C3: Un corazón para Zoé.
—¡Vamos, arriba!—exclamó Christopher entrando en la habitación de Erick. El cubano se cubrió de pies a cabeza con el edredón y Christopher suspiró observando su entorno. Encima del escritorio se encontraba una bandeja con la comida intacta que seguramente la madre de Erick en un vano intento por hacerlo probar bocado le había llevado.
Audrey había muerto una hacía una semana y Erick desde entonces estaba sumido en un agujero negro del que ni siquiera hacía el intento por salir. Pasaba el día llorando sentado en su cama y bebiendo como si no hubiese un mañana. No había querido ver a Christopher cuándo él había ido a verlo para darle apoyo moral pero aún así el castaño seguía apareciendo por el lugar con la esperanza de que alguna vez su mejor amigo aceptara verlo.
Pero las cosas ahora eran diferentes porque la madre de Erick le había llamado para decirle que su hijo se estaba dejando morir y efectivamente, Christopher lo estaba comprobando por sí mismo.
El estado del pelinegro era totalmente deplorable.—No tengo ganas—murmuró Erick aferrándose a las mantas que lo cubrían.
—Vamos, levanta el trasero de esa cama y haz algo bueno por la vida—exclamó tirando hacia sí mismo el edredón con el que el muchacho estaba cubierto.
—¿Algo bueno por la vida?—cuestionó el chico incorporándose para lanzarle una mirada mordaz.
Christopher se quedó estupefacto apenas lo vio. Efectivamente su estado era deplorable. Tenía el cabello despeinado que sobresalía en ángulos sobrenaturales por todos lados, una prominente barba que claramente se sabía que ese chico no se había afeitado en días, los ojos algo hundidos, con una enormes bolsas negras, hinchados y rojizos. Tenía los labios partidos y la ropa totalmente arrugada, de hecho...era la misma ropa que había vestido en el cementerio.
Parecía ansioso.
—Por lo menos has el favor de comer algo—le espetó el chico cruzándose de brazos.
—¿Por qué demonios me pides que haga algo bueno por la estúpida vida cuándo ella me arrebató lo que más amaba? ¿Cómo me pides eso, eh? ¿Cómo lo haces, Christopher?—le espetó totalmente furioso.
—¿Qué pasa con tu madre, eh? ¿Qué pasa con tu familia? ¿Qué pasa con tus amigos? ¿Qué es lo que pasa con tu vida, eh Erick?—cuestionó dando un paso atrás cuándo el chico hizo amago de ponerse de pie.
Su cuerpo se desplomó de inmediato y Christopher se acercó para ayudarlo a ponerse de pie de nueva cuenta.—Se murió, Christopher—susurró con nuevas lágrimas en los ojos.—Se fue...
—No puedo entender cuánto te duele, Erick. Pero a mí también me duele, Audrey era una de mis mejores amigas...sé que te duele muchísimo porque era tu novia, pasaron un montón de años juntos pero Erick...a ella no le hubiese gustado verte en este estado, ni siquiera te puedes mantener en pie...tu madre está preocupada por ti y yo también—le explicó Christopher en voz baja pero el muchacho ni siquiera lo escuchó.
Muchos de los recuerdos que había compartido con la chica estaban presentándose en su cabeza como sí de una presentación de diapositivas se tratase, lo hacían sufrir y no sabía como hacer para calmar un poco su dolor. Ni siquiera sabía si alguna vez lo haría. Era tanto el dolor que sentía que la idea más increíble que se le había ocurrido era arrancarse el corazón para dejar de sentir aquello.
Podía recordar perfectamente los ojos grises de la muchacha contemplándolo con esa chispa juguetona que poseía. La recordaba sonriéndole con esa sonrisa tan hermosa que siempre tenía en el rostro. Recordaba su risa y ansiaba volver a sentir su aroma. Audrey era la chica perfecta y ya no estaba. Se había marchado y lo había dejado solo.
¿Cómo iba a hacer Erick ahora para seguir viviendo? No tenía ni la más remota idea.
—Audrey...—murmuró y Christopher soltó un pequeño suspiro.
—Vamos, Erick...no puedes hundirte de la manera en la que lo estás haciendo...tienes que ponerte en pie y seguir con tu vida porque eso es lo que Audrey hubiese querido, ¿de verdad crees que le hubiese gustado verte en este estado?—cuestionó y Erick lo miró un segundo con los ojos totalmente cristalizados.—¿Qué crees que te hubiese dicho si te veía bebiendo de la manera en la que lo has estado haciendo?
