8

Ron tardó poco menos de dos días en llegar al Steel Cat, en una travesía agotadora que por poco revienta el motor de la Harley, la cual ya estaba muy maltratada, con algunos rayones en sus cromados y en el deposito de combustible.

Conducía durante quince o más horas por día, incansable. Solo se detenía cuando pasaba por algún sitio de comida rápida, al costado de la carretera, para beber una rápida cerveza y comer una hamburguesa con papas. Nunca paraba más de media hora, en cuanto terminaba de comer, pagaba y volvía a montar en su motocicleta, emprendiendo la marcha. Durante la noche, sin embargo, no perdía tiempo buscando algún hotel o posada donde dormir. Cuando veía que ya estaba al borde de dormirse al volante, se orillaba a un lado del camino, apagaba la motocicleta y poniéndole el pie de apoyo para no caerse, se reclinaba hacia adelante, acostándose encima del tanque de combustible con los antebrazos bajo su rostro como si fueran una precaria almohada. No dormía poco más de dos o tres horas, ya que siempre había algún camionero que, al pasar y alumbrarlo con sus focos, se detenía a un lado del arcén para revisar que no se tratase de algún fulano muerto o ebrio. Ron entonces se despertaba, agradecía por haberlo intentado ayudar, y continuaba la marcha otras cinco o seis horas.

A medida que pasaba el tiempo y los kilómetros, acercándose gradualmente a Atlanta, Ron no podía evitar sobrepensar las cosas, a tal punto que ya le era imposible dormir o comer algo. Tenía la amarga certeza de que había pasado algo, sería casi milagroso si no fuera así. Lamentaba no haber llevado consigo el teléfono celular para llamar a Jason, aunque tenía el de Perkins, pero no recordaba de memoria el número de su colega. Solo conducía, rogando porque no fuera demasiado tarde, hasta que por fin cruzó los accesos a la ciudad. Tomó los desvíos de la carretera hacia las afueras, tras unas horas logró pasar por el bar Reina de Picas, y al cruzar por este sitio tan familiar, comenzó a sentir una pesada bola de plomo en la boca del estómago, debido a la ansiedad que lo dominaba. En cuanto estacionó frente al Steel Cat, descendió de la Harley sin apagarle el motor, cuando vio a Jason abrir desde adentro, seguramente alertado por el ruido del motor. Estaba desecho, tenía un ojo morado casi ennegrecido, la nariz vendada, y su mirada no era la mejor.

—¿Dónde está? ¿Dónde está Annie? —preguntó, mirando por encima de su hombro hacia adentro. Jason negó con la cabeza.

—No pude hacer nada, se la llevó.

—No te creo, no se la pudo haber llevado —rodeando a Jason, entró al taller y se colocó las manos alrededor de la boca—. ¡Annie! —gritó.

Sin embargo, el resto de los Rippers asomó por el pasillo en cuanto escucharon su voz. Rod iba a la cabeza, todos tenían una expresión de pesadumbre para nada alentadora. Entonces en ese momento fue cuando por fin comprendió la magnitud de lo que había pasado.

—Nos interceptaron en la veintitrés, viniendo hacia aquí. Eran demasiados, Ronnie. No pude hacer nada —dijo Jason.

—¿Pero está viva? ¡Dime que ella estaba viva! —lo tomó por las solapas de la chaqueta, mientras lo miraba con los ojos inundados en lágrimas. —¿Ella vive?

—Sí, estaba viva. Solo nos detuvieron, nos apuntaron con armas de grueso calibre y se la llevaron.

—No puede ser... Dios mío, no puede ser, sabía que esto pasaría... —se lamentó, agarrándose la cabeza con las manos. Entonces le dio un puñetazo a la cortina de metal. —¡Voy a matarlo, voy a ir ya mismo tras él! ¡Lo haré pagar!

—Ronnie, cálmate —Jason le apoyó una mano en el hombro—. Ese tipo es un ególatra, un petulante, tenías que haberlo visto hablar. Justamente es lo que quiere, por eso se llevó a Annie, para usarla como carnada.

—Te juro que si le toca un pelo le cortaré las manos...

—No le hará nada, hazme caso, es su as de triunfo y no va a desperdiciarlo así como así. Tenemos que ser más astutos que él, y pensar con la mente fría. No entiendo como nos encontró, me siguió durante varios kilómetros.

—El teléfono que encontramos en la casa de Perkins, el que había robado del departamento de evidencias, tenía un rastreador. Él mismo se lo había puesto. Tenemos que prepararnos, no puedo permitir que Annie este cautiva de ese hijo de puta.

—Entra tu motocicleta, y pensemos un plan. Si tienes que ir a la guerra, los Rippers vamos contigo.

