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A fin de cuentas, Annie tenía razón: los Rippers necesitaban una mujer en sus vidas.
Durante los tres meses que siguieron desde su llegada al grupo, trabajó arduamente en hacerles entender que no eran mas "heavys" por vivir de forma desprolija, de modo que poco a poco se incentivaron en tareas de limpieza y mantenimiento al taller Steel Cat. No solo habían remodelado algunos salones para que parecieran mas espaciosos, sino que también habían cambiado algunos hábitos. Ya no tiraban las colillas de cigarrillos en el suelo, tampoco desperdiciaban sobras de alimentos que no fueran necesarias, incluso —y aunque parezca irónico— habían destinado un pequeño modular de madera en la sala para guardar la droga, en lugar de tenerla encima de la pequeña mesita central junto a los sillones. También se aprovisionaban de buena comida al menos una vez a la semana, esto último a pedido de Annie, quien no estaba dispuesta a viajar al centro de la ciudad cada vez que quisiera desayunar un café con tostadas.
Con respecto a las relaciones personales, se podría decir que todo marchaba sobre ruedas. Rod, quien en su juventud había estudiado medicina, se había ofrecido a quitarle los puntos de la pierna una vez que hubieron sanado, y verlo manipulando unas tijeras pequeñitas con sus fornidas y enormes manos era una imagen enternecedora. Al principio había tenido un poco de inseguridad por el hecho de quitarse el pantalón ante él, pero Ron le dijo que no había nada que temer, y así fue. Por desgracia, una sola vez alguien se quiso propasar con ella, un veterano llamado Mitch Brown, con bigotes alargados y barba trenzada. Annie entendía que era la única mujer en el grupo, y que, como todos los hombres, había ciertas necesidades básicas inevitables. Sin embargo, eso no le daba el derecho a nadie de molestarla, además de que ninguno de los Rippers tenía la intención de hacerlo. Bien sabido era por ella que varios del grupo frecuentaban asiduamente un prostíbulo que había a cuatro kilómetros del taller. Sin embargo, esa noche fue diferente.
Habían organizado una barbacoa por el cumpleaños de Rod, y el festejo se extendió hasta poco más de las tres de la madrugada. Casi a las tres y cuarto, Annie sintió ganas de ir al baño, pero cuando salió del lavabo, Mitch estaba de pie frente a la puerta, borracho a más no poder, con rastros de blanca cocaína en su fosa nasal derecha, y con mucho apetito sexual. Sin dudarlo, ella gritó tanto como sus pulmones le permitían, y justo en el momento en que Mitch forcejeaba con ella para taparle la boca, Ron apareció por detrás. No lo tomó de la chaqueta y lo lanzó fuera del baño como cualquiera haría, sino que, por el contrario, lo empujó hacia adelante, estampándole la cabeza contra la pared. Su frente y su nariz comenzaron a sangrar, y empapado en pura adrenalina, Ron lo sujetó del cabello y comenzó a golpearlo contra la dura cerámica del inodoro como quien martillea un clavo, mientras repetía una y otra vez en cada golpe "¡Nadie - toca - a Annie, - puto - bastardo! ¡Nadie - toca - a Annie!".
Al principio se asustó. Jamás había visto a Ron en ese estado, y poco a poco, el blanco inodoro comenzó a teñirse de sangre a medida que las heridas en el cráneo fracturado fueron haciéndose cada vez más grandes. Luego de la sangre vino el líquido encefálico, y luego del líquido encefálico, unas breves convulsiones mientras el cuerpo de Mitch expulsaba el contenido de sus intestinos y vejiga. Luego de eso, la muerte. Annie miró con espanto la escena, desde un rincón del baño, en cuanto Ron se acercó al lavamanos para quitarse la sangre. Entonces le preguntó si estaba bien, si le había hecho daño. Ella dijo que no, que no tenía porque haberlo matado, y luego observó hacia la puerta. Jason había estado allí, en todo momento, mirando. Y cuando le preguntó por qué no había hecho nada para impedir que lo matara, Jason simplemente respondió: "Porque Ron hizo lo mismo que yo habría hecho, si alguien hubiera intentado abusar de mi Mary". Y dicho aquello, se dio media vuelta y volvió afuera, donde todos los demás Rippers bebían y comían envueltos en el ruido de la conversación.