—Que era auto suicidio—susurró y Christopher asintió.
—Exactamente. Eso es lo que ella hubiese dicho porque eso era lo que siempre nos decía cuándo salíamos y tomábamos...¿crees que se sentiría feliz de mirarte así?—cuestionó de nueva cuenta. Las mejillas de Erick se encendieron de inmediato y negó un poco derramando más lágrimas.
—No. Se hubiese sentido totalmente avergonzada de mí—inquirió en un hilo de voz.
—¿Entonces, Er?—preguntó Christopher apartándose las lágrimas que comenzaban a brotar lentamente de sus ojos—Sólo tú puedes decidir si quieres que Audrey donde quiera que se encuentra se sienta orgullosa o decepcionada de ti...lo que si sé es que no es justo esto que estás haciendo para tus padres...tienes que ponerte de pie por ellos, por Audrey y por ti mismo...sé que te duele, también me duele, sé que estás confundido y yo también lo estoy...demasiado confundido...pero Audrey dejó un mensaje muy claro y tú le prometiste algo ¿lo recuerdas?—inquirió mirándolo a los ojos.
—No puedo cumplirlo—murmuró Erick clavando en las botellas de alcohol vacías que yacían esparcidas por doquier en el piso de su habitación.—No quiero hacerlo, Chris...
—Claro que puedes y tienes que porque se lo prometiste...le hiciste una promesa y es tu deber cumplirla—Erick negó de inmediato.
—¡Es que no lo entiendes, maldita sea!—le gritó furioso—No entiendes el maldito dolor que siento, no comprendes la manera en la que me siento. Siento que mi vida se terminó, quiero que Audrey de nuevo y no la puedo tener...no la volveré a tener nunca más...por que se murió...—susurró entre sollozos.—Odio al mundo entero, odio a la vida por robármela...
—¡Erick!
—Allá afuera hay cientos de malas personas...¿Por qué ella?—le espetó y Christopher negó.
—No lo sé, Erick. No tengo ni idea—hizo una pausa—pero supongo que Dios sabe porque hace las cosas...
—¡Al diablo con eso!—le gritó.—Estoy harto de la mierda psicológica. ¡Vete, Christopher!—le gritó empujándolo. Christopher lo contempló un segundo y negó.
—Cuando quieras hablar conmigo, llámame—anunció antes de marcharse.—Eres mi mejor amigo y aunque ahora no quieras hablar conmigo...ahí estoy para ti...siempre...
—¡Déjame solo, Christopher!
Abrió los ojos lentamente apenas los estúpidos rayos del sol le dieron de lleno en la cara. Patrañas, pensó de mal humor poniéndose de pie para ir hasta la ventana y cerrar la cortina. No comprendía porque los escritores de todos esos libros que había leído decían que eso era lindo.
Era molesto. Demasiado molesto.
El despertador comenzó a sonar descontroladamente en toda la habitación y lo botó al suelo. De inmediato el ruido cesó y ella se sentó en la cama observando las pastas del libro encima de la mesa de noche que había estado leyendo la noche anterior.
Los protagonistas se veían el uno al otro pareciendo realmente enamorados y Zoé soltó un suspiro exasperado. El amor estaba sobrevalorado. Las parejas no pasaban el día entero contemplándose con esa cara de tontos, no comían del mismo baguette ni terminaban en besos. No bailaban bajo la lluvia ni compartían besos dignos de un Oscar. No. Eso sólo pasaba en las películas y no en la vida real.
Tomó el libro de mal humor y lo metió el cajón de la mesa de noche haciendo una mueca de enfado. Se puso de pie y avanzó hasta el cuarto de baño para ducharse. Desde el día que había visto a aquellos muchachos rodeados de los niños del hospital riendo con ellos y haciendo una vida normal toda las mañanas era lo mismo.
Zoé se preguntaba que era realmente tener una vida normal. Porque su vida definitivamente no entraba en ese estándar. Ir de hospital en hospital no era vida y eso era algo que ella sabía perfectamente bien. No tenía amigos y su familia vivía en la incertidumbre por saber cuál día entrarían en su habitación y la encontrarían muerta. Así que para Zoé Bulman abrir los ojos cada mañana era un logro.
