Parte 2: ósmosis dirigida

31/10/2024

La radio, como medio de comunicación, ha desempeñado un rol central en la vida de muchas generaciones en Argentina, especialmente en tiempos de inestabilidad política y censura. En esta trabajo de entrevista realizada a Raul Flores, ingeniero de 69 años y oyente fiel de la radio, se nos encomendó a una compañera y a mí analizar cómo este medio marcó la infancia y la vida adulta de una persona de una generación anterior a la nuestra. A través de sus respuestas, él nos ofreció una mirada íntima sobre el poder de la radio como una fuente vital de información, especialmente durante las décadas de los 60 y 70, en las que Argentina enfrentaba una de las épocas más divisorias y conflictivas de su historia. La radio, a pesar de las restricciones impuestas, logró mantener a las familias informadas, conectando a las personas con eventos que ocurrían dentro y fuera del país, mientras ofrecía un refugio para aquellos que buscaban entender y resistir en tiempos de represión, destacando las siguientes contestaciones más interesantes:

1) ¿Qué medio de comunicación considerás que más ha influenciado tu vida
hasta el momento y por qué?

Respuesta:

a) "La radio ha sido el medio que más me ha marcado. Desde chico, fue la forma en que mi familia se mantenía informada sobre lo que pasaba en el país. Crecí en los años 60 y 70, una época donde la política argentina estaba muy dividida, y la radio nos ayudaba a entender lo que estaba ocurriendo, aunque muchas veces con restricciones."

Esto es algo que Harold Lasswell menciona sobre el análisis de medios, siendo que "aquellos que contemplan principalmente la radio, la prensa, las películas y otros canales de comunicación, están haciendo análisis de medios" (Lasswell, H. D. Estructura y función de la comunicación en la sociedad). Él lo resume, indicando que el proceso de comunicación en la sociedad realiza funciones como la "supervisión o vigilancia del entorno" (pp. 1) revelando amenazas y oportunidades que afecten a la posición de valor de la comunidad. Esto puede relacionarse con cómo la radio ayudaba a las familias a mantenerse informadas sobre los hechos sociales.

Sin embargo, sugiere que, aunque la radio era una fuente de información, también estaba sujeta a control y manipulación, "muchas veces con restricciones". Lasswell menciona que "los modernos instrumentos de comunicación de masas otorgan una ventaja enorme a quienes controlan los talleres de impresión, equipos de radiodifusión y otras formas de capital fijo y especializado" (pp. 4).

"Cabe establecer otra distinción entre control de mensajes y centros o grupos de manipulación de mensajes. El centro de mensajes en el vasto edificio del Pentágono, en el Departamento de Guerra de Washington, transmite -solo con algunos cambios accidentales- los mensajes entrantes a otros destinatarios." (pp. 4) Lo que indica que existen estructuras específicas, como la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE), que se encargan de gestionar y controlar la información que se transmite, lo que implica un sistema organizado de control sobre los mensajes que se difunden.

2) ¿Qué memorias tenés relacionadas con la radio en momentos clave?

Respuesta:

b) "Me acuerdo de estar sentado con mis padres en la cocina, en silencio, escuchando el comunicado de la junta militar que decía que tomaban el poder. La radio transmitía la frialdad de los militares en cadena nacional, y la tensión se podía cortar con un cuchillo. Fue un instrumento de propaganda, escuchábamos las noticias con cautela, sabiendo que había muchas cosas que no se podía decir por el "enemigo"."

Eduardo Luis Duhalde en su obra, "El Estado terrorista argentino", hace hincapié en esa cuestión en específico, describiendo el uso de la doctrina militar del "enemigo interno" para justificar una violencia y persecución hasta ese entonces sin precedentes contra las voces disidentes. Algo que va de la mano con lo que dice Lasswell. "Las élites dirigentes están también sensibilizadas respecto de potenciales amenazas en el entorno interior, aparte de emplear fuentes de información abiertas, también se adoptan medidas secretas, se toman precauciones para imponer «seguridad» a tantas cuestiones políticas como sea posible. Al propio tiempo, la ideología de la élite es reafirmada y las ideologías contrarias son suprimidas". (pp. 6)

