8
A la mañana siguiente, Ron se levantó muy tarde, casi cerca del mediodía. Se había acostado en uno de los cuartos comunes, y apenas había dormido en toda la noche. El único momento en que había podido conciliar el sueño, sufría de pesadillas, donde le disparaba al Duque una y otra vez. En sus sueños volvía a ver aquella sangre salpicada en el suelo, el lavamanos y el espejo, los grises trozos de cerebro que habían salido despedidos, el olor a pólvora, el peso del arma en sus manos, los ojos vidriosos y abiertos del cadáver que parecía mirarlo, juzgando sus actos. Finalmente, el cansancio y el estrés era tal, que cerca de las seis de la mañana pudo conseguir un sueño denso y continuo.
Para cuando despertó, pasadas las doce, tenía un hambre atroz. Se vistió y se encaminó a la cocina, pero allí no había nadie. En el living principal tampoco, entonces se dio cuenta por el sonido de las voces que estaban en otra habitación que no conocía, cerca del taller. Volvió a la cocina para prepararse el desayuno, pero al revisar las alacenas se dio cuenta que aquella gente no tenía absolutamente nada. No había café, no había azúcar, se habían acabado los huevos, y tampoco había leche. En el refrigerador solamente había un par de cebollas rancias, un pack de doce prepizzas, un paquete de pollo Crispy's a medio terminar, cuatro cervezas sin abrir y trozos de pizza envueltos en papel de periódico. Con un suspiro resignado, tomó una lata de cerveza y el paquete de pollo, pensando que en breve comenzaría a extrañar muchísimo sus desayunos saludables.
Limpió un rincón de la mesa para poder sentarse a comer, el pollo no estaba tan malo como pensaba, y se lo acabó con gusto, junto con la lata de cerveza. Sin embargo, el resto de los Rippers no salió de aquella habitación desde donde los escuchaba hablar. Trató de apretujar lo más que pudo el paquete de pollo frito y la lata de cerveza vacía en el atiborrado tacho de basura, y con curiosidad, se acercó a la pieza donde todos estaban reunidos. Golpeó con los nudillos levemente, antes de empujar la puerta, y entró. Y lo que vio lo dejó asombrado por completo.
El recinto estaba atiborrado de cajas, muchísimas cajas, y todas de diferente tamaño, recostadas a las paredes de un rincón. En el medio había una mesa de madera donde todos estaban reunidos a su alrededor, clasificando armas de grueso calibre. Allí había de todo, desde rifles de asalto M16 hasta ametralladoras Uzi, escopetas tácticas, rifles AK, granadas de fragmentación, pistolas tácticas y chalecos antibalas. En la pared opuesta a la mesa, había al menos unas doscientas cajas de munición de todos los calibres, estibadas en pilas como si fueran latas de conserva. Jeffrey, en aquel momento, manipulaba un Ruger 223 con total naturalidad. Lo miró, y sonrió al pasar.
—Buenos días, Ronnie. ¿Qué tal tu primera noche? —le preguntó.
Todos se dieron vuelta para mirarlo, y siguieron en lo suyo.
—Pero, ¿qué hacen? ¡Tienen un maldito arsenal aquí adentro!
—Es nuestro negocio, tráfico de armas —dijo Jeffrey. Se acercó a él y le extendió el rifle en las manos—. Sostén esto un momento.
Atónito, Ron lo vio abrir otra caja y controlar que el rifle que estaba allí dentro, estuviera en buenas condiciones.
—Vaya locura... —murmuró.
Jeffrey le hizo un gesto para que le entregara de nuevo el rifle, Ron se lo dio, y lo volvió a guardar en otra caja.
—¿Qué esperabas? ¿Qué vendiéramos productos de Herbalife? No seas ridículo —le respondió—. Ahora, ¿vas a ayudarnos o te vas a seguir cagando en los pantalones?
—Ni siquiera sé lo que están haciendo.
