18
Al día siguiente, Ron se despertó sin saber que hora era, con su teléfono sonando insistente. Apenas había llegado a su casa, le había enviado un mensaje de texto a Annie avisándole que estaba bien, luego se había metido a la ducha y por último se zambulló en la cama, durmiéndose al instante tan profundamente como nunca antes en su vida.
La llamada se cortó y luego de unos segundos volvió a sonar, hasta que Ron pudo al fin abrir los ojos. Tomó el teléfono y atendió.
—¿Qué pasa? —preguntó, somnoliento.
—Ronnie, tienes que venir —era Blake—. Rashid ha declarado la ubicación de Kahlil hace unas horas. Sam y yo estamos agotadísimos, hemos dormido un poco haciendo guardias con otros agentes, pero no es lo mismo.
—Vuelvan a casa chicos, ya han hecho demasiado por mi —dijo Ron, despabilándose de repente. Se levantó de la cama como si tuviera un resorte en la espalda, y caminó hasta su ropero—. Ire enseguida.
Colgó la llamada y tomó ropa limpia del armario, luego se puso la chaqueta del FBI por encima, tomó su placa, se colocó a la cintura el porta pistola y comprobó el arma y los cargadores. De la mesa de luz tomó sus cigarrillos, las llaves de su coche y el teléfono celular, y salió de la habitación, escaleras abajo. En el living, su hermana y su padre desayunaban unas tostadas con queso. Lo vieron bajar casi corriendo, y Suzanne comentó:
—¿Adonde vas? Vas a matarte si sigues bajando así.
—Tengo que volver a Virginia, estoy tras la pista de alguien.
—¿Cómo estuvo tu noche? —le preguntó ella, con cierta picardía en el tono de su voz. Ron la miró un segundo antes de salir por la puerta.
—No tengo tiempo para esas cosas, nos vemos luego.
Le tiró un beso a su hermana y a su padre, y salió al patio. Abrió la portería para sacar el coche a la calle, y emprendió la marcha por la avenida sin cerrar la portería tras él, buscando perder el mínimo tiempo posible. Tomó los accesos a la carretera mientras que con una mano encendía un cigarrillo, y una vez que ya circulaba por la vía rápida en el carril a la izquierda, movió la palanca de cambios hasta la quinta y aceleró a más de ciento treinta. Estaba ansioso por llegar y que le informaran lo obtenido en el interrogatorio, sabía que cercenar la personalidad de Rashid a costa de no darle agua, comida o dejarlo ir al baño, por cuestiones físicas iba a resultar a su favor. Quizá algunos podían decir que Ron era un sádico, pero eso no le importaba en lo más mínimo. Ya había hecho cosas malas en su vida, había acabado con toda una pandilla de motociclistas por su propia cuenta, y como bien le había dicho Annie la noche anterior, ya debía soltar esa carga de una vez.
Estiró la mano hacia la radio, encendiéndola. Mientras escuchaba el disco de Pink Floyd que había puesto la última vez, su mente comenzó a repasar la noche anterior en compañía de Annie. No se iba a mentir a sí mismo, había una parte de su mente que tal vez temía el hecho de que las cosas se confundiesen más de la cuenta, si no es que estaba confundido ya. Un hombre solo, en la casa de una chica soltera, por muchas buenas intenciones que tuviese podía dar lugar a la confusión. Sin embargo, se había sentido muy bien con su compañía, produciéndole efectos que no conocía en él. Al instante en que había entrado en su casa, Ron se sintió como si toda su vida hubiese pertenecido a ese lugar, un entorno íntimo y cálido. Había disfrutado de la cena sencilla, y de la forma en que Annie le había contado su historia personal, ese quiebre tan delicado de la personalidad en donde ya no importa vivir o morir. Y también se había sentido de maravilla cuando le contó su experiencia con los Rippers, aún sabiendo que ella podría horrorizarse por el hecho de que Ron hubiera asesinado gente. Sin embargo, ella supo contenerlo y comprenderlo a pesar de lo irrisorio de la situación. Y para Ron, aquel acto había sido como una caricia al alma.
Llegó a la oficina federal en Virginia en casi una hora y cuarto. No había retirado el pie del acelerador en casi todo el camino, y en cuanto apagó el vehículo estacionándolo en la puerta, el motor comenzó a hacer un sonido siseante, apenas perceptible, debido al líquido refrigerante haciendo su trabajo en el motor sobreesforzado. Bajó del coche e ingresó al hall del edificio, dirigiéndose directamente a la sala de interrogatorios. Al llegar, vio a Blake y Sam en el pasillo, charlando entre sí, con un vaso descartable de café en las manos.