El concepto de "enemigo interno" se define a través de una serie de características y contextos específicos que se atribuyen a este grupo; "guerrillas". Según el artículo "Del comunismo a la subversión: el enemigo interno en los reglamentos del Ejército Argentino (1964-1977)" de la doctora en ciencias sociales y licenciada en sociología, Ana Sofía Jemio, el "enemigo interno" pasó de ser asociado inicialmente con el comunismo a ser conceptualizado como subversión. Esta transformación implica que el enemigo interno es visto como una amenaza a la seguridad nacional y al orden establecido (pp. 2), lo que justifica la acción represiva del Estado. Todo esto en el contexto internacional de Guerra Fría, caracterizado por una lucha hegemónica entre Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Sovieticas, donde y citando a Lasswell, "las élites dirigentes se consideran unas a otras como enemigos potenciales no solo porque las diferencias entre Estados pueden cristalizar en una guerra, sino también, en un sentido más apremiante, porque la ideología del otro puede atraer a elementos disidentes en un país". (pp. 5)

Lasswell sugiere que, aunque la censura puede ser un obstáculo, "hasta cierto punto, los obstáculos pueden ser soslayados mediante una hábil evasión". Pero que, "a la larga será más eficiente librarse de ellos por medio del consentimiento o de la coacción". Esto sugiere que, para superar la censura, puede ser necesario obtener el consentimiento de la población o, en su defecto, recurrir a métodos coercitivos para mantener el control sobre la información, algo que está relacionado con la siguiente pregunta.

3) ¿Cuál dirías que era el propósito predominante de tu consumo de radio en aquellos años? ¿Información, educación, otro?

Respuesta:

c) "Definitivamente, todo tipo de información. En esa época, la radio era el medio más directo para enterarte de lo que estaba pasando lejos de la ciudad. Durante la dictadura, la prensa escrita estaba controlada y la televisión no llegaba a todos lados. La radio, en cambio, estaba en cada casa y cada barrio de cada región. A través de ella, aunque con límites, se podía acceder a noticias que no hubiéramos conocido nunca de otra forma."

Lasswell menciona que "las comunicaciones que se originan fuera pasan a través de secuencias en las que diversos emisores y receptores están vinculados entre sí. Supeditados a modificación en cada punto de relevo en la cadena, los mensajes originados a partir de un diplomático o de un corresponsal en el extranjero pueden pasar a través de despachos editoriales y llegar finalmente a muy amplias audiencias." (pp. 3) Eso que pasa "fuera", puede ser no solo fuera del país, sino fuera de un pueblo, aquello que parecía más próximo a afectar. "Diplomáticos, agregados y corresponsales extranjeros representan a quienes se especializan en el entorno. Editores, periodistas y locutores son correlatores de la respuesta interna. Los pedagogos, en familia y en la escuela, transmiten el legado social." (pp. 3)

Siendo esto para Lasswell "mensajes (que) contrastan con quienes de alguna manera modifican el contenido de lo que se ha dicho, función que es propia de editores, censores y propagandistas." (pp. 4) Pero que para alguien común, la comunicación entre sus pares y la comunicación de masas le da un momento, ahí es donde entran los dos factores comunicacionales enumerados, "2) la correlación de las distintas partes de la sociedad en su respuesta al entorno, y 3) la transmisión de la herencia social de una generación a la siguiente." (pp. 1) Si bien el mundo no tiene un sentido intrínseco, nosotros tenemos la capacidad de darle uno, interpretado como que nuestros cercanos nos dan nuestro sentido, en lugar de que individualmente le damos uno.

Esta misma labor, reposaba entre papeles, anónimo pero condenado; su sentencia escrita en rojo, en los márgenes, desbordaba en acotaciones que desgarraban las palabras con una precisión poco delicada. El profesor fantasma, un juez desde la lejanía del aula, había dejado sus marcas sin tregua, como si la historia contada, las voces rescatadas, tuvieran un precio aún no pagado. Así fue que la profesora Blanco, como una figura envuelta en un vapor de crítica, resolvió que el destino de esta responsabilidad fuera sellado: desaprobado, 50 sobre 100, con la categoría de "trabajo incompleto." "Se solicita de dos a cuatro entrevistas y han propuesto una sola", escribió ella, con una claridad que se sintió más fría que un golpe bajo.

Había en este atropello una especie de disparo, de esas que tocan la piel y el "hueso del orgullo" por igual, mientras en un rincón el autor observaba cómo aquella calificación dejaba el sabor amargo. "Se solicitó al menos dos páginas de un formato de pregunta y respuesta. Es decir, la transcripción de la entrevista y luego el análisis." Y en la frialdad de cada "se solicitó" podía sentirse el pinchazo de la burocracia en su maraña de reglas sutiles, un laberinto donde cada frase sugería un camino clausurado.

