Julio: Epístola de un amor peregrino

Escrito por: Shouko

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En la danza de los días, cuando el alma joven despierta a los misterios del amor sin tregua, surgió un poeta, tímido, soñador del andén, cuyo corazón cantaba con antigua lengua.

Bajo la sombra de un olivo en la plaza de antaño, encontré a Julio, cuya presencia, un faro en la marea, con su risa de primavera y su rostro sin daño, despertó en mí un anhelo, un sueño que titubea.

Nuestros caminos se cruzaron, como estrellas en fuga, en un crisol de miradas, susurros sin palabras, y en su mirar hallé la chispa que subyuga, mi alma, vulnerable, en las dudas halladas.

En aquellos días de inocencia desbordada, nos unió el silencio y la brisa del crepúsculo, su voz, un eco en mi mente, enredada, entre versos y deseos, un milagro minúsculo.

Julio, con su mirada de eterno verano, su risa, cascada de luces en mi corazón, me enseñó a soñar sin red, sin dique, sin desgano, construyendo castillos en la arena de la razón.

Nos encontramos en la biblioteca del crepúsculo, donde los libros, testigos de amores secretos, nos cobijaron en un rincón crepuscular, trémulo, susurrando entre páginas, en misterios discretos.

Leía yo en sus gestos, como un dramaturgo atento, las señales de un cariño que no osa pronunciar, mas en su mirada, en su voz, el tierno aliento, descubrí un anhelo que en silencio quería gritar.

Julio, con sus dedos de artista, trazaba sueños, en hojas de papel que guardaba en su cuaderno, dibujaba mundos y caminos sin dueños, donde nuestro amor podría ser eterno.

En tardes doradas, bajo el manto del ocaso, compartimos secretos, risas y temores, cada palabra, cada gesto, un lazo, que tejía nuestra historia entre flores y dolores.

Mas el amor, en su senda de espejismos y destellos, es un laberinto de sombras y claroscuros, donde el miedo y la esperanza tejen sus cabellos, y el corazón, a menudo, se enfrenta a muros.

Una tarde, bajo el cielo que en gris se tornaba, Julio me habló de sueños que en su pecho ardían, pero en su voz, una duda se filtraba, un eco de temor que mis sentidos hería.

"Hay caminos," dijo, "que no podemos trazar, pues el mundo, cruel y ciego, no entiende, nuestro amor, que en secreto debe callar, y en sombras de vergüenza se defiende."

Mi corazón, en ese instante, se quebró, como un cristal que se enfrenta al yunque del destino, y aunque mi amor por Julio en mi ser ardió, comprendí que en su miedo se hallaba el desatino.

En noches solitarias, bajo la luna compasiva, escribí cartas que nunca osé enviar, donde mi alma, desnuda y emotiva, clamaba por un amor que no podía callar.

Le dije en silencio, entre lágrimas y poesía, de mis sueños, mis miedos, de mi amor sin medida, pero el destino, cruel en su travesía, selló mis palabras, en su capricho anida.

Julio, con su belleza de diurno astro, se desvaneció en la bruma del olvido, como un sueño que se escapa, ligero y vasto, dejando mi corazón, en su eco perdido.

En el umbral del amanecer, cuando el alba despuntaba, miré su ventana cerrada, su sombra difusa, y comprendí que nuestro amor se disipaba, cómo el rocío que en la mañana se rehúsa.

Mi ser, entonces, se convirtió en un mar sin puerto, navegando en el dolor de un amor sin nombre, y aunque el tiempo, sanador y cierto, aún me habla de Julio, en su eterno renombre.

Las calles, testigos de nuestro idilio fugaz, guardan el eco de pasos que el viento dispersa, y en cada rincón, en cada mueca de paz, siento su ausencia, su huella que no cesa.

Y en mi pecho, cual poeta en busca de consuelo, he hallado en las palabras mi refugio, mi espada, escribiendo los versos de un amor en duelo, que en la tinta se torna, aunque el corazón no aguarda.

Hoy, bajo la bóveda celeste que todo lo abarca, en cada estrella que titila, en cada soplo de viento, veo a Julio, su rostro que mi memoria marca, y en su recuerdo, hallo mi eterno lamento.

En la quietud de la noche, en la paz del crepúsculo, siento su presencia, un susurro en el aire, y aunque nuestro amor fue un fugaz crepúsculo, en mis versos, vive, en su eterno donaire.

Así termina la epístola de un amor peregrino, entre sombras y luces, entre la duda y el deseo, y aunque Julio se ha ido, cual sueño divino, en mi alma joven, su amor aún poseo.

Queda, entonces, este relato en poética nostalgia, un amor que no floreció, pero en el alma persiste, y en mi corazón, cual eco en la distancia, Julio, mi querido, en cada verso resiste.


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