Parte 4: consumidores del miedo
10/12/2024
Es curioso, Sancho, cómo el siglo se retuerce sobre sí mismo como un reptil que devora su propia cola. Enrique Krauze lo supo decir: "Regresamos al dogma, al prejuicio, al hechizo de las ideologías como quien encuentra consuelo en lo peor de sus pesadillas." Y vaya si las pesadillas han aprendido a mutar. La historia, con sus corsi e ricorsi, nos arroja de nuevo a un tiempo donde las pasiones ideológicas se confunden con la alquimia, y el eco de 1933 resuena en el clamor de las masas hipnotizadas por líderes de sonrisa afilada.
"Es la vuelta de lo sagrado", dice Krauze, pero el tono de su voz sugiere que es la vuelta del miedo, ese viejo amigo, ahora maquillado como esperanza. En el norte, el circo político parece rimar demasiado bien con las ruinas de Weimar: líderes que concentran poder como quien colecciona cabezas de ciervo, y un público que aplaude porque nunca leyó las notas al pie de la historia.
Pero no hay que ir tan lejos para sentir cómo el aire se queda sin oxígeno. Jean Delumeau, con su mirada que atraviesa siglos, nos recuerda que la imprenta, esa vieja revolucionaria, primero sirvió al miedo antes de iluminar cabezas. Sus páginas iniciales no hablaban de ilustración, sino del diablo, el infierno y las mujeres, esas "agentes del demonio" que siempre han pagado los platos rotos de las crisis colectivas.
Y aquí estamos, en esta nueva era de redes y memes donde el saber se democratiza al precio de su propia decadencia. Las redes sociales, ese río caudaloso donde todos beben, parecen haber revivido una "ilustración negra". Negacionismo climático, antivacunas, teorías de conspiración servidas en bandejas de píxeles. Es el mercado del miedo, donde el cliente no solo tiene la razón, sino también la última palabra, al consumir y perpetuar las narrativas que lo atan a su propia inseguridad.
Daniel Innerarity, un filósofo que pone las cosas claras: "Innovaciones tecnológicas, desconcierto, miedo. Todo eso produce una sociedad aferrada a liderazgos ocasionales." Líderes que administran miedo como quien reparte pan en tiempos de hambruna, y otros que venden esperanza empaquetada en futuro que nunca llega.
Y ese miedo, el de siempre, es la palabra. Del lado visible, los medios lo usan con maestría fusiladora: seleccionan qué mostrar, inflan estadísticas, convierten hechos aislados en epidemias, enfermedad. Del otro lado, un público que se devora estas ficciones con la pasión de un lector de tabloides. Minorías estigmatizadas, números adulterados, y el constante coqueteo con lo morboso, lo criminal, lo sobrenatural, la ficción.
No es casualidad que Noam Chomsky haya descrito este circo como un método: elegir cuidadosamente qué verdades contar, cómo contarlas y, sobre todo, cómo moldear la subjetividad de la gente hasta hacerla tan profunda y abismal como un pozo sin fondo. Es una magia negra moderna, donde la postverdad es solo otro ingrediente en la sopa de la manipulación.
Pero no todo es tragedia ni derrota. La mentira tiene una forma peculiar de compensar sus ciclos. Heidegger dijo que "el ser crece en la tempestad", y quizá tenga razón. Tras el oscurantismo más negro llegó la ilustración más brillante. ¿Podríamos estar a las puertas de un renacimiento? Marcus Gabriel parece creerlo. En su ética para tiempos oscuros, aboga por una nueva ilustración, un realismo filosófico para este siglo plagado de sombras.
Y es que, después de todo, el miedo tiene una debilidad fatal: necesita ojos cerrados y voces calladas.
12/12/2024
El reciente arresto de Luigi Mangione, acusado de asesinar al CEO de una aseguradora médica norteamericana, ha suscitado reacciones reveladoras sobre la naturaleza de nuestra sociedad. En primer lugar, es llamativo el vacío de solidaridad hacia la víctima, Brian Thomson. No hubo gritos de compasión ni lamentos sinceros. Un hombre cuya riqueza provino del sufrimiento humano, de negar medicamentos y tratamientos vitales bajo un sistema sanitario profundamente corrupto, parece haber recibido del público una respuesta que va más allá de la indiferencia: un rechazo tácito a su humanidad. Su vida fue un reflejo del sistema que ayudó a sostener, uno que pone la ganancia por encima de las personas.
Por otro lado, está el fenómeno de Mangione. Fotogénico, carismático y, para algunos, una especie de antihéroe moderno, evoca las fantasías de justicia directa que surgen en tiempos de frustración colectiva. Sin embargo, al indagar en sus motivaciones, nos encontramos con un individuo difícil de encasillar: hijo de una familia acomodada, republicano, con inclinaciones anarcocapitalistas. No es el Robin Hood que algunos quisieran. No es el producto de un sistema revolucionario de izquierda, sino una figura confusa que desafía las etiquetas tradicionales.
Esto nos lleva a una cuestión más amplia: la nostalgia de ciertos sectores políticos por los movimientos violentos del pasado, como el GRAPO o la RAF, que representaban una resistencia frontal al sistema. Pero ¿es realmente deseable un retorno a esa clase de violencia? ¿O es simplemente una respuesta desesperada al colapso percibido de las instituciones y valores que alguna vez prometieron estabilidad? Como escribió Yeats: "Todo se desmorona; el centro cede;/la anarquía se abate sobre el mundo."
