6
Blake rebuscaba en los expedientes de Ron, buscando más concordancias que pudieran ir cercando el mapa de investigación que habían trazado vagamente. Ya llevaba dos cajones completos del archivador de metal, y comenzaba a rebuscar en el tercero, mientras Ron tecleaba en su computadora buscando expedientes digitales. Sam, por su parte, había ido a buscar una taza de café para cada uno de sus compañeros, pero en vez de eso, volvió corriendo a la oficina como si el edificio se estuviera derrumbando sobre su cabeza.
—¡Eh, chicos! ¡Tenemos que salir ahora mismo! —exclamó, en cuanto cruzó la puerta.
—¿Qué pasa? —preguntó Blake, levantando la cabeza de sus papeles, mirándolo sin comprender.
—Hay un atraco en el banco Chase, hay personas y empleados dentro del edificio, y tres guardias muertos. La CIA está allí, tienen sitiado el banco —respondió Sam.
—¿Y qué tenemos que ver nosotros en eso? —preguntó Ron, encogiéndose de hombros. —Ya están los imbéciles de la CIA, que lo arreglen ellos, ¿no?
—Es orden de Perkins, quieren que colaboremos.
—Vamos, Ronnie —dijo Blake, cerrando el cajón de metal.
Ron tomó su chaqueta, colgada en el respaldo de la silla, y se puso de pie, caminando hacia la puerta mientras se la ponía por encima.
—Bah, que remedio... —murmuró.
Salió de la oficina seguido de sus compañeros, cerró tras de sí en cuanto Sam cruzó el umbral, y se dirigió a recepción para tomar la llave de una patrulla y firmar el registro. Luego de rellenar rápidamente el papeleo, metió la llave del Subaru en su bolsillo y caminó hacia la salida. A mitad de camino por el salón principal, Perkins salió de su oficina, alcanzándolo al caminar. Ninguno de los tres tenía aprecio por su director, aquel rechoncho hombre con calvicie progresiva, canosa barba poblada al mentón y su siempre colonia cara, que se echaba en exceso e impregnaba todo el aire a su paso.
—¡Dickens, espere! —exclamó. Ron y sus compañeros no se detuvieron, pero si caminaron un poco más lento.
—Señor, estamos tras la pista de algo importante, ¿no creé que podría mandar otros agentes al banco? —preguntó.
—¿Va a decirme lo que tengo que hacer? Lo único que necesito es que detengan el asalto, y capturen a ese hombre con vida, es de vital importancia.
—¿Por qué? —preguntó Blake.
—Es alguien importante, y las ordenes vienen de arriba.
—¿Inteligencia sabe algo que nosotros no? —preguntó Sam, de forma suspicaz.
—Señor, no podremos hacer bien nuestro trabajo si nos oculta información —intervino Ron.
—Solo vayan allí, y traigan a ese hombre, es prioridad uno, ¿comprende? ¡No lo volveré a repetir!
—Ya, vamos... —dijo Blake, tomando del brazo a Ron.
Salieron del edificio a paso rápido, dirigiéndose a los estacionamientos oficiales. Ron le quitó la alarma al Subaru azul que estaba al final de la línea de coches, y subió del lado del conductor al llegar. Sam a su lado y Blake detrás.
—Vaya puto imbécil —murmuró Ron, mientras sacaba un cigarrillo de su paquete.
—Ya, ni le hagas caso. Vamos a lo nuestro y listo —dijo Sam, a su lado, mientras encendía un Camel. Ron lo miró, mientras encendía el coche, para salir a la calle.
—¿Ya te vas a poner a fumar esa mierda? —le preguntó. —¿Con qué los fabrican? ¿Con mierda seca de caballo?
—¿Qué te pasa? ¿Acaso tú eres el único que puede fumar dentro de un coche oficial?
—No, pero al menos yo no me voy a morir en cinco años por fumar mierdas baratas.
—Bah, conduce, tonto.
Ron salió a la calle, y enfiló la avenida principal rumbo al banco Chase, con la sirena encendida. Blake entonces se apoyó del respaldo de los asientos delanteros, inclinándose hacia adelante, para mirar a sus compañeros.
—¿Quién creen que sea el fulano que se metió al banco? Perkins le dio prioridad uno —comentó.
