10

Durante todo el día, Ron había estado consumiéndose por la ansiedad. No se separaba del celular de Perkins, y tampoco dejaba de fumar un cigarrillo tras otro. Cada hora que pasaba sin tener una noticia era una tortura.

Había destruido el teléfono de evidencias con el rastreador quemándolo por la tarde en el horno incinerador, para mayor seguridad. Había pensado en salir a dar unas cuantas vueltas por ahí, con su motocicleta y el teléfono en el bolsillo, para despistar en caso de que Hanson estuviera siguiéndole los pasos y evitar poner en peligro a los Rippers. Sin embargo, descartó esta idea, ya que no quería perderse la oportunidad de recibir una llamada y tener tanta mala suerte de no escuchar el teléfono por estar conduciendo. Jason había contactado a su distribuidor de armamento, pero no podría concertar una reunión con él hasta dentro de dos días, así que por desgracia Ron no tenía otra alternativa que sentarse a esperar.

Pero para su suerte, poco antes de las ocho y media de la noche, el teléfono por fin sonó. El mismo número privado que aparecía en el historial de llamadas se mostró como llamada entrante en medio de la pantalla, y sin titubear, lo tomó en sus manos.

—¿Hanson? ¡Sé que eres tú! —exclamó, en cuanto atendió. Al escucharlo casi gritar, Jason lo miró, preocupado.

­—¡Ronnie! —al escucharle la voz, ella no pudo evitar el llanto. Ron sintió al instante el nudo en la garganta, pero se contuvo gracias a la adrenalina que lo dominaba.

—¿Dónde estás? ¿Estás bien? —fue lo primero que le preguntó.

—No sé donde estoy, me trajeron aquí con la cabeza cubierta, estoy bien.

—¿De verdad estás bien?

—Sí, no me han hecho daño, incluso me han curado, me han permitido ducharme y me trajeron ropa con la cual poder cambiarme. Esto es muy extraño, y tengo miedo. ¡Por favor, sácame de aquí! —exclamó, sollozando.

—¡Estamos haciendo todo lo posible por encontrarte, te lo juro!

En aquel momento, escuchó un ruido de fondo al arrebatarle el teléfono de las manos, y al instante, una voz de hombre.

—Que tal, policía.

—¡Si le haces el mínimo daño vas a lamentarlo, Hanson! ¡Te lo advierto! —le gritó, furioso.

—Tú no estás en condiciones de advertirle nada a nadie, Ron. Al menos mientras yo tenga a tu chica conmigo.

—Escúchame bien, hagamos un trato justo. Tú quieres tu venganza, al igual que yo la mía, ¿de acuerdo? Pon un lugar, iremos ambos, solos tú y yo, desarmados. Pero déjala ir.

—Eres valiente —dijo Hanson, luego de reírse durante unos breves segundos—. La idea de enfrentarte me resulta tentadora, no te lo voy a mentir. Pero no confías en mi, y yo tampoco confío en ti. Ninguno de los dos tiene forma de saber si va a emboscar al otro, así que mejor no recurramos a esa opción, sería algo muy tonto viniendo de hombres inteligentes como nosotros. Sé que vienes a por mi, o al menos me lo imagino. La idea me gusta, me da una cierta fascinación casi erótica, ¿sabes? El gran policía persiguiendo al intrépido criminal, la gran película de este año. La cacería letal, sí señor. Mientras tanto, podré formar una entrañable amistad con ella, supongo que tendremos muchas cosas para charlar.

El sonido al fin de llamada se oyó del otro lado, y Ron estuvo muy tentado a estampar el teléfono contra el suelo allí mismo, pero se contuvo aferrándolo con fuerza. Sintió que el golpe adrenalínico le hacía marearse, por lo que se recostó en la pared tras su espalda, cubriéndose los ojos con una mano. Jason se acercó a él, junto a Rod.

—¿Estás bien? —le preguntó.

—Era él, hizo que Annie me llamara.

—¿Y qué te dijo? ¿Está herida? —preguntó Rod.

—No, a decir verdad, me dijo que la estaban tratando bien. Le habían curado y le habían dado ropa para cambiarse.

—Te dije que no iban a lastimarla, es su carta de juego —dijo Jason—. ¿No te comentó donde estaba?

—Me dijo que la habían llevado durante todo el viaje con la cabeza cubierta, de modo que no pudo ver nada. Tenemos que encontrar ese rastreador como sea posible, Jas. ¿Tu distribuidor no te dijo nada más? ¿No puedes convencerlo para que nos entregue el paquete hoy mismo?