Entre la dureza del rechazo, aparecía el elogio, tenue y retorcido, un consuelo cubierto en espinas: "La fundamentación teórica es adecuada en líneas generales y se valora la incorporación de otros autores para complementar el trabajo", escribió la profesora, concediendo que la curiosidad intelectual, la sed de conocimiento, eran dignas de ser rescatadas. Un elogio que parecía indulgente, como un hueso lanzado tras una reprimenda, que dejaba al lector a medias, con la sensación de que esos registros de memoria quedaban suspendidos, una perdida que no alcanzaba a soltar lágrimas.

Pero ahí estaba el talón de Aquiles: "en lo que respecta al análisis teórico, no queda del todo clara la relación entre el texto de Lasswell y la pregunta 3." Parecía una pequeña daga clavada en la integridad de la idea, una que hubiese sido reescrita y modificada hasta que fuese correcta, lo que hubiera cambiado aunque sea un poco las cosas. Y ahí quedamos, a punto de deslizarnos al olvido: "el equipo no cumplió con dos aspectos importantes (cruciales) de las consignas."

Respuesta:

d) "Como un epitafio, el "fracaso", da un aviso. Y en cada línea bermellón, por muy imperfecta o incompleta, podía sentirse el acto de resistencia, para ambos, la hoja, valía más que el juicio de un simple "5"."

1/11/2024

Era, cómo no, una revista con nombre de diosa y todo un regimiento de comunistas furiosas. Ellas, con su Angiru, su proclama impresora y su tinta enérgica vanguardista, parecían haber encontrado el cáliz sagrado del feminismo académico. Yo, sabiendo que no pertenecía a ese club exclusivo de la furia editorial, recibí su mensaje como quien recibe una carta de exilio.

Julieta, la jefa, la alta sacerdotisa del comité, me había escrito con aquella cortesía de la que uno no sabe si fiarse, el tipo de saludo que va envuelto en buenas intenciones, pero lleva un cuchillo detrás de la espalda. "¿Tienes algo que quieras publicar en la revista?" Y me detuve un instante, la tentación vencida solo por el recordatorio de la última vez, cuando mi simple intento fue despachado con el rótulo de "prescindible".

Ah, pero no esta vez. Esta vez entregué algo que llevaba tiempo amasando en el rincón más oscuro de mi inconsciente. No había doctores ilustres ni gloriosas batallas de la provincia; solo mi verdad. Y mientras tanto, ella respondía entre líneas que mi pequeña obra no sería juzgada por méritos de título ni tema, sino por la sinceridad. Pero claro, ya todos conocemos el jurado; cuando dicen "honestidad", suelen estar afilando las tijeras.

Pasaron días, luego semanas; los minutos se fueron. Hasta que un día, finalmente, el veredicto bajó del trono: mi texto no entró en la revista. Tenía que ser aquello de lo que todos me acusaban cuando mi lengua se afilaba: "muy ofensivo, machista, misógino." Aquellas palabras sabían a faringe con cáncer, disparadas por una mano que nunca tocó las calles ni sintió la rabia de lo escrito en serio, un poco para incomodar y otro poco para mover, aunque sea, una ceja.

"Lo siento", me dijeron, como si se pudiese sentir algo con los ojos puestos en los laureles de la academia y las manos aún limpias de las biromes. Y ahí lo comprendí. No era que ellas no querían al texto. Era que no podían permitirse la vergüenza de verlo. Como si lo escrito pudiera colarse por entre las hojas de su revista, manchándola de algo que ni ellas sabían qué era; realidad.

Era, seamos honestos, un ensayo que les atravesaba la piel. Yo, armado con la lectura de otros trabajos similares que busqué y con la incómoda certeza sobre la invisibilidad de la prostitución masculina en nuestra provincia, había puesto todo, en cada una de esas frases bien pulidas. Y ellas, tan revolucionarias como lo serían comunistas nazis, tan aliadas del cambio, no sabían qué hacer con esa bomba que les había llegado. Para la ortodoxia editorial de Angiru, mi tema era como termitas en una inmobiliaria.

Al pasar cerca de ellas, las escuché. Entre risas y comentarios cargados de cinismo, la voz de una de ellas fué certera, como un bisturí en la carnicería. "¿Quién habrá sido el que mandó ese ensayo sobre quererse acostar con un traba?" No se lo habían tomado ni en serio ni en broma, sino en sorna, como si hablar de la escort varonil, de algo tan cercano y real en nuestras veredas, fuese tema de novela barata.

