca de mí se dedicó a carcajearse y decir que se orinaría por la risa. Pero en esa ocasión no saldría ileso. Le estuve guardando todas sus diabluras para cobrárselas el triple.

Para asesinar una cucaracha las personas solían utilizar el arma más letal de la historia: el zapato. Así que tomé uno y se lo lancé directamente a la cabeza, mientras con el otro le daba por el trasero.

—¡Maldita cucaracha!

—Si yo soy una cucaracha, eres una sanguijuela porque quieres pasar bebiendo el néctar de...

—¡Vulgar!

—¡Basta! No me hagas reír más, me duele el estómago —su expresión cambió a una de sufrimiento —. Mejor alístate para salir —me empujó y huyó de mi habitación.

Segundos más tarde, corrí detrás de él al sentir una cucaracha acariciar mi pie izquierdo.

La mejor parte fue que Margareth lo regañó y lo obligó a recoger el desastre.

Dan ganó la pelea. Claramente no salí de casa hasta asegurarme de que se deshiciera de la plaga. Al final de cuentas, salir valió la pena. La brisa de otoño me encantaba. El día no era lo único fantástico, el compartir con alguien más mis penas me dio cierto consuelo.

***

Las palabras de motivación se esfumaron en cuanto tuve que enfrentarme a la realidad. Para mi desgracia, su nostalgia no fue cuestión de una noche, y con ello no me refería a que las personas debían estar de buen humor todo el tiempo, sino que, se trataba de una señal que indicaba con luces neón un "Algo malo sucede". Mis abrazos, mi voz y mi presencia en general no lograban consolarla, la inquietaba más.

Ya no quedaban rastros de aquellos ojos que tiempo atrás lucían alegres y brillantes, ni de sus labios tan rojizos como una manzana. En su lugar, sus ojos llorosos estaban teñidos de negro debido al maquillaje corrido y sus labios tan pálidos como los de Julieta cuando besó a su amante aparentemente moribundo.

¿Acaso estábamos enfrentando la muerte de aquello que apenas comenzábamos?

¿Qué nos detenía? Estaba seguro de que, a pesar de nuestro romance secreto, nuestras familias no eran enemigas como los Capuletos y Montescos. Quizás el punto en común era que aquella relación jamás debió suceder.

Su lucha era interna, es decir, consigo misma. Sin darse cuenta me estaba arrastrando a aquél vacío existencial. La impotencia al no saber qué hacer para sacarla de allí iba en aumento.

—Te veo ausente, eso me duele.

—Lo siento —se puso de pie y se dirigió a la puerta.

—No te vayas —supliqué y seguí sus pasos.

Ella ignoró mis palabras y se marchó sin decir nada más. No pasamos la noche allí, cada uno volvió a su morada. Y sí, los siguientes días estuve al punto del colapso y con una horrible migraña.

¿Por qué mi vida parecía la de un texto clásico? No quería el desenlace de Romeo y Julieta, ni el de la tragicomedia de la "Celestina", donde Melibea y Calisto también fueron separados por una muerte absurda a pesar de todas las adversidades que atravesaron para estar juntos. Me sentía identificado con Calisto.

Agité mi cabeza en señal de negación para deshacerme de mis pensamientos y el recuerdo de aquel "Lo siento". Estiré mis brazos y bebí nuevamente té, mientras leía algunos informes. En ese instante noté la ausencia de algunos documentos que probablemente estarían en la oficina de mi padre, situada junto a la mía. No tenía que salir al pasillo, puesto que, entre ambas piezas existía una puerta de vidrio que me facilitaba la invasión.

Estuve a punto de abrir la puerta, pero una voz y una silueta conocida lo impidieron.

—Padre, toma el consejo, sería lo mejor para ambas compañías —la pelirroja le habló a un hombre de avanzada edad.

—Me alegra escuchar que se encuentra de acuerdo, señorita Dubois.

—Oh, no. Llámame Bella.

—A mí también me parece un buen trato. Primero me gustaría pensarlo con mayor detalle e indagar otras opciones.

—No hay problema, puede tomar el tiempo que considere necesario. Por cierto, es una lástima que no puedan conocer hoy a mi hijo porque se encuentra ocupado. Deberíamos organizar una cena para que lo conozcan.

—Será un verdadero placer. Escuché que tiene una edad similar a la de Bella, ¿cierto? —el otro hombre se mostró curioso.

—Así es. No es por ser mi hijo, pero es todo un caballero.

—¿Qué le parece el próximo sábado? Así podemos descansar el domingo tras los tragos de más.

Mi padre mostró aprobación ante la idea y eso aumentó mi nerviosismo. En cuanto se despidieron, corrí a la puerta que daba al pasillo. Para mi desgracia, me encontré con la espalda de la mujer. Estuve a punto de seguir mi impulso y correr para ver su rostro. Mi padre apareció e indicó que necesitaba hablar conmigo.

Tenía que ser ella. Habló poco, mas fue lo suficiente para reconocer su voz. Así que señorita Bella Dubois... estábamos más cerca de lo que alguna vez imaginamos. 

*****

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