—No lo creo, pero puedo preguntarle.

Ron volvió a guardar el teléfono en su chaqueta, mientras sacaba un cigarrillo de su paquete de Marlboro con las manos temblorosas. Lo encendió, dio una larga y honda pitada, soltó la bocanada de humo y permaneció mirando a un punto fijo, donde en un rincón de la sala había unas cuantas cajas de municiones, y fusiles de asalto. Era increíble, pensó. Años atrás había derrumbado un puto edificio entero solo por vengar a su hermano, y ahora no tenía ni idea de como hacer para salvar a la chica que había aprendido a amar con locura, se dijo. Si tan solo hubiera algo, un mínimo hilo conductor del cual tirar en lugar de tener que esperar un maldito geolocalizador...

Su mente comenzó a repasar todo lo que había sucedido, hasta la fecha actual. Eso era algo muy frecuente en las épocas que todavía era investigador como agente del FBI. Por experiencia propia, sabía que cuando una persona ya llegaba a un punto muerto en el intento de investigar un caso, era porque claramente algo se había pasado por alto, y no se había dado cuenta de ello. Así que convenía repasar todo con lujo de detalles hasta encontrar el punto de error, se dijo. Había comenzado a investigar a Carlos Ortíz, alias "Papá muerte", sin que pasara nada malo durante los primeros meses, hasta ahí estamos de acuerdo. Luego, Peter Hanson hace un asalto fallido al banco Chase, adelantándose a un plan de su propio padre para robar la criptomoneda, criptomoneda que planeaban utilizar junto a Ibrahim Kahlil en el mercado negro de la Deep Web. A continuación de aquellos sucesos, un misterioso expediente —con una ubicación falsa preparada por Perkins para desorientarlos—, aparece en las oficinas de sus compañeros, Blake y Sam, los cuales son asesinados. ¿Perkins sabría con anticipación que los iban a matar, o solamente creyó que iba a despistarlos y nada más? Se preguntó. De cualquier forma, el resultado era inevitable. Aún recordaba aquella agónica mañana donde había renunciado al FBI, aún podía cerrar los ojos por las noches y ver dentro de aquel sobre las identificaciones de sus dos amigos, manchadas de sangre.

Dando una pitada, frunció el ceño. Un cosquilleo en su interior le advirtió de que la maquinaria detectivesca comenzaba a mover los engranajes en su cerebro. Había algo ahí que estaba olvidando, la sensación era inconfundible. El chico de limpieza le había dado el paquete, es cierto, eso lo recordaba. ¿Pero qué más había dicho? Un coche deportivo había llevado el paquete. No lo veía bien, aún estaba de noche, así había dicho. Pero era un deportivo, eso no cabía duda. Era un deportivo naranja. ¿Y donde más había visto un deportivo naranja? Se preguntó.

—Fuera del bar, la noche que mataron a mi hermano —murmuró. Allí estaba, esa era la respuesta, el hilo conductor. Alguien había utilizado el coche de una pandilla para trasladarse—. Jason, ¿conoces algún grupo que utilice coches deportivos de color naranja? —le preguntó, en cuanto lo vio volver a la sala general con otra cerveza en las manos.

—¿Deportivos? —repitió, al mismo tiempo que se tomaba unos segundos para pensar. —Hombre, los únicos que se me ocurren son los Volters. Su jefe se traslada siempre en Mustangs de color naranja. ¿Por qué?

—Tengo un presentimiento. ¿Dónde se refugian?

—Como a poco menos de cincuenta kilómetros de aquí.

—Toma armas y algún puñado de hombres, no podemos esperar a que tu contacto nos dé el rastreador. Vamos hacia allá —aseguró Ron.

Jason asintió con la cabeza y se dirigió hacia el taller, para pedir que al menos unos diez de sus hombres lo acompañaran. Luego volvió hacia donde estaba Ron, quien elegía algunas pistolas de las propias cajas de mercancía y munición, para armarse también. Cuando todos estuvieron listos, escondieron las armas bajo las chaquetas y saliendo a la calle, emprendieron la marcha en sus motocicletas, con Jason por delante.

Ron no estaba seguro, pero al razonar aquello tenía la firme convicción de que los Volters estaban involucrados de alguna manera con todo lo sucedido respecto a sus colegas. A fin de cuentas, no sería la primera vez que una pandilla —sea de moteros o de cualquier otra índole— aceptara un trabajo sucio de alguna organización criminal. Había visto mucho de eso durante su tiempo en el FBI: grandes criminales les encargaban trabajos sencillos a otros delincuentes menores, de esta manera se evitaban ensuciarse las manos con nimiedades y también despistaban a la policía, en caso de que les estuviera siguiendo las pisadas.