Y ahí estaba, el gran bufón de todo esto, por atreverse a decir lo indecible, lo "prescindible", me había vuelto Nahuel. Era como si cada átomo mío hubiera sido separado para ser aplastado bajo el peso de esa revista, esa "publicación de avanzada" que no se atrevía a ensuciarse las manos con los gritos sociales.

Yo solía pensar que mi narrativa era intachable. Que los personajes que creaba tenían el peso suficiente para pararse por sí mismos en la historia. Hasta que reconstruí lo que mi anterior novia Lucrecia, decidió, en una de esas tardes donde las palabras se convirtieron en armas, para decirme que todas las mujeres y hombres en mis historias, así como tambien en la forma en que yo lo solía ver a las personas, se dividían en dos categorías: las que curan y las que están allí para satisfacer. Que los matices, los tonos de gris, y hasta el más leve roce de complejidad, se perdían en la bruma.

Claro, uno escribe desde lo que conoce, y yo pensé conocer a las personas, le dí el beneficio de la duda. Pensé que ella me iba a decir que debía de darles un rol, un propósito, una función menos arquetípica. Pero cuando Lucrecia lanzó ese golpe como quien juega a una especie de sadismo literario, no pude más que retroceder, fingiendo que ese golpe no dolía, aunque en el fondo lastimosamente, y fuerte.

-¿Cómo cambiar eso? -pregunté, la pregunta, un anzuelo que no sabía si ella mordería.

"-Leyendo a escritoras mujeres", respondió, como si aquello fuera la respuesta más obvia del universo. Me habló como quien suelta un reproche disfrazado de consejo. Leer a escritoras mujeres no garantiza automáticamente una mejora, nada lo hace.

Pero esa era la trampa, ¿no? Nos convencemos de que nuestras verdades son absolutas, que nuestras interpretaciones no necesitan corrección.

Quizá no tenía claro hasta entonces que escribir era también confrontarse a los otros, y a uno mismo, siendo este el esfuerzo del periodista.

10/11/2024

Salí de la sala como quien despierta luego de un choque entre dos camiones, tambaleándome un poco, con la cabeza aún caliente y los ojos tratando de encontrar un punto fijo. Podía sentir el pulso en mis sienes, cada latido como un tambor suave pero insistente, el rebotar de mis propias palabras entre las paredes, algo que sabía que iría disolviéndose pronto, como todo lo que solemos decir.

Al avanzar por las escaleras de metal hacia el segundo piso, empecé a notar el vacío, no un vacío físico, sino esa suerte de espacio entre la gente y uno mismo, el hueco entre nosotros, demasiado grande para un simple "¿Qué tal?" o un "Hola". Era esa brecha lo que me carcomía la cabeza, como una idea obstinada en un poema que se rehúsa a rimar bien. De repente me pareció ver una silueta al final del pasillo, sacudiendo la cabeza, apenas una sombra que, al igual que yo, parecía preguntarse cuánto de todo esto nos hace más humanos o si, al final, solo somos los restos de un largo desencuentro.

Me quedé ahí, en esa especie de limbo. ¿Podríamos, alguna vez, siquiera rozar el borde de una comunidad en la que nos dejáramos de excusas y nos miráramos en serio, sin máscaras ni falsedad? ¿Había alguna manera de que un buen día se nos diera por agarrar la honestidad de la solapa y dejar que la libertad se nos cuele hasta los huesos, una rabiosa liberación, sin las rejas de siempre?

Sabía que me hacía preguntas sin respuestas y, aún así, no podía evitar dejarme llevar. Quizás las respuestas eran un monstruo que se reía desde el otro lado de afuera, y yo solo era otro más en la fila, otro que se miraba así con la duda metida en los ojos y un vago recuerdo de haber sido un humano alguna vez, porque todos nos habíamos vuelto inhumanos.

Era la 1:14 pm, la hora en que la digestión hace su trabajo, como si el guiso de pollo que aún pesaba en mi estómago fuera el único signo tangible de mi existencia. La vibración del celular cortó el sueño pesado, esa especie de letargo que solo un almuerzo sabe generar. El grupo de WhatsApp, ese monstruo que nos mantenía conectados y al mismo tiempo nos devoraba, brillaba en la pantalla: "Reunión urgente. Todos presentes".

Cerré mi computadora como un autómata, con los pies arrastrándose sobre el piso, con la mente todavía atrapada en los oscuros recovecos de la censura en China, un trabajo en el cual estaba trabajando para presentar el siguiente día. Aquella pesadilla de información, más densa que el aire en una celda, aún nublaba mi cabeza, pero la notificación en el teléfono fue suficiente para obligarme a reaccionar y desconcentrarme.

