La huérfana.

Por varios años un adjetivo que siempre a describió fue que era inteligente. Ella era inteligente. Se lo repetía una y otra vez delante de un espejo por las mañanas. Sabía porque su familia se había mudado, comprendía que no podían seguir viviendo en China y la culpa la tenía ella.

Su padre nunca le tuvo mucho afecto, quizá por ser mujer, quizá por no poder educarla como él quisiera, ahora no lo sabría nunca, pero hasta una niña de casi siete años sabía que había sido idiota. Por otro lado, estaba su madre, siempre tenía una sonrisa en el rostro y siempre olía a vainilla; recordaba que esa misma mañana había recogido el poco cabello que tenía en dos moños, como si siguieran en casa.

Podía recordar cómo le sonreía mientras pasaba el cepillo por su pelo, cantaba una canción de cuna hasta que su padre la mandó callar. Le puso su mejor vestido, era rosa... o quizá azul, no lo recordaba. Su madre la tomó de la mano y la condujo al auto, donde su padre ya las esperaba impaciente.

Condujeron durante horas. Montañas blancas pasaban rápidamente por la ventana, los pinos corrían detrás del auto y cada vez eran más, quiso contarlos, pero se quedó dormida. Lo que la despertó fue un golpe, provino detrás del auto, después hubo giros que hicieron que su madre gritara. Hasta que todo se calmó. Su madre cerró los ojos y no los volvió a abrir. Ella quería gritarle, moverla, agitarla y despertarla porque tenía miedo, pero no lo hizo ya algo en su mente sabía que no iba a funcionar. Solo se hizo lo más pequeña que pudo y lloró en silencio. La nariz se le puso roja y mocosa, comenzó a tener mucho frío pues hacía unas horas que estaban al aire libre y ella solo tenía para cubrirse el suéter que le había prestado su madre antes de salir.

Su padre era tonto. Gritó y gritó pidiendo ayuda hasta que un hombre enorme se acercó a ellos. Ayudo a su padre con un bate, lo silenció de por vida. Ella fue lo suficientemente lista como para saber que si el hombre la veía le iba a hacer lo mismo. Estuvo escondida y silenciosa por horas y horas, oyó el sonido de las... ¿ambulancias? ¿patrullas? Ahí fue cuando otro hombre, diferente al que ayudo a su padre la vio acurrucada, muriendo de frio y la sacó de ahí.

En un cuarto blanco la picaron con agujas, que conectaban a bolsas con agua que la hacían dormir, le cambiaron su vestido por uno blanco que no cubría su espalda. Cuando entro una mujer de blanco quiso preguntarle por su madre, pero las palabras nunca salieron. La mujer habló, hizo sonidos con la boca que ella no pudo entender hasta que reconoció uno de los sonidos, «nombre». Quiso decir el suyo y abrió la boca, para sorprenderse de que no salía nada.

Otra de las cosas que la hacían inteligente era que mientras más días pasaban, más palabras entendía; «Necesitamos saber tu nombre.» Fue la primera frase que logro entender en esa lengua, la nueva doctora estaba acompañada de un señor con pelo largo color castaño, «como el de mí madre» pensó la huérfana, y ojos serios color perla.

Ella sabía esa repuesta, su nombre. Hacía días que no lo oía de su madre, pero no por eso se le iba a olvidar. No quería quedar como una estúpida frente al señor de ojos serios y ojeras marcadas. El señor se veía cansado, como si no hubiera dormido en varios días.

─Mi nombre es Hiashi, ¿Cuál es el tuyo? ─Se presento el hombre, la huérfana casi soltó una lagrima, la última vez que alguien le había hablado en chino fue su madre. Pero a pesar de eso las palabras no se querían emitir ─¿Acaso me oyes y entiendes lo que digo? ─la niña asintió varias veces. El señor. No. Hiashi dejó de dirigirse a ella y comenzó a hablar con la doctora por un rato, sin salir del cuarto.

─Al parecer tienes algo llamado mutismo selectivo, eso significa que a pesar de todos tus intentos no vas a poder hablar conmigo o con la doctora. Y creo que eres lo suficientemente grande para tomar una decisión como la que te voy a dar ─Hiashi se sentó en uno de los bordes de la cama, cerca de ella─. Tus padres han muerto, la doctora cree que eres muy pequeña para querer saberlo, pero yo creo que no eres estúpida. Murieron por un accidente que causo uno de mis hombres ─. «No, no es cierto, mi padre no murió por eso».

─Así que te voy a dar una oportunidad ─, habló y la doctora le acercó una libreta y una pluma, Hiashi las colocó frente a la niña─tienes dos opciones; una es escribir un nombre: el tuyo. O si quieres otro, no me importa. Y yo podré sacarte de aquí, te tomaré como una de mis protegidas y te criaré junto a mis hijas.

»La otra opción es que dejes el papel en blanco; puedes no elegirme, no me conoces, no sabes si soy una mala persona o lo que digo es cierto. Pero si la eliges, te van a llevar a un orfanato de donde quizá no salgas hasta la mayoría de edad porque para desgracia tuya, tu familia no te registró al nacer. Eres inexistente, aquí y en China. No importa si tienes familia porque no te van a llevar con ellos. Así que, la decisión es tuya.

Por primera vez en su vida la tomaban como una niña inteligente. Quizá era meterse en la boca del lobo, pero no le gustaba la otra idea.

Con trazos cortos y tímidos garabateó en el papel: Tenten.

La decisión no había sido difícil comparada con lo que le siguió.

Hiashi cumplió su palabra, la sacó del hospital y la llevó a una casa gigante lejos del centro de la ciudad. Al bajar del coche una mujer los estaba esperando en la entrada, tenía la piel pálida, ojos rojos como la sangre y pelo tan negro como el carbón que encendía su madre en las noches frías. Cargaba un bulto y una niña pequeña de ojos perla se agarraba fuertemente de su kimono.

─Ella es Kurenai, ahora es tu tutora, protectora y cuidará de ti. La bebé que carga es mi hija menor Hanabi y la niña que se esconde es mi hija mayor, Hinata.

─Encantada de conocerte ─saludó Kurenai. Después habló en japonés con Hiashi, por la cara que hizo Tenten comprendió que no le gustaba nada lo que estaba diciendo.

Tomó la mano de Tenten y la jaló casi con violencia hasta llevarla a un cuarto con las puertas cerradas. Tocó y no espero respuesta alguna para entrar; dentro del cuarto había un niño acostado en un futón grande. Hiashi le habló en japonés, el tono se oía molesto quizá algo dolido; el niño de ojos lavanda y pelo café la miraba enojado, como si ella fuera culpable de algo horrible. Esa mirada la hacía sentir estúpida, como si no supiera nada de lo que ocurría a su alrededor.

─Él es Neji. Su padre murió en el mismo accidente que los tuyos.



Lo prometido es deuda :D. De aquí en adelante espero seguir subiendo tan rápido como pueda, pero ya saben... la vida adulta llama xc. Si les gustó voten por el capitulo, si no les gustó dejen sus comentarios de odio, es lo que me gusta de terminar un capitulo: leer sus opiniones :D.

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