En menos de media hora ya estaban en las inmediaciones del territorio de los Volters, al norte de las afueras de la ciudad. Jason conocía la ubicación, ya que anteriormente le había tenido que vender algunas armas de mediano y grueso calibre, tiempo atrás. En cuanto se apersonaron en el lugar, Jason dio un resoplido, mientras estacionaba su motocicleta en la acera de la solitaria calle de tierra. No recordaba que el refugio de los Volters hubiera crecido tanto solamente con la distribución de anfetaminas, pensó. El viejo galpón donde se refugiaban ya no existía más, ahora en su lugar, había un enorme caserón de dos plantas, con mucha vegetación y rodeado por un muro de aproximadamente dos metros y medio de altura con alambre de espinos. En su portería, dos chicos con pinta de gangsters baratos fumaban un cigarrillo de marihuana y charlaban entre sí, aunque no cesaban de mirar al grupo de recién llegados. Jason se acercó a ellos, y habló.

—Buenas noches, queremos hablar con Bobby el Cuervo, ¿está? —preguntó. Uno de ellos lo miró, con los ojos entrecerrados.

—¿Y tú quien eres, viejo?

—Soy Jason, de los Rippers. Necesitamos charlar con él.

El chico miró a su compañero, le susurró algo al oído y luego le hizo un gesto para que entrara. Este así lo hizo, demoró sus buenos diez minutos, y luego salió nuevamente a la acera.

—Bobby los espera. Pero no van a entrar todos, con dos o tres que entren está bien —dijo—. Vengan conmigo.

Jason asintió con la cabeza. Miró a Ron y a Rod, y volvió a asentir, indicando en silencio que fueran con él. Los tres avanzaron hacia el interior del patio de semejante casa, mientras Jason no cesaba de mirar a todas direcciones. Dentro, había unos cuantos hombres que los miraban con cara de pocos amigos, como si su presencia les molestara de alguna forma. Atravesaron todo el patio principal hasta la puerta del rancho, luego ingresaron a la casa, siendo invadidos por el olor a cigarrillo y algunos porros. Las paredes estaban repletas de grafitis, las ventanas cubiertas por bolsas negras y cortinas deshilachadas, y todo a su alrededor parecía estar cubierto por la desprolijidad y el desorden más absoluto. Había unos cuantos sillones, pequeñas mesitas llenas de ceniceros a medio vaciar, algunas jeringas usadas, y restos de comida. Subieron una escalera caracol hacia el segundo piso, y una vez allí, el chico que los recibió en la calle golpeó una puerta en particular.

—Que pasen —se escuchó desde adentro.

El chico abrió la puerta, mientras Ron miraba a su alrededor. El dormitorio que oficiaba como oficina era espacioso, frente a la ventana había un enorme escritorio bastante maltratado, donde un sesentón de cabello por los hombros y larga barba los miraba con el ceño fruncido. A un lado de la habitación, a su derecha, había otro hombre que tampoco le quitaba los ojos de encima a los recién llegados. ¿Sería su mano derecha o guardaespaldas? Se preguntó Ron. Estaba seguro de que era muy probable esto último. Quien los acompañó hasta allí se situó en un rincón de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.

—Bueno, Jason de los Rippers... —dijo el veterano tras el mostrador. —¿Cuánto hacía que no nos veíamos? ¿Ocho meses? ¿Diez?

—Estoy seguro que aún más. Veo que los negocios te han ido bien, gozas de un muy buen refugio, ninguna chapucería, como otros.

—Se puede decir que las cosas han ido mejorando, lo de siempre, algún encargo aquí, alguna distribución de meta por allá. Tú lo sabes mejor que nadie, aunque por lo que me contaron, sigues en el mismo taller de siempre.

—Soy un tipo de costumbres simples —asintió Jason.

—Bueno, ¿a qué debo el honor de tu visita?

Ron entonces intervino en la charla.

—Hace un tiempo, poco más de medio año atrás, asesinaron a dos hombres del FBI en una emboscada. Lo sé porque me enviaron sus identificaciones aún manchadas de sangre, y quien me las dio aseguró que un tipo en un deportivo naranja se las entregó. ¿Tienes alguna idea sobre eso? —preguntó.

El hombre tras el mostrador lo miró ceñudo, como si constantemente tuviera esa expresión pegada al rostro, y luego volvió a mirar a Jason de igual manera.

