5

Ron se levantó tarde aquel día, casi a las once de la mañana. Se había quedado hasta tarde junto a Rod y Jason, fumando sus cigarrillos y bebiendo sus cervezas, charlando sobre todo lo que había sucedido desde que había abandonado los Rippers. Les contó sobre su entrenamiento, como era el trabajo en el FBI, como había podido recuperar la relación con su hermana, y lo destruido que se había sentido luego de perder todo ello. También les contó sobre Annie, como había tenido que dispararle en una pierna para poder salvarla. Evocar su recuerdo le generó una cierta incomodidad en el medio del pecho, como si la extrañara. Y a decir verdad estaba seguro que así era. Annie había sido una chica muy amable y cálida con él, que también había sufrido sin merecerlo, y una parte de sí mismo se sentía un tanto culpable por haberse marchado sin darle más explicaciones. Sin embargo, Ron era un hombre que no conocía de sentimentalismos, odiaba las despedidas, nunca sabía que hacer o que decir frente a un adiós, un funeral o una situación dramática. Y además si se había marchado, era solamente por protegerla. Porque al final, sus sospechas eran ciertas, Hanson arremetió contra todos a su alrededor por el simple placer de venganza hacia su hijo, y Annie era un potencial peligro cada día que pasaba a su lado. Ron no se permitiría perder a nadie más.

En cuanto terminó de desayunar una media hamburguesa, Jason lo llamó hacia el garaje interno donde guardaban la mayor parte de las motocicletas. Ron se acercó, y lo vio de pie junto a una Harley Davidson negra, con manubrio alto y un cráneo de macho cabrío acoplado al farol delantero. En el asiento de la Harley, había una chaqueta doblada cuidadosamente.

—Te dije que, a partir de ahora, la motocicleta de tu hermano es tuya, y lo prometido es deuda —Jason tomó la chaqueta y se la entregó—. Esto también es tuyo.

Ron la tomó en sus manos, y la desplego con aires de melancolía, viendo el logo con el cuervo encima del cráneo, y sonrió.

—No me había dado cuenta de lo que extrañaba esta chaqueta hasta que la veo de nuevo —se la colocó por encima de la camiseta y se miró a si mismo, sintiendo la emoción a flor de piel. Entonces se acercó hasta Jason, y lo abrazó, palmeándole la espalda—. Gracias, hombre.

—Tal vez este siempre fue tu lugar, nunca es tarde para darse cuenta. Bienvenido a casa, hermano.

—Ya lo creo que sí. Supongo que Jeff estaría orgulloso desde donde quiera que nos esté viendo.

—Bueno, ahora ya que lo mencionas, esta noche teníamos pensado ir a la Reina de Picas para tomar unos tragos, ya sabes, por todo.

—No lo sé... —dijo Ron, negando con la cabeza. —No sé si pueda ir de nuevo al lugar donde pasaron tantas cosas. Allí maté a un hombre por primera vez, y también murió mi hermano.

—Anda, anímate. Ahora el lugar está remodelado, supongo que lo habrás visto cuando venías hacia aquí, además el dueño es otro.

—Lógico, yo maté al anterior —se rio, sacando un cigarrillo de su paquete­—. ¿Quién está a cargo, ahora?

—Un antiguo líder de los Infectus, un buen tipo. Además, se muere por conocer al hombre que mató a todos los Hell's Slayers, su grupo estuvo mucho tiempo en conflicto con ellos.

—Me lo dices como si fuera una celebridad —dijo Ron, soltando humo en cada palabra.

—Bueno, casi lo eres. No cualquiera acaba con todo un grupo de un solo golpe. ¿Qué dices? ¿Te vienes con nosotros?

—De acuerdo, vamos allá.

Jason entonces levantó los brazos exclamando un "¡Yahuuuh!" y enseguida salió del garaje, a dar la noticia al resto del grupo a medida que se iban despertando uno a uno. Los Rippers estaban celebrando a pesar de todo, y Ron se sintió bien con aquello. Necesitaba olvidar, aunque sea por un rato, las angustias que lo asolaban entre tanto caos. Después de todo, ya tendría tiempo de organizar sus ideas para planificar el siguiente paso.


*****


Annie salió del hotel cerca del mediodía, y luego de entregar la llave de la habitación, subió a su coche y partió rumbo a las inmediaciones del bar Reina de Picas. El clima había amanecido gris, con el cielo cubierto en un plomizo resplandor tormentoso, pero al menos no llovía, lo cual hacía más ágil la conducción, permitiendo que pudiera avanzar a buen ritmo. Sabía que aún era temprano para ir, pero quería vigilar la zona para no perderse ningún detalle. Además, no conocía las costumbres del grupo, suponía que eran personas nocturnas, pero no tenía la certeza de que fuera así, y no quería perder la oportunidad de encontrar a Ron, así tuviera que vigilar el lugar durante días.

