Capítulo 15
De existir una palabra exacta que resumiera lo placentero de yacer sobre una cama junto a la persona que amas después de un día de trabajo arduo y agobiante, la mencionaría. Con los ojos cerrados, acaricié su cabeza. Estaba sobre mi pecho. Y no podía reprimir los suspiros ante un momento de tanta magnificencia. En cuanto a ella, dibujaba círculos imaginarios sobre la parte expuesta de mi torso y otras veces se aferraba a mí con fuerza. El borde de su máscara lastimaba mi costilla, mas era incapaz de culminar tan bello instante.
Durante toda la semana, una absurda idea comenzó a nublar mi buen juicio. Cada vez que regresaba a mi cabeza, me daba una mezcla de risa con vergüenza, y pensaba: ¿Quién eres? ¿Por qué si quiera te planteas hacer algo así?
Si ya dentro de mí era considerado un disparate, decirlo resultaba más complejo. Cuando creía reunir el valor suficiente para mencionarlo, enmudecía. ¿Qué era lo peor que podía suceder? ¿El rechazo? No, hacer el ridículo.
No me percaté de sus ojos puestos sobre mí. Al entrelazar nuestras miradas, mordió su labio inferior y se animó a comenzar la conversación:
—¿Qué me quieres decir?
Ni siquiera el antifaz ocultaba lo que pensaba.
—No sé si hacerlo... es una tontería.
—¿Cómo sabré que es una tontería si no dices nada?
—Prométeme que no te burlarás.
—Casi nunca me burlo de ti.
Tanta atención me estaba animando. Suspiré y cerré los ojos para no toparme con su expresión de decepción.
—Tengamos una cita en Halloween.
La respuesta no llegaba. Cuando la vi, estaba sorprendida. Al mismo tiempo, notaba su esfuerzo por reprimir una carcajada. Lo prometió.
—¿Y salimos a pedir dulces?
—Sabía que se trataba de una niñería, pero podríamos ver la maratón de películas de horror que ofrece el cine al aire libre que está en la ciudad. Casi nadie nos verá, solamente nos quedamos en el auto comiendo palomitas, tomando bebidas y si quieres, dulces.
—Nunca he tenido una cita así —por fin arquea sus labios —. Ni hemos tenido una fuera de aquí. Jamás hubiese imaginado algo similar, pero me encanta la idea.
—Puedo pasar por ti frente a este lugar a la hora que quieras.
—A las 6 estará bien, así podremos disfrutar la noche. Tengo curiosidad por tu disfraz. Imagino que ya lo pensaste.
—La verdad es que sí, aunque será sorpresa.
—No puedes dejarme intrigada. Falta mucho para ese día.
—¡Qué exagerada! Solo cuatro días. ¿Y ya tiene alguna idea del tuyo?
—Para nada. No soy tan creativa, así que será difícil escoger uno.
—Incluso si utilizas una bolsa de papel del supermercado lucirás hermosa.
Me dio un ligero golpe en el pecho. Ante mi reclamo, lo acarició con las yemas de sus dedos. Nos fundimos una vez más en el silencio. Esa ocasión era ella quien parecía querer decir algo. Antes de incentivarla a hacerlo, se adelantó:
—¿No me preguntarás si querré algo más? Como el tipo de dulce que me gusta comer.
—Lamento la descortesía. ¿Hay algo más que la señorita desee? ¿Cuáles dulces son sus preferidos?
—Sí, hay algo que quiero... tu dulce.
—Oh, ¡por Dios! —succioné mis labios.
Verme en el espejo era innecesario. El ardor de mis mejillas indicaba que el sonrojo se apoderó de mi rostro. Dejé escapar una sonrisa nerviosa. Ella no contuvo el deseo de besarme.
—¿En qué momento te volviste tan traviesa?
—Contigo siempre quiero serlo. Además, fue culpa de tu sonrisa tan encantadora.
—Pero ¿cómo puedes decir algo así con tanta facilidad? Casi muero por tu culpa.
—Lo importante es que te gusta. Por cierto, no creo poder esperar cuatro días para probarlo.
Ninguno emitió una palabra más ni esperó a que el otro lo hiciera. Los besos apasionados, las caricias y los apretones no tardaron en llegar. Ambos sabíamos lo que queríamos.
La lámpara con luz amarillenta situada a la izquierda, sobre la mesa de noche, proyectaba sobre la pared derecha nuestra intensa unión como una especie de película pecaminosa. De cierta forma el ajetreo de las sombras incrementaba mi excitación, por lo que de vez en cuando me perdía observándolas. Ella lo notó. En lugar de recriminar mi acción, se volvió una espectadora más.