—Perkins no, inteligencia —objetó Ron.
—Debe ser alguien buscado internacionalmente, no me lo explico de otra manera —dijo Sam.
—Veremos quien es cuando lleguemos.
Ron condujo rápidamente entre el tráfico que le cedía el paso al sonido de su sirena, complementado con la bocina del Subaru, que aporreaba insistente cuando un conductor distraído tardaba en abrirse a un lado. Al llegar, minutos después, a las inmediaciones del banco Chase, observó que habían montado todo un operativo alrededor del banco. La CIA estaba apostada allí, algunos oficiales de la milicia y varios grupos de agentes del FBI, además de la policía local, quienes controlaban a los civiles que miraban la escena, apostados tras el vallado que habían colocado lejos de la zona de riesgo. Ron estacionó el coche, apagó el motor y bajó del mismo, seguido de Blake y Sam.
—¿Quién está al mando? —le preguntó al primer agente que vio, mostrando su identificación.
—Allí, el inspector Morris —le indicó un oficial, señalándole a un hombre alto, de espalda ancha, cabello de corte militar, vestido formalmente y con las manos a la espalda. Ron se acercó a él.
—Señor Morris, soy el agente especial Ron Dickens —se presentó, ofreciéndole la mano derecha en cuanto se giró para mirarlo—. Ellos son mis compañeros Blake Carter y Samuel González. ¿Cuál es la situación allí dentro?
—El criminal entró al banco acompañado por tres hombres, asesinó a los guardias apostados en los controles magnéticos de la entrada, disparando directamente en la cabeza, según muestran las cámaras que logramos monitorear. Redujo al personal del banco y algunos pocos clientes que se encontraban dentro en el momento del asalto, luego tomó a una mujer y se la llevó a una de las bóvedas —explicó, luego de estrecharle la mano—. La puerta principal está sellada, la bloquearon desde adentro. Creo que sabían bien a lo que venían.
—¿Qué bóveda?
—En donde se almacenan las criptomonedas, o al menos eso suponemos.
—¿Y para qué quiere eso? —comentó Sam, antes de arrojar la colilla de su cigarrillo al suelo.
—La moneda virtual es más valiosa que el dinero en papel, además la criptomoneda es el método de pago por excelencia del mercado negro en la internet profunda —explicó el agente de la CIA.
—No lo entiendo... —dijo Ron. —Se mete al banco a los tiros, como si fuera un criminal novato actuando por impulso, pero, sin embargo, busca vaciar el sistema de criptomonedas. Sabe perfectamente que, si lo logra, monopolizará el comercio ilegal para sí mismo, es algo perfectamente planificado.
—¿Qué sugiere?
—Digo que alguien como él iría directamente por el dinero, no por algo tan elaborado como la criptomoneda, por lo cual todo parece obedecer al plan de alguien más. ¿Cuál es el operativo de contención? —preguntó Ron.
—El negociador está en camino, intentaremos hacer que salga de la forma más pacifica posible. De lo contrario tenemos un plan para entrar al banco y tomarlo por sorpresa.
—Si ya asesinó a tres guardias, claramente es alguien que no está dispuesto a hablar. No sé ustedes, pero no podemos permitir que siga hiriendo gente —objetó Ron—. Así que lamento mucho si es un criminal prioridad uno, pero no podemos arriesgar la seguridad de esas personas solo por capturarlo con vida.
El agente de la CIA lo miró sin comprender.
—¿Prioridad uno? ¿Cómo? —preguntó.
—Nos informaron que el asaltante es objetivo prioridad uno —comentó Sam.
—De ninguna manera.
Sam miró a sus compañeros sin comprender, Blake se encogió de hombros, y Ron negó con la cabeza, haciéndose pinza con los dedos sobre el tabique de la nariz. Todo aquello le daba una muy mala espina, sin contar que además estaba perdiendo la paciencia.
—Dejémonos de tonterías, y vayamos al grano —comentó—. Yo entraré, solo necesito información del edificio. Dijo que estaban monitoreando las cámaras, ¿no es así?
—Vengan por aquí.
El agente de la CIA los guio hasta una camioneta estilo furgón, blindada, donde adentro había un equipo de monitoreo de señal con un operador sentado frente a la pantalla.
