Parte 1: un primer momento político

26/10/2024

"Ni que estuviésemos en Bosnia", dijo mi compañero de carrera con un aire de desdén, mientras yo insistía en que el simple acto de saludar con la mano era, para mí, una cuestión de cortesía elemental, un ritual que traspasaba el género. El asunto es que esa tarde prometía ser algo más que una simple reunión de estudiantes; era el escenario donde mi incipiente curiosidad política iba a dar su primer grito.

Mi tarde se dirigió ni lenta ni perezosa, a una asamblea en la capital de Corrientes, en las instalaciones de la sede de Comtulab, donde el aire estaba cargado de un espíritu combativo que solo se desata en tiempos de crisis. La razón de la convocatoria era clara: oponerse al veto al financiamiento universitario que el presidente Javier Milei había lanzado como un misil en medio de la noche sobre Gaza.

Comtulab, ubicado en el Campus Cabral de la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE) en Corrientes, es un espacio dedicado a la comunicación, la producción audiovisual y el desarrollo de proyectos de investigación. Este edificio se destaca como un centro de referencia para estudiantes y docentes de la carrera de comunicación social y otras disciplinas relacionadas, como derecho laboral y turismo respectivamente.

La escena prometía ser caótica, casi surrealista, con el murmullo de voces entrelazándose en un coro de indignación. Las mentes jóvenes vibraban al unísono en silencio, ansiosas por hacer sentir su peso en un mundo que a menudo parecía olvidar su existencia, el micrófono era libre para cualquiera que quisiese decir algo.

Así, me preparaba para lo que podría ser un primer contacto con esa extraña y, a menudo, ridícula bestia llamada política: el Leviatán.

Al llegar, me encontré con una escena inusualmente calmada para ser una "toma". Era como si el lugar estuviera en pausa, en una especie de tregua silenciosa, donde la ocupación no rompía con la rutina diaria. Más tarde entendería que se trataba de una toma pasiva, diseñada para no interrumpir las clases, una medida calculada para que los estudiantes no perdiéramos tiempo ni material didáctico de las clases.

En el centro del pasillo, destacaba una bandera de tela blanca, ondeando sutilmente recostada en el suelo, con letras grandes en azul que proclamaban: "universidad de los trabajadores".

A lo lejos, el murmullo crecía, y comenzaron a escucharse las primeras voces. Era un grupo pequeño los que estaban hablando, pero las palabras que entonaban se expandían, como olas rompiendo en la playa. Decían algo así como "¡Para el pueblo, la universidad!" con la firmeza de quien conoce bien el suelo que pisa y el sueldo que cobra, "de hambre" dijeron los docentes. A ese primer cántico le siguió otro, más cadencioso, cargado de historia: "Ni un paso atrás, la educación no se vende, se defiende". La vibración de cada palabra llenaba el aire y me hacía pensar en todos aquellos que alguna vez estuvieron en estas mismas paredes, luchando por lo mismo.

Estaba en la entrada de la facultad, observando el ir y venir de personas y oyendo cada detalle, con el único objetivo de captar el ambiente que daría forma a esta crónica. Había unas 25 personas: estudiantes, profesores, dirigentes sindicales y algunos curiosos que se acercaban por pura intriga. Parado allí, con las manos en la cadera, me dejaba llevar por la sensación de que sabía el desenlace de esta escena antes de que estuviera definido, incluso antes de empezar.

En la carrera, nos enseñan que cada hecho social parece llevar en sí el germen de su propia resolución, como si el contexto y las expectativas de los involucrados trazaran los límites de lo posible. Aquí es inevitable recordar a Pierre Bourdieu, quien sostiene que la realidad social se construye mediante las percepciones y experiencias previas de los agentes en su campo. Según Bourdieu, en El sentido práctico, el "habitus" de cada individuo se convierte en un molde invisible que guía sus decisiones y sus expectativas, definiendo de algún modo el curso que tomará cualquier evento.

El espectador deja de ser parte de las masas cuando decide involucrarse en la política para cambiar su propia realidad. Yo quería ser algo más que un testigo; quería volverme protagonista.

Había llegado un momento donde observar ya no me bastaba. Estar al margen, simplemente anotando detalles, parecía un acto de conformismo ante lo que estaba en juego. Parafraseando a Paulo Freire, la conciencia crítica lleva inevitablemente a la acción. Cuando el observador comprende su poder y decide actuar, se convierte en sujeto de su propia historia, pasando de ser alguien que observa desde la distancia a uno que participa activamente en la construcción de una realidad compartida.

Para mí, ese fue el punto de inflexión: dejar de ser el que anota, el narrador externo, y convertirme en alguien dispuesto a contribuir al cambio.