Aquella fue la primera y última vez que un miembro de la banda se había intentado hacer el listo con ella, y el mensaje fue claro debido a que no quemaron a este hombre igual que a cualquier Ripper caído, sino que se deshicieron del cuerpo de la noche a la mañana entre Jason y Ron. Nunca dijeron que hicieron con él, tampoco le contaron, simplemente lo descartaron de alguna forma como quien tira un viejo sillón usado en el basurero público. Y para los Rippers, aquello era una deshonra absoluta.
Con respecto a los planes contra Hanson, no habían avanzado mucho. Annie se puso al tanto, casi a las dos semanas de estar allí, acerca de los negocios ilegales con los cuales el grupo se sustentaba. Y aunque al principio no participó de ellos activamente, entendía que más tarde o más temprano debería hacerlo, así que comenzó a practicar tiro al blanco con Ron. Durante una hora por día, practicaban en el patio trasero del taller, con latas de guisantes rellenas de arena y ubicadas estratégicamente en diversos puntos del patio, como los muros o incluso la montaña de chatarra y repuestos viejos. Esto lo hacían tres veces a la semana, ya que durante el resto de los días Ron le enseñaba a como cargar un arma, descargarla, desarmarla para limpiarla y volverla a armar de manera correcta. Annie estaba fascinada con aquello, realmente se sentía muy bien consigo misma, además que aprendía bastante rápido. En verdad nunca se hubiera imaginado los reveses de la vida, y estaba feliz por ello. Si alguien hubiera venido a su trabajo, se hubiera acercado a su mostrador y le hubiera dicho: "Señorita, en breve usted va a ser miembro de una pandilla de moteros, aprenderá a usar pistolas nueve milímetros, y se enamorará perdidamente de un chico que planea asesinar al líder de una organización criminal por pura venganza" no le hubiera creído en lo absoluto.
Ah, Ron... el asunto con él también era otro cantar. Annie pasaba mucho tiempo observándolo, y cada día que pasaba a su lado se confundía cada vez más. La defendía a capa y espada de cualquier cosa que pudiera pasarle, involucrara a sus colegas o no, como bien había pasado con respecto a Mitch. Pero al mismo tiempo que mataba por ella, tampoco avanzaba emocionalmente. A veces ella lo sorprendía mirándola de a ratos, como si estuviera analizando su rostro, o simplemente se quedase distraído con la mente en blanco y sus ojos claros posados en ella. Y al instante, en cuanto se daba cuenta que ella le pescaba mirándolo, apartaba la vista como si estuviera haciendo algo malo. Entonces ella se preguntaba "¿Estará confundido? ¿Le pareceré atractiva, o solamente se distrajo mirándome?" Y la incertidumbre la azotaba sin que pudiera hacer nada al respecto. Más de una vez incluso hasta había cavilado la idea de charlar con Jason, quien parecía ser el más emocional del grupo y también el más cercano a Ron, y contarle lo que estaba sucediendo, para que la ayudara de alguna forma a comprenderlo mejor. Recordaba la charla que habían tenido, en el café, el mismo día que ella había entregado el coche de alquiler en la agencia, y comprendía que Ron no quisiera involucrarse emocionalmente con nadie hasta no solucionar todo aquel maldito caos. Pero ella no podía estar más tiempo a su lado y sin él, tan cerca, pero a la vez tan lejos, muriendo de sed y sin poder beber de la fuente de agua dulce. Era agónico, y además doloroso.
