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Ron comprendió las palabras de Jason, sin duda tenía razón en todo lo que le estaba diciendo. Era un tonto por desaprovechar un tiempo valioso que quizás más adelante no tendría, y la idea de que Annie abandonara el grupo de la noche a la mañana se instaló en lo más hondo de su cabeza, machacándolo. Si eso ocurría, no se lo perdonaría jamás. Sin embargo, la ocasión de hablarle no fue posible. Luego de aquel día, Annie no le dirigía la palabra, ni siquiera lo miraba, y si le descubría mirándola, le lanzaba una expresión furibunda que hacía que Ron apartase la vista al instante. Aquello se mantuvo durante casi dos semanas, hasta que poco a poco Annie comenzó a ablandarse. Aunque ya no lo miraba de mal modo, cierto era que no le hablaba como antes, ni mucho menos se le acercaba o abrazaba con la intimidad de siempre. Y Ron sufría por aquello, sintiéndose extraño, como si entre ambos hubiera un muro imposible de flanquear que él mismo había construido, como un tonto.
Sin embargo, aquella situación mejoraría considerablemente a partir de aquel jueves por la tarde. Algunos Rippers habían marchado hacia la Reina de Picas para jugar un poco al pool y tomar unas cervezas, mientras que Jason, Rod, Annie, Ron y algunos otros más estaban en el Steel Cat, ordenando un poco la agenda de entrega de ese mes. Los Warpigs habían hecho un pedido bastante cuantioso en ametralladoras y pistolas automáticas, y Jason tenía que contactar a su distribuidor corrupto en la milicia con al menos dos semanas de anticipación, si es que quería conseguir la mercancía a tiempo. De fondo, escuchaban la televisión encendida con las noticias. Esto era otra costumbre que el grupo había adquirido gracias a la influencia de Annie: todas las tardes se debía ver el noticiero, rigurosamente. Ella decía que para sobrevivir en el mundo se debía estar actualizado y en constante información.
—¿Anotaste los fusiles FAL? —preguntó Ron. Jason chequeó su lista, y asintió con la cabeza.
—Cinco, ¿verdad?
—Cinco.
—¡Hay que joderse! —exclamó Annie de repente, mientras se asomaba al umbral de la puerta para mirar hacia la sala donde estaba la televisión. Ambos hombres la miraron casi al unísono.
—¿Qué pasa? —preguntó Jason, sin comprender.
—¡Están dando de nuevo la noticia de la niña de Kuwait, en la invasión de Irak! Esa noticia se ha comprobado que es falsa y algunos medios de mierda la siguen transmitiendo como si nada. Solo buscan distraer a un sector de la población con tonterías desinformantes, mientras operan junto al poder por detrás.
Ron la miró con el ceño fruncido, sin entender ni pizca de lo que estaba hablando o a qué se refería, ya que no había escuchado la noticia original. Hasta que de repente, algo en su cerebro se iluminó.
—Distracción, eso es —dijo. Ahora era Jason y Annie quienes lo miraban.
—¿Qué? —masculló Jason.
—Método de distracción, eso fue lo que hicieron —Ron dio un golpe a la mesa, eufórico y frustrado al mismo tiempo—. ¡Tenía que haberme dado cuenta antes, era obvio!
—¿De qué hablas, Ron? —preguntó Annie.
—El mismo día que Hanson irrumpió en la casa de mi padre y lo asesinó junto con mi hermana, Blake y Sam llegaron a sus oficinas y encontraron un expediente con información sobre un posible encuentro de narcotraficantes, donde también estaría Ortíz. Y también murieron, lo cual me hace pensar que no solo es muy sospechoso, sino que fueron emboscados a una posible trampa, para alejarlos de mi y que no me pudieran dar apoyo de cobertura —explicó.
—¿Y entonces qué sugieres? ¿Todo fue premeditado al detalle? —preguntó Jason.
—Perkins, el director adjunto de la oficina, dice que no puede controlar cuantos expedientes pasan por día frente a su nariz, pero estoy seguro que ese puto gordo no se perdería por nada del mundo husmear en un caso así. Estoy seguro que está involucrado en ello —Ron encendió un cigarrillo, con las manos temblándole ligeramente debido a la adrenalina que le recorría el cuerpo, y colocándoselo en la comisura de los labios, sacó el teléfono celular del bolsillo interno de su chaqueta—. Espero por su bien que me esté equivocando.
—Espera, ¿qué vas a hacer?
—Voy a azuzarlo un poco, quiero ver su reacción.
—No sé si eso sea una buena idea, hombre. Creo que es mejor que pienses con la cabeza fría —dijo Jason.
Ron hizo un gesto de negación, mientras buscaba en la agenda de contactos el teléfono de Perkins. Entonces pulsó la tecla de llamada, presintiendo de alguna forma como iba a terminar todo, con la mala espina atorada en lo más hondo de su intuición, bajo la mirada atenta de sus compañeros. A los cinco timbres, respondió.