Era en la sala, donde yo antes me encontraba estudiando, luego de ser interrumpido, no pude estar más que indiferente en todo el resto que duró hasta las 2:30 pm. El ambiente estaba compuesto por cansancio, como si estuviéramos todos en la cuerda floja, esperando que algo se rompiera, yo me rompí. Los rostros de mis compañeros, usualmente relajados, ahora estaban tensos, como si una guerra estuviera por estallar en cualquier momento. El tema de siempre, la misma cantinela: la convivencia. La limpieza, las reglas, el respeto mutuo; lo último que no existía, sin mencionar que la mayoría todos los días saluda al otro con el dedo del corazón. Palabras que en mí se hacían invisibles, como fantasmas que no querían ser vistos.

Me senté, al margen, observando de espaldas a los que dirigían la conversación como un espectador ajeno. El desfile de acusaciones comenzó, mezclado con justificaciones, subidas a voz por doquier. "No hacen nada", decía Pilar, como si el mundo estuviera hecho para ser servido. "¡Pero son demasiado exigentes!", pensaba, como si exigir sacase el potencial de todos. "Yo no soy el único que ensucia", decía otro más. Y entonces, el resultado de la última respuesta por parte de Emanuel: "¡Tú siempre eres el último en limpiar!". Estaba en marcha el tema capital de la convivencia, el resultado con moscas de lo que había sido la modernidad fatigada.

La discusión giraba sin sentido, un espiral de reproches y falsas moralidades. La temperatura en la sala subía pero se mentía fría, el caos alcanzaba nuevas alturas, como si estuviéramos en medio de un incendio y la única forma de apagarlos fuera añadir más combustible.

Intenté intervenir, claro, porque siempre hay algo dentro de mí que se niega a callar, pero mis palabras se convirtieron en fastidio, tragadas. Era como estar atrapado en una tormenta, un náufrago luchando contra las olas de voces que chocaban entre sí. Ya había hablado antes, en el anterior encuentro, de una cantidad importante de situaciones donde todos estuvimos en la misma situación, por el mismo tema, por lo mismo de lo mismo y con lo mismo.

"Todos estamos aquí por lo mismo", dije, apenas un murmullo que desapareció tan rápido como todos se quedaron en silencio. "Pero cada uno tira para su lado. ¿Cómo se supone que avancemos si no podemos estar de acuerdo ni en lo más básico?". No me escucharon. Mis palabras se fueron al mismo lugar donde se va todo lo que intentas decir en momentos como ese: a la basura.

Fue en ese momento, en medio del giro interminable de culpas y pobres justificados, cuando algo dentro de mí se rompió, como un vidrio que no soporta el peso del tiempo. Me levanté, no con calma, sino con una rabia silenciosa que subió por mis entrañas. "¡Basta ya de esta mierda!", pensé, mi subconciente explotando en la habitación como un disparo en medio de la noche. "¡Estoy harto de escuchar por estas tonterías! ¡Tenemos que hacer algo!"

El silencio anterior y posterior fue denso, casi insoportable. Todos se quedaron mirando, con esos ojos sorprendidos que esperan entender algo que no se puede entender, un silencio sepulcral.

"No sé cómo, pero tenemos que encontrar una solución", dije, ya sin aliento. "Tenemos que aprender a vivir juntos, a pesar de nuestras diferencias. Porque si no... esto no va a funcionar, ¿me entienden?" Nadie entendió, porque quien lo decía no era una persona que creyera lo que decía, era una chica llamada Ana, una persona realmente e importantemente falsa. Según otros que hablaron conmigo después de la reunión, "no tiene sentido discutir con alguien que no sabe lo que está diciendo", me dijeron, como si con esas palabras pudieran dar por cerrada toda la conversación. Pero yo sabía que el problema no era Ana, ni siquiera yo o el grupo. El problema era que todos estábamos tan atrapados en nuestras propias versiones de la realidad que era imposible entender a los demás. Nos habíamos convertido en una especie de mutantes deformados, viviendo en un caos de intenciones contradictorias, incapaces de reconocer las caras auténticas que habíamos dejado de lado en algún momento.

Salí con la sensación de haber perdido algo. No solo mi tranquilidad, sino algo mucho más profundo, tal vez la fe en que aún podíamos ponernos de acuerdo con humanidad.

