Et filii diaboli


"Presentimiento es esa larga sombra sobre el césped que indica el hundimiento del sol; la noticia corre por la hierba temerosa: la oscuridad está a punto de pasar".
(Emily Dickinson)

En lo más profundo del bosque, a unos cuantos pasos de un río, se encontraba una mansión, al parecer se encontraba abandonada, era vieja y tenía un estilo de hogar de algún aristócrata del siglo XIX, que lo usaba como su casa de verano, aún así pese a todas las adversidades que debió a ver pasado, fuertes tormentas, la fuerte concentración de moho o inclusive la invasión de plagas, la casa conservaba su belleza y a simple vista parecía ser que solo esperaba ser habitada por alguien que llenó de amor pudiera cambiar este hermoso lugar y convertirlo en un hogar de nuevo... Lo triste es que eso nunca volverá a pasar.

¿Pero qué fue lo que ocurrió? Presta atención a cada palabra y no te pierdas el más mínimo detalle, porque te arrepentirás por el resto de tu vida.

Nadie quiere comprar esa mansión, porque solo se cuentan historias demasiado horribles en ese lugar. La familia Blackwood dueños de ese gran hogar, dueños de una gran empresa, por inventar la máquina de vapor para mejorar y apresurar la recolección en sus grandes cultivos, el señor Victor Blackwood tenía el gran sueño de casarse con una joven inglesa de origen noble y de rasgos bellos, entonces se casó con la condesa Elizabeth Angel, apenas cuatro años más joven que él. La vida le sonreía hasta pareja, ambos a pesar de su diferencia de edad ambos quedaron contentos por la persona que se convirtió en su futura pareja, destinados estar juntos para la eternidad. Cuando la mujer de Victor quedo embarazada, todos en pueblo - que servían en las tierras de los Blackwood - festejaron hasta el amanecer porque los amos pronto tendrían a su primer bebé del linaje de linaje noble y de seguro pronto tendrían a su primogénito masculino quién sería dueño de todas las tierras de los Blackwood.

- De seguro será un varón, porque siempre en el primer embarazo una debe a luz un hombrecito - dijo Margareth una de las amigas de Elizabeth Angel.

- ¿Según quién? - pregunto Amelia otra de las amigas de Elizabeth.

- Bueno, es obvio ¿no? Imagínate darle una niña como primer hijo.

- ¿Tiene algo de malo? - preguntó con algo de ingenuidad la futura madre.

- Pues para un hombre aristócrata y que ahora es conde, no le sería nada grato saber que su primogénito resulté niña - habló Margareth tomó un pequeño sorbo a su té de manera tan fina que no hizo ruido alguno al colocar la taza en el plato de porcelana -. Sería un asunto muy vergonzoso, ¿no lo crees así mi querida Elizabeth? - en arco una de sus cejas esperando una respuesta por parte de la señorita Blackwood.

- Pues...- trataba de buscar alguna respuesta que la pudiera salvar de ésa situación, incluso pidió ayuda con la mirada a Amelia, pero tampoco sabía que hacer.

Alguien entró en sala del té, un hombre que vestía de un traje negro elegante de corte inglés, con un sombrero de copa oscuro, con unos elegantes guantes blancos y un bien parecido de rostro. Se acercó a la señorita Elizabeth y beso su mano.

- Ya regresé a casa querida esposa - su voz era suave y profunda, no cabía duda que era todo un Don Juan.

- Victor, que alegría me da que ya encontréis en casa - dijo con alegría Elizabeth.

- ¿De qué hablaban? - preguntó Victor con cierto interés a su conversación que las damas tenían hace unos infantes antes de llegar.

- Primero el saludo, ¿no querido? - Margareth hace mucho tiempo era la amante del señor Víctor, y siempre deseó algo más de él, pero él jamás la pudo ver cómo su futura esposa tenía la mala fama de tener relaciones carnales con todos los hombres aristócratas, muchos hombres viudos han querido hacerla su esposa, Margareth ha rechazado todas esas propuestas, porque no cree en el matrimonio.

