Prólogo.

De acuerdo con un estudio realizado por científicos de alguna universidad en alguna parte del mundo, de la población mundial el setenta por ciento tiene algún tipo de enfermedad. De ese alto porcentaje cuarenta por ciento sufre de problemas cardiovasculares y el treinta y cinco por ciento tiene altas probabilidades de sobrevivir mientras que el cinco por ciento tiene una inminente muerte segura.

Mi nombre es Zoé Bulman y pertenezco al cinco por ciento de la población mundial que está en espera de su inminente muerte. Y está bien, lo acepto. Quiénes no lo aceptan son mis padres.

Cuándo cumplí doce años me di cuenta que tenía un corazón tan enorme que no me cabía en el pecho. Y no, no es una metáfora para alabar mi bondad o algo que se le parezca. De verdad tengo un corazón enorme que crece de a poco y que en algún momento va a matarme.

Desde entonces mis padres me han hecho pasar por cada uno de los hospitales del país en busca de algún tratamiento eficaz que frene o que por lo menos reduzca el ritmo del estiramiento de mi corazón pero parece que todas las jodidas lunas de Júpiter se alinearon para hacerme sufrir y como todo el mundo estoy a la espera de un milagro que sé que no pasará. Porque la vida es cruel y las cosas no funcionan así.

He tratado de hacer que paren, en serio. Créeme, lo he intentado pero parece que nada de lo que hago vale la pena, soy una chica de dieciocho años que no tiene voz ni voto en su propia vida. Es tedioso. Y lo odio.

Pero, hey...que no decaiga el ánimo. Repite conmigo mi mantra. Hope. Always hope.

Pero ya no funciona, no con una persona que vive en la realidad y lo acepta. ¿De qué sirve tener un mantra que hable de la esperanza cuándo sabes de antemano que no pasará? No es ser negativa, es ser realista. Los milagros no siempre se llegan.

O por lo menos eso era lo que yo creía.

¡Hasta que llegó! Con nombre y apellido: Audrey Smith.

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