Capítulo 11
—¿A dónde irás tan bien vestido? —no logré ocultar la sorpresa en mi tono de voz cuando Dan se mostró frente a mí con la camisa que le había regalado.
Me vio con una sonrisa de oreja a oreja y movía sus manos de una manera peculiar. Era su forma de demostrar alegría.
—¡Tendré una cita! —contestó. Procedió a enrollar las mangas de su camisa.
—¡¿En serio?! Ya me había resignado a creer que eso jamás sucedería —Su semblante cambió tras mis palabras y murmuró un "idiota".
—Creí lo mismo de ti. Luego me hiciste ver que los milagros existen —Ahora fue mi semblante el que oscureció.
No contesté nada. Aceptaba mi derrota. Me acerqué a él e hice como si lo estuviera ahorcando, pero solo moví su cuello de un lado a otro. Arreglé el cuello de su camisa y me agradeció con un movimiento de cabeza.
—¿Al menos huelo bien? —ante su pregunta, olfateé su cuello e hice una expresión de asco para fastidiarlo otra vez.
—Normal, como a lagartija muerta —Me dio un empujón y se acercó al espejo de mi habitación para colocarse un collar que segundos atrás llevaba en uno de los bolsillos de su pantalón.
¿Cómo sería mi vida sin ese molesto ser? La noticia me alegró, aunque esperaba que no se marchara tan pronto. De ser necesario, le propondría vivir aquí con toda la familia.
—Si necesitas consejos de amor aprovecha que estoy justamente aquí —Apunté hacia mí y él negó con una sonrisa burlona en sus labios.
—Quiero consejos de amor, no de desamor.
—Me subestimas, en esta cabeza guardo un sinfín de técnicas de seducción cien por ciento efectivas. No las pongo en práctica con cualquiera, de lo contrario, tendría una enorme fila de chicas.
—Algunas veces eres increíblemente chistoso, debiste trabajar como payaso. No te creo una sola palabra —Se cruzó de brazos.
—¿Quieres que te lo demuestre? A que te seduzco en cinco segundos —Con una de sus manos, cubrió con dramatismo la mitad de su cara.
Estaba claro que era una broma. Lo notaba nervioso, así que hice lo posible para relajarlo un poco.
Desabroché los primeros botones de mi camisa, mientras lo hacía, él arrugaba la nariz y hacía como si fuese a vomitar. Me acerqué a él a paso lento con mi mejor expresión más seductora para lucir atractivo.
—Cariño, en lugar de pegar tus ojos a mi figura, ¿qué tal si mejor me pegas unos besos? —Mordí mi labio inferior al final y le hice un guiño.
—¡Con razón siempre fracasas! Mejor date por vencido, Darwin. Me marcho antes de perder más el tiempo contigo —Lo seguí cuando salió de mi habitación.
—No te pongas nervioso, todo saldrá bien —Le dije en voz alta porque se alejaba a zancadas.
—¿Quién dijo que estoy nervioso?
—Lo siento, quizás soy yo quien lo está porque esta podría ser la única oportunidad en la que me harás tío —Grité al final.
Antes de abrir la puerta, se giró por última vez con enojo y evidentes ganas de asesinarme, así que le lancé un beso desde las escaleras y él mejor se escabulló.
Después de todo, yo también tendría una gran noche. Tras varios días ausente, finalmente me reuniría con la Cristina Daé de mis sueños. La alegría era inapagable, por más serio que intentaba parecer, la sonrisa estúpida no tardaba en aparecer.
Esa noche Dan no fue el único en estrenar camisa o perfumarse a más no poder, yo también lo hice. ¿Era demasiado? No me importaba, estaba dispuesto a hacer todo lo que estuviera a mi alcance para recibir su atención.
Antes de marcharme, saqué la caja de regalo de una de las gavetas de mi armario, la abrí y observé el contenido por un instante. Ojalá a ella le gustara tanto como a mí y me pidiera colocarlo alrededor de su bonito cuello. Esperaba que mis dedos no se comportaran con torpeza en un momento así. No podían fallarme.
Salí de mi habitación y bajé las gradas de dos en dos; sin embargo, en cuanto abrí la puerta, me encontré con mi padre. Escondí la caja detrás de mi espalda justo a tiempo, porque él me analizó de forma indagadora y casi pude percibir el filo de sus ojos.