—Ven, acércate —dijo Jason. Se hizo a un lado para que Ron se integrara a la ronda y le señaló la mesa, donde realizaban algún tipo de plan, usando un mapa de la ciudad—. En menos de una semana teníamos que entregar la mitad de este cargamento a un grupo de narcotraficantes con los que tenemos alianza, pero el negocio se ha adelantado bastante. Tendremos que entregarlo en dos días, y estamos planificando donde concretar la reunión. Rod y yo tenemos pensado un lugar en las afueras de la ciudad, cerca de los viejos molinos.
—Ese lugar no me gusta, Jason —dijo un hombre del grupo, con gruesa barba pelirroja y un arete en la nariz—. Ahí fue donde mataron a Danny el Caimán.
—Lo sé, Bronco. Pero no tenemos un lugar mejor, la ciudad es peligrosa para algunos tratos importantes.
Ron, ajeno a la charla, miró el mapa donde el lugar designado estaba marcado con rotulador rojo. Había algo que no le concordaba con todo aquello, más allá del ambiente de superstición que aquel tal Bronco parecía denotar. En el mapa, la ruta más cercana era la veintidós, y por fuera de ella, solo monte natural y llanura. Un lugar así quizá fuera una trampa mortal, se dijo, mientras se preguntaba porque estaba siendo tan estratégico con aquella gente que ni siquiera conocía. Quizá debería dejarlos a su suerte, que tomaran sus propias decisiones y ya, y si los mataban a todos tanto mejor para él. Pero su hermano estaba con ellos, y si los Rippers eran atacados de alguna forma, por lógica Jeff también, y no podía permitirlo. Ya estaba en el barco, ahora tenía que asumir la situación y remar con ellos.
—¿Cuántos callejones hay en esta zona de la ciudad? —preguntó, de repente.
—Muchos, ¿por qué? —preguntó Jason.
—¿Cuántos tienen alguna azotea, o escalera de incendios de fácil acceso?
Jason tomó un rotulador negro, y trazó ocho círculos en el mapa, en diferentes zonas de la ciudad.
—Ahí están, al menos los que yo recuerdo haber visto. ¿Por qué?
—Un lugar abierto es un potencial peligro para emboscadas. Si las entregas de mercancía se realizan en un callejón, es mucho más fácil evitar las trampas —explicó Ron—. El lugar sería pequeño, y habría escaleras de incendios accesibles para que algunos de nosotros se posicionen allí, realizando guardias desde una altura y posición ventajosa. Se me ocurre que podemos utilizar todos los puntos que has marcado, y una vez al mes ir haciendo rotaciones para no ir siempre a los mismos lugares, de esta forma despistarían a los posibles rivales que los Rippers puedan tener.
Jason y Rod se miraron mutuamente, luego dieron una rápida mirada al grupo. Algunos hombres asintieron con la cabeza, y Jason volvió a observar a Ron.
—Tienes ingenio, eso es bueno.
—¿Ya han concretado algún sitio de entrega con estos traficantes? —preguntó Ron.
—No, aún no. Pero seguiremos tu plan, elegiremos un lugar entre estos ocho puntos, y haremos el intercambio allí.
—¿Intercambio?
—Ellos nos darán la mitad de la paga en dinero y la otra mitad en drogas.
—Bien, lo entiendo —respondió Ron.
Jeffrey se acercó a la mesa, y rodeó los hombros de Jason y de Ron al mismo tiempo, poniéndose en medio de ambos.
—Bueno, toda la mercancía esta en orden. ¿Hay algo más que pueda hacer, Jas?
—Gracias, Jeff, creo que eso es todo por ahora. Haré los últimos preparativos y llamaré a Big Jimmy para que nos deje el furgón listo.
—Ven hermano, charlemos —dijo Jeffrey, haciéndole un gesto a Ron.
