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Aquella no había sido una buena noche de sueño para Ron, por el contrario, había sido una de las peores que podría recordar en su vida.

Había tenido muchas pesadillas, se pasó dando vueltas en la cama, despertándose a cada rato, y no había dormido más de dos horas seguidas. Su mente inquieta oscilaba entre lo que iba a suceder en las próximas horas, en el estado en que se encontraría Annie donde quiera que estuviese, y en que toda la culpa de lo que estaba sucediendo era de él, única y exclusivamente de él. No debía haber permitido que ella se quedara, pensaba una y otra vez. Tenía que haberle obligado de alguna forma a volver, a que se olvidara de todo esto y siguiera con su vida, aunque no quisiera. Si lo hubiera hecho, ahora ella estaría en su acogedora casa, seguramente viendo una película o escuchando su típica música clásica, fuera de todo peligro.

Cuando logró conciliar el sueño durante algunas cuantas horas de corrido, durmió como plomo. No fue hasta casi las diez de la mañana en que sintió, de forma lejana, que alguien lo sacudía con lentitud. Abrió los ojos, y se dio cuenta que a su lado estaba Jason.

—¿Qué hora es? ¿Hay alguna noticia? —preguntó, rebuscando bajo la almohada. Había dormido con el teléfono de Perkins bajo ella, por si Hanson decidía llamar para hostigarlo a mitad de la noche. Miró la pantalla, no había nada, a excepción de que se estaba quedando sin batería.

—Nada, Ronnie. Pero debemos ponernos en marcha, ya marqué en mis mapas la ubicación que nos dio Bobby el Cuervo, no podemos perder tiempo.

—Déjame tomar algo, anoche he dormido como el culo.

Ron se levantó de la cama, ni siquiera se había quitado la ropa para dormir en caso de tener que salir pitando de allí, y se dirigió a la cocina. Puso a calentar agua en la jarra térmica, y luego metió dos cucharadas de café en polvo en una taza rosa. No pudo evitar mirarla con cierta melancolía, leer la frase de "¡Sorpresa! Ha comenzado un nuevo día 😊" que tenía escrita con letras de caricaturas. La envolvió entre sus manos y la acarició con los pulgares, recordando que esa taza era de Annie, cuando entonces se percató de que Jason estaba de pie en el umbral de la puerta.

—He conseguido el blindado —le dijo—. Me lo trajeron anoche, mientras dormías.

—No creí que pudieras hacerlo tan pronto.

—Bueno, ya sabes. Cuando se está tantos años en este negocio, uno siempre termina conociendo gente que te debe algún favor que otro —Jason lo miró, como si lo estuviera analizando de alguna manera—. ¿Tenemos un plan?

Ron negó lentamente con la cabeza, mientras volcaba el agua caliente en la taza. Revolvió con una cucharilla, dio un sorbo a su café, y luego respondió.

—Ninguno, salvo el hecho de que no quiero dejar a nadie con vida, y que conseguir la ubicación de Hanson es vital —hizo una pausa—. Escucha, hombre, sé que debería decírselo a todo el grupo, pero prefiero decírtelo a ti. Eres quien siempre me ha acompañado, quien me acogió de nuevo en el grupo cuando todo estuvo mal, quien ahora marcha a una guerra conmigo.

—¿Qué sucede?

—Es el fin de la línea, hermano. Luego de esto, se acabó. Alguien va a morir, o él, o yo. Pero se acabó. Y no quiero que se acabe sin antes darte las gracias por todo lo que has hecho, por tus consejos y tu compañía. He peleado con mi hermano mucho tiempo creyendo que se vinculaba con delincuentes y asesinos de poca monta, y al final de todas las cosas, la vida me demuestra que ustedes son mejores que quienes yo creía eran personas de ley.

—Sabes bien que no hay nada que agradecer —Jason se encogió de hombros, metiendo las manos en los bolsillos de su chaqueta—. Se lo dije a Rod cuando vi a tu hermano por primera vez, había algo en ese chico que me hacía confiar en él. Luego te conocí a ti, vi tu determinación al venir a buscarlo aún sin saber con lo que ibas a encontrarte de frente, como abandonaste todo lo que tenías a cambio de quedarte junto a él. Eso no lo hace cualquiera, y me bastó para saber quien eras. Me alegra saber que no me equivoqué.

