Resilencia lésbica: El totumo clitoriano
Escrito por: mangata_selenofobica
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«Ovejas negras descarriadas sin
remedio,
vergüenza de la familia,
piezas de seda fina,
amazonas del asfalto,
guerrilleras de la vida».
Rosa María Roffiel.
Ella va leyendo
la epístola de despedida,
y leyendo, también,
lo que era su totumo de amor,
Mary, ella, una artesana rural,
de garlopas armoniosas,
que tejían en el bohío de esmeraldas de cafe,
del KM 26.
Era nuestro totumo clitoriano.
Era nuestro totumo amoroso clitoriano.
La aurora de las cartas andariegas
era una profesora, Franci,
que también era una poeta política e insurgente,
con manos hortalizas,
en aquella huerta de ciencias sociales,
sus manos hortalizas
que, en el KM 30,
es una de las exiguas esperanzas educativas,
¿No puede haber una resiliencia lésbica
en Dagua, Valle del Cauca?
Ella va leyendo en el Transur,
y va recordando los olvidos chisMosos
que decían los aguajales del pueblo.
¿No era posible un totumo amoroso
entre una profesora rural y una artesana quimeral?
¿No era posible que una profesora
le entregará papiros de café,
zafarranchos poéticos,
después de todos las nieblas injuriosas
de todos los días?
¿No era posible que fueran
testaferras de amor
a hacer el amor
en medio de un conflicto armado
de quebradas violentas,
y comer pandebono,
en todas las alboradas
en la panadería de víctimas
del desplazamiento montañero,
del desplazamiento cizañero?
Y, en medio del desarraigamiento
de promesas efímeras,
lo que sería su chara verde de esposa,
estaba desbordando unas flébiles
cascadas divorciadas y desamorosas,
mientras soterraba,
con el vagido sangriento,
y el lapicero desangrado,
la siguiente esquela
exánime y lúgubre
para los hombros trémelos
y pequeños de su amada y etérea,
Mary iba leyendo la carta de despedida
de su totumo de amor:
Ya no seremos unas charas verdes esposas, mi Mary,
¡Ay, mi Mary!
¿Por qué te has esfumado,
con tus manos nemorosas
y tu diáfano monte de Venus
de nuestra hamaca matrimonial, mi Mary?
¿Quién dijo que
el prístino,
prematuro,
neonato,
primiparo,
primoroso amor
no puede puede ser una
gardenia exuberante
y femenina de Lesbos?
¿Quién no puede
hacer el amor
de una manera incandescente
que una mujer
hacia una propia mujer?
Nunca te han gustado
los traumatizantes pecíolos masculinos.
Sabés que aferrarte a mi espalda casi invisible,
es más cúspide,
que hacer el amor con un petricor frágil y masculino.
¿Quién no ha tenido
un primer roce y
beso recién regado
con una alma femenina
siendo la misma alma femenina?
¿Aún tienes reminiscencias
de cuando mis cuadernos réprobos de ciencias sociales
enmascaraban nuestra desnudez
alborosa y resplandeciente.
Amorsexual, novia mía,
lo que importa es que somos amorsexuales,
lo que importa es que éramos amorsexuales.
¿Quién no se ha enamorado fervientemente
de un estambre
de Lesbos?
¿Quién susurró que no existían
unas sicalípticas
cerezas lésbicas,
clítoris plateadas,
de color
rojo,
café,
cárdena,
morado,
y rosácea?
¿Quién susurró qué
no se pueden revolucionar
con un fusil de acaricias,
en una guerra en el monte de Venus,
y calgabando hacia monte de Venus?
¿Quién es el estafario
que grita que una mujer misma
no ha percibido las caderas
frágiles y exuberantes,
y los muslos florecientes
de su propia amiga?
Vos lo sabés,
no somos cabuyas tiernas
típicas de amigas.
Las típicas amigas no vuelan
en la laguna del licor femenino
ni se bañan juntas,
ni se muerden los pezones melancólicos y dulces
en los cálamos de las cándidas nubes
de su finca hoguerante.
Ni siquiera somos amigas,
vos lo sabés.
Somos más que la sórdida cabuya de una amistad...
Somos más allá que una procela amistosa.
Somos un bohío cándido,
ardiente y vehemente.
