Hora de enfrentar la realidad.

¿Muerte? La muerte es tan extraña, puede llegar de repente, o puede que lleve años persiguiéndote, puede que sea rápida y sin dolor, o puede que lenta y que sea tan dolorosa que quieras arrancarte la piel.

Lo único seguro en la vida es que vas a morir, no es un misterio para nadie. Muchos le tienen pavor a la idea de morir, pero están inevitable. Aún recuerdo que una amiga de mi padre solía decir: estoy tan segura de eso como de que todos vamos a morir.

También recuerdo del pavor que me generaba la idea de morir o de que alguien cercano a mí lo hiciera. Al crecer a esa lista se sumó el miedo de perder un paciente. Todos los doctores cuando entrar a su internado saben que alguien morirá bajo su cargo, todos están a la espera. Pero jamás entiendes el dolor y la desesperación de perder un paciente hasta que lo vives por ti mismo.

— ¿Hora de la muerta? — escucho preguntar Camilo, pero su voz se escucha tan lejana, tan ida, como si estuviera a miles de kilómetros.

Ella no...

Ella no podía estar muerta...

Esto es...

Solo me fui unos segundos...

Muchas voces sé escuchan a mi alrededor, pero no puedo descifrar lo que dicen, solo puedo ver fijamente su cuerpo sin vida.

Le fallé...

Y le fallé a su familia.

— Amelia— gritan trayéndome devuelta a la realidad, doy un respingón, al parecer el que me grito mi nombre fue Camilo, quien me mira con preocupación— Pérez...— siento mis mejillas húmedas, creo que por ¿lágrimas?

— Yo...— empiezo, un nudo ser forma en mi garganta haciéndome imposible hablar, mi visión se nubla, y lágrimas gruesas ruedan por mis mejillas — fue mi culpa— susurro sin aire.

—No le fue— intenta calmarme— La señora Marta ya estaba muy enferma, no estaba a nuestro alcance.

—Claro que sí— me quejo. Mi corazón late a mil por hora, mi respiración faya, necesito aire...

¡Necesito aire!

—Pérez, necesitaba un trasplante, eso no está a nuestro alcance.

—Me pude haber dado cuenta antes— él suspira pesadamente.

—Harves— lo llaman.

—Ve al baño, lávate la cara, y cuando me desocupe hablamos, ¿sí? Y yo hablaré con la familia...— él se va sin esperar respuesta.

¿Quizás si hubiera hecho algo ella hubiera estado bien?

No sé cómo, pero salgo de la habitación.

Camino torpemente a la entrada principal del hospital, el aire frío de la noche me recibe, en el camino me gané unas cuantas miradas extrañas, ya que en ningún momento he dejado de llorar.

¿Qué pude haber hecho?

Levanto la mirada para encontrarme con la luna...

La luna es tan hermosa...

Siempre me he amado la luna, lo tranquila que se ve, siempre me ha dado paz.

Por inercia empiezo a caminar hacia mi jeep. Al entrar a mi auto suelto un grito de frustración salió de lo más profundo de garganta. El grito fue tan fuerte que hace que mi garganta arda.

Doy unas cuantas arcadas en busca de aire. Mi monitor suena segundos después trayéndome devuelta a la realidad.

Me necesitan...

Limpio mis lágrimas con brusquedad, mientras salgo del auto dispuesta a volver a entrar, pero sin querer golpeo a alguien con la puerta.

—Perdón yo...— susurro con la cabeza agachada.

—¿Lia?

—¿Blue? – pregunto aliviada de verlo.

—¿Qué tienes? — él toma mi cara entre sus manos, y me mira con preocupación, verlo hace que me quiebre de nuevo.

—Mi paciente... —intento explicar, pero me es imposible.

Él me rodea con sus brazos, atrayéndome a su cuerpo.

—Respira...— me susurra acariciando mi cabello. No sé por cuánto tiempo me abrazo, no sé por cuanto tiempo llore, solo sé que ya no podía más, me separo poco a poco de él.

—¿Te sientes mejor? — pregunta, cauteloso.