—¿Y este quien es, Jason? ¿Por qué está hablando en tu lugar?

—Es un buen colega, contéstale la pregunta, por favor.

Bobby el Cuervo lo volvió a mirar, luego de un rato, negó con la cabeza.

—No tengo idea de nada sobre eso.

—¿Seguro? —volvió a insistir Ron.

—Ya lo he dicho.

—¿Y sobre Carlos Ortíz? Quizá lo conozcas mejor por el apodo de Papá Muerte.

Lo sabía, pensó Ron. Los ojos de Bobby el Cuervo se abrieron un poco más, sin dejar de lado la ceñuda expresión, pero sí que pudo notar ese cambio en su mirada.

—No lo conozco —luego volvió a mirar a Jason—. No entiendo de que va todo esto, y no te voy a mentir, este tipo me cae gordo. Hazme un favor y salgan de aquí, ya no quiero escuchar nada más.

—Es importante que si sabes algo nos lo digas, hombre. La vida de una chica corre peligro.

—¿Cómo puedo decirte algo que no sé? Además, tú no eres quien para estar interpelándome. Eres el líder del grupo mas importante de Atlanta, lo sé. Pero líderes van y vienen, viven y mueren, bajan y otros suben. Te estimo, Jason, pero también te pido que me respetes.

Ron no se lo pensó dos veces. Ágilmente dio un rodeo al escritorio por la izquierda, corriendo, y golpeó el rostro de Bobby el Cuervo de un puñetazo. Los hombres que estaban allí dentro, sorprendidos, actuaron. Quien estaba a la derecha de Bobby el Cuervo se abalanzó para ayudar a su líder, pero Rod lo tomó de la chaqueta y lo lanzó contra la pared, golpeándolo después tan fuerte en la boca del estómago que lo obligó a vomitar y retorcerse sin aire en el suelo alfombrado. El otro hombre, quien los había guiado hacia allí, llevó su mano a la cintura para extraer su arma, pero Jason fue más rápido. En un santiamén lo tenía arrinconado contra la pared, con una mano encima de la boca para que no gritase y su Beretta apuntándole a la frente.

—Escúchame bien, maldito hijo de puta, y más te vale que lo entiendas a la primera —dijo Ron, tomándolo de la chaqueta—. La vida de alguien a quien aprecio corre grave peligro, y tengo que encontrarla cuanto antes. Sé que tú o tus hombres trabajan para Carlos Ortíz, lo vi en la expresión de tus ojos cuando dije su nombre, así que no me vengas con tonterías. Dame la ubicación de Papá Muerte ahora mismo, o en breve estarás experimentando dolores que no creías posibles en un ser humano.

—No sé de lo que me estás hablando, puto imbécil. Voy a hacer que te maten por esto.

Ron entonces lo tomó de la nuca y le estampó dos veces el rostro contra el escritorio de madera. Su nariz hizo un crujido sordo al romperse, y luego le golpeó dos veces más, hasta que volvió a recostarlo a la silla. Su barbilla, su boca y su nariz chorreaban sangre. Aprovechando que estaba bastante atontado, le tomó una mano y le colocó el dedo del medio en el cortapuros que había encima del escritorio.

—¡Claro que sabes de lo que estoy hablando! ¿Dónde está Carlos Ortíz? ¡Dilo! —exclamó. Al no obtener respuesta, comenzó a hacer presión encima de la agarradera de la cuchilla. Bobby entonces comenzó a gritar.

—¡No, por favor! ¡No!

—¡Habla!

Presionó un poco más fuerte, mientras que Bobby se retorcía en su silla y sentía como su dedo comenzaba a sangrar. Las lágrimas que se le derramaban de los ojos rodaban por sus mejillas y se fundían con la sangre que manaba de su nariz, hasta que por fin lo dijo.

—¡A las afueras de Auburn, en Alabama! ¡Una casa grande, tres plantas, pintada de azul, a cuatro kilómetros y medio de Dadeville, por la cuarenta y cuatro!

—¿Estás seguro? ¿Realmente estás seguro de ello? —insistió Ron, mientras presionaba un poco más. Bobby el Cuervo sentía que su cerebro iba a estallar de dolor.

—¡Sí, mierda sí! ¡Es ahí, te juro que es ahí! —gritó.