*****
Divisarla fue tarea sencilla. Su figura esbelta y elegancia innata no tardaron en atraparme. Su cintura lucía aún más pequeña por el corsé y el traje victoriano que llevaba, mientras su cabello tenía un peinado voluminoso, aunque algunos rizos se le escapaban por los costados. En esa ocasión su antifaz era dorado, un color digno de una reina.
Dejé escapar un silbido al bajar la ventana del auto y estacionar frente a ella, lo que capturó su atención. Segundos atrás, sus labios formaban una línea fina. Tras verme, sonrió de oreja a oreja. Me bajé del auto con rapidez, lo rodeé y abrí la puerta del copiloto para que subiera.
—¿Batman? ¿En serio?
—Por supuesto, no hay un mejor disfraz.
Estaba tan contento que la abracé con fuerza y la elevé algunos centímetros del suelo. Emitió un chillido y me golpeó el hombro para que la bajara. Una vez en su espacio seguro, se acomodó la falda, observó a nuestro alrededor y por fin subió al coche. Di algunos pasos de claqué en mi retorno al asiento.
No llevaba mi automóvil, lo pedí prestado. Mi chofer me vio extrañado por la petición, y más cuando le indiqué que conduciría. En lugar de hacerme preguntas, me extendió las llaves y se despidió. De esa forma pasaríamos inadvertidos entre los demás ciudadanos. Ser ostentoso no estaba entre mis planes
Era nuestra primera cita oficial, la primera vez que nos veíamos fuera del hotel y la primera vez que estábamos en el mismo auto. Tenía bastante tiempo sin sentir timidez, pero esta regresó. Ella parecía experimentar la misma sensación. Su vista estaba fija en los niños que caminan por las aceras, todos iban disfrazados y con bolsas para pedir caramelos en la mano.
Como conductor, no me podía dar el lujo de distraerme; sin embargo, de vez en cuando la echaba un vistazo y también a los pequeños. De niño, tenía prohibido participar de la celebración, por ello jamás tuve la dicha de utilizar un disfraz. Mi niño interior estaba más que feliz, era la primera vez que vivía Halloween.
Si algún día me convertía en padre, no sería tan restrictivo, en lugar de ello, debía ser el primero en llevar a mi hijo o hija a donde quisiera. Tampoco me perdería ninguno de sus eventos más importantes. ¿A caso ella pensaba lo mismo? ¿También añoraba convertirse en madre?
Dejé escapar un suspiro, lo que atrajo su atención. No era necesario ser adivino para saber que le daba curiosidad el motivo.
—Es la primera vez que salgo en Halloween —confesé.
Todavía dudaba si mencionarle la cuestión de los hijos. Tal vez era un comentario innecesario.
—¡Imposible! Yo no podía perderme ni uno. Siempre iba junto a mi hermano menor... —se detuvo abruptamente —. Me alegra ser la primera con quien saldrás a celebrarlo.
—¿De qué te gustaba disfrazarse?
—De princesa, por supuesto —el tono de obviedad me sacó una sonrisa —. Ahora que te veo bien, creo que te luce ser Batman. Eres guapo y varonil —acarició mi antebrazo.
Llevábamos unos cuantos minutos juntos y su cercanía me estaba poniendo nervioso. En un arrebato de nerviosismo me atreví a hacerle la pregunta que estuve guardando.
—¿Te gustaría ser madre?
Quería estampar mi rostro contra el volante con violencia. Hasta sangrar. Para escapar me metía en un dilema todavía peor. ¿Por qué tenía la manía de hablar de más cuando estaba nervioso? Lo más sensato era mantener mi boca cerrada. Nunca lo lograba.
—Si fuese una niña, me encantaría.
—¿Y por qué no un niño?
—Creo que tendríamos una mejor comunicación. Me encantaría peinarla y vestirla con los vestidos más lindos que encuentre.
Siempre estuve rodeado de hombres. La única figura femenina que siempre estuvo presente en mi vida fue Margaret. Apreciaba haber aprendido de ella, aunque conforme crecía, me di cuenta de que su educación fue distinta. Ninguno de mis compañeros sabía cocinar o hacer otras labores del hogar porque eran cosas de "mujeres" y sus madres las hacían por ellos. Yo no tenía una. Mi niñera era lo más cercana a una. Solía perseguirla para ver qué hacía y me ofrecía como ayudante. De esa manera le tomé gusto a hacer otras actividades ajenas a las de mi género.
