12

Llegó al Steel Cat cuando el grupo estaba terminando de incinerar el cuerpo del muerto en la balacera. Rod estaba dentro, asistiendo a los heridos con sus conocimientos médicos, y no advirtió cuando Ron ingresó para abrir el portón lateral, por lo que tuvo que abrirse la portería él solo. Una vez tuvo la entrada libre, volvió al coche y deslizó el vehículo hasta el patio trasero. Allí, los Rippers estaban en completo silencio y con los ánimos por el suelo, todos frente al horno encendido, que irradiaba un mortuorio calor a través de su chimenea. Casi todos ellos tenían una cerveza en la mano, y bebían con las caras largas y sin decir una palabra, en silenciosa despedida con su colega muerto. Jason, quien estaba a la cabeza de ellos, miró a Ron bajarse del coche, y se acercó a él.

—Enseguida nos ocuparemos de Jeff, cuando terminemos con Bran —le dijo.

—Gracias, Jason —asintió—. Yo iré a sentarme un momento.

—Lo entiendo. Hay cerveza adentro, por si quieres beber algo en este momento tan amargo.

—No, gracias.

Jason asintió con la cabeza, y Ron se alejó del grupo sentándose en una motocicleta desarmada de la pila de repuestos, mirando la escena con aire absorto y por completo abrumado, mientras el olor a carne quemada le invadía mórbidamente sus fosas nasales. Una hora después vio apagarse el horno, quitaron con una pala larga las cenizas de su colega, y luego hicieron un pequeño hoyo de medio metro de profundidad en el suelo, para posteriormente enterrar allí las cenizas. Jason se acercó a Ron, entonces, para preguntarle si no quería ayudar a meter el cuerpo de su hermano al horno, o decir unas últimas palabras, pero este se negó, argumentando que ya había dicho y hecho todo lo que había podido. Así que solamente se quedó allí sentado, bajo el rocío nocturno, viendo como Jason, ayudado por dos Rippers más, sacaban el cuerpo de Jeffrey de su coche, y luego de quitarle el arma de la cintura y algunas balas sin uso, metieron el cuerpo de cabeza dentro del horno. Cerraron la compuerta con seguro y encendieron de nuevo la combustión de propano.

Durante las siguientes tres horas que duró la cremación, Ron no pudo evitar apartar la mirada de la puerta del horno, ni de sentir el olor a carne y huesos quemados, pero, aunque era horrible, no quería perderse nada del proceso. Sabía que aquello solo alimentaria aún más su deseo visceral de odio y venganza, y aquello era bueno, era lo que necesitaba para acabar con el grupo que había asesinado a su hermano. Cuando eran casi las cinco de la madrugada, Jason se acercó a Ron de nuevo, para preguntarle si quería hacer algo con las cenizas, o dejarlas en algún sitio especial, pero Ron dijo que no importaba, que podían enterrarlas también. Suponía que, si su hermano pudiera, era lo que habría elegido, ya que tenía mucha estima por los Rippers.

Así lo hicieron, y cuando acabaron con todo aquello, cada Ripper volcó un poquito de su lata de cerveza encima de la tierra recién removida, como forma de tributo a sus muertos. De a uno a la vez fueron alejándose rumbo al interior del Steel Cat, pero Ron seguía allí, inamovible. Jason se acercó a él, y le apoyó una mano en el hombro.

—¿Estás bien? —le preguntó.

—No, claro que no. Quiero acabar con todos ellos, quiero matar a cada Hell Slayer que vea.

—Te comprendo, Ron. Pero lo hecho, hecho está, por desgracia. ¿Por qué no vienes a descansar un poco? Ha sido una noche larga para todos.

—No, no tengo sueño, y aunque tuviera creo que no podría dormir de todas formas —respondió.

—Entiendo —asintió Jason—. ¿Hay algo que pueda hacer por ti?

Ron asintió lentamente con la cabeza, a medida que hilaba ideas en su cabeza. Había estado dándole vueltas a todo mientras veía aquel horno que incineraba el cuerpo de su hermano, y una de las cosas que seria de necesidad, era el hecho de tener que armarse si quería ir contra los Hell's Slayers por su cuenta.

—¿Puedes concertar una cita de negocios con tu proveedor de armas? Ese militar amigo tuyo —pidió.

—¿Qué estás pensando?

—¿Puedes conseguirme una reunión con él, o no? —insistió Ron.

—Hombre, lo llamaré, claro que sí. No sé que tramas, pero ten cuidado.

Ron asintió con la cabeza.

—No te preocupes, ve a descansar —le dijo.