A veces, me encontré a favor y en contra de una misma ideología, movido por ideas que en un momento rechacé y luego abracé, y viceversa. El tiempo me enseñó que la perspectiva es un proceso en constante flujo, y que no hay verdades absolutas. Tras dos décadas, comprendí que lo esencial no es el ideal en sí, sino los objetivos que busca y los medios que emplea. Hoy veo que, en el fondo, todos buscamos un bien común, incluso si nuestros caminos divergen en las formas.

La libertad de elegir nuestras creencias y valores, incluso con contradicciones, nos define como seres humanos. Al final, lo importante no es atarnos a una ideología estática, sino permitirnos esa flexibilidad de evolución que llega con los años, sin dejar de lado los principios de empatía y comunidad.

"Permiso", escuché detrás de mí. Me giré levemente, aún con las manos en la cadera, intentando no perder el hilo de las palabras que cada compañero compartía. "Sí", respondí, haciendo espacio para que pasara. Fue entonces cuando la vi. Aunque no reconocí su voz de inmediato, al mirarla supe quién era. Ya habíamos compartido algunas charlas, y recordé que ella me había invitado varias veces a encuentros del Partido Justicialista (PJ). Era una de las militantes políticas que solían reunirse en la Casa Cultural Mbareté, en la calle 25 de Mayo al 1948.

Su presencia me hizo sonreír internamente. "Ahí está, como el viento que entra por la ventana una noche de verano, el peronismo no se piensa, se percibe en los pliegues de la piel como el humo de un cigarro, una vibración, se siente", supo decirme ella una vez.

Nunca había conocido a alguien que me atrapara de esa forma, con esa intensidad de quien da vida a cada palabra que dice, quien piensa apasionadamente y se forma intelectualmente lo que le gusta. Allí estaba yo, parado, completamente cautivado por esa energía que a mí, me caracteriza un poco también. Y en ese instante, entendí que había algo profundo, como si todo hubiera estado claro desde el primer momento en que cruzamos miradas.

Fue una conversación que disfruté con ella después, sintiendo cómo, de reojo, ella también me observaba mientras hablaban en el encuentro político. La sensación era tan genuina, tan presente, que no necesitaba palabras para expresarse. Hay cosas que simplemente no se pueden ocultar, porque la mente intenta organizar lo que el corazón o la piel ya comprendieron desde el principio.

Lo que entendí fue la intensidad de ese sentimiento: como estar en medio de una corriente de emociones que te arrastra sin remedio, pero a la cual tampoco quieres escapar. Rosario Rodríguez, residente igual que yo en Corrientes, 23 años de vida y 4 de militancia peronista.

Lo curioso fue que, al principio, ella no me reconoció. Me acerqué, le toqué el hombro y, al girarse, me miró con algo de indiferencia y una pizca de desconcierto. "¿Quién sos?" me preguntó. "Soy Joaquín", respondí. Y en un instante, la confusión en su rostro se transformó en una mezcla de sorpresa, emoción y un toque de vergüenza. Me pidió disculpas por no haberme reconocido al primer vistazo, y yo no pude más que sonreír.

Era la primera vez que nos veíamos en persona; antes solo habíamos intercambiado fotos. A ella le sorprendió mi "gran altura", algo que no se veía en las fotos, y yo, por mi parte, me sorprendí al descubrir que ella era más baja de lo que había imaginado, apenas alcanzando el metro cincuenta. Fue como si, en ese primer encuentro, ambos hubiéramos encontrado algo inesperado en el otro, un detalle que nos ancló en ese momento y nos hizo feliz.

La junta estudiantil del Frente Universitario Popular (FUP) había llegado a un acuerdo general, un consenso que se gestó entre las 25 personas presentes, incluyéndome. Firmamos un papel improvisado, con un boceto escrito en birome azul y una ortografía que dejaba bastante que desear. No importaba; era un acuerdo unánime, un compromiso para una toma pacífica, sin interrupción de clases, tanto en la sede de Corrientes Capital como en la de Resistencia, entendiendo que ambas comparten el mismo cuerpo estudiantil.

Yo lo firmé porque sentí que era lo correcto. Para mí, se trataba de principios justos y necesarios. Sin embargo, al salir, me encontré con un compañero que me miró con sorpresa y algo de desaprobación. "¿Cómo vas a firmar eso? Es de zurdos empobrecedores", me dijo. Le respondí que lo había hecho por una cuestión de principios. Pero él, sin vacilar, replicó: "Son principios de pelotudo".

Su comentario se quedó rondando en mi mente. Me di cuenta de que, para algunos, las decisiones que surgen de los principios pueden parecer absurdas o ingenuas. Pero en ese momento, para mí, ser fiel a lo que creía correcto era más importante que cualquier otra cosa, tal vez fuí un pelotudo idealista.