Ron asintió con la cabeza, y levantó su taza de café como si fuera una cerveza y brindara con ella. Entonces volvió a concentrarse en lo que debía hacerse.

—Vamos a necesitar fusiles de asalto, ¿cuáles son los más pesados que tienes?

—Tenemos cinco Galil, cuatro FN Scar, diez M4, y siete M16. En lo que más vamos sobrados es en pistolas, hay casi veinte nueve milímetros.

—¿Municiones?

—Las municiones no son problema, tenemos varias cajas de cada uno —aseguró.

—Llevaremos las M4, los M16 y las Scar.

Jason asintió con la cabeza, y se alejó por el pasillo hacia la sala de armas, para preparar todo y comenzar a cargar en el vehículo. Ron terminó de beber su café mientras miraba a su alrededor con cierto aire de melancolía. Suponiendo que las cosas salieran bien, ¿qué haría después? Se preguntó. Sin duda se llevaría a Annie con él, ya no tendría nada que hacer en los Rippers. Si lograba salvarla, querría formar una familia con ella, vivir en paz, ver crecer futuros hijos. Y para ello, debía darle un hogar, un sitio que no fuera peligroso. Pero una parte de sí mismo no quería ilusionarse antes de tiempo, ya le había pasado antes, se había confiado y la vida le había devuelto una patada en el culo, no se permitiría volver a pasar por lo mismo otra vez.

Terminó de beber su café, lavó la taza, y se dirigió hacia la sala de armas sacudiéndose las manos para secarlas con el aire. Al caminar por el pasillo, vio que la cortina metálica estaba levantada mientras que los Rippers caminaban de aquí para allá con armas y munición, cargando no uno, sino tres blindados militares HunterXL. Ron se quedó maravillado viendo las enormes ruedas del vehículo pintado de verde opaco, sus ventanas polarizadas recubiertas por láminas de acero y su porte ostentoso. Jason, en aquel momento, caminaba hacia el vehículo estacionado más cerca de la entrada, cargando cuatro fusiles en los brazos.

—¿Tres blindados? Pero Jason, no me imagino lo que debió costar esto —comentó Ron.

—No me ha costado nada, como te digo, siempre esta bueno cobrar viejos favores olvidados. Además, no he conseguido solo esto.

—Ah, ¿no?

—No, también pedí chalecos antibalas. Supongo que los vamos a necesitar, no sabemos con que nos vamos a encontrar cuando lleguemos allí —explico.

—Bien pensado —consintió Ron—. Vamos, te ayudaré a cargar todo, quiero salir cuanto antes.

Durante la siguiente hora de trabajo, Ron clasificó que armas usaría, luego de ayudar a cargar todo. Preparó un par de cargadores de Scar y tomó un fusil, comprobando su punto de mira y la correa de ajuste. Se colocó una pistola a la cintura, unos cuantos cargadores en el bolsillo, y lo más difícil de todo fue ponerse el chaleco antibalas, algo en lo que casi todos tuvieron que ayudarse mutuamente. En cuanto estuvieron listos, se dispersaron de a pequeños grupos de ocho o nueve Rippers, aproximadamente, en cada vehículo. Antes de subir del lado del acompañante, Ron dio una rápida mirada al taller Steel Cat, mientras Jason subía del lado del conductor y Rod bajaba la cortina de metal, deseando que pudiera volver a ver aquel sitio, que, por favor, si Dios o la vida tenían voluntad de ayudar, que le permitieran tener éxito.

Dentro del furgón blindado, el sonido se aislaba herméticamente con respecto al exterior. Dentro de la cabina del conductor, el murmullo del motor se escuchaba atenuado, junto con las conversaciones de los Rippers que iban detrás, en la parte de carga, dividida a la cabina de conducción por medio de una red acrílica hermética. En cuanto Jason subió al lado del conductor, puso primera en la pequeña palanca de cambios bajo el volante, y el furgón se deslizó dócilmente por la calle, en un andar pesado y lento que fue tomando velocidad a medida que cogía impulso. Ron, con el Scar apuntando hacia el suelo, creyó que iba a viajar aprisionado entre la puerta y el enorme cuerpo de Rod durante todo el viaje, pero había lugar para todos. Sobre sus cabezas, el purificador de aire zumbaba apenas imperceptible, filtrando el aire de la cabina, ya que las ventanillas eran herméticas y no se podían bajar.