Jason asintió, y se giró sobre sus talones para entrar al recinto. Ron esperó una media hora, a que todos los Rippers ya estuvieran descansando plácidamente, y cuando imaginó que ya nadie podía oírlo salir, abrió el portón lateral del terreno y condujo el coche hacia la calle, en reversa. Se bajó, para volver a cerrar el portón, y luego subió de nuevo al Camaro, acelerando por el camino rumbo a la Reina de Picas. Mientras conducía se revisó la chaqueta, para asegurarse que tenía el arma consigo, y pisó el acelerador un poco más. En poco más de una hora el sol comenzaría a salir para todos, menos para él.

La prioridad para él era el hecho de averiguar donde estaba ubicado el escondite o refugio de los Hell's Slayers. Si daba con su paradero, lo siguiente que haría sería encontrar una estrategia de ataque, preferentemente en un momento en donde todos estuvieran reunidos, y los exterminaría como cucarachas. Aferró el volante con ambas manos, frunciendo el entrecejo. Jamás se imaginó en toda su vida que podría sentir aquellas ideas tan asesinas. Pero al final era cierto aquel libro de Stephen King que había leído, muchos años atrás, en donde había una cita que siempre le llamó la atención: "Existe otro hombre dentro de cada hombre. Un extraño, un conspirador". Y vaya que tenía razón, se dijo.

Condujo durante todo el trayecto sin detenerse, aunque el medidor de combustible estaba casi en reserva. Ya tendría tiempo de llenar el tanque después, por el momento, lo único que quería era llegar al bar cuanto antes. Suponía que el cantinero debería seguir allí, a pesar de que habían pasado algunas horas del tiroteo, pero recordaba que una ventana se había roto en la balacera. Sin duda debía seguir allí, no podía dejar el bar con una ventana rota o podrían asaltarle, y planeaba utilizar aquello a su favor.

Al llegar, rato después, confirmó lo que pensaba. El tipo seguía allí, terminando de colocar una ventana nueva. Repasaba el cemento de masilla blanca buscando imperfecciones que alisar, y a Ron le asombró la rapidez en conseguir un nuevo cristal de repuesto, pero luego pensó que un tipo como él, acostumbrado a las frecuentes peleas y disputas en su local, lógico sería tener contactos las veinticuatro horas del día que le brindaran materiales de reparación cuando fuese necesario.

Estacionó el coche a un lado de la calle, apagó el motor y bajó presurosamente. Cruzó la calle, entró empujando la puerta y caminó directo hacia el cantinero, que lo miró asombrado, acuclillado en el alfeizar de la ventana.

—¡Eh, amigo! ¿Sabes qué hora es? —preguntó, con tono molesto. Ron no le hizo el mínimo caso, solamente lo tomó de la chaqueta y lo levantó en ascuas, estampándolo contra el mostrador. De un movimiento rápido, sacó su arma con la mano derecha y lo apuntó directamente al rostro. —¡Eh, eh! ¡Tranquilo, baja eso! —dijo, nervioso.

—Quiero que me digas donde se esconden los Hell's Slayers, y quiero que me lo digas ya.

—¡Yo no sé nada amigo, en verdad! ¿Cómo podría saberlo? ¡Solamente les sirvo cerveza a los moteros locales, por Dios, se te va a escapar un disparo! ¡Baja esa arma de mi cara!

Rápidamente, Ron bajó el arma hacia los pies del cantinero, y apretó el gatillo. El balazo entró de lleno en el pie derecho y el cantinero dio un grito ante el fulgurante dolor, retorciéndose como pudo. Entonces Ron volvió a apuntarlo al rostro.

—¡Vaya! Tenías razón, al final se me escapó un disparo. Ahora, ¿vas a decirme donde están los Hell's Slayers o no? Quizá se me escape otro disparo a tus rodillas y ya no puedas caminar, ¿quién sabe? —dijo.

—Solo... solo escucho rumores, nada más... —balbuceó, con lágrimas en los ojos por el dolor.

—Sí, lo sé, alguien como tu debe escuchar muchísimos rumores tras la mesa de bebidas, apuesto a que sí. Por eso te daré diez segundos para hablar lo que sabes —y dicho aquello, bajó el arma, apoyándola en su rodilla izquierda.

—En Parks Mill, al este, en el suburbio de Breanna, hay un edificio abandonado en una obra constructora. Tiene unos cuantos pisos, y todos están sin terminar, como si alguien hubiera comenzado a construir el edificio y luego se hubiera largado por patas de allí —dijo, con las manos levantadas hacia Ron—. ¡Por favor amigo, es todo lo que he oído sobre ellos! ¡No me hagas daño!

—¿Qué tan seguro estás de esta información?