Ella lo aceptaba. Lo había aceptado de manera madura desde que el doctor les había dicho lo que pasaba...quién no lo aceptaba era su madre que era una fiel creyente de que los milagros existían pero Zoé no lo creía. Llevaba años esperando uno y si en años no había pasado ¿Por qué tendría que pasar ahora?
Media hora después bajó lentamente las escaleras para encontrarse con su padre sentado en la cabecera de la mesa, leyendo el periódico como era su costumbre mientras su madre untaba mantequilla en una rebanada de pan tostado.
—¿Tienen algún plan para hoy?—cuestionó su padre lanzándole una pequeña mirada que Zoé no respondió.
—¿Sobrevivir?—preguntó a modo de broma pero ninguno de los dos rió. La chica soltó un bufido y negó un poco antes de darle un pequeño sorbo a su vaso de jugo.
—Nunca supe que nadie que jugara con su estado de salud—anunció su madre con totalmente indignación que la chica entornó los ojos.
—No estoy jugando. Se llama realidad—respondió en voz baja.
—¿Qué pasa con las buenas noticias?—cuestionó su padre y automáticamente los ojos de la mujer se iluminaron mientras Zoé negaba un poco. Si algo había aprendido era a no ilusionarse. Ilusionarse era malo. Nunca salía bien.
—Papá...mi nombre figura entre los primeros nombres desde hace dos años y...no hay ningún donante...por lo menos no ninguno que sea compatible conmigo—susurro apartando la mirada.
—Pero yo sé que pronto llegará uno...
—Bien...quieren un donador...me parece perfecto...¿han pensado en la posibilidad de que yo pueda morir en la operación?—cuestionó poniéndose de pie.—Estoy tan cansada de todo esto. Estoy cansada de que finjan que voy a tener un milagro y que un donador va a caer del maldito cielo...las cosas no funcionan así...ustedes lo saben...estoy cansada de que finjan que nada malo pasa cuándo pasa de todo...estoy consciente que en cualquier momento puedo morir y yo lo acepto...pero necesito que ustedes también lo hagan porque si no lo hacen y yo me muero va a ser más complicado todo ¿me entienden?
—Zoé—se escandalizó su madre.
—Por favor, acéptenlo de una vez...no vamos a conseguir ningún donador...el tiempo está pasando y yo sigo enferma y está bien, ese es el destino que me tocó, lo acepto y estoy preparada para todo lo que venga...sólo por favor...apóyenme en esto...si he dejado que por años me hagan estudios, me piquen con las aguja y todo lo demás es por ustedes...cuándo cumplí dieciséis me di cuenta que no iba a curarme y lo acepté...—explicó mirándoles.
El timbre del teléfono hizo eco en todo el lugar. Su madre la observó un momento con lágrimas en los ojos y se puso de pie para ir a atender. Zoé le lanzó una mirada suplicante a su padre y él se puso de pie para envolverla en un pequeño abrazo protector. La pelinegra sollozó y él besó su frente amorosamente.
—¿Tú sabes que nosotros te amamos, verdad?—susurró el hombre.
—Y yo también los amo, papá...pero por favor...tienen que dejarme ir...por el bien de todo el mundo...tienen que aceptarlo y resignarse...—expuso.
—Voy a hablar con tu madre, cariño...pero tienes que entender que lo que nos estás pidiendo no es para nada fácil, Zoé—ella asintió.
—Lo sé.—hizo una pausa—suena egoísta pero por favor...es lo mejor...
Un chillido por parte de su madre hizo eco en la casa. Se miraron el uno al otro y luego casi corrieron a la sala donde la encontraron arrodillada frente a la mesa central de la sala con lágrimas en los ojos y el teléfono en el suelo.
—¿Mamá?—cuestionó la chica pero su madre no era capaz que dejar de llorar.
—¿Qué es lo que pasa?—la secundó su marido acercándose a ella.
—¡Lo encontraron!—anunció en medio del llanto.
—¿Qué es lo que encontraron? No lo entiendo—declaró el hombre y luego ella miró a la chica que a su vez la observaba llena de confusión.
—Un corazón para Zoé...
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¿Les está gustando HOPE? ¡Las leo!
Buenas madrugadas y muchos besos.
All the love, Gloria. xx
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