—¿Qué crees que nos encontremos al llegar? —preguntó Rod, a su lado. Su voz sonaba como si estuviera encerrado en una cámara acústica.

—Seguramente un puto caos —convino Jason.

—Es posible —coincidió Ron—. De cualquier forma, esto recién comienza. Apuesto la cabeza a que el refugio de Hanson será muy difícil de flanquear.

Su mirada se posó en el arma que sostenía, de forma distraída, mientras capitulaba en su mente todo lo que había sucedido. Muchas cosas pasaron por su fuero interno, desde angustia hasta incertidumbre. Al final de todas las cosas, el único objetivo por el cual continuaba ahora era por el simple hecho de salvar a Annie, pero la verdad era que solo en aquel momento, al borde de la batalla de su vida, se daba cuenta que la venganza era algo que a fin de cuentas no dejaba de ser inútil. No traería a su padre y a su hermana de nuevo a la vida, tampoco a sus colegas del FBI. Sin embargo, lo hecho estaba hecho y solo quedaba continuar hacia adelante. Si hubiera tenido un mínimo de visión a futuro como lo estaba teniendo ahora, hubiera tomado de la mano a Annie y hubieran huido a cualquier lugar del mundo, con tal de escapar de Hanson y su estúpida obsesión.

Al bordear los accesos a la ciudad, los pocos coches y transeúntes que pasaban por allí miraban la caravana de vehículos blindados con asombro, ya que algo así no era muy usual en aquel sitio, y llamaba poderosamente la atención. Sin embargo, a Ron no le importaba. No sabían quien iba adentro, si personas comunes o militares de alto rango, y eso le jugaba a favor. El poco tráfico que había comenzó a menguar, a medida que se alejaron de las inmediaciones de Atlanta rumbo a Alabama. Las zonas rurales bordeaban la solitaria carretera, con enormes casaquintas y granjas, viñedos y plantíos de árboles frutales. Aquel paisaje animó un poco el pesado silencio de Ron, quien dejó de mirar su arma para deleitarse con las vistas, con la tonalidad del sol que iluminaba los verdes campos, y una parte de su mente deseó que Annie estuviera allí, para admirar juntos todo aquello.

El coche blindado era potente, pero tenía un andar pesado y no pasaba de cierto límite de velocidad, por lo que demoraron más de dos horas en llegar a su destino. En cuanto cruzaron la señalización que indicaba el ingreso a Auburn, luego de cruzar el pequeñito poblado de Dadeville, Ron comprobó una vez más el cargador de su Scar, también su pistola, y respiró hondo. Le hormigueaban la punta de los dedos, el pecho se le comprimía en cada inspiración gracias al chaleco antibalas, y el cosquilleo adrenalínico previo al desastre recorría su espina dorsal, como antaño lo hacía cada vez que viajaba a un operativo de captura en el FBI. Viejas emociones nunca se olvidan, pensó.

Cuando llegaron al lugar, se dieron cuenta de que la dirección era correcta por dos motivos: primero, el caserón estilo finca era tal cual como lo había descrito Bobby el Cuervo: grande, pintado de azul, de tres plantas. Segundo; casi diez hombres estaban apostados a la entrada, con gruesos fusiles. Como era de esperarse y bien había supuesto Ron, el líder de los Volters lo había vendido. Rod miró hacia adelante por el parabrisas polarizado, Ron frunció el ceño, sujetando con más fuerza el arma.

—Tú dirás, Ronnie —dijo Jason, comenzando a aminorar la marcha, indeciso. Él lo miró como si hubiera perdido la razón.

—¿Por qué frenas? ¡Acelera, vamos, pásales por encima! —exclamó. —¡A toda máquina!

Jason entonces empujó la palanca de marcha hacia adelante hasta que ya no avanzaba más, el furgón blindado aceleró de forma gradual, y los hombres de Ortíz se miraron un breve segundo entre sí, al ver que aquella mole no se detenía. Tal vez por inercia o por propia ingenuidad, abrieron fuego contra los vehículos. Las balas resonaban dentro de la cabina del conductor, al rebotar y chispear contra la carrocería blindada, sin sufrir el menor daño.

El furgón blindado que iba a la cabeza de la caravana, conducido por Jason, impactó de lleno en la portería de hierro de la finca, atropellando al mismo tiempo a dos hombres, que no tuvieron la suficiente rapidez para correr a tiempo. Uno de ellos fue arrollado directamente, haciendo que el vehículo diera un pequeño saltito, y aún por sobre el sonido de las balas, Ron pudo escuchar el crujido de los huesos al romperse. El otro voló a un costado, con una pierna prácticamente vuelta del revés.