Antes de llegar al bar, Annie se detuvo en un lugar de comida rápida y compró una botella grande de refresco y dos hamburguesas con papas, una para el almuerzo y otra para la cena. Luego se dirigió hacia el bar, y estacionando a una distancia prudencial, apagó el motor y se reclinó en su asiento, para vigilar como si fuera un agente encubierto en una misión muy delicada. Sonrió por el paralelismo de ideas. Recordaba entonces cuando bromeó con Ron, mientras estaba en el hospital, diciéndole que podrían ser socios. Si supiera que ahora estaba practicando para ello, pensó.

Sabía que tenía una larga jornada de espera nada más ver la poca actividad que había en torno al bar. Apenas había un par de motocicletas estacionadas afuera, y no se veía gente entrar o salir. Resignada, estiró la mano hacia el tablero del coche para encender la radio, y buscar una estación de música clásica. En cuanto encontró las suaves melodías de un violín, se acomodó en su asiento y abrió la primera de las dos hamburguesas con papas, sin apartar los ojos del parabrisas.

Durante su vigilancia, vio muchas cosas interesantes, todas ellas basadas en diferentes peleas, a medida que poco a poco iba llegando más gente al local. La primera fue casi a las dos de la tarde, donde dos tipos literalmente volaron a través de la puerta abierta hacia la acera, en medio de una maraña de golpes de puño y patadas, hasta que otro sujeto salió fuera y golpeó al contrincante de su amigo —a juzgar por el logo idéntico en sus chaquetas— con una botella en la cabeza, dejándolo KO. Los amigos del herido lo alejaron de allí y la riña no pasó a mayores, aunque había dejado los ánimos caldeados, por lo que apenas media hora después, dos de estos grupos volvieron a pelear entre sí. Annie podía adivinar que se trataba de un lio por la atención de una chica, ya que había una joven vestida con pantalón de cuero y peinado punki, que gritaba improperios alrededor de la pelea. Finalmente, el saldo de aquella disputa fue uno de los luchadores apuñalado. El tercer —y por suerte— último conflicto de aquel día era un simple lio de bandas con un posterior tiroteo. Asustada, Annie se arrojó de bruces bajo el tablero del coche, rogando que, aunque estaba a una distancia prudente de allí, no hubiera una bala perdida que le dañase el coche de alquiler.

En cuanto la tarde comenzó a caer y todo el lugar se aquietó para su tranquilidad, comenzó a dormirse debido a la tibieza del interior del coche y la comodidad del asiento, además que ya empezaba a aburrirse. Arrellanada en su asiento comenzó a pensar en Ron. ¿Y si no lo encontraba? Se preguntó. ¿Qué pasaba si, por algún motivo, ese día no iba a tomarse unas copas? La posibilidad existía, no iba a negarlo. Aunque, por otro lado, confiaba en tener un poco de suerte al menos por una vez en la vida. Ya había llegado hasta ahí, había hecho lo que jamás haría antes por otro chico. La vida no podía ser tan injusta de quitarle la oportunidad de ser feliz. Estaba dispuesta a dejar todo atrás por acompañarlo en su cruzada, no solo por una cuestión de amor, sino por un deber de responsabilidad y honor propio. Él la había salvado a ella, ahora ella debía estar con él.

Las horas pasaron, lentamente, y el día comenzó poco a poco a llegar a su fin. Si le costaba mantenerse despierta a plena luz, no imaginaba como iba a hacerle en cuanto la noche cerrada se cerniese sobre ella. Podía encender la luz interna del coche, pero de esta forma sería fácilmente vista a la distancia, y no quería arriesgarse a ello. Como temía, en cuanto se hicieron las ocho de la noche comenzó a cabecear en su asiento. A las nueve, abrió el envoltorio de su segunda hamburguesa. La verdad era que no tenía tanta hambre como para cenar todavía, pero lo hacía por el simple acto de mantenerse ocupada haciendo algo. Para las nueve y media se acabó su botella de refresco, junto con su comida, ya las diez sintió unas ganas de orinar tremendas, por lo que tomó el resto de servilletas que le habían sobrado y bajándose del vehículo, no tuvo más remedio que ponerse de cuclillas al costado del coche para hacer lo suyo. Para las once y cuarto, Annie ya roncaba en el asiento frente al volante, apaciblemente dormida. 

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