—Un poco. — me mira, no muy convencido.

—Vamos— él toma mi mano para guiarme al interior del hospital, nos detenemos frente al baño.

Me entro al baño, me paro frente al espejo, mi rostro está totalmente rojo e hinchado, lo lavo con agua fría para intentar relajarme.

Después de un rato salgo del baño un poco mejor.

—¿quieres hablar de eso? — pregunta Blue, cuando salgo del baño.

—Yo— empiezo, pero mi monitor suena— mierda, me tengo que ir, me están llamando, hace rato— él me mira confundido. Salgo corriendo sin esperar respuesta, pero a medio camino me detengo abruptamente, me doy la vuelta, percatándome que él sigue ahí, corro a su dirección para abrazarlo.

—Amelia — me llama antes de que pueda irme — Si necesitas algo, puedes buscarme.

—Muchas gracias— susurro entre sus brazos. Él me sonríe dulcemente.

Ahora, si voy a emergencias, está un poco lleno.

—¿Dónde estabas? — me grita el doctor Smithsom, es cirujano general. Está muy enojado.

—Perdón, yo...— empiezo.

—Mejor ni hables— grita— Ve a la sala cinco— me congelo automáticamente.

Sala cinco...

—¡Para hoy! — grita.

Abro la cortina para encontrarme con un señor de aproximadamente 80 años o más, se ve muy mayor.

—Buenas noches. — saludo.

—Hola...— dice sin mucho ánimo.

Yo puedo.

—Vine a recolectar sangre para unos estudios. — le digo con mi mejor sonrisa fingida.

Nunca me ha costado fingir emociones, en una familia como la mía ocultar emociones es cosa de todos los días.

—Aja...— responde tajante.

Mis manos tiemblan mucho, tanto que no puedo agarrar bien la jeringa, al primer intento de encontrar su vena fallo, al segundo igual.

—¿se puede saber qué mierda haces? — me grita el señor cuando fallo por tercera vez.

—Lo lamento mucho...— intento disculparme.

—¿lo lamentas? — grita todavía más fuerte.

—¿Qué pasa aquí? — entra el doctor Smithsom.

—Esta estúpida me quiere matar— grita — no es capaz ni de sacar sangre.

—Yo — intento excusarme, el doctor Smithsom me mira horriblemente mal, anunciando que me callara.

—Pérez espera afuera. — ordena— Disculpe, señor, ahora vendrán a atenderlo.

—Espero que sea alguien competente. - El doctor me guía a un rincón, bastante alejado.

—¿Qué te crees? Llegas tarde, tienes problemas con los pacientes, ¿qué tienes? - me pregunta. Su ira crece con cada segundo.

—Perdón señor, tuve un mal día, pero eso es excusa, prometo que no volverá a pasar.

—¿tú viste un mal día? — se burla— ¿peleaste con tu novio o algo? Déjame informarte algo, aquí se trabaja con vidas, aquí no existe el lujo de tener malos días. Los pacientes tienen malos días, los doctores no.

—Lo entiendo, señor.

—No parece, si lo entendieras te esforzarías.

—Me estoy esforzando. — respondo, yo también molesta.

—No parece. Escucha, no puedes traer problemas externos. Trabajamos con personas enfermas que necesitan de toda nuestra atención y cuidado. Aquí no existen las segundas oportunidades, si cometes una falla puedes matar a alguien. Si no eres capaz de separar tu vida personal del trabajo, supongo que te equivocaste de carrera. — asiento— ahora iras, te disculparas con ese hombre y ahora si intentaras esforzarte ¿entendido?

—Sí, doctor— él se va a seguir con sus responsabilidades. Antes de que pueda ir me dice algo más.

—Tu talento no es nada si no sabes controlarte. — dice mirándome decepcionado.

Creo que esa frase jamás saldrá de mi cabeza.

Inhalo y exhalo unas cuantas veces.

Yo puedo, no dejaré que mis sentimientos interfieran con mi trabajo.

Hazlo perfecto o no hagas. 

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