—¿Están custodiando la puerta lateral de carga y descarga? —preguntó Ron.
—No, señor. Los hombres desarmaron a los guardias, y están controlando a los civiles, mire —dijo el operador, señalando a una de las pantallas. Luego tocó unos botones en el teclado, y mostró la imagen de la cámara en la bóveda de criptomoneda, donde se veía a Peter apuntando a la muchacha frente a la computadora—. Ahí está el asaltante, creemos que va a tardar al menos unos veinte minutos más en cargar la criptomoneda a su dispositivo, así que ese es el tiempo que tenemos para actuar.
—¿La puerta lateral tiene seguridad o está sellada de alguna forma?
—Está sellada, pero tenemos acceso a los protocolos de seguridad, así que podemos abrirla desde aquí.
—Los civiles están en el salón principal, en la recepción del banco. El asaltante está en la bóveda del sótano, y desde la puerta lateral solo tengo que acceder por la izquierda unos cien metros, masomenos. Los tomaría por la espalda —dijo Ron.
—Eh, Ronnie —dijo Blake, apoyándole una mano en el hombro para que lo mirase—. Entraremos contigo.
—No, déjenme a mi. Prefiero que se queden aquí, por cualquier apoyo que puedan brindar —miró a Sam—. Dame tu arma y tus cargadores, por si los míos no son suficientes.
—Estás demente, hermano —le dijo, mientras sacaba su pistola del estuche en su cintura, junto con tres cargadores. Ron se metió los cargadores al bolsillo de su chaqueta, y se colocó el arma de Sam a la cintura.
—Abran la seguridad de la puerta de carga en tres minutos, yo estaré allí esperando —le indicó al operador del sistema.
Ron se acercó al perímetro controlado por la guardia, y el agente de la CIA les hizo un gesto a sus hombres.
—¡Déjenlo pasar! —ordenó. —¡Quiero un grupo táctico cubriendo la puerta lateral blindada, y otro al frente del edificio, ahora!
Ron trotó hacia la puerta blindada, seguido de un grupo de diez hombres de las fuerzas armadas con potentes ametralladoras y escudos antidisturbios. Al llegar a un costado de la puerta blindada, sacó su arma del porta pistola, y le comprobó el cargador. Luego la amartilló, y la levanto en alto, sujetándola con las dos manos. Un minuto después, se escuchó un leve pitido automático, y una luz verde en el cerrojo electrónico de la puerta apareció, abriéndose con un sonido siseante, como si se estuviera descomprimiendo.
Ron entonces avanzó paso a paso, una vez que tuvo suficiente margen de abertura en la puerta. A lo lejos, podía escuchar el eco atenuado de algunos sonidos, los civiles y empleados del banco que lloraban, los asaltantes que los apuntaban gritándoles, manteniéndolos controlados. Le sudaban las palmas de las manos, y respiraba agitadamente, en plena tensión por aquella situación limite. Pero Ron no dejaba de avanzar muy despacio, intentando no hacer ruido con sus zapatos en el suelo encerado del banco.
Cubriéndose tras las paredes y columnas de la arquitectura barroca del edificio, llegó al salón principal. A esa distancia, pudo ver claramente a los civiles arrodillados en el suelo, con las manos en la cabeza. Los tres hombres los apuntaban con las escopetas de los guardias, y avanzó un poco más, acercándose hasta la siguiente columna, para tener mejor ángulo de tiro. Asomando poco a poco, apuntó su arma hacia uno de los asaltantes, y conteniendo la respiración, disparó.
El estampido fue sorpresivo y atronador, los civiles gritaron espantados, el balazo entró por detrás del oído y salió por la frente. El cuerpo inerte del asaltante se desplomó en el suelo, perdiendo sangre y masa encefálica. Sus compañeros giraron sobre sus pies, mirando a todos sitios, apuntando a todos lados sin ver a nadie. Ron ya estaba bien cubierto tras la columna.
—¿Quién está ahí? ¡Vamos a matar personas, salga quien quiera que sea! —gritó uno de ellos.
—¡Soy del FBI, ríndanse ahora! —gritó Ron, por sobre los alaridos de horror de los civiles. —¡Están rodeados, no hay escape!