Al ingresar al enorme patio, Jason frenó de golpe haciéndose a un lado en el césped, para dejarle el paso libre a los blindados que venían detrás suyo. Entonces se bajaron del furgón, con las armas por delante, como si de un escuadrón antidisturbios se tratase. A decir verdad, no lo habían planificado ni por un segundo, pero la sola adrenalina de la balacera los obligaba a actuar lo más rápido posible. Las puertas traseras del furgón se abrieron, mientras ocho Rippers bajaron de él. Ron y Jason se cubrieron tras el morro del vehículo apuntando hacia la finca, al tiempo que los otros dos blindados entraban al patio principal. Las puertas se abrieron, los Rippers salieron como despavoridos hacia afuera, maldiciendo y ejecutando a balazos a cuanto hombre se le pusiera enfrente, acabando con los tipos que custodiaban la portería principal.

De pronto, un montón de disparos detonaron cerca de la finca. Jason se cubrió agachándose lo más que pudo, al igual que Rod y Jason, pero aunque no podían ver de donde les disparaban, lo cierto era que la ráfaga de balas no cesaba de caer sobre ellos. A uno de los Rippers le hirieron en la pierna, el cual se desplomo al suelo dejando caer su fusil de asalto. El resto de sus compañeros lo cubrió, disparando hacia la finca sin saber hacia donde apuntar, mientras que otros dos lo apartaban a un lado, arrastrándolo por el césped para ponerlo a resguardo tras uno de los furgones. Por desgracia, otro Ripper también fue ejecutado de un disparo en la cabeza, y más pronto que tarde, se dieron cuenta que quizá aquello había sido un acto suicida. Evidentemente, Ortíz había tenido tiempo de preparase, o en cualquier caso, eran más hombres que ellos. Sin embargo, no podían rendirse apenas empezar.

—¡Nos están masacrando, debemos avanzar! —gritó Rod.

—¡Tenemos que correr hacia la casa! —ordenó Jason.

Ron asintió con la cabeza, y levantándose de su cobertura, abrió fuego hacia el rancho, al mismo tiempo que corría. Sabía que era una locura asomar tan de repente, más aún en fuego cruzado, pero debía jugar con el factor sorpresa, ellos no se lo esperarían. Ante aquel movimiento casi demente, Jason, Rod y el resto de los Rippers, salieron en pos de Ron, corriendo detrás. Algunos de los disparos que efectuaron impactó en las ventanas de la planta baja, dando de pleno en algunos hombres de Ortíz, que cayeron muertos. Al llegar a la enorme casa, se cubrieron pegando la espalda contra la pared, mientras que Ron miró a Jason con el rostro sudado.

—Tenemos que entrar, seguramente nos están disparando desde arriba. Debemos hacer un barrido planta por planta —indicó, con la respiración agitada.

—¡Formen grupos de a tres, yo iré con Ron! —exclamó Jason, sin titubear.

Los Rippers se dispersaron entonces en pequeños grupos. Ron podía escuchar que los hombres de Ortíz se encontraban en las plantas superiores porque podía oír sus exclamaciones y voces, yendo de un lado al otro. Junto a Jason y Rod, ayudó a limpiar la planta inferior, y en cuanto se encaminaron hacia las escaleras principales, una nueva balacera les cayó encima. Rod recibió dos impactos de bala en el pecho, que lo hicieron derribar rodando escaleras abajo, aunque no sufrió heridas graves gracias al chaleco antibalas. Casi cuatro Rippers murieron en el ascenso por las escaleras, las cuales se bifurcaban en dos hacia las habitaciones superiores, y Jason se hallaba devastado por esto último. A este ritmo, tan solo quedaría con un puñado de hombres minúsculo para atacar a Hanson.

­—¡Debemos salir de aquí, no podemos con todos! —exclamó, cubriéndose lo mejor que podía del sonido de las balas, cuyos impactos rebotaban en la baranda de mármol de la escalera y en las paredes.

—¡No voy a desistir! —respondió Ron. Asomó de su cobertura cerca de la pared en el rellano, y dio cinco disparos hacia un hombre de Ortíz, quien cayó muerto por la baranda, desplomándose en el suelo.