—Habla Perkins.
—¿Recuerda el día que Sam y Blake murieron? Quiero que me diga la verdad acerca de los expedientes que aparecieron por arte de magia en sus oficinas. Alguien tuvo que habérselos puesto ahí, y me juego el pellejo a que fue usted.
—¿Ron Dickens?
—Que rápido se olvida de sus agentes, señor. Ahora, responda mi pregunta.
—No sé nada acerca de lo que usted dice, ya se lo dije en el momento en que renunció. No se busque mas líos, Dickens. Es un hombre libre, váyase a una playa y viva feliz, pero deje de estar molestando a las personas.
Ron sonrió, comenzaba a picarse. Lo sentía en el tono de voz, Perkins siempre había recurrido primero a la persuasión, haciéndote sentir un tonto, luego venía el enojo. Así que decidió pincharle un poco más.
—Sé que fue usted, Perkins. Dígame una cosa, ¿Hanson le paga bien por mancharse las manos con sangre en su lugar? Es gracioso como se necesita estar fuera del FBI para entender ciertas cosas, para comprender por qué nunca lográbamos atraparlo por muy cerca que estuviéramos de su organización. Siempre se nos escapaba a un pelo, como si siempre supiera lo que íbamos a hacer, como si tuviera la mejor suerte del mundo. Y estoy seguro que esa suerte lleva su nombre y apellido, ¿a que sí?
Del otro lado hubo un breve silencio, y entonces el estallido.
—¡A mi no me venga con esas tonterías, Dickens! ¡Es muy grave acusar a un oficial federal sin pruebas! ¡Que rayos, es muy grave acusar a cualquier persona sin pruebas! ¡No juegue conmigo, se lo advierto! —le gritó. Ron sonrió, y levantó el pulgar hacia Annie y Jason.
—No lo estoy acusando sin pruebas, sé que fue usted. Y lo voy a demostrar.
—¡Cuidado, Dickens! ¡Cuidado! ¡No caiga en la estupidez de amenazarme, o lo va a lamentar!
—No lo estoy amenazando. Le estoy avisando lo que va a pasar.
Y dicho aquello, colgó. Annie fue la primera en preguntarle.
—¿Qué te dijo?
—Se puso como un loco, definitivamente ha sido él quien puso esos documentos como una trampa, estoy seguro —respondió. Se sentía triunfal, pero al mismo tiempo le temblaban las manos como un condenado. Terminó el resto de su cigarrillo y lo apagó en uno de los tantos ceniceros que había por doquier.
—¿Y cómo vas a hacer para demostrarlo? —preguntó Jason.
Ron permaneció pensativo unos pocos segundos. Tenía una idea en la cabeza, era arriesgada, por supuesto. Pero era mejor que no hacer nada.
—Iré a Carolina del Sur, no sé donde vive, pero conozco sus horarios en el FBI así que puedo seguirlo cuando salga. Haré guardia y al día siguiente, cuando vaya de nuevo a trabajar, me colaré en su casa y la revisaré de punta a punta. Estoy seguro que algo voy a encontrar, un documento, cualquier cosa que lo vincule con Hanson, o me de una ubicación precisa.
—Es una locura —dijo Jason—. Vas a exponerte innecesariamente. ¿Por qué solamente no lo sigues, y ya? Quizá se reúna con Hanson, si es que están juntos en esta mierda.
—¿Y cuando será eso? ¿En un par de días? ¿En un par de meses? No puedo esperar tanto. Partiré esta misma noche.
—Yo voy, vas a necesitar alguien que se turne contigo en las horas de vigilancia, para que puedas dormir —dijo Annie, decidida. Jason los miró a ambos.
—Yo también voy, vas a necesitar fuego de cobertura en caso de que las cosas se pongan jodidas.
—Pero tú tienes una entrega de mercancía dentro de poco, no puedes irte ahora —observó Ron. Jason, sin embargo, se encogió de hombros.
—No te preocupes por eso, Rod puede encargarse mientras tanto, está tan capacitado para esto como yo, y no es la primera vez que lo hace. Te acompañamos, Ronnie, no se hable más. Necesitaremos llevar dinero, por si debemos hospedarnos en algún sitio cercano, y también armas.
—Está hecho, entonces —asintió Ron. Aún a pesar de la furia que lo dominaba por confirmar sus sospechas acerca de Perkins, se sentía feliz. Porque al fin comenzaba a acercarse un poco más a Hanson.
