5

A la mañana, antes de las seis, ya estaban en pie para comenzar con la incursión. Ron había preparado ya los comunicadores, dándole uno a Annie. También repartió las armas, junto con dos cargadores para cada uno. Después de pagar su estadía salieron del hotel, casi media hora antes de las seis, cuando aún había cierta penumbra de la noche y el sol comenzaría a despuntar en breves momentos. Ron y Jason iban delante, con sus motocicletas, mientras que Annie iba detrás en el coche. Para cuando llegaron a la calle indicada, faltaban cinco minutos para las seis, así que tenían tiempo más que suficiente para prepararse. Siguieron de largo hasta el final de la calle, luego giraron en U y estacionados a una distancia prudencial, se dedicaron a esperar a que el coche de Perkins asomara.

Casi a las seis y treinta y cinco de la mañana vieron el vehículo salir de la cochera. Luego de estacionar en la calle, vieron la silueta de Perkins que descendía del mismo, para comprobar que la puerta de entrada estuviera bien cerrada. Luego volvió a subir al coche, y arrancó hacia adelante, perdiéndose en la distancia. Cuando lo hubieron perdido de vista, Ron hizo un gesto con la mano, y el trío avanzó hasta llegar a la acera de Perkins. Ron y Jason apagaron las motocicletas, y Annie estacionó detrás de ellos, aún con el motor encendido. Ambos hombres bajaron de sus vehículos y caminaron rumbo al portón de madera que bloqueaba el pasillo hacia el patio trasero de la propiedad. Al llegar a él, Ron decidió hacer un chequeo de comunicación.

—Annie, ¿me escuchas?

—Te escucho —respondió ella, desde el interior del Camaro.

—Serás nuestra vigía. Si ves alguien sospechoso o alguna patrulla que se acerque, danos la alarma, saldremos pitando.

—De acuerdo. Tengan cuidado ahí adentro, Ronnie.

Ron miró hacia el coche y asintió con la cabeza, entonces se focalizó en el portón. Estaba cerrado por dentro, de modo que, uniendo las manos con los dedos entrelazados, ayudó a Jason a subir y pasar al otro lado. Luego este le abrió, desde adentro, y Ron entró. Caminaron por el pasillo hasta el patio trasero, donde había una gran barbacoa de ladrillos junto a un horno de barro para hacer pizzas. Todas las ventanas que había en la casa estaban enrejadas, al igual que las de la fachada principal, así que se acercaron a la puerta que comunicaba la casa con el patio trasero, y miraron a través del cristal. La puerta estaba cerrada con llave, pero la llave estaba puesta en la cerradura. Ron entonces se preparó, y rompió el cristal con un potente codazo, protegido por su chaqueta de cuero. Al escuchar el ruido, Annie se alertó.

—¿Qué ha pasado? —preguntó, a través del comunicador.

—No te preocupes, he sido yo. Estamos bien, vamos a entrar.

Se abrió la chaqueta y del bolsillo interno sacó dos pares de guantes de látex y dos cofias clínicas. Jason se recogió el cabello lo mejor que pudo con una bandita elástica, antes de meterse la cofia de enfermero en la cabeza, y luego se enguantó las manos, al igual que Ron. Una vez que ya estaban protegidos, metió la mano por el cristal roto y dio vuelta la llave en la cerradura, empujando la puerta hacia adentro. Al ver el interior de la casa, Ron pensó que Perkins sin duda debía ser un tacaño en su vida privada. El sueldo como director del FBI no era para nada malo, sin duda era mucho mejor que varios de los mejores agentes de la oficina, y se esperaba encontrar una casa de lujos. La realidad, sin embargo, era que tal vez se asemejaba mucho con la casa de sus padres. Acogedora, es cierto, con buen televisor y buenos muebles, pero nada ostentoso ni del otro mundo.

Recorrieron la casa hasta encontrar el que parecía ser el estudio principal de Perkins. Había un escritorio de madera, con una silla de oficina, una notebook encima de la mesa, algunos papeles y ficheros de documentación, una gran biblioteca con algunos archivadores y libros, y plantas de interior. Ron permaneció de pie, mirando todo a su alrededor como si estuviera analizando las posibilidades.

