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Ron visualizó los accesos hacia Atlanta y sonrió, complacido. La noche anterior apenas había dormido siquiera un par de horas, al igual que las dos noches anteriores. No podía conciliar el sueño sin imaginar la cara de sus colegas muertos, juzgándolo en las sombras, como quizá también lo juzgaba su hermana y su padre. En cuanto cerraba los ojos veía los rostros de todos girando en torno al suyo, recriminándole por no haberlos salvado, y entonces ya no podía volver a dormir. Se levantaba de la cama, se daba una ducha caliente y luego permanecía sentado frente a la ventana del hotel o la posada donde se alojase, fumando un cigarrillo tras otro, sin encender la luz. Solamente esperando a que amaneciera, para poder continuar con su viaje.

Había recibido muchísimas llamadas de Annie desde que había comenzado el viaje, pero no respondió una sola vez. Lo último que deseaba era involucrarla en todo aquello, era una chica de bien que no se merecía morir por su causa, y aunque le doliera en el alma, lo mejor que podía hacer era alejarse de ella en la medida de lo posible. La apreciaba realmente, y no soportaría perder a nadie más. Sin embargo, aquella mañana en la que había abandonado el hotel Rinsworth, dejó de recibir llamadas suyas. Ron imaginó entonces que al fin había asumido que jamás volvería a verlo, y solo en aquel momento se sintió de nuevo en paz. Aunque por más que le costara aceptarlo, no solo había pensado en su familia y sus amigos muertos durante las noches en que se pasaba en vela, fumando a los pies de la ventana de su habitación a oscuras. También había pensado en ella, en ese "Te quiero, te quiero mucho." que le había dicho antes de marcharse. Él también la quería, aunque no se lo hubiera dicho. Había aprendido a tomarle cariño durante el poco tiempo que compartieron, y aunque pareciese cruel, lo único que quería hacer era protegerla.

Pagó el ticket de la cabina de control del peaje y luego de recibir el cambio, volvió a emprender la marcha, ya en territorio de Atlanta. Recordaba muy bien aquel lugar, cuando aún estaba buscando a Jeff, su hermano. Años atrás en aquel momento iría en busca de una pista o cualquier cosa que lo acercara a él, se toparía con los sucios y desprolijos mecánicos de motocicletas que le darían la pista del bar, luego encontraría a los Rippers, y por último todo se convertiría en dolor.

Condujo durante unos momentos más, hasta que cuarenta kilómetros después del peaje, vio al costado de la carretera un sitio de comidas al paso. En condiciones normales continuaría su camino sin detenerse, pero la realidad era que había salido del hotel sin haber tomado ni siquiera un café, y la verdad era que lo necesitaba. Se orilló a un lado de la carretera hasta detenerse sin apagar el motor, y ladeándose un poco de costado en su asiento, sacó del bolsillo trasero de su pantalón la billetera, revisando el contenido. Apenas tan siquiera tenía poco menos de ciento cincuenta dólares, aún le quedaban por delante unas tres horas de viaje, y tenía el tanque de combustible en un cuarto de contenido total. Tenía que administrar el dinero hasta llegar al taller de los Rippers, pero se podía permitir tomar un desayuno antes de continuar el camino.

Puso primera en el Camaro y se deslizó suavemente hasta la plaza de estacionamiento en el predio del pequeño bar, apagó el motor y bajó del coche quitando las llaves. Caminó hacia la puerta y empujó, entrando al local y siendo abrazado de forma instantánea por el olor a frituras calientes y cafeína. Se acercó directo hacia el mostrador, una chica con delantal negro lo miró acercarse y sonrió levemente en un gesto mecánico de cortesía.

—Buenos días, ¿qué va a querer? —le preguntó.

—Un café, por favor. Lo más negro posible. Y dame una porción de pai de manzana.

—¿Para comer aquí, o para llevar?

Ron miró de reojo una de las mesas vacías del local. Al momento en que había entrado, ya estaba decidido de no comer allí. Prefería comer en su coche, y vigilar el camino, por cualquier cosa que pudiese ver, como un centinela incansable.

—Para llevar, por favor —dijo.