Aquella mañana de noviembre, por ejemplo, fue la primera vez que Annie se cuestionó realmente si era una buena idea amar a alguien como Ron. Lloviznaba, y era uno de esos días grises y deprimentes, donde no hay nada mejor que hacer que simplemente estar todo el día acostado mirando televisión, o leyendo un buen libro, y para colmo de males estaba en pleno periodo menstrual, lo que convertía sus emociones en un caldo de cultivo burbujeantemente inestable. Sin embargo, luego del desayuno, Ron comenzó a revisar su pistola automática y la de Annie.
—¿Qué haces? —le preguntó.
—Lo de siempre, hoy toca clase de tiro. Es martes.
—¿Es en serio? ¿Acaso has visto el día que hace? No pienso salir allí afuera a mojarme.
—Annie, solamente es agua, no vas a derretirte —bromeó él, mientras preparaba los cargadores.
—No puedo hacerlo, carajo. Estoy en mis días, no saldré allí afuera a mojarme —le repitió.
—Solo será unos minutos, no haremos la hora completa, ¿de acuerdo? Anímate, no vas a convertirte en un Gremlin.
—Como digas, quince minutos —respondió, con los ojos en blanco.
Salieron por la puerta del fondo hacia el patio, y mientras Annie se cerraba la chaqueta para protegerse de la llovizna, Ron colocó algunas latas a la distancia, encima de un viejo armazón de motocicleta. Entonces trotó a su lado.
—Bueno, vamos a ver que tal —Ron le tomó la mano que sostenía el arma y le acomodó el índice sobre el arco del gatillo. Ella lo miró, la sola cercanía de ambos hacía que ni siquiera se percatara del fresco del clima—. Recuerda siempre tu dedo, ahí. Mano izquierda bajo la mano derecha, apoyas mejor el punto de mira.
—Lo entiendo. ¿Sabes qué otra cosa entiendo? Que voy a pescar una pulmonía por tu culpa.
—No seas tan quejosa —dijo él, en tono bromista. Entonces apoyó una mano en la suya y con la otra mano le recorrió el brazo hasta el hombro—. Estirado, siempre.
Annie ni siquiera estaba mirando el blanco, a decir verdad. No sabía si era por las hormonas, o porque la electricidad que le latigueó la espalda al sentir como le recorría el brazo fue demasiado notoria, pero no podía concentrarse. Entonces bajó el arma, se giró hacia Ron y tomándolo de la nuca con la mano izquierda, acercó sus labios a los de él. Lo tomó tan de sorpresa que ni siquiera hizo el mínimo movimiento, sin embargo, justo cuando la boca de ambos se rozaba, él se retiró hacia atrás.
—Annie... ¿Qué...? —murmuró.
—Te beso, ¿qué pasa?
—No... ya hablamos de esto, no deberíamos...
Al primer momento no hubo reacción de su parte, solamente lo miró con expresión cansada, y luego arrojó la pistola al suelo en gesto frustrado, comenzando a llorar explosivamente. Ron se retiró hacia atrás como si hubiera pisado una serpiente.
—¡Maldito, ya estoy harta! —gritó ella.
—¡Pero Annie, que haces! ¿Estás loca? ¡Mira si el arma se dispara!
—¡¿Y qué más te da?! —le gritó, encogiéndose de hombros. —¡No eres más que un maricón, un puto maricón que tiene miedo de amar y ser amado! ¡Me salvas, me rescatas de mi vida de mierda, eres el primer hombre que me hace sentir algo tan fuerte! ¿Y no puedes darme ni siquiera un puto beso?
—Annie, estás demasiado alterada... —Ron se acercó para intentar tranquilizarla, pero ella dio un paso atrás y levantó las manos en gesto defensivo.
—¡No me toques, jamás! ¡He dejado todo por venir contigo, para ayudarte! ¿Lo entiendes? ¿Eres capaz de entenderlo?
—Annie, te advertí que no lo hicieras.