—Lo dijo un hombre de los Raven's, hace unos cuantos meses. Tenía que hacer un negocio con ellos por unas pastillas de éxtasis, nada más.

—Bien, gracias —dijo Ron.

Le soltó la chaqueta y antes de que pudiera siquiera reaccionar, le disparó a quemarropa en la cabeza. El cuerpo del cantinero se desplomó encima del mostrador con los brazos abiertos, y luego se deslizó a un costado hasta caer al suelo, dejando un rastrojo de sangre sobre las vetas de la madera. Le puso el seguro al arma mientras salía de la Reina de Picas, cruzó la calle y subió al coche sin mirar atrás. Metió de nuevo la llave en el contacto de encendido, pero no hizo el menor movimiento, solamente se quedó allí, pensando que indefectiblemente, tenía que darle la noticia a su hermana. Sin embargo, esperaría un poco más, todavía no tenía el coraje de telefonearla para decirle que Jeffrey había muerto. Aún no había ensayado las palabras necesarias dentro de su cabeza, y tenía miedo por su reacción, aunque supiera de antemano que no sería buena en absoluto.

Encendió finalmente el motor del coche, y continuó por el camino hacia la zona mas céntrica de la autopista, para cargar combustible en una estación Shell. Llenó el tanque, y luego emprendió la marcha de nuevo al Steel Cat. A mitad de camino, los primeros rayos de sol tiñeron todo de un suave resplandor anaranjado, pero Ron no se sentía confortado por aquello ni mucho menos. Le dolían las extremidades y la cabeza, suponía que por la noche tan estresante que había vivido, y por el sobreestimulo de energía que estaba sintiendo gracias al desvelo. Aprovechando aquello, cambió de opinión. Pensándolo bien, podría ir a confirmar que la dirección dicha por el cantinero era cierta, se dijo. Se orilló a un lado del camino para revisar en la guantera, hasta que encontró un viejo y amarillento mapa de carreteras. Su estado era deplorable, y se lamentaba por no haber comprado uno en la estación donde había cargado combustible, pero, aunque su color estaba emborronado, aún se podían leer las indicaciones.

Se tomó sus buenos veinte minutos para encontrar la dirección, y una vez ubicada, comenzó a trazar mentalmente un camino para llegar. Cuando tuvo listo el recorrido que haría, dejó el mapa a mano sobre el asiento del acompañante, y volvió a retomar el camino. En el primer desvío a la izquierda giró, y se dirigió rumbo a la autopista diecisiete, acelerando a ciento veinte. No estaba seguro si lo reconocerían en caso de que pudieran ver su coche merodear por la zona, pero quizá tuviera suerte y no fuera así. Además, se dijo mentalmente, sin duda los muy cerdos estarían durmiendo tan felices, creyendo que la deuda de sangre por el Duque estaba saldada, y que habían obligado a los Rippers a huir con el rabo entre las patas. Ya les mostraría, pensó.

Tardó casi dos horas en atravesar de una punta a la otra la ciudad, hasta que llegó a los accesos del suburbio que el cantinero le había indicado. No era difícil darse cuenta que era un barrio pobre, los indigentes que dormían en las esquinas, cubiertos por mantas mugrosas y con carros de supermercados llenos de chatarra a su lado, no escaseaban allá donde Ron mirase. Los muros de las casas, comercios y fábricas que había allí estaban en su mayoría cubiertos de grafitis de colores, con emblemas de pandilleros locales y mensajes obscenos. Ron estiró el brazo para tomar de nuevo el mapa, se lo colocó sobre el volante un segundo para confirmar la ubicación de la calle, y luego giró a la derecha, atravesando unas calles angostas y con olor a orines.

Condujo durante un par de calles más, hasta que, a la distancia, pudo ver un edificio a medio construir, alzándose por encima de todas las casas humildes de la zona. Aminoró la marcha del coche hasta llegar al lugar, mirando por ambos retrovisores para prevenir posibles emboscadas, y cuando se sintió seguro de que no había nadie alrededor, se estacionó y bajó del Camaro, sin apagar el motor. Sacó el arma, para estar listo en caso de tener que disparar, y le quitó el seguro mientras avanzaba lentamente por la acera. El edificio estaba rodeado por un muro de casi dos metros de altura, bastante derruido en algunos lugares, y todo el lugar en sí mismo tenía un aspecto bastante tenebroso. Parecía, como bien le había dicho el cantinero, que habían comenzado a construirlo y por algún motivo la obra fue cesada a mitad del proyecto. El edificio de cinco pisos solo tenía en su estructura seis columnas que oficiaban de cimientos, paredes, escaleras y techos. No había ventanas, tampoco había barandales en las escaleras, ni puerta de entrada, toda la construcción estaba hecha enteramente a cemento gris, sin pintar ni revocar.