Y vos lo sabés.
Somos amantes guerreras,
desahuciadas,
en la marquetalia de la desnudez sáfica.
¿Quién de libélula infante,
o de niña, simplemente,
no tuvo una novia teniendo
unas caderas melifluas de niña,
siendo una niña también?
Y es que cuando están
flameantes,
férvidos,
húmedos,
nuestros capullos de las amapolas,
no hay ni una mordaza de silencio...
Yo solo aprendí a tejer poesía amatoria,
de amor, erótica,
solo por vos, mi Mary preciosa.
¿Quién no ha ensoñado
nefelibatamente,
en sus entrañas espesas femeninas,
tener una amante efímera,
una novia sempiterna,
o manceba femenina,
morena y primorosa
en el ramillete de
sus epitafios apasionales?
Ese era mi ensueño nefelibato con vos.
Casarme con vos.
¿Quién no ha bebido
de las espigas indecibles
de las clitorias amantes?
¿Quién no ha escuchado
la penumbra pansexual?
¿Necesitamos tener banderines excluyentes
para hacer el amor?
¿Quién no tuvo su primer rezago
en las nubes escolares del colegio,
y que ese regazo de noviazgo,
fuera una mujer, su mujer?
Sí, nosotros brotábamos
el cráter de la revolución pacífica,
cuando nuestras pelvis mojadas,,
se embarca para hacer el amor.
El regalo de su montaña baja,
tan borralesca.
Las hojarascas de quejidos,
de gemidos femeninos.
Sí, nosotras germinamos el cráter de la revolución
cuando nuestros dedos
se embriagan para hacer el amor.
Sí, nosotros cosechamos el cráter de la revolución
cuando nuestros senos esteparios,
se besan al hacer el amor.
Aquí no es que seamos «tijeras puritanas»,
o de areperas vulpinas,
o de marimachas rústicas,
sino que, sabés que estamos falcadas, gloriosamente,
en nuestros pezones ciegos y nictálopes,
El hacha de doble filo
y El signo de Mercurio.
Cómo los picos luminiscentes
con mi compañerita de grado,
en ese estúpido y tretanuta grado,
mi primer amor,
con la voz cómplice de la concupiscencia
mis labios boscosos superiores e inferiores,
logró carcomerme, silenciosamente,
en el baño.
No hay banderas respiradas
para labrar el amor,
Para simplemente hacer el amor.
Pero, vos, mi amor de la isla de Lesbos,
de la isla del KM 30,
preferiste contraer nupcias histriónicas y frías
con un hombre palpable,
y fingir que tienes una criatura joviana y fantasmática,
en tu vientre lejano y pálido.
Y recuerda siempre lo que te dije:
Amorsexual, novia mía,
lo que importa es que somos amorsexuales.
Ahora será,
y espero que sigas siendo amorsexual, ex novia mía.
Espero que yo pueda seguir siendo amoramar,
o amormarme,
después de este cataclismo
de ilusiones rurales, ex prometida mía.
Mi ex amor,
¡ahora eres mi ex amor!
Para, mi Mary, ya, nunca más porque vos no querés. Adiós.
Y así se calcinó,
se quemó el totumo de amor
de una artesana rural,
de garlopas armoniosas, Mary,
se quedaron mudas,
sin jamás poder volver a tejer,
y leyendo los poemas que le dedicaba,
leyendo la epístola de despedida,
por el retrovisor del tiempo,
y la ventana de la vejez, del pasado,
la dejó ir, esfumarse.
Y en el bohío de esmeraldas de café,
del KM 26,
de la profesora, aquella poeta política e insurgente,
con migajas de vidrios de una cerveza
en los charcos venables,
de aquel río Jordán, en Borrero Ayerbe,
que era el corazón de su propio Bosque de niebla,
que eran sus manos hortalizas,
en aquella huerta de ciencias sociales,
sus manos hortalizas
que, en el KM 30, es una esperanza educativa,
y también en Dagua, Valle del Cauca.
Estas manos hortalizas, y ahora también suicidas,
decidieron volverse un eternal desierto de sangre
y, por completo, desaparecer,
entre el paramilitarismo palpable.
Franci y Mary ya eran más que un ex totumo de amor.
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