—¿Por donde comenzamos? —preguntó Jason.

—Mira la biblioteca, hay espacios vacíos en algunos estantes, Perkins estuvo quitando archivadores hace no mucho —dijo. Acto seguido, se acuclilló para buscar bajo el escritorio, buscando, efectivamente, la papelera. La atrajo hacia él en cuanto la vio, e inspeccionó en su interior, luego le mostró a Jason—. Papeles quemados, se estuvo deshaciendo de cosas.

—Tenías razón, es un corrupto...

—Sigamos buscando, algo debe haber.

Ron se puso a revisar cada uno de los ficheros que aún se conservaban en la biblioteca, pero no encontró nada relevante, mientras que Jason chequeaba todos los cajones que podía. Sin embargo, había uno que estaba cerrado con llave.

—Ron, mira esto —en cuanto se giró hacia él, Jason intentó abrir uno de los últimos cajones del escritorio, mostrándole—. Está cerrado con llave.

—Ahí debe haber algo, nadie cierra un cajón de su propio escritorio con llave si no es por proteger algo importante. ¿Hay un abrecartas o algo con lo cual poder hacerle palanca?

—No es necesario —Jason rebuscó en el interior de sus bolsillos hasta encontrar un paquete de nylon con ganzúas. Eligió dos, y las metió en la cerradura, moviéndolas una con otra durante algunos minutos hasta que escuchó un clic sordo—. ¡Ah, ya está!

Jason abrió el cajón y miró sin comprender, entonces levantó la vista, y vio la expresión de sorpresa y rabia que mostraba Ron. Dentro de una bolsa de plástico con el rotulo de evidencia, había un teléfono celular con restos de tierra reseca en su carcaza. Ron lo tomó, examinándolo, estaba seguro que Perkins se lo había robado del departamento de tecnología.

—¿Qué significa ese teléfono? —preguntó Jason.

—Poco antes de que renunciara al FBI, habíamos hecho un seguimiento minucioso a un miembro de la Yihad, asociado a Ibrahim Kahlil, un terrorista con el cual Hanson estaba haciendo negocios. Cuando tuvimos el dato exacto del refugio donde operaban, fuimos allí, pero no encontramos nada, solo un montón de cadáveres, huellas de alguien que al parecer se marchó de allí en un vehículo, y este teléfono a unos cuantos metros del lugar —explicó—. Estaba seguro que aquí debía haber un puente conector entre Hanson y Kahlil, pero al parecer Perkins fue más rápido y se llevó la única evidencia que había, antes de que la investigaran.

—Sigamos buscando, debe haber algo más.

Continuaron registrando la propiedad minuciosamente, tratando de no olvidar hasta el mínimo detalle. Ron intentó encendiendo la notebook, pero, aunque no tenía clave de acceso, revisó en todos sus archivos y no encontró nada incriminatorio, salvo fotos de una supuesta familia y frecuentes visitas a paginas web para adultos. Buscaron bajo el colchón, tras los armarios, en el baño, la cocina y hasta la sala de estar, pero no encontraron ni rastro de algún otro documento u objeto, a excepción del teléfono.

Tras casi una hora y media de extensa búsqueda, Ron y Jason decidieron abandonar la propiedad y volver a sus vehículos. Salieron por el patio trasero, luego por el pequeño portón al costado de la casa, y en cuanto los vio salir, Annie respiró aliviada. Vio que Jason traía una bolsa de plástico en la mano, así que se alegro por haber encontrado al menos una cosa por la cual comenzar a buscar. Lo vio guardarlo en el bolsito desmontable de la parte trasera de la Harley, junto con los guantes y la cofia de hospital, por último, Ron se dirigió al coche, quitándose el comunicador del oído.

—Hay algo, ¿verdad? —dijo ella, con una sonrisa.

—Ya veremos cuando podamos investigar el teléfono, por el momento, vámonos a casa. Ya no pintamos nada aquí.

