2
Despierto con el maldito sonido del despertador, el cual paro de un golpe, aunque, así, un día de estos, me lo cargo; que se joda.
Me duele la mano y, de sopetón, soy consciente de lo que ayer ocurrió; «¡Tengo trabajo!», exclamo en mis adentros, y luego pienso; «Mi jefe es un raro», y la alegría se me pasa, hasta que recuerdo el beso, y la mano se pone ardiendo, y yo me hago daño al apretarla contra mi pecho.
—¡Qué idiota soy! —me recrimino al sentir la punzada de dolor.
Después de hacer el capullo, de desvariar y gandulear, me levanto y me visto; tejanos, la única camisa blanca, una americana informal y deportivas; todo lo que necesito para ir medio bien vestido pero sin pasarme de elegante o informal.
Salgo; Noel está en el salón-comedor. Está desayunando cereales y viendo Dragon Ball Super; ahora es cuando diría: «Con veinticinco años que tiene y aún viendo dibujos», pero es que yo, aunque esa serie no la veo, sí sigo otras; soy un puto friki en muchos aspectos, y me mola serlo, no voy a mentir.
—Güenos ías.
Deduzco que me ha dicho «buenos días» y le respondo:
—Buenos días a ti también, cerdo. No me hables con la boca llena, te lo he dicho mil veces, joder.
Pese a que me mosquea, él sonríe.
Traga y prosigue:
—¿Qué tal la entrevista de ayer?
—Pues... —Me lo pienso—. En parte bien.
—¿En parte? —No entiende y me mira con cara de haberse perdido en medio de una rotonda—. ¿Te han dado el curro o no?
—Sí —respondo rascándome la nuca, creo que aún se me erizan los pelos cuando pienso en Hughes.
—¡Eso es fantástico, tío! Te vas a estrenar por la puerta grande —exclama verdaderamente alegre; a fin de cuentas, Noel, es mi mejor amigo desde primaria, y me quiere mucho, como yo a él, pero ninguno lo reconocerá ni bajo amenaza de muerte.
—Pero...
—¿Hay un pero en semejante chollo de trabajo?
—No con el curro, sino con el jefe; es rarito.
—Joder, macho, bienvenido al mundo real, ¿qué jefe no es un raro, un cabrón o un puto psicópata?
—No sé, es que ayer... —Me callo antes de decir lo del beso en la mano, porque, pese a ser algo tan raro lo que hizo, me gustó, y no raro de «¡oh, un tío me ha besado!», porque soy gay y me da igual, pero si raro de «¿esto a qué cojones ha venido?».
«Necesito terapia», me digo cuando sigo pensando que me moló el gesto; sigo sintiendo sus labios carnosos sobre mi piel, y entonces...
—¿Tío, estás bien? Te acaba de subir fiebre o algo, porque estás colorado —dice Noel sacándome de mis pensamientos—. Eso... —su tono ya me dice que va a soltar alguna—. Te mola tu jefe. ¡No!, tú le molas a él y de ahí que lo llames raro. ¿Te hizo ojitos? —pregunta poniendo morros y pestañeando deprisa.
Suspiro, niego con la cabeza mientras pongo los ojos en blanco y rezo:
—¿Dios, yo qué he hecho para merecer esto?
—No le reces al de arriba que no le caen bien los sodomitas —suelta, luego se ríe con malicia.
—Imbécil... —gruño, pero no me enfado, él es así y me encanta; no de ese modo que ya alguno estará pensando: «¡oh, habrá tema entre amigos, yupi!», pero la estaría cagando, porque él es hetero y tiene novia, y yo superé, hace años, el que me gustase, aunque no era más que un amor infantil; a Noel lo he querido siempre como a un hermano, sobre todo, cuando la vida se me complicó; porque él siempre está ahí, y cuando digo siempre, es siempre.
—¿Cuándo te toca empezar a trabajar? —pregunta sacándome de mi mundo.
—Cuando lleve el contrato firmado; no me puso día. —Lo miro con un sentimiento de extrañeza—. No sé qué pensar, ese tipo es raro de cojones y no sé porqué me escogió; si te contara como fue la entrevista ni tú lo entenderías.
—No necesito saber nada, ya me imagino que la liaste parda —ríe y le dedico un gesto con cierto dedo que aún hace que ría más, y yo paso de él preparándome un bol con leche para desayunar cereales—. Por cierto, ¿qué te pasó en la mano?
—Torpeza, mas vaso, igual a herida. —No necesito decir nada más para explicarme.
—Espera, espera... —Me mira aguantando la risa—. No me digas que fue en la entrevista. —Y estalla a carcajadas antes de que le responda, porque no necesita que le afirme nada, él lo sabe, es Noel y me conoce mejor que yo mismo.
—Paso de tu cara, capullo —bufo y me asiento al otro lado de la mesa, y le ignoro haciendo ver que me centro en la serie, aunque no le hago puto caso, como a Noel.
Tras una mañana de aguantar burlas por parte de mi puñetero mejor amigo, me acabo de asear y me voy a las oficinas temporales de mi nuevo jefe.
Ayer me leí el contrato; un sueldo bueno, horas justas, y las extra bien pagadas, sábados y domingos libres... No puedo quejarme. Sólo tengo que estar disponible veinticuatro horas por sí el señor Hughes quiere hablar sobre el proyecto, hacer cambios o preguntas, pero supongo que es lo normal, ¿no?
