C9: Una carta de despedida.


Erick avanzó lentamente por el pasillo de la casa de Audrey observando las fotografíaa que él ya conocía a la perfección. Desde que ella se había marchado, él jamás había vuelto a esa casa. La idea de hacerlo lo hacía estremecer y hacía que el corazón se le quisiera salir del pecho con sólo pensarlo. Todo el sufrimiento por el que pasó ahora estaba enterrado en lo más profundo de su ser y la idea no era traerlo de nuevo. La idea y la opción más sensata era que se quedara ahí por el resto de su vida.

Acarició la llave de la puerta de la habitación con la yema de los dedos y su piel se erizó de golpe recordando todos los lindos momentos que había pasado con Audrey dentro de esas cuatro paredes. La cantidad de veces que se había acurrucado el uno con el otro para ver películas hasta que alguno de los dos se quedaba dormido. La vez que Audrey no se pudo ir de campamento y Erick siendo un buen novio había armado un campamento dentro de la habitación.

Sintió su ritmo cardiaco aumentar ante todos los recuerdos que estaban explotando dentro de su cabeza como fuegos artificiales y soltó un pequeño suspiro al tiempo que introducía la llave en la cerradura para poder abrir.

Todo parecía igual que cuando Audrey utilizaba la habitación, era como si realmente Audrey sólo estuviese fuera de casa por un par de horas. El lugar estaba limpio y cada cosa estaba en su lugar como él las recordaba. Parecía en perfecto orden.

Excepto por una caja blanca encima de la cama que tenía su nombre escrito en tinta verde. Soltó un pequeño suspiro y se adentró en la habitación reuniendo todo el valor necesario para hacerlo. Se sentó en la cama y tomó la caja de cartón contado mentalmente hasta cien antes de abrirla.

Con cada segundo que pasaba sus nervios aumentaban y el dolor por la pérdida de Audrey se avivaba más y más como si fuese la primera vez que lo sentía. La abrió cuidadosamente y lo primero que encontró fueron un montón de fotografías viejas de ellos juntos. El baile de promoción, los días de campo, incluso esa fotografía que se habían hecho en lo alto de la rueda de la fortuna. Erick la besaba en la mejilla y ella le sonreía a la cámara tan feliz que por un momento él sonrió también.

¡La extrañaba!

Extrañaba ver sus ojos, escuchar su risa, hablar con ella. Extrañaba sus abrazos, sus caricias. Extrañaba el calor de su cuerpo y todas esas cosas que lo hacía sentir cuándo estaban juntos. Acarició la fotografía delicadamente y soltó un lastimoso jadeo apartándose una lágrima rebelde de la mejilla.

Entonces lo vio. Un sobre verde con su nombre. Lo tomó lentamente y dejó la caja encima de la cama de nueva cuenta para poder abrirlo.

El alma se le cayó a los pies apenas reconoció la letra de Audrey y apartó la mirada de inmediato. ¡No podía leerlo! ¡Pero tampoco podía hacer como que no estaba ahí! Resopló resignado y extendió la hoja cuidadosamente.

Querido Erick:

Me duele tanto el hecho de saber que voy a ser la persona que más daño va a hacerte en la vida...lastimosamente no es algo que pueda evitar y no sabes cómo me duele eso.

Hoy me di cuenta que me voy a morir. El doctor Hans me dijo que tengo un tumor de Wilms y que para mí desgracia está demasiado avanzado, existe una operación que podría salvarme pero también es demasiado delicada que podría matarme.

No tengo el valor suficiente ni sé como decírtelo. No quiero que sufras y que trates de aferrarte a mí porque tarde o temprano me voy a ir. Sé que tengo que decírtelo porque no es algo que pueda ocultar mucho tiempo pero de verdad que no sé como hacerlo.

Hoy te veías tan feliz contándome sobre el equipo de fútbol que preferí ser feliz por ti y no ser la responsable de que esa sonrisa tan hermosa que posees se borrara de tu rostro, porque para serte sincera nunca debería de irse, es la cosa más hermosa que he visto en mi vida y definitivamente ese el tipo de sonrisa que quiero llevar en mi memoria para siempre. No quería que el brillo que llevas en los ojos desapareciera porque me encanta. Me encanta la manera en la que luces cuándo estás feliz, cuándo sonríes, cuando hablas e incluso cuándo te ríes contando tus malos chistes porque para ser sincera mi amor, tus chistes son los peores pero me encantan. Los amo al igual que te amo a ti. Amo ese brillo juguetón que siempre tienes y me vuelve loca el hecho de saber que algunas veces es por mí, que yo lo provoco. Tal vez suene demasiado ególatra pero amo cuando me dices eso.

Mientras pensaba en mi futuro me di cuenta que quiero hacer algo que más que venir al mundo, vivir y luego irme sin hacer nada grandioso con mi vida. Por eso ya lo decidí, quiero que todas las personas que me conocen me recuerden...no como una chica que enferma y moribunda que se marchó de la Tierra, sino como una persona con consciencia que hizo algo bueno por los demás. Quiero dar vida una vez que me vaya de este mundo. Quiero irme teniendo la certeza de que hice algo bueno por alguien más. De esa manera Erick, nunca me iré.