Ambos subieron a sus motocicletas, encendieron el motor y arrancaron rumbo a los accesos a la autopista. Tenían un largo viaje por delante y seguramente se detendrían a descansar en una posada ni bien entrara el anochecer, pero la ansiedad por saber que contenía ese teléfono era mucha, así que quería tardar lo menos posible. Por desgracia, la paz no iba a durarle. Ni bien enfilaron los accesos a la autopista, el sonido a la sirena de varias patrullas resonó en la tranquila mañana de lunes. Al mirar hacia atrás, Ron se dio cuenta que tres vehículos policiales salían a su encuentro, acercándose rápidamente entre el tráfico que se apartaba dejándoles paso. Jason aceleró hasta acercarse a él.

—¡¿Qué pasa?! —gritó, por sobre el sonido de las motocicletas.

—¡Vienen tras nosotros, hay que correr!

Ron miró hacia atrás, y vio tras el parabrisas del Camaro al rostro asustado y desconcertado de Annie, aferrada al volante, con las sirenas pisándole los talones. Entonces levantó una mano y la giró en círculos, rogando que entendiera la señal y se dispersara. Si hubiera sabido no se hubiera quitado el comunicador, pensó con amargura.

Annie pisó el acelerador y dio un volantazo hacia la derecha, esquivando un Sedan familiar que le tocó bocina furiosamente, y luego zigzagueó entre dos camionetas utilitarias. Jason aceleró a tope perdiéndose delante de ambos, y Ron, por su parte, aceleró a fondo mientras giraba a la izquierda. Sabía que corría el riesgo de pasarse a la senda contraria, pero sería mucho más fácil esquivar las patrullas de esta forma. Al volver la vista hacia atrás, comprendió lo que estaba pasando con una frialdad mortal: las patrullas no iban a por él, sino que corrían detrás de Annie, creyendo que quien conducía el Camaro azul era Ron.

—Mierda... —murmuró inaudiblemente.

Desaceleró bruscamente para poder girar de nuevo a la derecha, las revoluciones de la Harley rugieron, y en cuanto las patrullas comenzaban a acercarse a su posición, vio pasar a Annie en el coche esquivando otros vehículos lo mejor que podía. Quitando unos breves momentos la mano derecha del acelerador, sacó la pistola de su cintura y la sujetó desde la corredera con los dientes. Entonces volvió a acelerar, acercándose a ellos.

En cuanto los tuvo a tiro, se situó a distancia y apartando la mano de la empuñadura del acelerador un instante, tomó la pistola y disparó dos veces hacia los neumáticos de una de las patrullas, que coleteó hasta chocar a un costado de la calle contra un muro. Entonces, los oficiales de las patrullas devolvieron el fuego, tanto hacia Ron como hacia el Camaro azul al cual Perkins, dos días atrás, había dado una orden de detención si lo veían cerca de su casa. Fue allí donde Ron comprendió que haberlo provocado por teléfono había sido una muy, muy mala idea.

Esquivó las balas zigzagueando entre los coches, que al escuchar los estampidos del tiroteo comenzaron a conducir también a lo loco, por simple acto reflejo del pánico. Una Mitsubishi estuvo a punto de chocarlo, pero Ron frenó a tiempo y luego retomó la marcha, esquivándola por la izquierda. Jason también se unió a él, para prestar su ayuda, y sin dudar disparó hacia la puerta del conductor de otra patrulla que se acercaba peligrosamente a su posición. Aprovechando que Jason lo cubría, Ron se puso el arma en la cintura otra vez, y aceleró a fondo hasta situarse junto al Camaro, donde Annie alternaba miradas nerviosas entre la calle que se extendía por delante, y el propio Ron. Entonces bajó el vidrio polarizado de su lado, y le gritó.

—¡¿Qué está pasando?!

—¡Creen que soy yo quien maneja el coche, Perkins debe haberlos enviado, nos tendió una trampa! ¡Corre, corre lo más que puedas! ¡Te cubrimos!