27/10/2024

En la charla del programa Sí somos del Canal Once de México, en el encuentro titulado "Sí somos - Mujeres en la guerra (14/12/2023)", se aborda un tema complejo: el papel de las mujeres en los conflictos armados, analizando tanto su participación activa como su victimización en el contexto político de la guerra. Las conductoras enfatizan la necesidad de visibilizar cómo los conflictos afectan de forma desproporcionada a las mujeres y los niños. Comentan cómo históricamente las mujeres han participado en movimientos armados, mencionando casos como las guerrilleras en América Latina y las combatientes contra el Estado Islámico, pero también hablan de los roles tradicionales que se les asignan en conflictos, como cuidadoras o, lamentablemente, objetos de violencia y "trofeos".

Hablan de "cómo la guerra les atraviesa de una forma diferencial, con actos de guerra pero que no son propiamente parte del conflicto armado, sino una consecuencia, por ejemplo la esterilización forzada a miles de mujeres, la violación, el que les quiten a sus hijos; violencia procaria..." (5:48 - 6:18). Enfatizando que existen las mujeres en dos roles, tanto como "conductoras armadas" y "víctimas", poniendo de ejemplo del primer eje que "las mujeres en el ejército zapatista, las guerrilleras de la guerra civil de Guatemala y El Salvador, las guerrilleras de la revolución sandinista en Nicaragua, las mujeres armadas en las dictaduras de Chile y Argentina y a las combatientes kurdas que pelean contra el Estado Islámico" (1:45 - 2:05) siempre han estado ahí.

Un punto importante es cómo la sexualidad de las mujeres es instrumentalizada en guerras y conflictos, con ejemplos que van desde las "buchonas" en el contexto del narcotráfico en México hasta las espías sexuales en conflictos históricos como la Segunda Guerra Mundial. Las conductoras argumentan que la participación de las mujeres no debería limitarse a roles impuestos por género ni a ser generales o líderes militares, sino a acciones orientadas a la construcción de paz y tejido social. Destacan programas como "Mujeres Constructoras de Paz" en México, que permite a mujeres fortalecer la comunidad y apoyar la construcción de paz desde el ámbito local.

Finalmente, reflexionan sobre la importancia de la memoria histórica y cómo las víctimas femeninas, como las Madres de la Plaza de Mayo en Argentina, se convierten en símbolos de resistencia y exigencia de justicia.

En su artículo Antígona en Argentina: el conflicto social en el cuerpo de la mujer, María Magdalena Uzín, Doctora en Letras y Magíster en Sociosemiótica, aborda la construcción del sujeto femenino a partir de dos aspectos fundamentales desde Antígona, una figura central en la tragedia griega que lleva su nombre. Ella es la hija de Edipo y Yocasta y se enfrenta a una difícil decisión moral: desobedecer la ley del rey Creonte para darle a su hermano Polinices un entierro digno, lo que desafía no solo la autoridad: "la constitución del sujeto femenino en la red del parentesco, y la palabra de los sujetos femeninos entre el silencio y la desterritorialización" (pp. 1).

El primero se refiere a que las mujeres se constituyen dentro de la red del parentesco, lo que implica que su identidad y su papel en la sociedad están intrínsecamente ligados a sus relaciones familiares. El segundo examina la "palabra" de las mujeres, sugiriendo que existe una lucha constante entre la expresión de sus voces y el silencio impuesto por las estructuras patriarcales del sistema.

La noción de "desterritorialización" se interpreta como un desplazamiento o una pérdida de sentido de pertenencia e identidad, lo que añade una dimensión compleja a la manera en que las mujeres experimentan y articulan su realidad. Esta situación se refleja en "el lugar del personaje/sujeto femenino como espacio simbólico en el que se despliegan conflictos y tensiones que configuran el lazo social y sustentan el poder del Estado" (pp. 2).

Sobre la falacia de que las mujeres no están interesadas en política, hace una interesante reflexión diciendo que "Antígona enfrenta a Creonte hablando en la esfera pública, cuando debería, como niña y mujer, estar confinada" (pp. 3) constituyendo así el interés de la mujer en la política desde hace miles de años, extrapolando al contexto de Argentina durante sus épocas más opresivas y también pos-dictatoriales. Además, sugiere que los suicidios de los personajes femeninos griegos no son meramente actos individuales de desesperación, sino que simbolizan una respuesta a dinámicas familiares problemáticas, como el incesto. En el contexto de "Antígona", el incesto es un tema recurrente debido a las complejas relaciones familiares que surgen de la historia de Edipo, quien tuvo relaciones con su propia madre. En esta reinterpretación, el suicidio se convierte en un acto que expresa el dolor y la angustia provocados por una herencia familiar tóxica (política dictatorial), reflejando la opresión que sienten los personajes en un sistema que los atrapa y los limita.

