8

Casi a las diez y media de la noche, terminó de cenar las sobras que habían quedado del día anterior, un sándwich de jamón, chorizo y atún, con los bordes del pan bastante rígidos por el frío, se bebió su cerveza y dejó el plato encima del fregadero para lavarlo al día siguiente. Aún conservaba buena aptitud física, atlética y vital, pero la cerveza casi diaria que se bebía en la cena, sumada a las que se echaba a la garganta los sábados en McAry's con sus colegas, acabarían por pasarle factura más temprano que tarde. Sin embargo, aunque se repetía lo mismo una y otra vez, sabía que su vida de soltero no le ayudaba en lo más mínimo a cambiar sus hábitos.

Esto último lo pensó mientras encendía su penúltimo Marlboro del paquete, dio una lenta pitada y se arrellanó en su sillón, acostándose a todo lo largo para asentar la comida un momento, antes de cepillarse los dientes e irse a dormir. Había sido un día largo, y estaba extenuado al mismo tiempo que malhumorado. En cuanto había vuelto a su oficina luego del atraco al Chase, sus compañeros no habían parado de felicitarle, a pesar de la cara larga que mostraba Perkins. Pero no lo había sentido como una victoria, a pesar de lo que dijesen sus colegas. Porque había herido a una civil, y eso no estaba permitido, ni en el reglamento como agente del FBI, ni en su propia moralidad. No dejaba de pensar en la chica, en como había llorado del dolor viendo sangrar su pierna, en como había tenido que llevarla en brazos hasta la ambulancia. Y aún así, cuando le había dado ánimos diciendo que había sido muy valiente, ella le había sonreído de la mejor forma, agradeciéndole por haberla salvado.

Su teléfono celular sonó, encima de la mesa. Ron dio un resoplido, se frotó los ojos, y se levantó del sillón para tomar el teléfono. Miró la pantalla mientras se volvía a recostar, y atendió.

—Blake, ¿qué pasa? —preguntó.

—Acaba de llegar a casa el informe del laboratorio donde enviamos el dispositivo para analizar.

—Ah, ¿y que salió?

—El hombre que tomó a la chica de rehén antes de que lo abatieras, es Peter Hanson, único hijo de Hanson —dijo Blake, del otro lado. Ron se incorporó de repente.

—No me jodas.

—Te lo digo en serio, sus huellas estaban ahí, por todo el disco duro.

Ron entonces se sintió como si flotara en una nube por un instante. La comida se le atoró en la boca del estomago, se colocó el cigarrillo en la comisura de los labios, y levantándose rápidamente del sillón, buscó el mando a distancia en uno de los estantes de la biblioteca. Encendió la televisión, y comenzó a hacer zapping de un canal a otro hasta dar con un noticiero nocturno, pero en aquel momento no estaba hablando del atraco ocurrido aquella mañana. Al notar el silencio repentino en la línea, Blake decidió preguntar:

—Ronnie, ¿estás ahí?

—¿Han hablado del asalto hoy? ­

—¿En donde? ¿En la televisión?

—Sí.

—Pues vaya si han hablado, en el noticiero del mediodía, mientras tú estabas dentro, había un reportaje en vivo. Y luego ese reportaje lo retransmitieron en la tarde, a las seis, añadiendo los datos de quienes eran los occisos. Has sido el héroe de la ciudad por un rato —respondió Blake.

—Me cago en la puta...

—¿Qué pasa, Ronnie? Me estás preocupando.

—Si tú pudiste ver eso, Hanson también. Y le he matado a su hijo, es cuestión de tiempo para que mi familia corra peligro.

—Ron, ¿de verdad crees que tomará venganza? Ni siquiera sabe quien eres.

—No lo creo, lo aseguro —dijo, y colgó.

