Capítulo 1

—¡Por Dios! ¡Deja de fastidiar, Dan! —coloqué mi copa de vino sobre la encimera, incluso escuché el vidrio chocar con el granito.

Dudaba que en este miserable mundo existiera un tipo tan exasperante como mi mejor amigo.

—Justamente por ese motivo debes ir. Te has amargado demasiado, tu humor siempre es de lo peor.

—¡Demonios! —le di un trago a la copa y la dejé en el mismo lugar para poder señalarlo—. Solamente espera que ponga mis manos sobre tu maldito cuerpo.

—¿Dios o demonios? Mira nada más ese enorme lío que tienes en la cabeza. De verdad necesitas desestresarte, últimamente no eres nada más que un nubarrón descargando negativismo sobre los demás. Vamos, repite mis movimientos, limoncito —comenzó a mover sus hombros y a estirar sus extremidades.

—¡¿Limoncito?! —rodeé la encimera para alcanzarlo; sin embargo, el muy bastardo la rodeaba y sacaba la lengua.

¡Sí! Era cierto, con el paso de los años me convertí en un ser un tanto despreciable, casi nunca me sentía de buenas, pero se tornaba más desagradable cuando esa criatura despreciable lo escupía con su venenosa lengua. No conocía a otra persona más necia y burlista, para mi fortuna.

¡Quería partirle la cara de un puñetazo y así sería!

—Anciano oxidado, no me has alcanzado y ya ni tienes energía —huyó de la cocina.

—Es... espera a... que te alcance —hasta mi voz era entrecortada.

¡Era una maldita vergüenza!

Agarré el tubo de metal de una de las tantas decoraciones de la mansión y la agité en su dirección en un desesperado intento de golpearlo, tan siquiera me importaba si a su paso destruía otros objetos valiosos. Después de todo, podía reemplazarlos por alguno nuevo.

Ni siquiera con el tubo logré alcanzarlo. Me molesté tanto que lo lancé sin pensarlo. Ya, listo, me daba por vencido. Solo me rendía ante él, sabía que no tenía remedio y era un gasto de energía en vano.

Bueno, finalmente hice algo bien, porque el metal le dio justo en medio de la frente. Celebré con un baile mi inesperada victoria y vi como su expresión burlona se esfumaba hasta tornarse en una sombría. ¿Qué se sentía estar en mi lugar? Estaba cansado de sus bromas pesadas.

—¡Estás demente, Erik! —se frotó la frente—, me quedará un cardenal de un tamaño abismal, ¿no crees que estás demasiado viejo como para reaccionar así de infantil? Fui agredido por un importante empresario, un futuro heredero multimillonario, y muy exitoso, bueno, solo en las finanzas, porque en el amor...

Cerré mi puño y se lo mostré. No iba a golpearlo, pero era un tipo de advertencia. Tal vez me escuchaba como alguien violento y en realidad no lo era. Crecí junto a Daniel, nuestra relación era la de un hermano mayor sereno y un hermano menor caótico, lo que se traducía en un irremediable desastre repleto de contiendas. A pesar de todo, lo quería.

—¡Juro que era una broma! —hizo un escudo con sus brazos para cubrirse el rostro con dramatismo y retrocedió—. No lo tomes a mal, Erik, pero algunas veces tengo miedo de que te termines casando conmigo o algo por el estilo. Todo apunta a que soy el único capaz de soportarte.

—De tu boca solamente salen puras estupideces; además, lo dices como si fueras a aceptarlo—me crucé de brazos.

—¿Por qué no accedería a casarme con un hombre multimillonario?

—¡¿Qué?! —lo vi con incredulidad y él se encogió de hombros.

—Podría hacer lo mismo que tu exesposa, sacarte dinero y luego desaparecer— tocó su barbilla con sus dedos. Lo más preocupante es que sí lucía pensativo.

Como sea, sus palabras tocaron mi fibra sensible, ¿por qué siempre tenía que recordarme todas mis desgracias? Lo peor de todo es que, aunque evitaba a toda costa contarle mis desgracias, el tipejo entrometido lograba enterarse y luego me despellejaba con sus viles discursos, ¡y ni hablar de su sonrisa burlona y ojos juzgones! En esta casa no existían los secretos.

—¡Maldito zángano! Vives a costillas mías y te atreves a tratarme de esa manera, nunca conocí un ser tan exasperante y mal agradecido.

¿Por qué tenía la impresión de maldecir más de lo habitual? En todo caso, no lo decía completamente en serio, por ello mi adversario le restaba importancia a cada una de mis palabras. Estaba casi seguro de que ni siquiera me escuchaba, para él escucharme hablar era igual al zumbido de un mosquito.

—Por supuesto, en algo debo ser bueno. Fuera de broma, no te lo tomes en serio, E, sabes lo mucho que te aprecio —se acercó, mientras intentaba lucir inocente con su muy odiosa sonrisa, hasta se sintió libre de pellizcar mis mejillas —Sí me casaría contigo sin intereses de por medio, hasta trataría bien a mi maridito.

¿Maridito?

—¿De qué hablas? —hasta él me vio confundido—. Me refería a que no me recuerdes mis desgracias amorosas.

Él soltó una carcajada, me dio palmaditas en la espalda y asintió.

—Solo quería seguirte molestando, olvídalo. De verdad espero que alguna vez encuentres a alguien que finalmente te valore por quién eres y no por lo mucho que tienes —sacudió mis hombros con ambas manos.

—Sabes debes ignorar mis maldiciones cuando estoy molesto, ¿verdad? Eres como un hermano para mí. Agradezco tu existencia, aunque seas un fastidioso.