El suicidio de Alejandra, por dar un caso, se presenta como una acción de purificación que marca el fin de un ciclo de opresión. La referencia a un "sistema político-familiar decadente" sugiere que el suicidio no es solo una respuesta personal, sino una crítica a las estructuras que perpetúan la violencia y el sufrimiento. Alejandra, al quitarse la vida, simboliza la ruptura con un sistema que ha fallado en proporcionar un entorno seguro y saludable. Este acto se interpreta como una liberación del ciclo de sufrimiento, destacando la necesidad de una transformación social y política.

El lenguaje es así un instrumento de control, de subyugamiento que hace la realidad sobre el cuerpo social, marcando y deformándolo. En un debate con estudiantes de la Universidad Hitotsubashi, Yukio Mishima afirmó que "el asesinato político es aceptable." Mishima, ferviente nacionalista, sostenía que Japón necesitaba revitalizar el espíritu samurái tras su derrota con EE.UU, y su declaración refleja su ideología extrema, que culminaría en su propio suicidio ritual (seppuku) en 1970 tras un intento fallido de golpe de estado. Esto está relacionado con una política que percibe la muerte como acto de lucha, en la que "poner en riesgo la propia vida los hacía sentir que estaban habilitados moralmente para poner en riesgo la vida de otros, coherente con una visión en la que la violencia era considerada justa, necesaria e indispensable para el nacimiento de una nueva sociedad." (Ruíz, M. O., & Aranda G. (2024). Formas de morir: suicidio, honor y revolución en Montoneros. Estudios Públicos, pp. 8)

Sentado frente a una mesa llena de libros y termos de mate con agua fría que varias veces se calentó y muchas se volvió a enfriar, hilvanando palabras sobre mujeres y orden, un tema tan vasto y inmodificable que duele ponerlo en el papel otra vez, como enmarcando una norma. De alguna forma, este texto sería como un campo minado: cada párrafo es una explosión, cada frase una herida abierta. No solo hablamos de callar, sino de cuerpos convertidos en tierra de nadie, en mujeres-cosa que hablan pero caminan en un suelo de hombres. Este es el intento de un ensayo sobre esa devastación, la forma más antigua de dominación, una mezcla informal entre el realismo alucinado y el periodismo desenfrenado. Los homenajes se entrelazan en mí como cicatrices: acá, no existe el consuelo de un final feliz, sino un dolor en mi ojo derecho de tanto parpadear descontroladamente, todo por querer terminar la tarea.

28/10/2024

La brevedad y simplicidad del mensaje inicial de Cintia se despliega como un poema moderno, un conjunto de líneas que, aunque informales, cargan con el peso de una misión: "Hola chic@s como andan ??". La repetición del "como andan" sugiere una búsqueda de conexión, un intento de trascender la distancia que impone la pantalla negra. Pero, en el fondo, hay un subtexto que apenas se deja entrever; detrás del saludo se vislumbra el hilo tenso de la autoridad.

A medida que avanza, Cintia nos introduce en su realidad con la noticia de su llegada: "el viernes que viene estoy llegando a la residencia, me quedaré hasta el domingo a la mañana." Es un anuncio que podría parecer inocuo, pero invita a considerar el impacto de esta presencia. Su llegada es un evento, un marcador de tiempo que interrumpe la rutina, prometiendo un momento de encuentro que puede volverse un campo sentimentalmente incorrecto.

El llamado a "conocernos personalmente" resuena con ecos de un deseo colectivo de humanizar lo virtual, pero también puede verse como un desafío. La frase está cargada de ironía, porque el objetivo de Cintia no es solo fomentar vínculos, sino también ejercer un control sobre las interacciones que se desarrollen en ese espacio, nuestro "hogar".

Las "charlas grupales" son un componente crucial en su plan, y puedo observar cómo cada una de estas conversaciones encierra un potencial de revelación. La invitación a "pensar qué temas les gustaría que conversemos" se transforma en un juego de expectativas. ¿Qué se discutirá realmente? ¿Quién tendrá la voz? Las palabras sugieren apertura, pero también pueden ser vistas como un encuadre que delimita lo que es aceptable y lo que no. Ella no viene porque quiere conocernos realmente, está llegando con el único fin de controlar que todos tengamos hechas las "metas académicas", cuestiones estudiantiles que nos competen a todos los residentes (aquí incluído) y que de no tener cumplidas, según Cintia, "es innegociable" la expulsión.

El "Hola chic@s" inicial es un saludo trivial, pero, ¿cuál es el verdadero propósito detrás de esta camaradería impostada? Hay un tono casi cínico en su discurso, una sospecha subyacente de que lo que realmente se busca no es la conexión, sino la vigilancia. La inminente llegada de Cintia representa la llegada de una figura de autoridad, no solo como líder, sino como posible opresora institucionalizada.