Annie asintió con la cabeza, y con las revoluciones del Camaro a tope, pisó acelerador a fondo y rebasó por la derecha a un Toyota, perdiéndose en la distancia. Ron miró hacia atrás, Jason se acercaba a una de las patrullas policiales con el arma en su mano izquierda, y en cuanto estuvo a tiro, le disparó a la ventanilla del lado del conductor. Al parecer, los tres disparos ejecutaron al chofer, ya que perdió el control y se estampó de lleno contra otro coche civil, que intentaba huir como podía de la balacera. El tercer vehículo policial comenzó a aminorar la marcha, tal vez creyendo que la persecución estaba perdida.

El chillido de unos neumáticos derrapando al frenar lo sacaron de sus pensamientos. Ron miró hacia adelante, con rapidez, y vio como en un cruce de avenidas dos camionetas blindadas de las fuerzas federales golpearon de lleno en el Camaro. El choque fue duro, ambas impactaron a la vez haciendo que el coche volcara y diera unas tres vueltas de campana sobre sí mismo, hasta quedar con las ruedas hacia arriba, en un reguero de chispas, cristales rotos y mucho, mucho olor a aceite y gasolina. Ron aceleró a fondo, tratando de llegar lo más rápido posible al sitio. De las camionetas descendieron seis agentes uniformados completamente de negro, con equipo táctico, y desenfundando sus pistolas apuntaron directamente hacia el coche. Estaba viva, pensó con desesperación. Tenía que estar viva, sino no le apuntarían con las armas, se repitió.

Se dieron cuenta de Ron cuando ya era demasiado tarde. Sin dejar de acelerar, tocó lo suficiente el freno como para inclinar el cuerpo al costado y dejarse caer. La Harley entonces resbaló por el pavimento dejando algunas chispas por el camino y atropellando a uno de los federales desprevenidos. Del impulso que traía, rodó por el suelo cerca de uno de los vehículos, y utilizándolo como cobertura, Ron se puso de pie tan rápido como pudo. Sacó el arma de la cintura y le disparó en la cabeza a uno de los federales, que se derrumbó al suelo de forma inerte. Los disparos repicaron contra la carrocería de la camioneta federal, y de pronto, más detonaciones se escucharon. Jason venía en su ayuda, quien, cubriéndose contra el Camaro accidentado, abatía a tres federales más.

Aprovechando la distracción, Ron asomó de su escondite y mató a los dos que aún quedaban con vida. A lo lejos, podía oír más sirenas aproximándose, seguramente policías alertados por los aterrados vecinos y comerciantes que miraban la escena tras el resguardo de sus casas. Sin embargo, eso no importaba, ahora solo tenía a Annie en su mente. Corrió hacia el coche y se acuclilló frente a la ventanilla deshecha del lado del conductor. Annie estaba cabeza abajo, sujeta solamente por el cinturón de seguridad, inconsciente y con el rostro lleno de sangre. Ron metió una mano, entonces, y la tocó.

—¡Annie, háblame, despierta! —exclamó, al borde de las lágrimas. —¡Por favor, Annie!

Con alivio, vio que ella abría los ojos como si estuviera despertando de quince horas de sueño. Miró a su alrededor, confundida, y luego hizo un gesto de dolor.

—Mi cabeza... —murmuró.

—¡Desabróchate el cinturón, te sacaré de ahí, vamos!

Annie manoteó el seguro del cinturón, y en cuanto lo accionó, cayó sobre el techo volcado del coche. Ron entonces metió las manos dentro, y poco a poco la ayudó a salir, mientras ella se arrastraba por los cristales rotos de la ventanilla. Ni siquiera se daba cuenta de que se estaba cortando las manos, ya que lo que más le dolía era la cabeza, la cual sentía hinchada como un gigante balón de helio. El hombro también le dolía como los mil demonios, seguramente se lo hubiera fracturado o dislocado, pensó.

