10
Las cosas en el instituto de investigación se están saliendo de control debido a la gran multitud de animales que rodean el complejo. Supuestamente era una manifestación pacífica. Pero marcharon hacia el instituto e intentan entrar a la fuerza.
—No se preocupe doctora Paz, la seguridad fue reforzada y cada uno de ellos sabe lo importante que es mantener al Pazoran Alares en su hábitat —le dice Elio para tranquilizarla. Ella está en medio de una crisis nerviosa y se encuentra en la enfermería debido a los contestes desmayos que sufre desde el incidente de los periodistas.
—No escuchan, nuestra imagen está manchada. Nunca volveremos a trabajar en algo importante por calumnias —se lamenta al cubrir su rostro con las patas. Se dice a sí misma que no debería llorar porque es adulta, sin embargo es muy difícil contener sus lágrimas.
—Eso no es cierto. Nosotros...
—Sé realista. Si ponemos un pie afuera nos destrozarán por "discriminar" a los simios —ella ya no puede contenerse y le da la espalda al recostarse en la camilla.
—No es justo, ¡no es justo! —Elio deja la enfermería, luego de azotar la puerta con fuerza—. Esos ignorantes, no t-tienen idea de lo que-
Él llega a escuchar unos sonidos extraños más adelante, entonces se acerca lentamente al pasillos, encontrando a un par de aves que se infiltraron en el edificio. Debieron llegar volando y entraron por las ventanas mientras los demás distraen a los animales de seguridad.
Elio las sigue cuidando sus pasos y su destino es la puerta del hábitat del simio.
—Información dice que es aquí —comenta una de las aves, en ese momento sienten la presencia del oso detrás de ambas.
—¡Tú! Eres uno de los osos polares que experimentan con el simio —lo señalan, haciéndolo gruñir por lo bajo.
—¡Silencio! —exclama para luego sostener su cabeza con las patas. Unos segundos después le arroja su tarjeta de identificación—. Se arrepentirán de esto —susurra mientras desaparece por los pasillos.
—Es la llave de la puerta —comenta una de las intrusas. Está tan sorprendida como su compañera.
El Pazoran estaba recostado sobre la arena, bajo la sombra de las palmeras. En ese momento escucha la puerta abrirse. Aquella que siempre esta cerrada y no pudo abrir por la fuerza.
Desde su lugar ve como dos seres extraños entran a su nuevo territorio. Sin embargo no se molesta en ocultarse, ya que el tamaño de esos animales en mejor al suyo. No se ven peligrosos a sus ojos.
—Hola. No tengas miedo.
—Nosotras venimos a rescatarte, ya estás a salvo —dicen. Sin embargo son ignorada, él se pone de pie y se dirige ala salida a pasos rápidos.
Sus pasos se vuelven un trote y luego corre en busca de la salida. Él pasa por unos pasillos, los cuales tiene ventanas hacia el exterior. Está rodeado completamente por un cordón que contiene a esos seres extraños.
Al dar los primeros pasos fuera, luego se destrozar la puerta de entrada con una poderosa patada, es el centro de atención atrayendo la mirada de todos los presentes.
—¡Es él! —exclaman. Todos festejan por su logro, gracias a sus esfuerzo liberaron al simio de esos crueles experimentos inmorales. Los animales de seguridad se apartan al creer que los científicos cambiaron de idea y lo liberaron.
Él mira todo a su alrededor son asombro mientras se abre paso entre la multitud, en ese momento un venado de gran cornamenta se interpone en su camino.
—Lamento que hayas tenido que sufrir tanto. A partir de ahora estarás a salvo —le dice, más bien lo anuncia hacia la multitud. Él es uno de los animales que organizó la manifestación. Ve con regocijo como los demás lo felicitan y celebran, pero comete un terrible error.
El simio siente la pezuña del herbívoro en su hombro, por los que toma su pata y la retuerce. Rompe casi todos los huesos de su brazos y muñeca. El gran venado grita de dolor, soltando alaridos desgarradores. Pero su sufrimiento no acaba porque su brazo es arrancado de su cuerpo por una fuerza descomunal.
Los animales que quieren ayudarlo son heridos por la puntiaguda cornamenta que el simio rompió y ahora la utiliza como arma.
El pánico se apodera de todos, quienes huyen despavoridos. El simio se aprovecha de esto para desvanecerse en el disturbio. Dejando sólo un pequeño rastro de sangre debido a la pieza de carne que lleva consigo.