El muro perimetral tenía agujeros en algunas zonas, como pequeños boquetes de unos centímetros de diámetro, y según pudo ver a través de ellos, todo estaba lleno de grafitis, además había pertenencias en el patio, como carros de supermercados con chatarra, piezas de motocicletas, refrigeradores y cocinas viejas, un armario desarmado, ruedas completas de coches y motocicletas, y llantas oxidadas. También había una especie de portón improvisado, como si fuera una barricada, que imposibilitaba la visión hacia un sector detrás del edificio. Ron se guardó el arma en la cintura, y miró a su alrededor. Encontró una piedra de buen tamaño con la que pensó, podía apoyarse, pero era demasiado pesada para levantarla en andas, así que la empujó poco a poco hasta situarla contra el muro. Luego, se paró encima de ella e impulsándose del borde del muro con ambas manos, se elevó lo suficiente como para observar. Continuaba sin poder ver con claridad al otro lado de la barricada, pero asomando tras una pared podía ver la punta del guardabarros trasero de una motocicleta. Sonrió satisfecho, pensando que la dirección era cierta, allí era donde vivían los Hell's Slayers.

Se soltó del borde del muro dejándose caer, y trotó de nuevo hasta su coche, mirando por encima de su hombro, subió en él y arrancó rápidamente girando en U por la solitaria calle. Al ver la estructura del edificio ya tenía en mente un plan que, en caso de funcionar, podría acabar con todos los Hell's Slayers de un solo golpe, sin arriesgarse a un tiroteo. Todo dependía ahora de que Jason le concretara la reunión con su distribuidor, y que este, por supuesto, accediera a su petición. Condujo durante más de dos horas y media hasta el Steel Cat, mientras sus pensamientos fluían a velocidades vertiginosas en su cabeza. No le importaba cuantas cosas ponía en juego tomando venganza de aquella manera, pero suponía que el grupo estaría indefectiblemente fuera de peligro. Al fin y al cabo, si mataba a todos los Hell's Slayers, ¿quién de ellos devolvería el ataque? Se preguntó.

Y luego de eso, ¿qué haría? Se dijo. La verdad era que no tenía nada más por lo cual quedarse en los Rippers. A fin de cuentas, por lo único que se había involucrado en el grupo de moteros era por el hecho de cuidar la integridad de su hermano. Ahora Jeffrey estaba muerto, de modo que ya no tenía nada que lo atara a los Rippers, a excepción del ferviente deseo de venganza. Y una vez cumplida su tarea, podría volver a Carolina del Sur, y recursar nuevamente el tiempo que había perdido en la academia de policía. Sin embargo, bien sabía que por mucho que lograra dejar todo atrás, los recuerdos de lo sucedido lo perseguirían durante toda su vida. Había asesinado gente, había sido un Ripper, había visto morir a su hermano, y nada de lo que pudiese lograr como policía remediaría todo aquello.

Cuando llegó al Steel Cat, Jason y unos pocos más del grupo ya estaban despiertos. Ron estaba metiendo el coche al patio trasero, cuando Jason salió a su encuentro.

—¿Recién llegas? —le preguntó, cuando bajó del Camaro.

—Ya, fui a atender unas cosas. Imaginaba que dormías.

—Lo intenté, pero luego de un rato me he desvelado, y ya no pude dormir más. Muchas emociones, hermano.

—Dímelo a mi... —Ron lo miró. —¿Has hablado con tu proveedor?

—Sí, se reunirá con nosotros pasado mañana.

—Demasiado tarde, que sea esta noche, a ser posible.

Jason lo miró un instante, preocupado por la toma de decisiones que estaba haciendo Ron, y asintió con la cabeza.

—Como prefieras, veré que puedo hacer —dijo.

—Gracias.

—Tienes un aspecto fatal —le dijo, mirando las manchas oscuras que habían aparecido bajo los ojos de Ron—. ¿Por qué no vas a dormir un poco?

—No puedo, tengo que limpiar la sangre del asiento del acompañante. Luego dormiré.

Jason le palmeó el brazo, entonces, y asintió con la cabeza.

—Ve a dormir, amigo, yo lo limpiaré por ti. No te preocupes, no te robaré las monedas del posavasos —bromeó.

—Gracias, Jason. No me molestaría si lo hicieras.

Ron no dijo nada más, solamente ingresó al recinto con los hombros bajos, se dirigió directo a uno delos dormitorios y se tumbó en la primer cama vacía que vio, vestido y todo como estaba, sin importar que fuera o no la de él. En menos de lo que pudo darse cuenta, el sopor del sueño lo venció profundamente.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top