—¡Ron, podemos pensar en otra cosa, tenemos que irnos!

—¡Vete, entonces! —exclamó. No iba a permitir que la oportunidad de salvar a Annie y encontrar a Hanson se le escapara como agua entre las manos, había pasado muchas cosas y había llegado demasiado lejos como para retroceder ahora.

Comprobó el cargador de su Scar, lo descartó, colocó uno nuevo y amartilló la recamara del fusil de asalto. Entonces salió de su cobertura y subió corriendo el tramo de escalera que le faltaba completar hasta la segunda planta. En algún lugar lejano de su alocada mente pudo escuchar la voz de Jason gritando "¡Ron, estás loco!" pero no le importó. Efectuó dos disparos certeros a la cabeza de dos hombres que disparaban desde la baranda, haciendo que la pared aledaña se salpicara de sangre y materia gris. Una de las puertas a su lado se abrió en el mismo instante en que otro tipo asomaba con una pistola, pero Ron fue mucho más rápido y le dio un culatazo en el rostro que lo hizo caer hacia atrás. Lo ejecutó en el suelo, de un disparo a quemarropa, y continuó corriendo hacia adelante con el rifle en alto. De otra puerta asomaron dos hombres, los cuales abatió de cinco certeros disparos, y al girarse a la izquierda para vigilar el pasillo a su lado, un hombre de casi el tamaño de Rod le pilló por sorpresa con un derechazo.

El golpe fue contundente, la sensación en su rostro fue como si le hubieran dado un martillazo en la mandíbula, y se desplomó en el suelo dejando caer el fusil junto a él. Aturdido, pero aún con los reflejos medianamente activos, atinó a intentar manotear la pistola de su cintura, pero el hombre sacó el cuchillo más grande que Ron había visto en su vida, y se abalanzó hacia él. Rodó por el suelo de madera, sintiendo como el cuchillo se clavaba de punta a su lado, y volvió a intentar sacar la pistola, pero en ese momento, tres disparos sonaron muy cerca suyo, impactando dos en el pecho y otro en el hombro del gigante tipo, haciéndolo caer al suelo. Se puso de pie tan rápido como le fue posible, y al girarse vio a Jason apuntando con su fusil, quien había subido en su ayuda. Ron entonces tomó el cuchillo, y a sangre fría, se lo enterró a su moribundo atacante de un solo golpe, directo en la frente. Por último, levantó su arma del suelo, y escupió un poco de sangre al costado.

—¿Estás bien, hombre? —preguntó Jason.

—Pegaba casi tan fuerte como Rod —respondió, apuntando hacia adelante, por si llegaba a aparecer alguien por el pasillo. A ellos se unió el resto del grupo que quedaba en pie, quienes habían terminado de peinar la planta baja, junto al propio Rod, esta vez sin chaleco antibalas. Al verlo, Jason se acercó a él.

—¡Hermano, dime que estás bien! —le dijo, mirándole el pecho. Rod entonces asintió con la cabeza, mientras se frotaba en el centro.

—Solo me ha dejado un pequeño hematoma, nada que temer. Matemos a este hijo de puta de una vez.

—Deben estar reagrupándose arriba, se acaban de encerrar ellos mismos. Vamos —aseguró Ron, caminando con lentitud hacia adelante.

Avanzaron por el pasillo en completo silencio, atentos a los posibles ruidos que pudieran escuchar, para alertarse de una probable emboscada. Al llegar a la segunda escalera, mucho más pequeña en comparación a la de la planta baja, Ron se recostó a la pared y les hizo una silenciosa señal a sus colegas de que hicieran lo mismo, recordando viejas incursiones tácticas en el FBI. Asomó poco a poco, vio que no había nadie a simple vista, y contando desde el tres hacia el uno con los dedos, subieron corriendo hasta llegar al segundo pasillo. Pero para su sorpresa, en aquel lugar tampoco había nadie. Esperaba una balacera inminente, pero con lo único que se encontró fue con un montón de puertas cerradas.