Mis palabras, vacías para todos, resonando en un pozo ciego. No sabía si alguien me había escuchado, pero ya no importa. Todos nos odiamos, porque el infierno somos nosotros.

"Viven en una burbuja", supo describirlo Cinthia.

Aquí estoy, en mi cuarto sentado al borde de la cama y un par de pensamientos dispersos que se niegan a asentarse. Y mientras intento digerir la reseña que acabo de leer, no puedo evitar preguntarme: ¿realmente está hablando de mí? "Esfera", el nombre de usuario que uso para mi cuenta de Wattpad, un ser aparentemente atrapado en la telaraña de su propia percepción del mundo, esconde bajo el seudónimo más de lo que uno podría imaginar.

Una residencia estudiantil, dicen. Un lugar donde el instinto de supervivencia se convierte en el único motor que te hace levantarte cada mañana. Pero no es solo sobrevivir lo que cuenta aquí; no, la verdadera lucha es por el dominio del poder resistir un días más, ser parte de esta "corte real" un poco más. Es un tiempo silencioso, sutil, de la que no se habla en las aulas. Un grito ahogado más fuerte que los exámenes y las entregas. El poder no se mide en calificaciones, sino en la capacidad de manipular a los demás, de tener algo sobre ellos y que te vean como lo que no eres, ya sea por tu conocimiento, influencias o simplemente una mirada fulminante, un seguimiento de todos.

Según "L", a quien llamo así porque desconozco su nombre real, solo su nombre de usuario, que prefiero no revelar, ya que si llegara a nombrarla, quisiera hacerlo con su verdadero nombre. Ella no pierde tiempo en adornar su discurso con florituras. Al contrario, se entrega por completo a una prosa desnuda, cargada de pensamientos que nacen desde lo más profundo del ser, de esos pensamientos que solemos guardar para nosotros mismos, por miedo a que, al ser expuestos, se desintegren como nubes de polvo. Cada palabra de "L" tiene peso, tiene propósito. No se trata de escribir por escribir, sino de escribir para entender, para crear ese espacio en el que uno pueda sentirse, por un instante, acompañado en la confusión que la existencia trae consigo.

La reseña no se detiene en describir cómo yo, "Esfera", navego entre los detalles con una precisión casi exacta. Destaca, en cambio, mi capacidad para hacer visible lo que antes se ignoraba: desde una conversación aparentemente trivial con un conductor de Uber, hasta las repercusiones profundas que la tecnología ejerce sobre la humanidad. Es un juego de espejos: el autor, observador incansable, se convierte en la imagen del lector, y viceversa. No hay respuestas, solo preguntas, solo instantes de lucidez que emergen de lo más banal para llevarnos a reflexionar sobre el fin del mundo, el futuro inmediato, el colapso mental que acecha a la vuelta de la esquina.

Esfera se adentra en los rincones oscuros de su mente, pero lo hace con tal destreza que la oscuridad se convierte en algo accesible, tan cercano que aquel que lee no puede evitar sentirse parte de esa travesía interna. No es que la complejidad se disuelva, es que se convierte en una compañía tan natural que uno no se da cuenta de que ha estado en la misma situación todo el tiempo. No hay pretensiones de erudición pomposa, solo una búsqueda simple y dolorosa por el sentido, una búsqueda que no pide permiso para existir, solo choca. Y esa, es el aura de esta obra: no hay distancia, no hay barreras entre lo que sucede y la conciencia. Lo que hay es un constante tirar de la cuerda, un tira y afloja que conecta dos mundos aparentemente distantes, pero que, al final, son lo mismos en guerra.

Pero la reseña, si se mira bien, no solo deja entrever una introspección profunda. Revela algo más: una obsesión con el caos. Esfera siempre está atrapado en un entorno donde la supervivencia no es solo un acto biológico, sino una lucha constante, un Charles Darwin del existencialismo. Sin embargo, en esa lucha hay algo mucho más grande en juego. Es un cuestionamiento radical de la realidad misma: de los sistemas que nos devoran, de las instituciones que nos controlan, de la forma en que hemos sido educados para vivir pisoteados. Y ahí está la trampa: Esfera no te lo dice de forma explícita, no te da una respuesta. Pero algo en la forma en que escribe, en la cadencia de sus palabras, te hace entenderlo de inmediato. La crisis que vivimos no es algo exterior, algo que se pueda señalar con el dedo. Es lo que ocurre dentro de nosotros, lo que sucede con los demás, en lo que preferimos ignorar, en lo que dejamos de ver, hasta que todo se derrumba y no hay nadie.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top