La chica asintió con la cabeza y se giró dándole la espalda, para darle el pedido a los empleados en la cocina. Ron se giró también de espaldas al mostrador, observando por los cristales de las ventanas hacia la carretera. Sabía que la única pista que conservaba era el Mustang naranja, al menos eso fue lo que le había dicho el empleado de la limpieza en el FBI. Algo dentro de sí mismo le decía que conocía detalles sobre esa pista, pero no recordaba de donde. Lo único que anhelaba con toda la fuerza de su espíritu era ver pasar alguno de esos coches. Lo perseguiría solo para acabar con todo el grupo, igual que había hecho con los Hell's Slayers.

—Señor, aquí tiene —dijo la chica, a su espalda, sacándolo de sus pensamientos. Ron se giró, vio la bolsa de papel que contenía la porción de comida y a su lado un vaso descartable con café humeante y delicioso —. ¿Va a querer algo más?

—¿Tienes cigarrillos?

—Sí.

—Dame Marlboro.

La chica buscó en un estante al lado de la caja registradora, y le dejó encima de la mesa un paquete nuevo.

—Son veinticinco, señor.

Ron pagó con el importe justo, recogió su compra y salió fuera del local rumbo a su coche nuevamente. Dejó todo encima del techo del Camaro un instante, para abrir la puerta, y luego ingresó al asiento del conductor, dejando el vaso de café en el portavasos cerca de la palanca de cambios. Sacó la comida de la bolsa de papel, y luego de darle el primer bocado, el teléfono en su bolsillo sonó. Lo sacó con una mano, y miró la pantalla, era Jason.

—Jas, dime —atendió.

—¿Qué tal va tu viaje?

—Acabo de entrar en la ciudad, estoy tomando un café y desayunando algo. ¿Todo en orden?

—Sí —confirmó Jason, del otro lado—, te llamo para decirte que te hemos preparado la motocicleta de tu hermano. Queremos que ahora sea tuya, y espero que no nos abandones de nuevo.

—Lo sé, Jason. No es mi idea marcharme de los Rippers otra vez, y agradezco que me recibas de nuevo en tu grupo. Creí que la carrera policíaca era lo mío, y lo único que gané fue la muerte para mi familia y mis amigos. Estaba equivocado.

—Equivocarse es de humanos, no debes culparte por ello. ¿Cuánto crees que tardes en llegar?

—Algunas horas. Ando corto de efectivo, en cuanto me reúna con ustedes dependeré de su economía, así que espero tengan bastantes entregas de mercancía que hacer.

—¿Ya quieres volver al ruedo? —bromeó Jason, del otro lado.

—Soy un hombre con pocas alternativas, supongo. Nos vemos luego.

—Adiós, colega —dijo Jason, y colgó.

Ron conectó el teléfono en el cargador pirata de coche que había comprado en un autostop, y le dio un sorbo a su café, dando un resoplido después. Necesitaba con urgencia la cafeína, y dio un nuevo trago antes de volver a su tarta. Aún tenía mucho tiempo de viaje por delante, y quería hacerlo lo más despierto posible. Cuando llegara al taller de los Rippers, debería poner muchas cosas en orden dentro de sí mismo. No era fácil volver al lugar donde todo el caos había iniciado, tampoco era sencillo volver a convertirse de la noche a la mañana en un infractor de la ley. Sin embargo, ya no tenía en claro donde estaba el limite entre los buenos y los malos. Perkins había sido muy directo, si marchaba tras Hanson por su cuenta, tendría a la policía tras la nuca. Aquello había sido una clara amenaza que no estaba dispuesto a tolerar, mucho menos a cumplir.

Dando un bufido de desconformidad, negó con la cabeza y continuó con su desayuno sin pensar en nada más. No tenía ningún tipo de sentido que continuara machacándose el cerebro con cuestiones que aún no podría resolver, se dijo. Lo mejor era mirar hacia adelante, reunirse con sus antiguos colegas, y plantearles la situación. Quizá Jason, o Rod, podrían darle una idea o una pista que le fuera de utilidad para despejar la oscura tormenta de sus conjeturas y suposiciones detectivescas.

En cuanto acabó el desayuno, se bajó del vehículo un momento, para descartar la pequeña bandejita desechable y el vaso vacío en una papelera, y volvió a subir al Camaro, encendiendo el motor. Retomó el camino a una buena velocidad, mientras que el sol aún no demasiado tibio a esas horas de la mañana le iluminaba el rostro y las manos sobre el volante, dándole una extraña y confortable claridad. Se sentía bien al pensar que desde algún lado de la eternidad Jeff lo estaría mirando, mientras se deleitaba con su humor ácido de siempre por lo extraña de las circunstancias. Se lo imaginaba diciéndole "¿Qué pasa, hermanito? Vuelve el perro arrepentido, ¿eh? Bienvenido a casa, pequeño Ripper" y no pudo evitar sonreír, mientras apartaba una mano del volante para colocarse un cigarrillo en la comisura de los labios.