Mangione, sin embargo, no era un ideólogo ni un mártir. Su manifiesto no seguía una lógica clara; era un collage de ideas de todo el espectro político, reflejando la alienación de un ciudadano moderno atrapado entre sistemas igualmente opresivos. Esto pone de manifiesto una verdad incómoda: incluso aquellos que se consideran apolíticos son inevitables productos del contexto sociopolítico en el que viven. Sus acciones, por más caóticas que parezcan, son una respuesta visceral al impacto de las decisiones tomadas en las altas esferas del poder, donde se priorizan los intereses corporativos por encima de las vidas humanas.
No glorifico el asesinato, pero sí considero importante reflexionar sobre lo que representa. En una sociedad donde los líderes están considerando reducir programas indispensables, condenando a muchos a una vida sin acceso a cuidados básicos, ¿es realmente tan impensable que surjan respuestas extremas? ¿Podría una reacción lo suficientemente contundente paralizar tales planes o, incluso, obligar a revertirlos?
La falta de un sistema público de salud fuerte no es solo un fracaso técnico, sino una condena moral de un sistema, no debería sorprendernos que cada vez más individuos, al margen de cualquier lógica partidista, busquen imponer su propia idea de justicia, por más errática que sea.
1/1/2025
Una pregunta que siempre me hice, en noches insomnes, con la mirada fija en el techo, ¿por qué necesitamos políticos en vez de arte? Los políticos, esos que se creen dioses, son quienes muchas veces limitan el arte, quienes lo queman y lo aplastan. Como los burros que, con furia ciega y borrachera de poder, devoran los libros y los consumen con fuego. Porque en su estúpido afán de controlarlo todo, todo lo destruyen.
Schopenhauer, en su obra póstuma Sobre el sufrimiento del mundo, decía que "ninguna satisfacción posible en el mundo podría calmar su anhelo, establecer un objetivo final para sus demandas, y llenar el pozo sin fondo de su corazón", esto en sentido de toda la humanidad, de la lucha social del hombre con el hombre. La humanidad, que vive en un constante deseo insatisfecho, corriendo detrás de una felicidad que nunca llega, se enfrenta a la maldición de nunca encontrar lo que busca. Y, si pensamos en eso, vemos cómo los políticos encarnan esa misma insatisfacción: su hambre insaciable que nunca se sacia, siempre corriendo, siempre luchando, siempre dejando atrás una estela de sufrimiento.
Y esa lucha, que nos define como seres humanos, nos consume, nos devora. Como pensó Schopenhauer, "la vida desde la noche de la inconsciencia, la voluntad se encuentra a sí misma como un individuo en un mundo interminable e infinito, entre innumerables individuos, todos luchando, sufriendo y errando". La política no es más que la manifestación de esa lucha existencial, con políticos que se creen superiores, que nos arrastran al caos mientras juran que nos llevan a la salvación, una complacencia ambiciosa.
Sí tuviese que dar una fecha a todo el rencor, toda esta mierda que nos invade, comenzó en 2020, en Argentina. El Estado, ese monstruo burocrático que se dice a sí mismo como el salvador, nos mostró su verdadera cara. ¿Para qué sirve el Estado? ¿Para qué sirve el poder? El Estado debe servirnos, pero ¿nos sirve a nosotros o nosotros a él? Nos dijeron que lucháramos por él, que aceptáramos el sacrificio en nombre de un bien común. Pero mientras tanto, ellos se llenaban los bolsillos, y el pueblo se hundía cada vez más en la miseria. "Nosotros a él y él... ¿no a nosotros?", una pregunta simple, una pregunta brutal, que nunca tiene respuesta.
Mientras la política continúa manipulando nuestras vidas, la sociedad sigue con la cabeza gacha, esperando a que alguien, algún día, haga algo. Jorge Lanata, que hace unos días nos dejó solos en este plano terrenal, a comienzos del 2025, comentó en una nota en el medio El Corresponsal diciendo que "los políticos son brutos, no son gente formada".
Es curioso, porque en realidad, Rousseau ya lo había señalado en El contrato social. "En todos los gobiernos del mundo, la persona pública consume y no produce nada. ¿De dónde le viene, pues, la sustancia consumida? Del trabajo de sus miembros." (Cap. 8, De cómo toda forma de gobierno no es apta para todos los países) Exactamente lo que Lanata denunciaba: un sistema que vive de lo que la gente produce, sin devolver nada, sin aportar realmente al engranaje de la sociedad. Y así seguimos, una "voluntad particular que actúa innecesariamente en contra de la voluntad general" (Cap. 10, Sobre el abuso del gobierno y su inclinación a degenerar), donde se pierde el bien común y se sigue el individuo.
"...los objetos de la voluntad se hace conocida y comprensible para el intelecto que está enraizado en el individuo, es principalmente el tiempo (...) la forma a priori necesaria de todas nuestras percepciones; todo debe presentarse en el tiempo, incluso nosotros mismos. (...) Entonces, la vejez y la experiencia, de la mano, lo conducen a la muerte, y lo hacen entender, después de una búsqueda tan dolorosa y tan larga, que toda su vida ha estado equivocada." Finalmente solo quedaría pensar que el año siguiente esto cambiará, pero viendo que estamos así desde que se publicaron los anteriores libros citados (El contrato social de Jean-Jacques Rousseau en 1762 y Sobre el sufrimiento del mundo escrito por Arthur Schopenhauer publicada en 1851). El control sigue siendo una falacia de libertad, y el sufrimiento, un compañero constante.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top