—Vaya, creí que ya se habían ido —comentó, palmeándoles las espaldas.
—Estábamos esperándote para ponerte al corriente de la situación —respondió Sam.
—¿Qué ha dicho?
—Kahlil efectivamente estaba haciendo tratos con Hanson, aunque no nos dijo para qué. Ha confirmado algunas cosas que sospechábamos, y otras se las ha reservado, supongo que tú podrás escarbar en algún dato más.
—¿No había dicho la ubicación de Kahlil? —preguntó Ron.
—Sí, y no. Dijo que se refugiaba en una cabaña de campo, pero no dio coordenadas ni ubicación. Solo dijo que se encontraba al norte de Virginia.
—Bien, ya veré que puedo hacer yo —asintió Ron—. Han trabajado demasiado, chicos. Vayan a dormir, los veo en la oficina de Columbia, cuando todo esto termine.
—Adiós, Ronnie. Mucha suerte con ello —dijo Blake.
Ron vio como sus colegas marchaban hacia la salida, y luego se giró hacia la puerta de seguridad de la sala de interrogatorios. Hacia ellos se acercaba también otro agente, mientras que Ron abrió y entró. Rashid lo miró de forma lastimosa, tenía los ojos rojos debido a la falta de sueño y los labios agrietados. La piel le brillaba de sudor debido al calor y la poca oxigenación de la habitación donde lo mantenían, y al ver a Ron, levantó sus manos esposadas hacia él.
—¡Agua, por favor! —pidió.
—Te traeremos un vaso de refrescante agua, claro que sí. Pero recuerda que primero necesitamos que tú nos ayudes a nosotros. Le dijiste a mis compañeros que Kahlil estaba haciendo tratos con Hanson, ¿no es verdad? —preguntó Ron. —¿Tratos sobre qué, precisamente?
—Hanson quería controlar el mercado negro, adueñándose del deposito de criptomonedas, veintiún millones de bitcoins en manos de una sola persona. Para ello iba a asaltar el banco Chase, sin rehenes ni heridos —dijo Rashid—. Para eso contactó a Kahlil, para que le diera el armamento y la tecnología necesaria, fabricándole armas con la misma aleación de las monedas para hacerlas indetectables a los controles de seguridad. A cambio, Hanson le daría una parte del bitcoin para financiar los ejércitos de Kahlil en el Medio Oriente.
—Pero Peter le arruinó los planes, ¿por qué?
—Hasta donde sé, él quería ser parte de la asociación, pero su padre no lo creía capaz. Disputas familiares conllevan grandes desastres.
—¿Cuál era tu participación con Kahlil? —le preguntó Ron.
—Yo era quien le iba a conseguir la infraestructura para desarrollar las armas... —dijo. —Taller de construcción, materiales, municiones, maquinarias...
—Supongo que sabes donde está Kahlil ahora mismo.
—Sí, lo sé. A las afueras de la ciudad, al norte.
—¿Crees que podrías señalarlo en un mapa?
—Sí —dijo Rashid, asintiendo con la cabeza.
Ron se giró hacia el agente que había entrado junto a él, y que estaba parado en un rincón mirando la escena sin decir nada.
—¿Podría traer un mapa de la ciudad, por favor? —le pidió. El agente asintió y salió de la sala de interrogatorios, demoró unos instantes, y a los pocos minutos volvió a entrar, con un mapa bajo el brazo que le extendió a Ron. Lo estiró encima de la mesa y miró a Rashid. —Marca la ubicación.
Buscó en el mapa hasta señalar con su índice encima, Ron miró el punto donde señalaba, una zona boscosa. Luego volvió a mirar al prisionero.
—¿Y qué hacía ahí? —le preguntó. —¿Tiene un centro de operaciones, o algo en particular?
—No, ahí es donde se reunía con Hanson. Hasta donde sé, Hanson le iba a pagar una suma de dinero antes de que volviéramos a nuestro país, por las molestias y gastos causados. Pero he perdido su contacto.
—¿Estás completamente seguro de ello?
—Sí, le juro que sí, le diría más si supiera... —se lamentó, negando con la cabeza. —Por favor, tengo mucha sed...