Terminó de fumar nerviosamente, se levantó para aplastar la colilla de su cigarrillo en el cenicero casi rebosante de la mesa, y caminó en círculos mirando el teléfono en su mano, respirando agitadamente. No quería molestarla, al menos no después de tanto tiempo sin hablarse, pero tampoco podía dejar que no estuviera al tanto de la situación. Tenía que advertirle, así que, si se enojaba con él, a la mierda, pensó, pero tendría que escucharlo quisiera o no. Marcó el número de su hermana, y titubeó un instante antes de presionar la tecla de llamada, pero finalmente lo hizo. La línea sonó unas quince veces, hasta que se dirigió al buzón de voz, pero Ron colgó. Volvió a marcar de nuevo, sonó unas quince veces, hasta que otra vez, apareció el buzón de voz.

—¡Mierda! —exclamó, tomando del paquete el último cigarrillo que le quedaba.

Lo encendió rápidamente mientras volvía a llamar. Entonces, cuando sonó y sonó hasta que apareció el correo de voz, decidió grabar un mensaje.

—Suzie, por favor, atiende el teléfono, es urgente. No dejaré de llamarte hasta que me atiendas, aunque me tarde toda la puta noche.

Colgó, esperó unos segundos y volvió a llamar de nuevo. Esta vez, a los cinco tonos, ella respondió.

—¿Qué pasa, Ron? —dijo. Él cerró los ojos, y sonrió.

—¡Ah, menos mal! —exclamó. —Suzie, tienes que hacerme caso, esta misma noche quiero que hagas las maletas, y te vengas para Carolina del Sur, a cualquier hotel. Mañana mismo alquilaré un camión de mudanzas que te pasará a buscar para recoger tus cosas, necesito que te quedes con papá.

—Espera un momento, ¿qué te pasa? —le preguntó ella, sin comprender. —¿Te has dado cuenta de la hora que es? Mañana tengo que trabajar temprano, estaba por darme una ducha para ir a dormir, hace mucho tiempo que tú y yo no nos hablamos. ¿Es que te volviste loco?

—¡Dios santo, hazme caso! Mañana nos reuniremos y te contaré todo, pero por favor, haz lo que te digo.

—Está bien, has perdido completamente la razón, así que voy a colgarte y a proseguir con mi vida tranquilamente. Adiós, Ron.

—¡Suzanne, por un carajo, escúchame! —exclamó él. —¡Deja a un lado tu odio hacia mi, eso ahora no importa, y hazme caso! ¡Esto es serio!

Por unos segundos, silencio absoluto. Entonces ella habló.

—¿Qué está pasando, Ron? Me estás asustando.

—Te lo explicaré todo por la mañana, en la cafetería que tú elijas. Pero por ahora, solamente quiero que juntes tu ropa en una maleta, y te largues cuanto antes.

—Ahora mismo estoy en Minnesota. Mañana tengo una reunión ejecutiva aquí, y al mediodía tengo que tomar un vuelo a Oregón. ¿Te crees que estoy jugando?

—No, pero yo tampoco. Así que cancela todo, no importa a que costo, toma tus cosas, ve al aeropuerto y viaja hacia aquí. Mañana te explicaré todo —insistió—. Por favor, prométeme que harás lo que te digo.

—Está bien, me daré una ducha, prepararé una maleta, y en cuanto haya llegado al aeropuerto te llamaré.

—Gracias, Suzie. Muchas gracias... —murmuró.

Ron colgó el teléfono y se recostó en el sillón soltando el humo, mientras miraba las luces del techo. No sabía porqué, pero tenía la impresión de que las cosas estaban poniéndose mucho más jodidas de lo que pensaba. Por un lado, tenía en su cabeza el hecho de haber herido a una civil, poniéndola en peligro en una maniobra que, aunque inteligente, era demasiado riesgosa. Por otro lado, estaba todo el asunto de la investigación hacia el trío de Beckerly, Papá Muerte y Hanson, con la reciente muerte de su único hijo. Y si algo había aprendido en la academia de entrenamiento como agente especial del FBI, era que un criminal jamás tiene nada que perder. Esperar una presunta venganza por parte de Hanson y su comitiva era algo demasiado razonable para Ron. 

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