El anuncio de su estancia, "me quedaré hasta el domingo a la mañana", sugiere un control temporal sobre el espacio. Es un recordatorio de que, aunque haya un deseo de conocerse, también existe una línea que no se debe cruzar. Cuando dice "la idea principal es que nos conozcamos personalmente", la afirmación puede oler a manipulación: el deseo de Cintia de cimentar su presencia, de asegurarse de que las reglas de la residencia no solo se escuchen, sino que se obedezcan a toda costa.

El uso de "charlar" y "varios temas en cuestión" disfraza un interrogatorio en un ambiente festivo. "Vayan pensando qué temas les gustaría que conversemos" es un comando disfrazado; una forma de hacer que todos se sientan partícipes mientras, en realidad, están siendo alineados para el cumplimiento de los objetivos académicos. Este es un momento crucial para que los "espías" que se comunican con los Referentes envíen al sacrificio a alguno de nosotros, con tal de "asegurar" su lugar de forma permanente, a mí me han cagado así contables veces. Los Referentes, como su nombre indica, son aquellos que tienen contacto con los dirigentes que controlan la residencia desde sus cimientos; actúan como puente entre el interior (la casa) y el exterior (los superiores).

Y cuando termina con un "Les mando un beso y nos estamos viendo en una semana!", el beso se transforma en un artefacto cargado de ambigüedad. Es la última capa de engaño, un gesto de cercanía que puede ser tan frío como una mirada de acero y un cubo de hielo sobre una mano con sal; doloroso. La aparente calidez se yuxtapone con el control que Cintia ejerce; ella no solo está llegando, sino que está aquí para recordarles a todos lo "innegociable" de su expulsión. Comienza la cuenta regresiva...

29/10/2024

Los días 24 y 25 de octubre, se libraron elecciones en mi facultad para definir el consejo estudiantil deliberante. Me habían invitado a ser fiscal de mesa, un trabajo que no me resultaba ajeno en lo más mínimo, ya que había tenido experiencias similares antes: fui fiscal de mesa en las presidenciales, primero con Larreta y luego con Javier Milei. No por afinidad con el radicalismo, el PRO de entonces, ni el liberalismo de la LLA, sino porque siempre estuve al margen de esas ideologías, impulsado por lo que pesa más hoy que cualquier ideal: lo monetario.

Fue una rutina familiar. El que llegaba a votar tenía que entregar su DNI al presidente de mesa, y en esta ocasión, los presidentes eran dos profesores cuya especialidad desconozco, pero que parecían bastante tranquilos ante el flujo de estudiantes. Con otros fiscales a mi alrededor, me encontré allí, cumpliendo mi papel. A un lado estaba Dulcinea, de Franja Morada, y frente a mí, una compañera del Frente Universitario Popular. En cuanto a la tercera posición... hasta hoy me pregunto si alguien realmente representaba esa coalición, porque nunca vi a ningún fiscal de su parte.

Antes de que me llamaran para cubrir a un compañero en la mesa -recién a las 3:30 p.m.-, pasé desde las 8:30 de la mañana en la mesa de recepción. Allí, junto a otros compañeros, improvisamos una carpa con cuatro palos para refugiarnos del sol. El día estaba particularmente caluroso, pero no importaba; todos tomábamos mate, compartiendo un momento de camaradería entre miradas cansadas y silencios que se llenaban de pequeñas charlas.

El ambiente en la facultad era un tanto extraño. Había bastante movimiento, con estudiantes de secundaria paseando por las instalaciones, recorriendo las facultades como turistas en tierra desconocida. A cada uno de ellos le dábamos un panfleto con las carreras académicas, tratando de despertarles algún interés, aunque las miradas distraídas y los gestos de desinterés eran casi la norma. Pocos se detenían a preguntar, y menos aún parecían interesados en el propósito de nuestra presencia allí.

Los que venían a votar, muchos de ellos perdidos entre los pasillos y aulas, eran recibidos con sonrisas amables mientras los guiábamos a la mesa correcta. Era parte del "encaminarlos", no solo para que encontraran su lugar, sino también con la ligera esperanza de que su voto pudiera favorecer nuestra facción. Había una suerte de tensión, no agresiva, sino casi ritual: una competencia sutil entre compañeros fiscales, cada cual cuidando sus intereses mientras mantenía la compostura. Se sentía como un juego calculado entre la formalidad y el compromiso que el acto requería.