—¿Terminaste con lo que te pedí?
—Por supuesto, lo dejé en la oficina. Hasta más tarde, coma bien y descanse, lo merece. —Intenté pasar por su lado, pero él me sujetó del brazo y me vio de reojo.
—Sé bien que no estás en edad para ser cuestionado; no obstante, siempre serás mi problema mientras continúes trabajando en mi compañía y vivamos bajo el mismo techo, así que, ¿a dónde vas esta noche?
¡Qué excusa! No podía decirle que iría al Hotel Singularity ni que saldría con Daniel y sus amigos. Por favor, no era un viejo ingenuo. No estaba en edad para reunirme con universitarios o ser partícipe de sus locuras.
—Un posible nuevo cliente me invitó a cenar, quiere presentarme a su hija —tragué saliva, aunque intenté parecer lo más convincente posible.
—¿Cuál es su nombre?
—No lo recuerdo bien, su apellido comenzaba con... ¡P! Creo que dejé su tarjeta en alguna parte —Simulé buscarla en mis bolsillos.
—Bien, nos vemos más tarde —Me dio unas palmadas en el hombro e ingresó a la casa.
¿Eso fue todo? Si me dejó ir así de fácil significaba que estaba agotado. Suspiré con alivio y me dirigí hacia el auto, donde ya el chofer me estaba esperando.
***
Cuando la vi, mi corazón no cabía en mi pecho por la emoción. Ella no se había percatado de mi presencia, y mi intención era que no lo hiciera. Parecía perdida. Me daba dulzura ver cómo me buscaba. Entre la multitud, intenté camuflarme, y llegué a ella cuando se encontraba de espalda.
Cubrí sus ojos con una de mis manos y coloqué mi barbilla sobre uno de sus hombros. Al inicio mi acción la sorprendió. Una vez procesó lo que ocurría, rio con suavidad.
—¿Cómo te atreves? —Pregunté cerca de su oído.
—¿Qué hice? —Colocó sus delicadas manos sobre la mía.
—¿Qué no has hecho? Después de atormentar mi corazón y agitar mi mente durante mi ausencia, llego a ti y causas otro revuelo. No te di permiso de aparecer en mis sueños.
—Debo aceptar que es una forma encantadora de expresar lo mucho que me extrañaste. Y te entiendo, yo también añoraba nuestro encuentro —Alejó mi mano, se giró y enredó sus delgados brazos en mi espalda.
Cuando hundió su cabeza en mi pecho, besé su cabeza y percibí el delicioso perfume de su cabello.
—¿Qué soñaste? —Su pregunta me dejó por unos segundos sin habla.
Era imposible comentarle mis pecaminosos sueños. Podría sentirse ofendida y salir corriendo del lugar. Su percepción sobre mí podría cambiar y bastaba con imaginarlo para que el pánico se apoderara de mí.
—Mi madre solía decir que, si contaba mis sueños, jamás se volverían realidad.
—Eso solo aumenta mi curiosidad —Colocó su mano detrás de mi cuello y se alejó un poco para verme a los ojos, aunque de vez en cuando intenté evitar el contacto visual.
La forma en la que me veía o acariciaba me volvían vulnerable, como si sus ojos estuvieran desnudando mis secretos y pensamientos más profundos. Los ojos eran las puertas del alma. Ella quería saber lo que ocultaba e intentaba evitar a toda costa.
—¿Por qué te pones nervioso? —Su sonrisa era la mezcla perfecta entre la perspicacia y una falsa inocencia.
—No es necesario que lo confiese con mi boca, mi cuerpo habla. Por cierto, como no he dejado de pensar en ti, compré un regalo —Cambié de tema y le entregué la caja de color vino.
—Me alegra que hayas pensado tanto en mí y agradezco el detalle; no obstante, eres muy obvio al intentar cambiar de tema, pero si no lo dices, ¿cómo sabrás que no quiero hacer contigo todo lo que soñaste?
Con el dedo índice de su mano desocupada dibujó figuras imaginarias sobre mi pecho. Su inesperada seducción me secó la garganta y comenzó a despertar el deseo que con mucho empeño intenté reprimir por temor a espantarla, ¿debía comenzar a ser más evidente como ella?