Ron tomó el mapa de la mesa, y se giró hacia el agente a su espalda.
—Dele lo que pide, ya tengo la información que necesitaba —le dijo.
—¿Usted que hará?
—Iniciar el protocolo de captura —respondió, saliendo de la habitación. Avanzó por el pasillo hasta el hall común de oficinas, donde los agentes trabajaban en sus casos personales, algunos tecleando, otros respondiendo llamadas, o revisando expedientes. Ron se detuvo en medio y agitó el mapa en su mano —¡Señores, necesito un momento de su atención por favor! —exclamó, todos abandonaron sus tareas para observarlo. —Hay una pista segura sobre un socio de Hanson, y quiero al menos diez voluntarios para una operación de captura.
De una de las oficinas aledañas, un hombre de porte ancho, de camisa celeste y tupida barba negra, abrió la puerta y miró la escena.
—Señor Dickens —lo llamó—. ¿Qué está haciendo?
—Estoy convocando agentes para un operativo. ¿Por qué lo pregunta?
—Soy el director Ullman, y lo pregunto porque esta no es su oficina, ni su jurisdicción, ni sus hombres. No puede hacer uso de mis agentes por cuenta propia como le venga en gana —respondió. Ron lo miró poniendo su mejor cara de póker, pensando que seguramente debía haber un Perkins diferente en cada maldita oficina de cada estado del país. Todos parecían ser igual de imbéciles, y no tenía ganas de repetir lo mismo que había sucedido con el agente Cole.
—No es mi oficina, es cierto —comentó—. Pero estoy llevando a cabo una investigación muy importante, acabo de confirmar la locación de Ibrahim Kahlil, un terrorista que puede ser una pieza clave en la captura de Bill Hanson, y está aquí, en su estado, bajo sus narices. Si quiere puede darme esos diez agentes, contactar a las fuerzas armadas para que nos den apoyo de cobertura, e iré a por ese hombre. De lo contrario, entonces volveré a mi oficina, y elevaré un informe indicando que usted se opuso a la investigación del criminal internacional más peligroso de la última década. Usted elige.
El mutismo más absoluto se oyó en aquel lugar, los miradas de los agentes que contemplaban la escena iban desde Ron de pie, en medio de todos, hasta su director ante la puerta de la oficina, mirando a Ron con fijeza. Finalmente, el señor Ullman cedió.
—Contactaré al ejercito y le asignaré los agentes necesarios. Deme unos minutos —dijo, volviendo a su oficina y cerrando la puerta tras de sí.
Ron esbozó una ligera sonrisa, y caminó rumbo a la maquina de café expreso, ya que no había tomado su desayuno y necesitaba cafeína de forma urgente. Metió un dólar por la ranura y tomando un vaso descartable, lo colocó en la bandeja bajo el pico vertedor. Al instante, el café comenzó a servirse, y en cuanto estuvo lleno, tocó el botón de STOP y sacó el vaso, apresurándose a darle un sorbo. En cuanto pudo degustar el café caliente, se sintió como si el alma le hubiese retornado al cuerpo. Aún no tenía hambre, a pesar de que había omitido sus clásicos huevos con queso y tostadas de todas las mañanas, pero ya almorzaría algo más adelante. Dio un segundo sorbo de café, cuando su teléfono sonó con un mensaje recibido. Se recostó en un escritorio vacío, y dejando el vaso a un lado, sacó su teléfono del bolsillo. Annie le había escrito, deseándole los buenos días y preguntándole si había podido descansar bien. Entonces decidió llamarla, ya que no tenía nada que hacer hasta que el operativo tuviera luz verde para proceder. Pulsó directamente la tecla de llamada, y esperó.
—Hola, Ronnie —saludó ella, del otro lado —¿Cómo estás? Que raro me estés llamando, creí que estabas en la oficina.
—Tengo un momento libre, he vuelto a Virginia a primera hora. Rashid ha declarado la ubicación de Kahlil —comentó Ron—, ahora mismo estoy esperando apoyo militar para la operación de captura.
—Vaya, eso suena riesgoso...
—No te preocupes, prometo que no le dispararé a más civiles —dijo él, con una sonrisa. Annie se rio por la broma, del otro lado.
—Tonto, los demás no me preocupan. Sino tú.
—No te voy a mentir, no sé con que nos vamos a encontrar. Pero tengo un plan de contingencia.