—Bien. Ahora escúchame con atención una cosa más —Ron se acercó a su rostro casi como si tuviera toda la confianza del mundo, sin dejar de presionar la agarradera de la cuchilla—. Es muy probable que quieras matarnos a todos en cuanto te libere. No solamente es una muy mala idea porque no va a funcionar, sino que además hemos venido con dos grupos aliados, los cuales van a acribillarte a ti, a tus hombres, se van a coger tu puto cadáver y luego van a mearte a la cara —le mintió—. Nos darás paso libre hasta que nos vayamos, no vas a tomar represalias, y por sobre todo no vas a alertar a Ortíz de que vamos en su búsqueda. Si le avisas, ten por seguro que lo sabremos, volveremos por ti, y te van a faltar patas para correr de los Rippers. ¿Comprendido? Sin tonterías.

—¡Sí, lo prometo! ¡Sin tonterías! —aulló.

Ron dejó de hacer presión, soltándolo. Bobby entonces sacó el dedo de la cuchilla cortapuros, y se lo examinó. Tenía un surco bastante profundo que sangraba copiosamente, pero sin duda era mejor eso a perder el dedo completo, se dijo. Rod caminó hacia la puerta, junto a Ron, mientras Jason soltaba al hombre que tenía aprisionado en un rincón de la sala, al tiempo que guardaba la pistola en su cintura. Al abrir la puerta, se dieron cuenta que la gran mayoría de los Volters habían escuchado los alaridos de su líder, y estaban armados frente a la puerta, ocupando todo el pasillo, apuntándoles. Ron se giró sobre sus pies, y lo miró.

—Espero que hayas comprendido como son las cosas ahora —le dijo.

Bobby el Cuervo asintió con la cabeza, mientras miraba al chico que Jason sostenía hasta hace unos momentos.

—Acompáñalos hasta la salida, y que nadie les haga daño, no quiero más problemas.

Con cierto recelo, el flacucho se acercó hasta Ron y los demás, y les hizo una seña de que lo siguieran, mientras todo el resto de sus compañeros los miraban de mal modo, bajando las armas y haciéndose a un lado para que salieran al pasillo. Atravesaron toda la casa junto al patio principal, y una vez en la calle, subieron a sus motocicletas emprendiendo el regreso hacia el Steel Cat. Viajaron lo más rápido posible, más que nada por temor a que los siguieran, iniciando así una disputa entre bandas que con toda seguridad no terminaría nada bien. Al llegar al taller, Rod se encargó de abrirle la cortina de metal al resto del grupo, y una vez estuvieron refugiados dentro del enorme garaje principal, cerró tras sus espaldas. Ron se dirigió hacia la cocina, para beber una cerveza, y al ver llegar tras de sí a Jason y Rod, tomó dos latas más, mientras el resto de los Rippers caminaba de aquí a allá por la casa, algunos hacia la sala de estar y otros hacia el taller de las armas. Le ofreció una a cada uno y abrió la suya con un chasquido.

—Tenemos que idear un plan de ataque, ya tenemos la ubicación de Ortíz. Hay que caerle con todo, no darle chance a que se prepare —dijo, antes de darle un trago a su bebida. Jason lo miró sin aún abrir la suya.

—¿Qué ha sido eso de allá, Ronnie? —le preguntó.

—¿Qué otra cosa podía hacer, Jas? ¿Te crees que estoy en condiciones de actuar con diplomacia, o de respetar las relaciones personales entre pandillas?

—No, supongo que no.

—Claro que no —aseguró Ron—. Le metería un tiro en la cabeza a cuantos fueran necesarios con tal de salvar a Annie. ¿Vamos a idear un plan de ataque, o no? Tenemos que hacer un inventario de armas, comprobar si nos falta algo y encargarlo a tu hombre en la milicia. También vamos a necesitar un vehículo grande, algo blindado.

—¿Un blindado? ¿Para qué?

—No podremos viajar en nuestras motocicletas, nos verán venir desde lejos, y si Ortíz esta preparado con francotiradores, para ellos será como jugar tiro al blanco. No confío en el silencio de los Volters.

—Tiene razón —asintió Rod, mirando a sus colegas.

—Entonces está decidido —aseguró Jason—. Hagan un recuento de armas, haz una lista de lo que necesites extra. Yo haré unas llamadas.

Ron asintió, mientras bebía otro trago de su cerveza fría. Observó a Jason alejarse del garaje con su ancho caminar, seguramente organizando en la cabeza lo que le pediría a su sargento corrupto, y se sintió de maravilla. Por fin comenzaría a darle caza uno por uno a los hombres que le desgraciaron la vida de tantas formas, y además, cada minuto era un minuto más cerca de poder salvar a Annie de una muerte segura.

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