Se acercó a la primer puerta, le hizo un gesto a Jason de que estuviera atento, y situándose a su lado, la tocó golpeando con la punta de su fusil de asalto. Automáticamente comenzaron a disparar desde adentro, agujereando la madera y soltando astillas en todas direcciones. Ron se apartó, rápidamente, y luego de unos segundos, en cuanto escuchó que comenzaban a recargar, Jason le hizo una seña para irrumpir dentro, pero Ron negó con la cabeza, indicándole que esperara. Desde adentro de la habitación, primero se hizo el silencio, pero luego pudo escuchar las voces. Un hombre preguntaba si ya estarían muertos, otro decía que no tenia ni idea, que no había visto sangre asomar por debajo de la puerta y por los agujeros de bala no se veía a nadie. Entonces la voz de alguien más, que ordenaba salir a mirar. La voz del primero que habló volvió a repetirse, con un "¿Seguro, patrón?" y la afirmación de su jefe. Luego pasos, hacia la puerta, y entonces Ron se posicionó frente a ella levantando el Scar hacia adelante, bajo la asombrada mirada de Jason y Rod, que no entendían lo que hacía.

Cuando la puerta se abrió, el hombre que iba por delante abrió los ojos de par en par al encontrarse con la boquilla del fusil de asalto frente a su rostro. Ron disparó entonces por encima de su hombro, mató a uno de sus compinches, y de forma instantánea se impulsó hacia adelante, para tomar de la chaqueta al tipo que había abierto la puerta. Gracias a la sorpresa más que por el miedo, los hombres de la habitación comenzaron a disparar sin ton ni son, pero Ron estaba bien cubierto detrás del pobre fulano que había tenido la mala suerte de ir por delante para abrir la puerta, y quien recibió los disparos de sus propios compañeros. Jason, Rod, y los demás, salieron de su escondite aprovechando la oportunidad para devolver el fuego, ejecutando en pocos instantes a todos dentro de la habitación.

Entonces lo vio, ahí estaba. Carlos Ortíz, mejor conocido dentro del mundo del crimen como "Papá Muerte", un gordo mexicano de ojos pequeños y espeso bigote, de pie tras un enorme escritorio de caoba con un revolver en su mano derecha. En cuanto vio que llevaba el arma a su cabeza, Ron soltó el cuerpo inerte del hombre que había usado como cobertura, y apuntando con rapidez dio un certero disparo en el brazo de Ortíz. La bala impactó en el biceps, haciéndole soltar el revolver con un chillido de dolor. Se derrumbó en su silla sujetándose el miembro herido, que sangraba de forma profusa.

—¡Ah no, hijo de puta! ¿Creías que te ibas a suicidar? —exclamó Ron, corriendo hacia él esquivando los cuerpos en el suelo. Se colgó el fusil en el hombro y rodeando el escritorio, comenzó a golpear a puño limpio el rostro de Ortíz. Luego de cuatro o cinco golpes, lo sujetó del cuello con fuerza suficiente para que no se moviera.

—Maldito... —murmuró, con el rostro sucio de sangre y los ojos hinchados. —Hanson va a matarte.

—¿Tú crees? ¡Dime donde está!

—No te diré una mierda, vete al infierno...

Sin titubear, Ron sacó su pistola del bolsillo, y apoyándole la boca del caño en la parte superior de la rodilla izquierda, jaló el gatillo. La bala destrozó la rótula y casi todos los ligamentos, Ortíz dio un alarido de dolor al mismo tiempo que dio un respingo en su silla. Gritaba y sin poder evitarlo, también lloraba por el dolor tan increíblemente atroz que sentía. Y Ron se sentía espectacular, no podía estar disfrutando más aquel momento. Entonces le apoyó el arma en la otra rodilla.

—De ti va a depender la forma en la que vas a morir. Cuanto más tiempo te tardes en darme la ubicación de Hanson, más vas a sufrir. Tú eliges, Ortíz. Te juro que voy a pasármelo de puta madre —le susurró, con una sonrisa mortal y los ojos llenitos de morbo.

—Vete al carajo, no me vas a hacer hablar... —gimió.

Sin dudarlo, Ron disparó a la otra rodilla. Ortíz volvió a gritar y a gimotear, retorciéndose en su silla con el rostro enrojecido por la sangre y el infinito dolor.

—¿Dónde está Hanson? Quiero ubicación, ahora.

—Realmente... —jadeó, al borde del desmayo. —disfruté desnudando... a tu hermana... después de muerta. Se me empinó... como nunca...

Ron entonces le apoyó la boca del arma en su entrepierna, y disparó sin dudar. La bala entró limpiamente, arrancando parte del pene junto con el testículo izquierdo completo, y este gritó como si le estuvieran estirando las cuerdas vocales con una pinza. Al instante, sintió las nalgas y las piernas empapadas en sangre. Jason apartó la mirada, consternado.