- Mis sinceras disculpas mi señora Margareth De Pharinie, me es grato placer volver a verla - habló Victor casi en una reverencia, Margareth estiró su mano para que el señor Blackwood la besará, Victor tubo que hacerlo soltando un suspiro pesado antes de realizar esa acción.

Victor realizó la misma acción con Amelia, la saludo cortésmente y luego besó su mano, después fue a sentarse al lado de su esposa.

- Victor - comenzó a hablar Margareth para que apartará la vista de Elizabeth -. ¿Te gustaría que tú primogénito fuera mujer?

Victor colocó su mano en su barbilla, como si buscará una respuesta, lo más increíble es que Victor no parecía molestó ni incómodo, todo lo contrario en mostraba una sonrisa.

- No lo sé - contesto Victor -. ¿Tú qué dices, mi querida Elizabeth? - le pregunto a su esposa.

- Pues...- se puso pensativa -. Yo más bien pienso que todo eso sí es niño o niña es casi sin importancia. Lo que más quiero es que este bien y sano - contesto avergonzada y a apenada por su respuesta, su esposo la miró con ternura.

- Tienes razón - dijo abrazando a Elizabeth por su cintura y colocando su rostro cerca de su cuello, impregnándose del dulce aroma de su mujer -. También pienso así, no importa si me das una niña, recibirá el dulce carácter y sensato de su madre.

- Victor me sorprende que desees una niña, cuando ella no podrá ser la que llevé el título de condesa, después de usted.

Victor soltó a su mujer y se levantó para acercarse a observar la ventana.

- Me sorprende que me diga eso usted señorita De Pharinie, una mujer que parece fuerte e independiente - el porte que tenía aquél apuesto hombre, era algo que podía enamorar a cualquiera -. Lo que quiero decir es que ya es tiempo que se hagan algunos cambios a nuestros tiempos, es hora de dejar absurdas tradiciones - brindó una sonrisa algo hostil a Margareth.

- Cielo.

Elizabeth no quería que su esposo comenzará a disgustarse, la mirada de Victor se suavizó.

- Lo lamento mucho, por mi comportamiento señoritas.

- No sé preocupe señor Blackwood - dijo Amelia tratando de fingir una sonrisa -. Lamento mucho por no quedarnos más tiempo, pero nosotras ya tenemos que irnos.

- Tienes razón - Margareth se levantó del asiento -. Nos vemos luego mi querida Elizabeth y felicidades a ambos de nuevo.

- Muchas gracias Margareth.

Margareth miró a Victor como si planeara devorarlo por completo.

- Nos vemos señor Conde.

Elizabeth le pidió a Victor a que las acompañara hasta la puerta, por educación, el ama mucho a su esposa pero sabía en el fondo que eso no era una buena idea. Él tenía pensado dejarlas hasta la puerta e irse, más sin embargo Margareth pensaba en otra cosa.

- ¡Victor!

El no volteó a ver a Margareth solo soltó un suspiro.

- Oh señorita Pharinie, debería irse ya su hogar, pronto oscurecerá y entonces...

- Victor - la voz de Margareth era mucho más femenina y que
a su vez de a una súplica para que se detuviese y que la escuchase -. ¿Ya olvidasteis como me hablabas, con dulzura y con comprensión, ¿acaso olvidasteis como hace años me decías...

- No, claro que no he podido olvidar, ni aunque encontrara la manera de olvidar lo haría.

- Entonces mírame al rostro y vuelve a decirme esas palabras que siempre me hacían sentir feliz y vuelve conmigo a tener la felicidad eterna, entre la pasión aunque terminemos en las brasas del infierno - Margareth giró a Victor para que la viera a los ojos, pero la mirada que este le brindaba era una sonrisa amarga y con una mirada helada que ella quedó completamente quieta, no podía creer algún día que él, le brindará esa mirada tan hostil.

- Si he de ir al infierno no será por ti, me ganaré mi lugar en él sin la ayuda de nadie.

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