Uno de los delincuentes armados caminó hacia la dirección donde había escuchado el disparo, acercándose a Ron, con la escopeta hacia adelante. Permaneció cubierto tras la columna, y observó la sombra que se proyectaba en el suelo lustrado del banco. Cuando la sombra ya estaba lo suficientemente cerca, Ron asomó de su escondite, tomándolo por sorpresa, y le disparó dos balazos certeros, uno en el corazón y otro en la frente, salpicando con sangre y sesos el suelo. Su compañero disparó con la escopeta hacia la columna donde se estaba cubriendo Ron, haciendo saltar polvo y esquirlas de cemento a todos sitios.
En el momento en que Ron asomaba por un costado de la columna, dio un nuevo disparo, de modo que tuvo que esconderse de nuevo. Los civiles gritaban, atemorizados y en pleno caos, ensordecidos por los disparos. Entonces el delincuente gritó:
—¡Voy a matarlos, maldito! ¿Me oyes? ¡Suelta tu arma o comenzaré uno por uno!
En el momento en que tomaba del cabello a una mujer, para levantarla del suelo, Ron aprovechó aquel segundo valioso para asomar raudo de su escondite y disparar tres veces contra el hombre de la escopeta. Un disparo dio en el hombro, el que le obligó a soltar el arma, y los otros directamente al pecho, haciéndolo desplomar al suelo. Corrió entonces hacia los controles de seguridad de la puerta principal, mientras insertaba un nuevo cargador a su arma.
—¡Váyanse de aquí, ahora! ¡No miren los cuerpos! —le indicó a la gente, que comenzaba a levantarse del suelo, apresurados por escapar de aquella pesadilla.
—¡De aquí no se va nadie, quietos todos! —gritó Peter, detrás de Ron. Este se giró rápidamente, y lo apuntó con su arma, mientras los civiles se petrificaban del miedo, viendo la escena. Entonces vio con horror como llevaba, sujeta al cuello con su brazo, a la chica que le cargó las criptomonedas. Le estaba apuntando directamente a la sien, mientras miraba a Ron —¡Baja el arma, policía! ¡Ahora!
—Suelta a la chica, amigo. No empeores tu situación —dijo.
—¡Baja el arma, no lo volveré a repetir!
—¿Qué vas a pedir? ¿Un coche quizás? —preguntó Ron, sudando. —¿Hasta donde crees que llegarías con él? Te lo advierto, no empeores tu situación, ni cometas una estupidez aún más grave.
—¡Contaré hasta tres para que sueltes tu arma, o la mato! —Peter amartilló su pistola, la chica en sus manos cerró los ojos y lloró aún más, algunos civiles se cubrieron la boca con las manos, temblando asustados. —¡Uno!
—No lo hagas —dijo Ron—. Supongamos que la matas, ¿y luego qué? ¿Crees que te va a dar el tiempo de tomar otro rehén antes de que te dispare? Suéltala, ahora.
—¡No me cuestiones! —le gritó. —¡Dos!
Ron entonces miró directamente a la chica, y supo que debía hacer algo o la mataría enfrente a todos. Entonces dejó de apuntarlo, y levantó las manos, rindiéndose.
—Está bien. Bajaré mi arma muy despacio, ¿de acuerdo? No hagas ninguna estupidez. Has ganado —dijo.
—¡Baja el arma, vamos!
—Tranquilo... —casi murmuró.
Ron comenzó a acuclillarse muy despacio, poniendo el arma por delante, aún sin soltarla, en segundos que se hicieron interminables. Tenía una idea, pero era arriesgada, las cosas podían salir muy bien, como también podían salir tremendamente mal. Sin embargo, debía intentarlo, no podía permitir que más civiles corrieran peligro de muerte. En el momento en que casi iba a dejar el arma en el suelo, disparó sin ningún gesto previo, repentinamente, hiriendo a la chica en el muslo de la pierna izquierda. Ella dio un grito de dolor, acallado por el grito de las personas que allí había, se derrumbó al suelo, y ante aquel movimiento inesperado Peter no tuvo tiempo siquiera de disparar o pensar con claridad. Entonces, aprovechando el factor sorpresa, apoyó una rodilla en el suelo para tener estabilidad de disparo, y le vació el cargador entero en el cuerpo, haciéndolo caer al suelo como un saco de arena.