Entre charlas y mates compartidos, la espera se volvía llevadera. Hablábamos de temas diversos, desde anécdotas de clases hasta las elecciones nacionales, y en medio de esas conversaciones, había instantes de silencio que decían tanto como las palabras. Momentos en los que mirábamos alrededor, viendo pasar la vida universitaria en su forma más cruda, en la indiferencia de algunos y en la dedicación de otros.

Las paredes de la facultad estaban cubiertas de afiches, cada uno compitiendo por un espacio en el mar de anuncios. Dominaba el nombre de Marino Navarro, el candidato a presidente del FUP, y a su lado, el de Kevin Maidana, quien aspiraba a ser secretario general. También destacaban los carteles de Franja Morada, con el rostro de Dulcinea Coronel, su candidata a secretaria del CEHUM, y su slogan en letras amarillas llamativas: "Pensá en Morado".

Estos nombres y lemas parecían fusionarse con las paredes mismas, como si la facultad no pudiera recordar un tiempo sin sus colores y sus rostros. Cada cartel tenía su propio tono, sus propias palabras, pero en el conjunto, el mensaje era uno solo: una invitación a escoger, a tomar partido.

Los estudiantes pasaban sin detenerse demasiado en ellos, algunos con una mirada rápida, otros sin siquiera notarlos, yo todo lo que veía tomaba una foto. Era una rutina, como si esos rostros en papel formaran parte de la arquitectura misma, convirtiéndose en un eco de la disputa que llenaba los pasillos, cada uno defendiendo sus ideales en tinta y papel, con palabras que buscaban resonar.

El lugar era un hervidero de conversaciones y rostros colorados, un ecosistema extraño donde los conocidos y los desconocidos se mezclaban como fichas de un rompecabezas cambiante. En medio de ellos, apareció Nahuel Flores. Lo recuerdas porque es aquel compañero que conocí en el debate político, cuando la calma y la lógica le definían. Pero esta vez era distinto; algo había cambiado en él, como si el calor del día le hubiera encendido un malestar oculto, una especie de fervor incómodo que lo convertía en un ser irreconocible.

Su energía se proyectaba en una insistencia molesta, un eco de bromas que apenas parecían graciosas en mi propia cabeza. Hablaba de crear su propio movimiento político llamado "La Federal", pero el discurso carecía de norte, se perdía en una verborrea sin rumbo. De pronto, hacía una broma y cambiaba de acento: un cordobés exagerado, luego un paraguayo forzado, o incluso lo que parecía una caricatura de voz afeminada. Miraba alrededor, esperando risas que nunca llegaban.

Las chicas, incómodas, se miraban entre ellas, buscando alguna excusa para alejarse y/o burlarse de él. Y los demás, simplemente deseaban que Nahuel recuperara su compostura habitual, que dejara de ser ese "espanta viejas" ruidoso y se convirtiera nuevamente en el tipo sereno de antes. Pero ahí estaba, perdido en su propio delirio, su incomodidad volviéndose contagiosa, ocupando el aire y las miradas de quienes, en silencio, deseaban que ese instante incómodo terminara.

En ese ambiente, se formaba una especie de tensión colectiva, una entre el rechazo y la diplomacia, porque ¿quién iba a confrontarlo? Nadie quería ser ese alguien, y así, en silencio, todos soportábamos su show, esperando que la escena se apagara con la misma rapidez con la que había comenzado cuando él llegó.

Rocío Castillo, o Rous, como la llamaban todos, era un personaje que no pasaba desapercibido. Ella no era de las que dejan el silencio llenarse de incomodidad, comentó que había fiscalizado para el radicalismo pero que no compartía el justo por los dirigentes, y, sin dudarlo, decidió enfrentar a Nahuel en su propio juego. Con una mezcla precisa de sarcasmo y burla, logró callarlo en repetidas ocasiones. Pero había algo en su presencia que me intrigaba más allá de su habilidad para manejar a los payasos.

Cuando me vio, se acercó de inmediato, sin previo aviso, y soltó una frase que me desconcertó: "Eres un ser dominante". No era una simple afirmación, sino una especie de declaración, como si hubiera descubierto algo evidente a través de una lente que solo ella poseía. Yo, sin saber bien cómo responder, le pregunté el porqué, a lo que ella respondió, sin titubear: "Porque tienes los ojos claros. Los que tienen ojos claros son dominantes en la sociedad".

El argumento me dejó pensando, una teoría algo darwiniana que parecía sacada de algún tratado antiguo sobre genética social. Me limité a agradecerle, aunque en mi mente cuestionaba su lógica con el mismo escepticismo con el que uno examina las teorías racialmente deterministas. Era una visión curiosa y simplista, como si la historia no hubiese ya demostrado que las ideas de "dominancia" y "supremacía" en la sociedad van mucho más allá de los colores y los genes.