Eso ya era el colmo, pensó. La llovizna comenzaba a empaparle el cabello, pero ella tenía calor, mucho calor. Entonces lo abofeteó tan fuerte que la mejilla izquierda de Ron se tiñó de rosa donde los cuatro dedos impactaron.
—¡Bastardo! —le gritó.
—Annie, cálmate, te lo digo en serio... —dijo él, sosteniéndose la mejilla. Entonces ella se paró delante, con el mentón en alto.
—¿Me lo dices en serio? ¿Y sino qué harás? Escúchame una cosa, Ron, y más vale que me escuches bien. ¿Qué pasa si en tu justiciera cruzada contra Hanson me matan a mi, o te matan a ti? ¿Eh? Te habrás perdido de vivir un romance de puta madre, solo por tener miedo a que vuelvas a perder lo que tienes. ¿Y quieres que te diga una cosa? Me estás perdiendo. ¿Lo entiendes? ¡Me estás perdiendo, porque ya no tengo ni puta idea de qué hago aquí! ¡Maldito!
Dicho aquello, se giró sobre sus talones y corrió hacia adentro, sintiendo el calor de las lágrimas en sus mejillas heladas por la llovizna, se dirigió a su habitación y cerró la puerta de un violento portazo. Totalmente descolocado por lo que había sucedido, Ron tomó el arma del suelo, y caminó hacia el interior del taller. Entonces se dirigió a la cocina, tomó servilletas de papel y comenzó a secar la pistola con lentitud, mientras resoplaba con pena.
—¿Estás bien, hombre? —dijo alguien. Ron se giró hacia la puerta de la cocina, y vio a Jason recostado al umbral, con los brazos cruzados.
—Sí, estoy bien. Escuchaste todo, ¿verdad? —respondió.
—Algunas cosas. Gritaba tanto que creí que se había disparado en un pie, pero luego vi que solo estaba insultándote.
Ron asintió con la cabeza, y metiendo la mano en el bolsillo de su chaqueta, sacó el paquete de Marlboro, encendiendo un cigarrillo.
—Es mi culpa, no debí permitirle que viniera.
—¿Qué pasó?
—Me quiso besar, y me alejé en el último segundo. Fue entonces cuando explotó.
—Normal, yo te habría disparado en un pie.
Ron lo miró con el ceño fruncido, no estaba para bromas.
—¿Me tomas del pelo, Jason? —le preguntó. —¿Acaso esto te divierte, soy tu bufón ahora o qué?
—Claro que no, hermano —Jason tomó un banquillo de metal y se sentó a su lado—. Pero esa chica te quiere, y a mi no me vas a engañar, sé que tú la quieres también.
—Es buena chica, claro que la quiero.
—No seas bobo, no hablo de si es buena o no, hablo de que también te atrae. Pero no lo admites, y eso la lastima más a ella que a ti. Tienes la suerte de que dejó todo atrás para venir a buscarte, eso no lo hace cualquier persona, hombre. ¿Sabes lo que yo daría porque Mary viniera a buscarme?
—Lo sé —respondió. Ahora Ron no podía evitar sentirse mal consigo mismo.
—Entiendo que tengas miedo de que te enamores de ella, si es que no lo estás ya, y alguna desgracia te la quite. ¿Pero y si eso ocurre, qué? —le preguntó. —Quizá vivan felices toda la vida, puedas solucionar todo esto y adiós muy buenas, te marches de aquí y hagan una familia juntos. O quizá mañana mismo encuentres a Hanson y él te pegue un tiro a ti. Pero no puedes limitar tu vida a un capaz —dijo, haciendo comillas con los dedos en la última palabra—. Sé feliz ahora, hazla feliz hoy. Tal vez mañana ya no tengas tiempo.
—Tienes razón, soy un imbécil... —dijo Ron, asintiendo con la cabeza. —Iré a hablar con ella.
Jason le apoyó una mano en el hombro.
—No te lo recomiendo. Déjala, lo que menos quiere ahora es verte. Dale su espacio, ya encontrarás la ocasión.
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