En cuanto salió del coche, Ron la ayudó a ponerse de pie y la miró, preocupado. Tenía el rostro lleno de sangre gracias a una ceja partida, además de un hombro más bajo que el otro, seguramente dislocado, lo cual era muy poco teniendo en cuenta la magnitud del accidente, y agradecía al cielo por ello. Jason entonces se acercó.

—¿Está bien? —le preguntó a Ron.

—Creo que sí, tenemos que salir de aquí o van a venir más refuerzos.

En ese momento, pudieron escuchar una de las radios activas de la camioneta blindada con la que Ron se había cubierto de las balas. Una voz de hombre preguntaba si estaba hecho, que lo informaran, y Ron sabía muy bien de quien se trataba. Seguramente no olvidaría nunca más aquella voz, pensó, mientras el mismo interruptor asesino que se había encendido tras la muerte de su hermano, volvía a activarse en su temperamento por segunda vez. Entonces miró a Jason con una expresión que incluso, hasta al propio Jason, le atemorizó.

—Toma esa radio, dile que está hecho. A mi me conoce la voz, a ti no. Es Perkins.

—¿Qué vas a hacer?

—Hazlo.

Jason corrió hacia la camioneta, abrió la puerta del conductor y tomó el comunicador de la radio. Dijo que ya estaba hecho, que no había nada de lo que preocuparse. Lo escuchó decir un "Menos mal, ya pueden limpiar la zona. El plan funcionó, me voy a casa." Y acto seguido, el clic de la comunicación cortada. Jason salió de la camioneta y volvió hacia su colega, las sirenas ahora mismo se hallaban muy muy cerca.

—¿Crees que puedes llevarla de regreso?

Jason temía por Ron, ya había visto esos ojos antes.

—Sí, puedo llevarla si ella aguanta. ¿Qué harás? —le preguntó. Sin embargo, él no le respondió. Annie lo miró y caminó cojeando hacia él.

—Ronnie, por favor... termina con esto, vámonos a casa.

Él le acarició una mejilla tratando de no causarle dolor, mientras negaba con la cabeza, le dio un beso en la frente y luego se dirigió hacia su motocicleta tirada en el suelo. La levantó y subiéndose a ella, la encendió otra vez.

—Llévatela de aquí, me creé muerto, aprovecharé eso a favor.

Sin esperar a que le respondieran, aceleró tomando cada vez más distancia del lugar. Acabaría con Perkins de una vez por todas, y nadie lo detendría esta vez. 


*****


A la distancia, Hanson observaba la escena desde una avenida aledaña. Entre tanto ajetreo, nadie reparaba en una camioneta negra con los vidrios polarizados. Solo era un vehículo más, estacionado como tantos, a un lado de la calle. En la guantera llevaba unos binoculares, pero no los necesitaba. Si de algo gozaba era de una buena visión, aún a pesar de su mediana edad, y desde allí podía ver el caos en el que se había transformado la avenida principal. También podía ver a Ron, ayudando a una chica a salir del coche volcado. Perkins se había equivocado al dar la descripción, el agente no manejaba el coche, conducía una motocicleta estilo chopper. Un error imperdonable, pensó, pero de no mucha relevancia. A la hora de la verdad, no importaba que condujese el policía, estaría muerto como todos los demás.

—Han abatido a todos los federales, señor —dijo su chofer, a su lado.

—Lo sé, Jim. Ese tipo es bueno, no te voy a mentir. Pero mira, ya tenemos el diamante de información que necesitábamos —respondió Hanson, mientras sonreía al ver como Ron le daba un beso en la frente a la chica. Esta se subió a la motocicleta de su amigo y emprendieron la marcha por la avenida hacia el norte. Ron, sin embargo, se fue hacia el sur. Entonces revisó la pantalla de su iPad, donde en el mapa satelital se marcaba un punto rojo parpadeante. El punto, en cuestión, comenzó a moverse con lentitud.

—Cuando ordene, señor —dijo el chofer.

—Vamos. Ve lento, aún no quiero que nos vean —Hanson dio un suspiro, haciendo un gesto frustrante, y luego se encogió de hombros—. Sabía que al final Perkins no era suficiente para esto.

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