—De acuerdo... —dijo ella, y luego permaneció unos segundos en silencio del otro lado de la línea, como si estuviera pensando que decir o se hubiera quedado distraída. —Bueno, la verdad es que... te escribí para saber como estabas, y para preguntarte si te habías sentido a gusto anoche, con la cena y todo...
Ron se dio cuenta que titubeaba al hablar. No sabía si estaba nerviosa, o en realidad le cohibía el hecho de preguntarle algo así. Suponía que para ella no debía ser nada fácil. Annie era una chica muy amigable, que había congeniado muy bien con él, pero que no le costaba demasiado esfuerzo adivinar que en otras circunstancias solía ser alguien muy reservada consigo misma, de esas que no aceptan una cena o una salida al cine de buenas a primera. Dio un nuevo trago a su café, y luego habló.
—Claro que me sentí a gusto, no necesito una cena de lujo para disfrutar de una buena charla y el calor de una chimenea —dijo.
—¿En verdad lo dices? No hagas cumplidos.
—No son cumplidos, Annie. Lo digo en serio.
—Debería invitarte más seguido, entonces —rio ella, del otro lado.
—¿Y tú? ¿Cómo te has sentido?
—Hacia mucho tiempo que no me sentía tan bien en compañía de alguien.
—Eso es maravilloso —asintió él—. La próxima vez, prometo no ir con las manos vacías. Podré llevar un buen vino, o el postre.
—Prefiero el postre, soy un peligro si tomo alcohol.
—¿Por qué? No me digas que eres de esas que empiezan a recordar cosas tristes y se deprimen a la primera copa.
—Pues precisamente no, sino todo lo contrario... —murmuró ella. —Pero de todas formas sería un momento embarazoso.
—Vaya, quien lo hubiera imaginado —dijo Ron. A la distancia vio que el director Ullman salió de su oficina, y le hizo un gesto—. Annie, me vas a disculpar, pero debo irme. Hay noticias sobre el operativo de captura.
—Ve, la ley te llama, agente especial —bromeó ella.
—Adiós, Annie. Te mantendré al tanto.
—Cuídate Ronnie, por favor...
—Lo haré —respondió, y colgó. Metió su teléfono al bolsillo del pantalón y tomando el vaso de café, caminó hacia Ullman.
—Agente Dickens, un equipo táctico de la milicia viene en camino —le dijo—. Traen perros para darnos apoyo sobre el perímetro.
—Excelente noticia.
—Puedo prepararle un equipo de diez agentes, si quiere puede darle instrucciones ahora mismo, o esperar a la milicia para informar el procedimiento en la sala de reuniones.
—Esperaré a que lleguen los militares. Cuanto más sepan del operativo, mejor —solucionadas las rispideces, Ron le ofreció la mano derecha—. Muchas gracias, director Ullman.
—No se preocupe, siento el altercado —le dijo, estrechándole.
Ron asintió y giró rumbo a la puerta principal del edificio, para acabar de beber su café y fumar un cigarrillo. Sentía la ansiedad propia de quien está a punto de alcanzar una meta muy importante, y no dejaría que Kahlil se le escapase, así como así. Para él, capturarlo con vida era prioridad principal, porque sabía que lo conduciría hacia Hanson y sus hombres. Sacó un Marlboro del paquete y lo encendió, aspirando rápidamente. Creía que estaría mucho más somnoliento, pero las expectativas eran tantas que lo revolucionaban, despabilándolo. Los peatones iban y venían de un lado al otro de la acera, indiferentes y acostumbrados a ver siempre agentes del FBI a las puertas del edificio, o patrullas federales yendo de un lado al otro, y Ron las observó, pensativo. Costaba creer que una persona pudiese alcanzar niveles de maldad como Hanson, que no le importaba en lo más mínimo financiar un terrorismo horrible, con tal de hacer crecer su economía y sus negocios sucios.
Tampoco podía olvidar la sorpresa en los ojos de Rashid cuando se dio cuenta que él había sido quien le dio muerte al hijo de Hanson, y luego sus palabras, confirmando lo que Ron ya sospechaba acerca de una posible venganza. Aquello era lo que más ímpetu le daba para continuar a pesar del riesgo, ya había perdido a su hermano, y haría lo que fuese necesario con tal de salvar al resto de su familia. Primero se entregaría desarmado ante Hanson con tal de proteger a su hermana y su padre.
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