epílogo

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         Mucho había cambiado las últimas semanas para el matrimonio Wayne, su vida ahora iba por un camino totalmente diferente al aceptar a otro más en la familia. Era aún algo difícil para ambos el tener a Dick Grayson curioseando por las tantas habitaciones de la mansión —o más bien, terminando perdido— y acostumbrándose a tener programas infantiles en la televisión en vez de la novela de Alfred. Bruce no había tenido el coraje suficiente para reconocer frente a su esposa y mejor amiga que tropezar con los juguetes no le molestaba tanto como aparentaba si no que al contrario, parecía recordarle que no todo en el mundo estaba perdido.




Sobre todo esa noche en la que estaba cansado mental y físicamente tras detener por tercera vez en la semana a un nuevo tipo que usaba maquillaje de payaso cuya risa hacía doler su cabeza. Cada que sucedía este tipo de situaciones en su trabajo, recordaba que el caso de los Grayson fue oficialmente cerrado a los tres días de que Dick se mudara con ellos, Tony Zucco y su matón estaban en la cárcel y no saldrían en un buen tiempo. Eso le traía paz, más de la que el amor de su vida se imaginaba.




Así que sin tanto preámbulo y tras dejar la parte pesada de su traje de justiciero subió el ascensor y después las viejas escaleras que le conducían al segundo piso, a la habitación que compartía con su luz al final del túnel. Negó agachándose para recoger el par de autos de juguete que yacían en medio del pasillo; Dick había tomado el gusto de jugar a las carreras con Bee aprovechando la longitud de los pasillos pero ambos terminaban aburriéndose y cambiando de juego dejando las cosas regadas la mayoría de veces.




Notó que la puerta estaba entreabierta y una tenue iluminación provenía de ella. Aún así trató de entrar en el mayor silencio posible para evitar asustarle si es que seguía despierta, cosa que no pasó.




Una sonrisa de lado apareció en su rostro haciéndole relajar su postura completa; ella dormía plácidamente con un libro infantil abierto sobre su pecho, con una mano colgando casi en la orilla y la otra sosteniendo el libro...sin embargo, un pequeño polizón descansaba abrazándole cerca de la mesa de noche. Probablemente Dick había acudido a ella para que le leyera un cuento quedándose dormido a la mitad, seguido de Bee que sin darse cuenta perdió la batalla de esperarle despierta.




Apagó la lámpara de su mesa de noche antes de encaminarse al baño donde se despojó del resto de su traje y preparó para poder irse a la cama debidamente. Regresó a donde su amada para quitar con cuidado el libro de encima suyo dejándolo en el buró, no quería despertar a ninguno de los dos; fue entonces que finalmente entró bajo las sábanas blancas dejando a Bee en medio.




Como todas las noches se acercó hasta quedar lo suficientemente cerca de ella y descansar su cabeza en la almohada quedando casi sobre su hombro cubierto por una de las tantas sudaderas de Bruce —a quien no le molestaba en lo absoluto que usara, si no lo contrario—.




—¿A cuántos malos golpeaste hoy?—escuchó en un murmuro que rompió el silencio nocturno, sonrió divertido.





—Como a diez.





—Muy bien—sin abrir los ojos movió la mano con la que sostenía el libro hasta encontrar torpemente a Bruce para acariciarle—¿y cuántos golpes te dieron a ti?





—Mmmm...no los conté—no hacía falta que levantase la cabeza para saber que ella sonreía con la misma diversión que él.





—Bueno, me alegra que hayas llegado completo. Estábamos esperándote pero...—fue interrumpida por un bostezo que le hizo abrir sus pesados párpados—perdón.





—No tienes porqué pedir perdón. En dado caso sería yo quien debería hacerlo.





Observaba las uñas mal pintadas de negro moviéndose lentamente sobre su mano que descansaba en el vientre de ella, nunca entendió porqué prefería pintarlas por sí misma con sus manos temblorosas por la ansiedad a ir a un lugar y que lo hicieran para evitar la molestia. Pero así era Bee, su amada y perfecta Bee.





—No, Bruce—continuó sin perder esa tranquilidad—saliste a ayudar a la gente. Gracias a ti muchas personas en Gótica podrán dormir en paz una noche más, como este lindo pajarito que no se cansa de las galletas de Alfred...y creo que ahora es turno de que hagas lo mismo.





Giró un poco su cabeza a la derecha para depositar un tierno beso en el cabello oscuro del hombre.





—Buenas noches, Brucie—dijo volviendo a su posición—te amo.





—Buenas noches, Bee. También te amo.



















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