Jason esperó a que Ron guardara la motocicleta en el garaje, luego fueron a la sala común, le ofreció una cerveza y Ron la aceptó, al tiempo que encendía un cigarrillo compulsivamente. Las manos le temblaban como un enfermo de Parkinson, y tenía los nudillos lastimados por haber golpeado a Perkins. Dio un profundo trago de cerveza, y luego se metió la mano en el bolsillo interno de la chaqueta, sacando otro celular.

—¿Y eso? —preguntó Jason.

—Cuando volví a por Perkins, irrumpí en su casa. Nunca se había marchado a la oficina, solo nos hizo el lio, estaba más preparado que nosotros y sabía que íbamos a ir a por él. Al patearle la puerta, estaba hablando por teléfono —Ron se puso el cigarrillo en la comisura de los labios, y comenzó a manipular el menú de llamadas. El último número que figuraba en lista era un número privado. Ron intentó llamar, pero el sistema no se lo permitía—. Mierda... —murmuró.

—¿No hay alguna forma de saber cual era el número al que le estaba hablando?

—Desde aquí no —Ron dio una pitada mientras dejaba el teléfono a un lado, y negó con la cabeza, pensativo, hasta que finalmente se le ocurrió—. Espera, ya lo tengo.

Se levantó del sillón para ir hasta su dormitorio común, y volvió al instante con su propio teléfono en las manos. Comenzó a buscar entonces en la agenda de contactos, hasta dar con el número necesario. Tocó la tecla verde de llamada, y esperó.

—¿A quien llamas? —preguntó Jason.

—Tengo un colega trabajando en el departamento de tecnología del FBI, tal vez puedo hacer que me ayude —bebió un trago de cerveza, mientras esperaba a que respondiera, y luego habló—. ¡Eh, Pitt! ¿Cómo estás?

—¡Ronnie, tanto tiempo! Me enteré que renunciaste al FBI, una lástima amigo, eras un buen agente. ¿No piensas volver? —contestó, del otro lado de la línea. Ron negó con la cabeza.

—No lo creo, amigo. Oye, te llamo para pedirte un favor, a ser posible —se apartó el teléfono del oído, y buscó en la agenda de contactos dejando la llamada en segundo plano—. Necesito que me des la ubicación de destino de la última llamada que recibió el número uno uno cinco siete nueve seis dos tres ocho.

­—Vale a ver... hummmm... —de fondo, Ron pudo escucharlo teclear en su computadora. Luego un breve silencio. —¿Es el teléfono de Perkins?

—Sí, ¿lo tienes?

—Lo siento, pero no creo que pueda pasarte esta información. Se trata de un director adjunto, Ronnie... debería pedir autorización y toda esa mierda. Ya conoces el protocolo.

—Pitt escúchame bien, no me jodas, Perkins está siendo investigado por presunción de corrupción y asociación con Hanson. Solo dame la puta información y listo, nadie sabrá que tú me la diste —dijo Ron, comenzando a desesperarse. Si perdía la única oportunidad de rastrear ese número, estaba jodido.

—¿En serio? No puedo creerlo —respondió, del otro lado—. Escucha, Ronnie, de verdad que me gustaría ayudarte. Si fuera un teléfono particular lo haría sin problemas, pero no quiero perder mi trabajo, y...

Ron no lo dejó terminar de hablar.

—¡Puto imbécil de mierda! —le gritó, y colgó. Jason lo miraba con preocupación.

—Nada, ¿verdad?

—El muy hijo de puta no quiere colaborar. ¡No puedo creerlo! —exclamo, conteniendo las ganas de estampar contra el suelo su propio teléfono.

Jason entonces le apoyó una mano en el hombro.

—Ronnie, escúchame... estaba pensando que lo mejor que puedes hacer es calmarte, y esperar. Hanson va a venir hacia ti, tiene a Annie con él, y así como tú no te perdiste la oportunidad de provocar a Perkins, él no va a perder la oportunidad de picarte a ti. No te separes del teléfono, seguro que en breve te llama.

Ron asintió con la cabeza, sintiendo como la cabeza le palpitaba de la jaqueca que comenzaba a invadirlo. Entonces de repente tuvo una idea clave.

—Aún tienes contacto con el sargento de la milicia que te provee de armas ilegales, ¿verdad?

—Sí, ¿por qué?

—¿Crees que podamos conseguir un rastreador? Si tienes razón, y Hanson llama, quiero saber donde está.

—Podría hablarle, si él no tiene forma de conseguir quizá pueda saber a quien recurrir.

—Hazlo —asintió Ron—. Yo necesito pensar.

Jason asintió con la cabeza, y salió por la puerta rumbo al pasillo, para dejarlo un momento a solas. Ron no pudo evitar recordar los buenos momentos junto a Annie, todo el tiempo que había desperdiciado intentando protegerla para que al final, irónicamente, terminara cautiva del peor criminal que hubiera conocido en toda su carrera. De lo único que estaba seguro era de que iba a salvarla como diera lugar.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top