Ellos se lo perdían. No había una actividad más relajante que hornear, ni una más desestresante que limpiar.
Aparqué en uno de los pocos sitios vacíos y nos encaminamos en búsqueda de algunos comestibles. A parte de palomitas y refrescos, compramos perros calientes y una bolsa con dulces al azar. Ni siquiera en mi infancia consumí tanta azúcar.
Unos cuantos niños corrían a nuestro alrededor. Entre maniobras, evitamos botar las botanas. Una niña se escondió detrás de la enorme falda de mi acompañante. Nos reímos por la ocurrencia de la pequeña y no la expusimos ante los demás. Conversamos para actuar con naturalidad. Segundos más tarde, el pequeño ratón salió triunfante y nos dio uno de sus preciados chocolates como agradecimiento.
Una vez en nuestro refugio, nos pusimos cómodos y compartimos las compras. Entre roces de manos, conversaciones, risas y caricias, nos asustábamos cuando un monstruo aparecía en la pantalla. A decir verdad, lo que menos hicimos fue ver la película, por eso las escenas de terror nos tomaba desapercibidos.
La escena de un vampiro aferrado al cuello de una voluptuosa mujer me resultó uno de los momentos más eróticos de una cinta. Mi compañera se dio cuenta de mi concentración. Se inclinó hacia mí, plantando un beso y después un suave mordisco. Cuando intentó alejarse, sostuve la parte de atrás de su cuello y la besé con mayor pasión de la que anticipaba. Como respuesta, colocó su mano sobre mi muslo, deslizándola cada vez más arriba.
Su tacto y cercanía a mi miembro estremecían cada parte de mi ser.
—No deberíamos... alguien podría vernos.
—Vamos al hotel.
Puse el vehículo en marcha y me dispuse a salir del cine. Fue un poco complejo, varias personas intentaban hacer lo mismo. Una vez de vuelta a la carretera, ella bajó la cremallera de mi pantalón y me acarició por encima del bóxer. Salí de la vía por un instante. Afortunadamente logré enderezar el coche antes de que nos estrelláramos contra algún árbol.
—Eso estuvo cerca...
—Tienes que aprender a controlarte —se burló.
Mi cuerpo estaba cada vez más tenso. Ella no detuvo su actuar ni dejaba de besar mi cuello. Necesitaba llegar al hotel con urgencia o al menos rogaba porque lo hiciéramos sanos y salvos. Dios por fin escuchó mis plegarias, o quizás fue obra del enemigo que se compadeció de un fornicario. Una vez en el parqueo subterráneo, hice el ademán de salir. Mi amante me jaló del brazo para impedir que abriera la puerta.
—Nadie nos verá aquí —procedió a desabrochar su falda.
—¿A-aquí? —tragué saliva.
Estaba incrédulo. Por mi cabeza jamás cruzó la opción de hacer el amor en un automóvil, menos en un sitio donde otras personas podían atraparnos. Lo peor: el medio de transporte era ajeno.
—Es lindo saber que todavía conservas algo de inocencia —se sentó sobre mis piernas e inclinó el asiento del conductor hacia atrás.
La atonicidad se apoderó de mí. No era la primera vez que lo hacíamos, pero se sentía justo como esa noche. Me limité a observarla y la dejé tomar el control. Por un momento pensé que tal vez su confianza era producto de la experiencia. Pronto empujé cualquier idea que causara celos en mí y me enfoqué en ella.
—Desátame el corsé —su tono era tan autoritario como siempre. También tenía un matiz de urgencia.
Hice lo que me pidió. Tan siquiera esperó que terminara la tarea asignada, en su lugar, aflojó la prenda de la manera más veloz posible y la lanzó en los asientos de atrás. Sus senos desnudos quedaron a la altura de mi rostro. Los tenía a mi completa disposición. Quise besarlos y mordisquear sus pezones por un tiempo para deleitarme con su belleza.
Esa noche, mi pareja estaba en desacuerdo conmigo. Me pidió un preservativo, lo colocó y luego movió su ropa interior a un lado.
—¿Por qué estás tan callado? ¿A caso te preguntas con cuántos hombres he hecho esto?
—N-no es eso. Solamente no sé qué decir. Ha sido un día de muchas primeras veces.
—Y me alegra ser con quien las compartes.