—Sin mí tendrías una vida demasiado aburrida.

—Pero la paz no tiene precio... —ambos reímos por lo bajo al mismo tiempo.

Somos los únicos en comprender nuestro extraño humor y muestras de cariño. ¿Por dónde puedo empezar? Bueno, a grandes rasgos, Daniel era el hijo del exsecretario de mi padre, ¿por qué exsecretario? Cuando mi amigo tenía siete años su padre falleció de cáncer, mientras que la salud de su madre decayó debido a la severa depresión, por eso mi familia no dudó en acogerlo y se convirtió en mi hermano menor, aunque nuestra diferencia de edad es mínima, cinco años.

—Erik, iré contigo —accedí, tras una acalorada batalla.

Siempre lograba salirse con las suyas por ser el más pequeño de la familia. En pocas palabras, era un gran mimado.

Tomé mi gabardina café de terciopelo del perchero y él me vio incrédulo.

—¿Por qué llevarías algo así? Todo hombre tiene el deber de causar una excelente primera impresión. Quiero verte con saco y corbatín negro.

—Si es un baile con máscaras no importará. Nadie sabrá quién soy—me lo coloqué.

Dan resopló con hastío y me arrebató la prenda en un tirón, luego la escondió detrás de su espalda.

—Ponte algo decente. ¡Corre!

A regañadientes fui escaleras arriba y me vestí conforme a su voluntad. Cuando regresé a la sala de estar, percibí su impaciencia. Caminaba de un lado a otro con lo que parecían dos antifaces.

—Aquí tiene el suyo, distinguido caballero —me extendió la de color blanco.

Su máscara era prácticamente igual a la mía, pero de color negro y con el borde blanco.

—Espero que nadie te reconozca, sino descubrirán mi identidad.

—No te preocupes, soy bueno guardando secretos.

—¡Eso no es cierto!

—Esta clase de secretos sí —me vio divertido—, además, paso tan desapercibido como un fantasma.

—Entonces, ¿para qué ir a un lugar en donde no te haces notar?

—Es entretenido ver a los demás divertirse, también puedo hablar con desconocidos o simplemente me lleno la boca de comida y vino. La comida es excelente.

—¿Licor? Creo que habíamos hablado sobre eso —levanté mis cejas con sorpresa.

—No tomo tanto como para perder mi conocimiento, entonces no debes preocuparte —intentó reconfortarme—. Vámonos —abrió la puerta principal y salimos.

El chofer ya nos esperaba en uno de los autos. Eso era una clara señal de que mi amigo se preparó con anticipación. Sentí remordimiento al tardar tanto, el conductor debió aburrirse y maldecirme en su cabeza.

—Vamos para el Hotel Singularity —mi acompañante exclamó con emoción.

—¿Qué pasa si reconocen el auto? —sí, me sentía demasiado ansioso y preocupado. Tenía una reputación que mantener.

No podría imaginarme a la ciudad entera murmurando mi nombre, "¿Viste que el antipático de los Darwin visita el Hotel Singularity?". Las personas decían un sinfín de adjetivos calificativos desagradables sobre mí, sin importar que me desconocían al igual que yo a ellos.

En realidad, era bastante usual escuchar una gran cantidad de rumores que me incluían, lo peor, en mi propia compañía. Esa clase de personas inescrupulosas no tenían la más mínima pizca de respeto. Muchas veces creían hablar a mis espaldas, al girarse se encontraban con mi presencia y luego huían sin siquiera disculparse, entonces, ¿quiénes eran los desagradables? ¡Maldita sociedad con su doble moralidad! A veces deseaba sacarlos a todos a patadas, pero mi padre los excusaba con que eran familiares de alguna amistad.

—No te preocupes por eso, el parqueo es subterráneo y la iluminación es mínima.

—¡Eso es más preocupante! ¿Cómo se puede estacionar en esas condiciones? Hasta podríamos tener un accidente.

—Te preocupas demasiado, obviamente hay luces neón que señalan los sitios libres.

Cuando el auto se adentró en el parqueo mi terror de tener un accidente se disparó, pero Daniel tenía razón y nada malo sucedió. Me comportaba ansioso y dramático cada vez que me obligaban a salir de mi zona de confort. Tenía la manía de imaginar el peor de los escenarios.

—Ahora sí, ven —me tomó del antebrazo, subimos unas gradas con luces rojas y nos adentramos en el sitio.

Tenía varios años de no visitar un lugar así ni divertirme, hasta encontré una gran mezcla de emociones en mi interior, una parte de mí quería divertirse después de mucho tiempo, pero la otra creía que la idea era sumamente ridícula y solo quería escapar de ahí, pero la última de ellas se disipó en cuanto vi una voluptuosa figura frente a mí.

No necesitaba ver su rostro para darme cuenta de que ella era una diosa con una larga melena ondulada de lo que parecía ser un tono rojizo, piel blanquecina, finos brazos y con un físico capaz de enloquecer a cualquiera. Por ella era capaz de morder el señuelo y ponerme a su absoluta voluntad, sin importar que su vestido color vino parecía un letrero con la palabra "Peligro", pero ¿quién le hacía caso a esa clase de señales? Nadie, menos cuando lo peligroso podía resultar más excitante.

Dan y las demás personas se volvieron invisibles. Mis instintos de conquista salieron a flote. En ese instante me di cuenta de que el Hotel Singularity sería mi lugar favorito. Buscaría la forma de acercarme a ella sin importar lo complejo que resultara.

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