—Mátame... por favor... —pidió, con los ojos casi en blanco. Ron negó con la cabeza de forma muy lenta.

—¿Dónde esta? Última oportunidad, o comenzaré a sacarte los ojos.

—A... tres kilómetros y medio... de Ashland... —balbuceó, al borde de sus fuerzas. —En... en el condado de Clay... por favor... basta.

—¿Mi padre paralítico te pidió que te detuvieras, Ortíz? ¿Mi hermana te rogó como me estás rogando a mi ahora? ¡Dilo! —le gritó en la cara.

—Él no... pero... pero ella sí... —y para sorpresa de todos, tal vez al encontrarse en el borde mismo de la muerte, hizo algo que Ron no se lo esperaba. —Lo siento... —dijo.

Lo miró un solo segundo como si se le hubieran saltado todas las llaves eléctricas de la coherencia y la razón, y entonces lo sujetó de la barbilla, para obligarlo a que lo mirase directamente a los ojos.

—Decir que lo sientes es lo más falso que has dicho en tu vida.

Acto seguido, le metió de forma brusca el caño de la pistola en la boca. Ortíz dio un quejido ahogado en cuanto sintió que el metal le rompía un diente, pero sin embargo fue lo último que escuchó, porque jaló el gatillo ejecutándolo en el acto. La bala salió por la nuca, salpicando la pared detrás de la silla, y gracias a la fuerza cinética, la cabeza dio un sacudón hacia atrás, con los ojos abiertos y la boca rezumando sangre. Lo observó unos breves segundos, para deleitarse con el hecho de que por fin había muerto, y luego limpió la punta de su pistola en la ropa del muerto.

—¿Qué tan lejos de aquí se encuentra la ubicación que mencionó? —preguntó, aún sin girarse hacia Jason. Cuando lo hizo, vio que lo miraba con una extraña mezcla entre respeto y temor por su sanidad mental.

—No demasiado, como a una hora y media, casi.

—Vamos, pues. Ya estamos en el atolladero, aprovechemos ahora. Lo tomaremos por sorpresa, no le daremos tiempo a prepararse —dijo Ron, guardando la pistola y volviendo a empuñar el fusil de asalto.

—Tenemos que recoger nuestros muertos, Ronnie... Además, tenemos pocos hombres, no más de quince o veinte. No vamos a poder contra todos. ¿No crees que es mejor pedir ayuda? Tengo algunos grupos aliados a nosotros, vendrán si los llamo.

—¿Y cuánto tiempo tardará eso, Jason? —preguntó Ron, negando con la cabeza. —Hanson no va a tardar en enterarse que matamos a Ortíz en cuanto lo llame y no tenga respuesta de su parte, y va a prepararse reuniendo fuerzas, al igual que nosotros. Tenemos que tomarlo por sorpresa, es ahora o nunca, y no podemos esperar ni un minuto o perderemos la ventaja. Si no quieres venir, lo entiendo, dame las llaves de un furgón y me iré por mi cuenta.

—Sabes que no te permitiré hacer tal cosa, hay mejores formas de suicidarse —Jason hizo un gesto con la cabeza, dando un suspiro, y luego se giró sobre sus talones—. Andando.

Salieron en silencio de la enorme finca, bajando por las escaleras hacia la planta principal, entre el olor característico de la sangre fresca y el sonido crujiente al pisar cristales rotos con las botas. Jason y Rod evitaron mirar a sus colegas muertos desparramados por el suelo, porque bien sabían que no podrían llevarlos a su taller para quemar en la incineradora, ni aún si estuvieran yendo hacia allí. Uno o dos cuerpos se podrían quemar, pero no tendrían tanto propano como para quemarlos a todos, faltando así con la tradición que los Rippers siempre habían adoptado. Al salir hacia el patio, el silencio solo interrumpido por el canto de las aves, llenó de melancolía a Jason. Ron vio su gesto apesadumbrado, y le apoyó una mano en el hombro, mientras caminaban hacia uno de los blindados.

—Lamento mucho tus perdidas, en verdad. No vengas, Jas, quédate en el taller. Lo entenderé —le dijo.

—Olvídalo, Ron. Te dije que estábamos juntos en esto, terminemos con esta mierda de una vez. 

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