Una vez sentada sobre mi virilidad, comenzó a dar saltos que le permitían embestirse. Cuando creí tomarle el ritmo, comenzó a mover su cadera de adelante hacia atrás y luego en círculos.
—Si sigues moviéndote así, no podré soportarlo mucho tiempo.
—Tendrás que aguantarte. Es una orden.
Para ahogas nuestros gemidos, mantuvimos los labios unidos la mayor parte del tiempo.
Le di una profunda estocada y todo su cuerpo tembló, mientras emitía un sonido gutural, el cual sofocó con una de sus manos. Pronto sentí sus labios sobre el lóbulo de mi oreja y cuello. Su fuerte succión dejaría algunas marcas. No la detuve, entre jadeos, permití que hiciera con mi cuerpo lo que quisiera.
No obstante, cuando intenté imitar su acción sobre su pecho, se echó para atrás y continuó con las embestidas. Me conocía tan bien, que se dio cuenta cuando estaba pronto a llegar a la cúspide, por lo que incrementó la velocidad de sus movimientos hasta hacerme explotar.
—No puedo creer que lo hagas tan bien —apoyé mi frente contra su hombro.
—También eres el causante de ello. Tengo un buen compañero sexual —se removió.
Una vez en el asiento del copiloto, tomó varias respiraciones profundas y se hizo viento con las manos. Ninguno quitó la vista del otro. Si fuese por mí, esperaría algunos minutos hasta recuperarme y le haría una vez más el amor en los asientos de atrás.
—Tengo que confesarte algo.
—¿Qué podría ser?
—Tu disfraz fue el culpable. Nunca me prendí tanto, y menos por algo tan inesperado.
Largué una carcajada por su declaración y ella me acompañó.
—Yo también tengo una confesión. Me gusta cuanto tienes el control y ver tus senos saltar frente a mi rostro.
—Cállate, no tengo tiempo para otra ronda.
—Es una lástima, yo la esperaba —se acercó y me besó con suavidad.
—A veces creía que tenía un concepto negativo de mí.
—¿Cuál? —mi confusión era evidente.
—Que era una cualquiera —sus palabras salieron con dificultad.
—Jamás pensaría eso de ti —acaricié su mentón, ganándome una sonrisa.
—Debo apresurarme —le puso fin al momento.
Recogió el corsé y me pidió ayuda para que lo atara. ¡Maldición! ¡Qué cosa tan difícil! Después, se colocó la falda con gran dificultad. Nuestro espacio era diminuto, tanto que faltaba poco para poder escuchar el latir de nuestros corazones.
—¿De verdad te quedarás aquí? Puedo dejarte en otro lugar, esperar hasta que alguien más llegue por ti...
—Tomaré un taxi.
—Entonces esperaré hasta que encuentres uno.
—No, me sentiré más tranquila si te vas primero.
—Auch. Soy un hombre de palabra, no te seguiré. ¿Qué clase de caballero dejaría a una dama sola por la noche?
—Uno que sabe escucharla. Te preocupas de más, nada me sucederá.
¿Por qué era tan testaruda? La veía capaz de no irse si yo no lo hacía primero.
—Quedémonos en el hotel.
—Hoy no puedo, prometí que llegaría a casa. La pijamada con mis amigas son las noches de baile, así que no tendré excusa.
—¿Cuál fue la excusa de hoy?
—No mentí tanto. Dije que iría al cine con mis amigas y luego volvería. La función termina a la media noche, por eso debo regresar.
—Entonces no tendremos otra opción —me rendí.
Nos dimos un último beso fervoroso e intenté bajarme del coche para abrirle la puerta, pero ella se apresuró a bajar. Agitamos nuestras manos como despedida y conduje en contra de mi voluntad. Me sentía terrible al dejarla ahí sola, quería ocultarme en alguna parte hasta verla partir segura. De darse cuenta, se molestaría hasta el punto de no hablarme por un tiempo. Supondría una violación del contrato. No tuve más opción que rogar una vez más porque esta vez fuese ella quien regresara bien a casa.
Esa noche aprendí algo importante: estaba más enamorado de lo que creía.
*****
¡Holaaa! Como prometí, subiré capítulos más seguido, por lo que pronto agregaré otros.
Hoy les tengo una pregunta: ¿Qué les ha parecido la novela por el momento?
Yo estoy muy emocionada por los capítulos que están por venir. Tendrán más drama y se comenzará a revelar la vida de la misteriosa chica enmascarada.
Les deseo un lindo día. 💖
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