Lo había pensado una vez, hace tiempo ya, y volvía a pensarlo de nuevo ahora con mucha más convicción. Tal vez su padre siempre estuvo equivocado, al igual que él. Quizá Jeffrey siempre había tenido la filosofía correcta de vida, y quizá había sido el único de los tres hermanos Dickens que había vivido a pleno tal y como siempre había querido. Suzanne era hábil con las matemáticas, desde pequeña lo había sido, pero, aunque tenía un éxito considerable con su trabajo en las finanzas, la conocía como la palma de su mano. Sabía perfectamente bien que, si le dieran a elegir, hubiera optado por otra carrera que en verdad le llenara el alma de satisfacción. Durante su adolescencia, recordaba que el diseño de moda era algo que le gustaba muchísimo, pero le bastó una mirada de su padre para hacerla cambiar de opinión. Por desgracia, Suzanne no tenía el espíritu subversivo de Jeff, y acabó cediendo.

Ron, sin embargo, había decidido complacer a su padre en lo máximo posible, continuando con la tradición de la familia. No quería formar parte de las peleas que Jeffrey tenía con él, tampoco quería imitar la obsecuente resignación de su hermana, por lo cual intentó hacer lo mejor posible en la carrera policíaca, para dar lo mejor de sí y continuar con el renombre de su familia en las fuerzas de la ley. Pero, a pesar de toda expectativa —incluida la suya propia—, nunca se imaginó todo lo que sucedería con el paso del tiempo, así como tampoco se imaginó en la clase de hombre que iba a convertirse después. Porque, ¿no estaba ya su destino sellado desde el mismo momento en que decidió matar a un grupo entero de moteros, solo para vengar a su hermano muerto? Se decía una y otra vez. El hombre que con tanta mente fría era capaz de llevar a cabo una cosa así, era un hombre capaz de cualquier cosa. Y al final, la vida era sabia. Tal vez necesitaba comprobar en carne propia que la carrera policial no era lo suyo, o tal vez se había dejado llevar por la serie de acontecimientos trágicos que lo habían azotado desde el inicio con su madre, con su hermano, con su padre y su hermana, con sus colegas.

Al final, todo lo había guiado hasta el punto neutro en donde se encontraba ahora mismo, entendiendo todo con una precisión mortal: Ron no era muy distinto a su hermano. Al final de todas las cosas, ambos eran espíritus solitarios, hombres determinados que, si debían asesinar sin dudar, entonces lo harían. Porque ya no tenían nada más para perder ni ganar, todo lo que podían haberle quitado ya lo hicieron, y lo poco que aún le quedaba estaba lejos, atrás, y no volvería allí. Al pensar aquello, su mente volvió a revolotear cerca de Annie. Recordaba el día en que le disparó a la pierna para derribarla, y tomar a Peter Hanson de sorpresa antes de abatirlo. Recordaba las veces en que la había visitado en el hospital, la cena en su casa, la música suave que había puesto. Recordó como la había consolado cuando ella le contó su historia, y como ella lo había consolado a él cuando Hanson asesinó a su familia. Una chica así no era fácil de olvidar, y una parte de su fuero interno lamentaba haberla conocido en tan dramática situación, por no poder brindarle el cariño que ella se merecía, por tener que salir huyendo de su lado como un amante traicionero solo por mantenerla a resguardo.

Y así como muchas cosas habían cambiado en su vida, en el entorno de los Rippers también. Al pasar con su coche por la calle del bar Reina de Picas se dio cuenta que el local era mucho más grande de lo que lo recordaba. Tenía un nuevo cartel de neón, donde una chica voluptuosa sostenía un naipe haciendo alusión al nombre del local, las ventanas eran distintas e incluso hasta el propio establecimiento se había expandido. Lo único que no había cambiado durante aquellos años, eran las eternas motocicletas estacionadas afuera y los tipos de cabello largo, bebiendo sus cervezas y fumando. Sonrió, mientras seguía de largo, sintiendo una extraña mezcla de emociones que variaban entre la nostalgia y la melancolía, por ser el lugar donde Jeff recibió aquel disparo mortal. 

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