Pues, por la noche, cuando lo leí, firmé.
Y esta mañana, después de que Noel se fuera, llamé al número que se publicó para apuntarse a la entrevista, y confirmé que llevaría los papeles firmados, así que estoy esperando en la misma sala de ayer, a la cual le estoy pillando un asco importante, porque me pone nervioso.
Aparece, Blanch, creo que la llamó, y me dice:
—El señor Hughes le atenderá enseguida.
«¿Cómo? Yo no quería ver a ese tipo, sólo pretendía dejar el contrato y largarme», pienso inquieto; ¿por qué me pongo nervioso? A saber, soy así de raro.
Dos minutos después, o dos años, porque la espera está siendo eterna, sale, de la puerta del fondo, Seth.
—Señor Campbell —me dice acercándose. Su gesto es serio, sus andares muy varoniles y regios; se siente un aura de los más extraña, como si ese tipo fuera otro.
Me pongo en pie, le tiendo la mano y vuelvo a pensar que me hará daño, pero no me deja retirarla; me agarra con cuidado y siento como si en vez de un saludo fuera una caricia.
—Ho-hola —digo, para variar, nervioso. Respiro, me calmo y hablo con un poco más de normalidad—. Vine a traer el contrato firmado; no quería molestarle.
—Pase a mi despacho, por favor. —Me hace ademán para que le siga, y lo hago.
Paso dentro de la estancia; a diferencia de la sala donde me entrevistó, el despacho es algo más personal; hay un sofá blanco impoluto, un par de cuadros de pintura moderna, una estantería con libros; veo que hay de todo un poco, hasta novelas. Hay varias fotos en las que sale él; serio, en todas está serio.
Me giro cuando oigo la puerta cerrarse tras de mí y le veo de nuevo ese gesto; «Qué sonrisa tan bonita», pienso; «Pero si sabe sonreír», me sigo diciendo, porque la verdad es que el aura acaba de cambiar de nuevo.
—Póngase cómodo, por favor —me pide señalando de manera formal el sofá; es de dos plazas, así que... pienso, luego me inquieto; «¿Se sentará a mi lado?».
Me acomodo en un extremo e intento pensar en cosas triviales; ¿quedan cereales?, ¿qué cenaré hoy?, ¿tengo que ir al baño? ¡Oh, mierda! Eso no lo debí pensar porque ahora aún estoy más nervioso y me estoy meando.
—Así que ha aceptado el contrato sin más, ¿no? —pregunta amable, sonriente. Se sienta a mi lado, pero mantiene las distancias; gracias a los cielos.
—Sí, no podía poner objeciones a semejante chollo —carraspeo, me doy vergüenza por hablar de forma tan coloquial.
—Me alegro. —Le veo ampliar la sonrisa, o me lo imagino, no sé, estoy intentando no mirarle a la cara.
—Agradezco que me escogiera para este puesto, espero no defraudarle —digo intentando ser algo más cordial, y, sobre todo, normal.
—Su trabajo parece muy... —Piensa unos segundos y dice—: concienzudo.
—He tenido mucho tiempo para dedicarle al edificio. —Por fin logro hablar como un ser humano con más de dos neuronas funcionales.
—Pero no fue sólo el edificio lo que me llamó la atención.
Acabo de sentir como una corriente me ha cruzado de arriba a abajo. No mola, me da más ganas de mear.
—Los dibujos aquellos... Yo... Hago dibujo artístico —confieso sintiendo como mil grados más en mis mejillas.
—¿Fueron hechos con modelos?
«Yo me he perdido algo. ¿A qué cojones viene esto?», me digo sintiendo que he de salir corriendo; ¿he dicho ya que me estaba meando?, porque cada vez estoy peor.
—¿Modelos? —No sé qué responder. Hughes me mira esperando la respuesta; creo que está coqueteando, pero también puede ser que no he dormido una mierda y estoy flipando—. Sí.
—Mm... —Parece interesado—. Tienes talento, no sólo en la arquitectura.
—Gra-gracias. —Parece un halago sincero, pero me sigue pareciendo que me está tirando los tejos.
—¿Me haría uno, señor Campbell? De mí, claro.
Vale, ahí tengo que parar, desconectar y respirar. «¡¿Me acaba de pedir que lo dibuje en pelotas?!», pero es imposible desconectar de algo así, joder.
—¿Cómo? —Demuestro, con esto, mi gran capacidad dialéctica.
—Que me gustaría que me retratara como a los modelos de sus dibujos —repite con calma.
«Me está vacilando», me digo sonriendo de manera nerviosa y mecánica; si alguien se lo pregunta, aún tengo más ganas de mear que hace unos segundos.
—¿Yo? —Sigo demostrando que puedo con cualquier situación; sarcasmo, por si no se nota.
—¿A caso le he molestado? —No noto ápice de coña en su voz, es más, parece que habla en serio.
—No —digo con un hilo de voz; otra vez voz de pollo. Carraspeo.
—Entonces... ¿accedería? —Parece ilusionado, se le ha iluminado la mirada.
Adivina, adivinanza, ¿cómo voy a liarla ahora? Correcto; voy a decir con voz de idiota:
—Va-le.
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