*****
Mientras tanto, y a cientos de kilómetros, Perkins llamaba nervioso por teléfono. Había una parte de sí mismo que al principio sospechaba el hecho de que Ron lo descubriese más tarde o más temprano, pero, ¿qué otra cosa podía hacer? Cuando el criminal más importante de los últimos veinte años te pedía su protección, sabías perfectamente bien que era tu vida o tu honor, y a veces tu familia. Y en un mundo tan contaminado por la corrupción, que William Perkins encubriera a Hanson no hacía la gran diferencia. A excepción, claro está, de los últimos acontecimientos entre Ron Dickens y él, eso sí hacía la diferencia, y mucho.
—Hola, amigo mío. ¿Cómo va todo por el FBI? —habló Hanson, del otro lado. Perkins no estaba de humor para bromas, le sudaba la frente y se paseaba por la sala de su departamento de un lado al otro frente a la televisión enmudecida.
—Me ha llamado, ya lo sabe, lo sabe todo.
—Espera espera, ¿de quien estamos hablando?
—De Ron Dickens.
Del otro lado de la línea hubo un breve silencio. Luego, Hanson habló.
—Aham. ¿Y qué hay con eso? —dijo.
—¿Qué hay con eso? ¡Va a venir a por mi! ¡Ese tipo es un demente, la última vez que lo vi me apuntó con la pistola de reglamento dentro de mi propia oficina en el FBI! —exclamó, indignado por la poca importancia que parecía darle a todo eso. Hanson se rio. Y aquella risa no hacía más que crisparle los ánimos peor que antes.
—Claro que va a ir a por ti, mi obeso amigo. Pero tú vas a ser más listo que él, y te vas a preparar para ello. Deshazte de todos los documentos incriminatorios que tengas, y si es posible, vigila tu espalda. Alguien con el poder de tu cargo puede designar a una custodia personal, ¿no es así?
—No es tan sencillo como eso, tendría que hacer un informe argumentando el motivo.
Hanson volvió a reírse del otro lado, y Perkins sintió unas irrefrenables ganas de cortar la comunicación en aquel momento, y entregarlo a Ron en cuanto lo tuviera cara a cara. Sin embargo, debía pensar en su familia... Los había mandado a vivir demasiado lejos como para ponerlos en peligro solo por un arrebato momentáneo.
—Uh, el señor moralidad tendría que hacer un informe para pedir custodia porque bla bla bla... —dijo Hanson, del otro lado. —Hazme un favor, ¿quieres? Solamente deshazte de las cosas que te comprometan, a ti o a mi, y si Ron Dickens te busca, créeme que lo lamentará. Cubre mi espalda, como siempre lo has hecho, que yo cubriré la tuya.
Acto seguido, Hanson colgó. En un momento, y aunque Perkins había pensado hacer lo mismo segundos atrás, no pudo evitar sorprenderse. Pero luego sintió alivio de haber terminado la charla con semejante hijo de puta, tal como pensó después. Dejó el celular descuidadamente encima de la mesa y entonces se dirigió hacia el pequeño estudio, en la habitación contigua a la sala, donde estaba su escritorio. Allí encendió la notebook y revisando en carpetas de archivos, comenzó a borrar copias digitales de pruebas y documentos que relacionaban a Hanson junto con Perkins e investigaciones que había llevado a cargo en los últimos cinco años. Luego de eso, caminó hacia un mueble estilo biblioteca, donde en una de las estanterías había al menos cinco archivadores repletos de documentos. Tomó dos de ellos y vaciando la papelera de metal que había bajo el escritorio, comenzó a arrancar documentos de las carpetas rotuladas con el logo del FBI. Entonces fue a la cocina, para tomar una caja de fósforos, y poco a poco comenzó a quemar cada uno de los documentos dentro del cubo de metal, cerciorándose de que solamente quedaran cenizas.
Tardó sus buenas dos horas, y la casa se impregnó a humo y olor a papel quemado, por lo que tuvo que abrir todas las ventanas para poder ventilar. Por último, rebuscó en otro armario, hasta encontrar una bolsa plástica con un teléfono celular dentro. Lo levantó y lo miró a través del nylon rotulado, recordando que aquel teléfono era el que Ron había encontrado en las inmediaciones del refugio de Kahlil. Perkins mismo lo había robado del departamento de tecnología en cuanto los informes mostraron que las huellas eran de Beckerly, y que la última llamada había sido emitida directamente al teléfono de Hanson. Aquello era demasiado peligroso para archivarlo en la sección de evidencias.
Sin embargo, no se deshizo de él. Algo en su mente le dijo que tal vez la mejor opción era dejar algún cabo suelto, una única pista que fuese más útil en manos de Ron que en las suyas propias. Y entonces, la idea se le iluminó fugaz como el rayo. Si tanto quería encontrar a Hanson y a su vez Hanson a él, ¿por qué no ayudarlos a que se maten mutuamente? Tomando su teléfono celular volvió a llamar a Hanson, y en cuanto atendió, habló enseguida.
—¿Puedes conseguirme un rastreador? Tal vez pueda ayudarte a localizar a Ron Dickens de una vez por todas.
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