Libres al fin, los rehenes abrieron el sistema de seguridad y comenzaron a correr hacia la puerta de salida como animales desbocados. Ron guardó su arma, mientras se ponía de pie, y corrió hacia donde estaba la mujer. Su pierna sangraba copiosamente, y lloraba de dolor, sujetándose el muslo con las dos manos.
—Estás bien, tranquila —dijo Ron—. ¿Puedes caminar?
—No lo creo... —balbuceó ella—. Me duele muchísimo...
—De acuerdo, yo te llevaré en andas. ¿Cuál es tu nombre?
—Anabella White.
—Bien Anabella, sujétate de mi. Cuando tú me indiques, yo te levanto, ¿te parece bien? —dijo Ron.
Le rodeó los hombros y el cuello con un brazo, mientras Ron la tomó en andas. Cuando ella asintió con la cabeza, él la levantó en brazos y caminó con ella hacia la salida del banco. Al bajar las escalinatas, Blake y Sam corrieron a su encuentro.
—Cielo santo, ¿estás bien? —le preguntó Sam—. Creímos que no la contarías, hermano.
—Necesita una ambulancia —respondió.
—Ven, por allá —dijo Blake.
Juntos fueron a una unidad de asistencia con el logo del hospital Michael, estacionada a un lado de la calle, rodeada por policías y agentes de fuerzas especiales que asistían a los civiles. Al ver llegar a Ron con la chica en brazos, un medico corrió a su encuentro con una camilla, donde Ron pudo acostarla con suavidad.
—Tiene un impacto de bala en muslo izquierdo, sin orificio de salida. Necesita extracción y sutura cuanto antes —le indicó.
—Sí, señor —asintió el medico. Ron entonces le tomó la mano sucia de sangre, y le sonrió.
—Te pondrás bien, has sido muy valiente allí adentro —dijo.
—Gracias a usted, por salvarme —respondió ella.
La subieron a la ambulancia y Ron se alejó, caminando de nuevo hacia el interior del banco, al cual comenzaban a acceder las fuerzas especiales de la CIA. Entonces sus compañeros lo alcanzaron por detrás.
—Eh, espera. ¿Qué pasó allí adentro? Pareces molesto —le preguntó Blake.
—Claro que estoy molesto, no fue un rescate limpio, tuve que dispararle a una civil.
—Bueno, pero está viva, ¿no crees?
—Necesito saber quienes eran estos malditos, y por qué querían la criptomoneda —dijo Ron—. Quizá tenga algún tipo de relación con nuestro caso y el lavado de dinero de Papá Muerte.
Entraron al banco de nuevo, mientras los agentes sacaban los cuerpos de los atracadores. Ron corrió hacia el cuerpo del hombre que había tomado de rehén a la chica, antes de que lo manipularan, y comenzó a revisarle todos los bolsillos.
—¿Qué demonios haces? —dijo Sam. —Ronnie, no puedes hacer eso con el cuerpo.
No hizo el mínimo caso a la indicación de sus compañeros, solamente continuó revisando el cadáver hasta que al fin pudo encontrar el pequeño disco duro extraíble con el que estaba transfiriendo los datos. Le arrancó un trozo de camiseta al cuerpo, y lo utilizó para envolver el disco duro.
—Analizaremos esto, buscaremos huellas, y sabremos quien mierda era este infeliz. Si sabemos quien es, quizá sabemos quien está detrás de este asalto —dijo, guardándose el aparato en el bolsillo interior de su chaqueta.
—¿Qué hacen? —preguntó alguien, desde la puerta. Ron se puso de pie, Blake y Sam se giraron sobre sus talones. Perkins se había apersonado en el lugar, y miraba la escena con curiosidad. En cuanto Ron se movió del sitio, Perkins miró al cadáver con asombro. —Oh, por un demonio, les dije que era prioridad uno.
—Ni prioridad uno ni un carajo, señor. Inteligencia no dio tal orden, y la vida de una civil corría peligro, no tuve otra opción —respondió Ron.
—¡Este hombre era de vital importancia para ser interrogado, y usted lo arruinó, agente Dickens!
—¡No, usted nos mintió, y no voy a anteponer la vida de un ciudadano por un interrogatorio! —exclamó, mirando a su superior directamente al rostro. Luego miró a sus compañeros. —Vámonos de aquí.
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