Sin embargo, algo en su expresión segura me hizo pensar que, para ella, este tipo de verdades eran inamovibles. Era fascinante, y un tanto desconcertante, ver a alguien tan joven sostener ideas tan antiguas con semejante convicción. En sus ojos brillaba una mezcla de inocencia y un atisbo de certeza que solo alguien con una perspectiva propia puede tener.

La ironía de la situación era notable. Nahuel, con esos ojos verdes que parecían relucir incluso en su necedad, debería haber encajado perfectamente en la teoría de Rous sobre el "dominante" de ojos claros. Pero para ella, esa teoría no se aplicaba tan literalmente; y con una sonrisa afilada, lo había calificado de "dominantemente estúpido". La frase flotó en el aire, precisa, con toda la frustración de quienes lo habían soportado.

Mis ojos, por otro lado, con su mezcla de marrón y verde, parecían al margen de esa clasificación tajante que Rous había tejido. En su lógica, parecía haber un matiz, una especie de jerarquía oculta entre tonos de verde y marrón que ella podía distinguir. Quizás, para ella, mis ojos eran dominantes de un modo más matizado, menos obvio.

Kevin, el postulado a secretario general del FUP, no pudo más y le lanzó una frase cortante a Nahuel: "Hoy viniste muy enloquecido". No era una mera observación; en sus palabras había una súplica, un ruego de quien ya estaba al borde, agobiado por el caos que Nahuel había traído consigo, sumado a la tensión de las elecciones. El ambiente necesitaba calma, o al menos eso buscaba Kevin, algún tipo de respiro entre tantas palabras vacías.

Entonces, como si la diplomacia fuera la única salida, nos designó a Rous y a mí la encomienda de patrullar los pasillos, de buscar a los votantes indecisos, a los perdidos, y guiarlos hacia las urnas, con algo más que simple orientación, con una suerte de fe implícita en que nos votarían. Así, partimos juntos, recorriendo los pasillos amplios y las escaleras desgastadas que llevaban al patio interno, antes de llegar a la cantina con ese olor característico a café.

Fue allí, entre un escalón y otro, que Rous, liberada momentáneamente de la presencia de Nahuel, me confesó lo molesto que le resultaba. Él había cruzado la línea: la había abrazado y apenas la había conocido ese día (de una mala manera además), bromeado sin tino sobre su signo zodiacal, y, aunque ella se burlaba en su cara, seguía ahí, imperturbable, sin captar las señales.

La escuché y asentí, como si nuestras palabras se mezclaran con los estudiantes que pasaban cerca. Le sugerí que simplemente no le volviera a hablar, que a veces el silencio es la mejor defensa contra quien se agarra rápido de la confianza ajena, quien parece tan desesperado por ser visto que ignora toda señal de desinterés.

"Se enamoró de vos", le dije en broma, intentando aligerar un poco la tensión.

Rous soltó una risa seca, sin emoción, como si ya hubiera pensado en ello y lo hubiera desechado. "Ni que fuese el último hombre en la tierra," respondió. En sus palabras había una certeza fría, como si cada frase no fuera solo una burla hacia Nahuel.

"¿Es tu amigo?" me preguntó Rous. "Sí", respondí, aunque con un leve retintín de duda. "¿Lo invitaste?" Por desgracia, no fui yo quien lo hizo; fue el propio Kevin, quien siempre lo lleva a cada asamblea, a cada marcha, a cada actividad del FUP. Lo invitan sin falta.

Rous, en un intento de olvidarse de ese personaje, comenzó a contarme un poco de sí misma. Me reveló que, no hace mucho, había estado estudiando abogacía. Sin embargo, lo encontró aburrido y decidió dejarlo. Un día, mientras trabajaba de niñera, su patrona le preguntó qué quería hacer con su vida. Ella, sintiéndose perdida, admitió que no tenía idea. Fue entonces cuando su patrona le sugirió que revisara la carrera de Derecho Laboral en mi facultad. Aceptó el consejo, y paradójicamente, descubrió que le iba mucho mejor en abogacía.

Me habló también de su madre, quien la tuvo alrededor de los 40 años. Rous es hija única, con ojos color café, con anteojos y pelo rizado castaño, aunque confesó que no se lo cuida mucho por flojera. Su sonrisa es pequeña, pero auténtica, y su piel es blanca como las nubes.

Después de esa pequeña conversación, salimos nuevamente y noté que la tensión había mermado un poco. Vi a Nahuel dándole un masaje en la espalda a Caro Escalada, o Carito, como le decían algunos.

Carito me pareció una chica algo ruda, así que me sorprendió verla dejándose dar un masaje por alguien tan molesto como Nahuel. Pensé que lo más normal sería que ella le diera un pequeño golpe en el ojo.