En el tiempo que me mantuve en silencio, ella se deshizo de la cinta y abrió la pequeña caja. Contempló el conjunto con una gran sonrisa plasmada en sus labios. Elegí con sabiduría. Su reacción fue más enternecedora de lo que esperaba
—¿No te apetece colocarme el collar? —Asentí e intenté tomar la joya, pero la apartó con velocidad—. Pero en una habitación donde estemos solos.
—Por supuesto —No debí sonreír—. Si no los he dicho ha sido porque quería seguir con mi imagen de caballero frente a ti, temía decepcionarte o espantarte.
—¿Por qué me espantaría tu sinceridad? —Dejó el collar en su lugar y acarició mi cuello.
El tacto comenzaba a causar estragos en mi cuerpo. Mi piel se erizó, el cosquilleo se apoderó de mi estómago y otra parte de mi ser se estaba despertando.
—Porque a muchas personas les da miedo.
—Entonces soy del pequeño porcentaje que no, más bien la aprecio y me resulta fascinante. Si no me dices lo que quieres, ¿cómo podría yo saberlo? Tal vez también quiera hacerte el amor como en tus sueños —Murmuró seductoramente.
Mi seguridad se derrumbó por completo, estaba hecho un manojo de nervios. No estaba preparado para esa clase de conversación.
—¿Ha cambiado mi confesión tu percepción sobre mí?
—No lo ha hecho, pero tus palabras... estoy sin aliento —Ella sonrió con satisfacción y rodeó mi cuello con sus brazos.
Desde el primer momento que la vi, sabía que era diferente, más atrevida y sin miedo del qué dirán. Amé esa característica suya, tenía todo lo que a mí me faltaba. La idea de ser dominado por una mujer no me resultaba desagradable, más bien me entusiasmaba la idea; sin embargo, no todos los hombres de la época pensaban igual, en lugar de ello, hacían todo lo que no debían para demostrar que no necesitaban de su esposa o no estaban completamente locos por ellas.
Yo sí estaba loco de fascinación y no ocultaría todo lo que sentía por ella.
—Por eso me gustas. No intentas mentir o disimular —La tomé de la cintura y la acerqué a mi cuerpo.
Nos besamos de una forma que jamás creí posible. Un par de minutos más tarde, su espalda se encontraba contra una de las paredes del salón. Seguramente, todos veían el desvergonzado modo en el cual consumíamos nuestra pasión, mientras nuestros lujuriosos cuerpos estaban deseosos de más, de sentirse desnudos y expuestos al otro.
En ese instante encontré la liberación que necesitaba. Nada me importaba, no me interesaba la opinión de nadie más aparte de la de ella, quien ya había sido clara con sus intenciones y perspectiva sobre mí.
—¿Y qué pasa si desaparezco después de esto? —Hablé con voz entrecortada en cuanto nos separamos.
—Sé que no eres así, estás loco por mí —Rozó sus labios contra los míos —. ¿Me consideras menos mujer por no ser virgen?
—Jamás lo haría. Sueño con tener hijos contigo algún día —Coloqué mi frente contra la suya, mientras iniciaba una segunda ronda de exquisitos besos sobre su cuerpo y escote.
—Deberíamos acabar con esto en una de las habitaciones, los demás comienzan a incomodarse. ¡Qué sensibles! No pueden observar lo que muchos de ellos hacen —Se alejó de mí un poco.
Comprobé que varios de los presentes nos observaban y otros murmuraban entre sí. Ella tenía razón, no éramos los primeros que se comportaban así. Muchos hicieron cosas peores ante la vista de los demás.
—De todos modos, aquí no importa lo que los demás piensen de nosotros, nadie nos conoce —Unió mi mano a la suya y me guio hacia la recepción.
Tan siquiera había tenido el tiempo suficiente para procesar todo lo que estaba pasando y mucho menos para lo que pasaría en cuestión de minutos. Estaba encantado con todo lo relacionado a ella, de ese hecho no tenía ni la más mínima duda. Quería todo con ella.
*****
¡Hola! Espero que se encuentren bien. 💖
Quiero hacerles una pregunta y les agradecería muchísimo si la responden, no sean tímidas: ¿Qué les ha parecido la novela hasta ahora?
Personalmente, este capítulo me encantó y espero que a ustedes también.
Que tengan una linda noche. ✨
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