Mientras escapa se escabulle a unas calles angostas que lo alejan más y más de su actual prisión. Cuando se aleja lo suficiente de los disturbios, luego de correr a través de campos. Encuentra ropa tendida que usa para cambiarse ya que estaba cubierto de sangre y además envuelve su comida para llevar.
Continúa un poco más adelante. Encontrando una pequeña ciudad, pero prefiere quedarse a las afueras para hacer fuego. Tanto correr ya le dio hambre. Se detiene cerca de un arroyo, el cual utiliza para lavar la carne mientras le quita la piel con sus uñas.
Esta es la primera vez que comerá carne de una criatura que no es acuática y se pregunta cómo es su sabor. Cuando la pata está en su punto, él le da un gran mordisco, notando el delicioso, jugoso y explosivo sabor en su boca.
Los siguientes días se reportaron robos y más motivaciones, teniendo como sospechoso al simio, quien ahora se movía a sus anchas.
Los animales buscaban al culpable de esos crímenes y voltearon nuevamente hacia los científicos. Diciendo que sus experimentos convirtieron al simio en un monstruo.
—¡Carajo! —exclama Elio al arrojar tu taza de té, haciendo que la porcelana estalle contra en suelo—. ¡Ellos lo liberaron y ¿nosotros tenemos la culpa?!
—Cálmate —murmura ella al rodearlo con sus brazos. Elio todavía está agitado y espera tranquilizarlo con ese abrazo—. No importa, creerán en la verdad tarde o temprano. Nosotros no podemos hacer más.
—Yo... E-Es mi culpa —confiesa mientras su voz se quiebra—. Estaba furioso y... frustrado. Ellos habían e-entrado y les di m-mi llave para que abran la puer-ta del hábitat.
Luego de eso siente a la doctora Paz alejarse de él. La osa busca sus ojos para darle una sonrisa.
—No debiste hacer eso, pero lo entiendo —le dice en un tono maternal, entonces lo abraza nuevamente para consolarlo—. Está bien, tranquilo —susurra mientras Elio llora en su hombro.
No puede culparlo, ya que esos animales hubieran liberado al Pazoran por la fuerza si era necesario.
Ya era demasiado tarde y el simio continuaba con sus crímenes, no podían hacer cumplir las leyes con él, porque comprendieron que no podían razonar con él luego de que atacara a cualquiera que se acercara, dejándolos sin alguna parte de sus cuerpos.
Tampoco pueden rastrearlo ya que de alguna manera podía hacer desaparecer su olor. Pazoran sólo hace lo de siempre, caza y explora el nuevo ambiente, aunque no se aleja demasiado de los cuerpos de agua. Los nuevos sabores lo incentivan a seguir.
—¿Entonces éste el simio bestia? —dice alguien al estar detrás de él. Al voltear ve a un par de animales en la puerta de la casa abandonada. Se sorprende un poco al verlos allí por buenas razones—. No parece la gran cosa —comenta un gran gorila, el cual rasca su barbilla. Entonces su vista se dirige a la carne que está asando en la chimenea bastante demacrada.
—Es él, no hay duda —murmura su líder. La carne no es el problema, sino que ven los restos de la piel de un tigre sobre los hombros del simio—. ¿Cómo te llamas? —pregunta, pero no recibe respuesta. Sino que comienza a escuchar gruñidos de su parte.
—¡Cuidado! —exclama su mano derecha y se coloca frente a su líder para recibir el ataque. Todos se quedan sorprendidos al ver los cuchillos clavados en el brazo de uno de ellos. De repente el simio salvaje ataca de nuevo, ahora con una lanza que se clava a unos centímetros de la cabeza de líder.
Los gorilas saltan sobre él, atacando al mismo tiempo. Pazoran apenas consigue esquivar los primeros golpes. Pero uno consigue tocar su mejilla y lo lanza con dureza al suelo. Al instante de caer siente el peso sobre todos ellos sobre él, siente un pinchazo en su brazo, entonces todo vuelve oscuro. Esa sensación la conoce bien ya que los osos también habían usado tranquilizantes.
Con el simio salvaje bajo control, los gorilas se tranquiliza y retiran los cuchillos del brazo de su compañero.
—¡Ah! ¡Mierda, ten cuidado!
—Están clavados muy profundo —le dice el otro mientras sujeta el mango del siguiente cuchillo que sacará.
—El bastardo es pequeño pero tiene fuerza y agilidad —murmura el gorila líder mientras lo toma de sus brazos para levantarlo del suelo. Lo observa con detenimiento, encontrando las marcas de antiguas batallas en su piel—. Será un gran espectáculo en las pelear.
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