Cuando leas esta carta será porque me he ido. Y quiero que sepas Erick que siempre te amé, te amé desde la primera vez que nos vimos...tenías esa sonrisa tan bella y esa chispa juguetona que me atrapó desde el primer instante...quiero que sepas que te llevo en el corazón y que no importa cuánto tiempo pase porque yo siempre te voy amar, te amé hasta con el último de mis suspiros.

Quiero que cumplas la promesa que me hiciste, Er...tienes que hacerlo porque si no lo haces voy a decepcionarme de ti. Sé que es una amenaza demasiado tonta tomando en cuenta que estaré muerta pero de todas maneras voy a hacerlo.

Vive. Enamórate. Disfruta de tu vida. Y déjame ir.

Eso es lo que tienes que hacer. Puedes quedarte con los recuerdos pero no puedes aferrarte a ellos, te hacen daño y quiero que seas feliz. Déjalos ir, Erick. No te aferres ellos, tienes que dejarme ir y seguir con tu vida. Sé que cuándo te de la lista que estoy haciendo de las cosas que quiero hacer vas a enfadarte pero quiero que la cumplas al pie de la letra.

Desde donde este te voy a estar viendo y puedes estar seguro que voy a hacer que dios ponga en tu camino a una chica con buenos sentimientos que de verdad te quiera. Que se enamore de ti y haga hasta lo imposible para hacerte feliz.

No te cierres al mundo una vez que esta bomba de tiempo explote. Quédate con las cosas buenas que vivimos y sigue adelante.

Te ama por siempre.

Tu Audrey.

Erick parpadeó un par de veces incapaz de seguir evitando las lágrimas. Soltó un gemido y negó de inmediato contemplando las líneas de la carta que tenía entre las manos temblorosas. Él podía recordar ese día a la perfección, en ese entonces ella le había parecido un poco extraña sin embargo él muy estúpidamente le había creído que se debía al cansancio y ya. Y casi dos años después se venía a dar cuenta que no era por eso.

La verdadera razón siempre había sido otra y Erick nunca lo había notado hasta que la enfermedad se había comenzado a manifestar en su cuerpo.

Se puso de pie volviendo a poner todo dentro de la caja para avanzar con ella hasta su auto. Lo último que quería era seguir estando dentro de esa casa. No podía soportarlo más. Los recuerdos seguían repando por su mente y torturándolo todavía más.

—Erick...—susurró la madre de la chica—¿Le echaste un vistazo a todas las cosas de Audrey?—cuestionó en voz baja.

—Sí. De hecho me llevaré esta caja...tiene mi nombre así que supongo que era para mí—musitó apartándose las lágrimas.

—Claro, yo no tengo ningún problema con ello—decidió la mujer rubia.—Gracias por venir, Erick. De verdad, significa mucho para mí que estés aquí justo ahora...siempre vas a ser el novio de Audrey, Erick...

—Ah...—susurró apartando la mirada.

—La acompañaste hasta el final y siempre vas a ser un miembro de esta familia...—Erick negó un poco y soltó un pequeño suspiro.

—Tengo que irme ahora mismo—anunció un momento antes de comenzar a caminar lejos de ella.


—¿De verdad, Christopher?—cuestionó la pequeña niña con una enorme sonrisa pintada en los labios.

—Claro que sí, cariño—respondió el muchacho—Claro que tienes que pedirle permiso a tu madre y si ella te deja entonces yo estaré encantado de venir por ti para ir a tomar un helado—explicó en voz baja. Zoé se rio un poco y Sarah la miró.

—¿Zoé también puede ir, Chris?—preguntó entusiasmada.

—Claro que si—decidió Christopher.

—¿Y Er también puede venir con nosotros?—el muchacho soltó una risita divertida y asintió de manera inmediata.

—Pues si él quiere no veo porque no podría hacerlo—musitó jugueteando con la mano de la pequeña. Zoé los observó en silencio un largo segundo y sonrió ampliamente dándose cuenta que era un cuadro realmente encantador.

Se sobresaltó un poco cuándo la puerta del conductor se abrió de golpe. La muchacha llevó su mirada hasta el asiento contiguo al suyo para encontrar a Erick con una pequeña caja blanca en las piernas y la cabeza apoyada en el volante del automóvil.

—¿Erick...?—lo llamó Zoé en un murmuro.—¿Te encuentras bien?—cuestionó en un hilo de voz.

—Sarah...entra a casa cariño, después llamaré a tu madre para agendar una cita para ir por los helados—le indicó Christopher en un murmullo. La niña llevó su mirada hasta Erick que permanecía con la cabeza en el volante y a Zoé que lo observaba fijamente sin pestañear. Intercambió un saludo con Christopher y luego se marchó.—Erick... ¿Qué es lo que pasa?

—Esto.—murmuró señalando brevemente la caja encima de sus piernas.

—¿Qué es eso, Erick?—cuestionó el muchacho colocando su mano encima del hombro del pelinegro.

—Es una carta...—anunció entre sollozos.

—¿Una carta? —preguntó Zoé totalmente confundida.

—Sí. De Audrey...—declaró el chico incorporándose levemente para mirarla un momento. Zoé parpadeó un par de veces sin saber que hacer o que decirle...entonces Erick Brian Colón lo hizo.

La abrazó con fuerza y se quebró entre sus brazos.

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Levante la manito quién lloró...que chillonas, ahre.

¿Prepararon sus kleenex, morras?

Mucho amors, Gloria, xx. 

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