Ambos hermanos salieron fuera, al patio trasero. Una vez allí, Jeffrey encendió un cigarrillo y soltó el humo con rapidez.
—¿Está todo bien? —le preguntó Ron. Conocía a su hermano, notaba cuando algo lo disgustaba.
—Suzie está furiosa conmigo, y en parte contigo también —dijo, mientras negaba con la cabeza—. Eso es malo, Ronnie. No quiero estar peleado con mi hermana.
—¿Y qué esperabas? No iba a felicitarte, hombre.
—Lo sé. Créeme que me hubiera gustado que las cosas hubiesen sido distintas.
—Ya, sin embargo, es lo que toca. Estamos aquí.
—¿Tu cómo estás?
Ron suspiró. En su mente, aún seguía repicando el sonido ahogado de aquel disparo, el olor a sangre tibia, el frío anillo de metal en la palma de su mano, los ojos del Duque mirándolo con franca sorpresa.
—No lo sé, supongo que no muy bien. Intento hacer de cuenta que nada ha pasado, pero he matado un hombre. Y me imagino que no va a ser el último —respondió.
—No, supongo que no —consintió Jeffrey, para su desgracia—. Pero oye, si te sirve de consuelo, era un maleante, ¿de acuerdo?
—Nosotros también somos maleantes, desde que entramos aquí.
—Sí, y por eso mismo debes pensar que de ahora en más, muchas veces seremos nosotros o el resto. Y no hay tiempo para elecciones, sino para supervivencia —Jeffrey lo tomó de los hombros, a pesar de que Ron era un poco más alto que él, y le enmarcó el rostro con las manos, mirándolo a los ojos directamente—. Ahora mismo te necesito lúcido, y dispuesto a poner la mejor cara a la realidad, aunque esta sea difícil. En dos días tendremos que entregar un cargamento, y tienes que practicar con ametralladoras si quieres hacer una buena vigilancia. ¿De acuerdo?
—Sí, de acuerdo. Sabes que pondré la mejor voluntad, pero todo esto me seguirá sonando a locura durante un buen tiempo más —dijo Ron—. Hasta hace dos días tenía una vida normal, ¿sabes? Tú estás acostumbrado a esto, yo no.
—Claro que lo estás, hermano, ¿es que no puedes verlo? Solo que tu realidad es diferente porque estás parado del otro lado, tú serías quien, en un futuro cuando completaras la carrera de policía, nos perseguirías a tipos como nosotros. Y sabes que tengo razón.
—Lo sé.
Ron no mentía con aquella afirmación, realmente lo había pensado, y Jeffrey tenía razón. La única diferencia entre ambos era que uno de los dos intentaba caminar por el lado de la rectitud, y el otro no.
—De todas formas, hermano, me alegra estar aquí contigo. Sabes que eres muy especial para mi.
—Lo sé, por eso te cuido, y por eso he decidido quedarme a tu lado —dijo Ron—. Cuando naciste, recuerdo que no dejabas dormir a nadie por las noches. Te pasabas llorando y berreando, mordías los pechos de mamá cuando intentaba alimentarte y le jalabas del pelo, y las veces que Suzie o yo te queríamos cargar en los brazos nos vomitabas, o te ponías a llorar a los gritos. Siempre fuiste un maldito hijo de perra, pero te amamos. Y con el tiempo aprendimos que necesitábamos de tu genio de mierda, porque a pesar de todo nos dabas alegrías. A medida que fuiste creciendo y tu vida ya pintaba un completo caos, teníamos miedo de que terminaras en prisión por algún delito grave, o incluso muerto. Y contra todo pronóstico no has acabado ni en lo uno, ni en lo otro. Simplemente aquí estamos, formando parte de un grupo de moteros que trafican armas y se drogan hasta el culo.
—No dejo de sorprenderte, ¿verdad?
—Posiblemente nunca dejes de hacerlo, Jeff —sonrió, de forma cómplice.
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