Antes de llegar a ese momento, había compartido varios tererés con Carito. Le conté un poco de dónde venía, mis aspiraciones y por qué había elegido estudiar periodismo. Al igual que Rous, ella estaba cursando Derecho Laboral. Según me dijo, no le gustaban las carreras que involucraran números, y lo que había escuchado sobre lo que hacíamos en Comunicación Social le parecía "demasiado".

"Es una carrera pesada, sobre todo con sus materias anuales", le comenté, asintiendo con complicidad.

Cuando me pasaba el tereré, me percaté de que temblaba de forma pasiva al hacerlo. Aunque no dije nada, me pareció curioso.

Volviendo al masaje, Carito parecía cómoda. Su sonrisa y sus ojos color ámbar eran extremadamente llamativos; ella tenía la piel blanca y el pelo negro, y esos ojos realmente resaltaban.

Me aguanté la risa ante el momento absurdo y me senté en una silla junto a la mesita de bienvenida. Empecé a releer las páginas de este escrito para distraerme un poco, cuando de repente Carito apareció a mi lado. No me sentí intimidado; al contrario, su presencia me resultaba confortante.

Comenzó a comentarme sobre su afición por las sagas famosas: Percy Jackson, Narnia, Harry Potter, Jurassic Park y demás. Le gustaba leer tanto como a mí. Cuando le mencioné que también escribía, noté que sus ojos brillaban de emoción. Sin embargo, sus manos seguían temblando, tanto que le hice notar su inquietud.

Ella me respondió que probablemente estaba nerviosa por tener que regresar a casa, temiendo que no la dejaran tranquila por haber salido. Tenía mucho estrés y estaba cansada, pero debía llegar y limpiar. Le dije que no se preocupara y le mostré la primera parte de esta obra. La leyó y pareció cautivarse con lo que había escrito. Me devolvió el teléfono y, mientras yo leía desde donde ella se quedó, empezó a jugar un poco con mi cabello, haciendo pequeños remolinetes.

En ese momento, me llamaron para fiscalizar, así que me despedí de Carito. Más tarde supe que ella ya se había ido poco después de que yo me fui.

Las elecciones cerraron a las 17:30, y el recuento de votos fue rápido. A diferencia de lo que sucedió en Resistencia, donde todo tardó mucho más en definirse. Más o menos a las 11:30 de la noche, se confirmaron los resultados: el FUP ganó por solo cinco votos de diferencia. Fue un momento de algarabía extrema para todos en la agrupación; algunos incluso lloraron de emoción. Por su parte, Franja Morada, a pesar de su derrota, se retiró tocando sus tambores, mostrando una resignación digna.

Rous no quería ir a Resistencia. Según ella, tenía una fiesta de gala política a la que debía asistir a las 8:00 P.M. Sin embargo, le caí tan bien que decidió ir si yo la cuidaba. Aunque lo pensé un momento, acepté, ya que no íbamos a hacer mucho más que estar ahí y ver cómo se daban los resultados. Solo íbamos a beber cerveza y comer algo.

Después de las definitorias en los votos, nos trasladamos, como un grupo de almas perdidas en un laberinto de cervezas y anhelos, hacia Corrientes Capital. La Costanera se convirtió en nuestro refugio nocturno, frente al monumento de Homenaje a la Madre, donde la sombra del local Amarre, cerrado como las puertas de los sueños, se alzaba a nuestro lado. Eran más de las 12:00 de la noche y permanecimos allí, atrapados en la bruma de la incertidumbre, hasta que el reloj comenzó a marcar la 1:50, como un metronomo del destino.

Entonces, en medio de esa atmósfera electrificada, Kevin nos propuso a Rous y a mí quedarnos en su departamento. "El Uber no es más que un espejismo en esta noche de locura", debió pensar. Así que llegamos a su departamento a las 2:10 de la madrugada, y él, un compañero de verdad, me prestó un pantalón corto para que pudiera dormir cómodamente, como si en ese gesto hubiera un símbolo de amistad y hermandad.

Mientras Kevin se evaporaba hacia el baño, Rous y yo nos quedamos sentados en su cama, un pequeño momento de paz. La conversación fluía entre risas y recuerdos de un día interminable, donde lo molesto de Nahuel se volvía un eco distante. Y en un impulso, como un acto de rebeldía ante la monotonía, me acerqué a sus labios y le robé un beso, un acto que sería la chispa de una explosión emocional.

Ah, el instante del beso: dulce y cargado de imprudencia. No me percaté de las olas que había desencadenado, de la tormenta que se gestaba a mis espaldas. Nahuel, un lobo herido, había estado acechando, y ahora entendía el porqué de su ira: había caído en las garras del amor no correspondido por Rous, una llama que nunca fue alimentada. Cuando, en la fría espera del colectivo de regreso a Corrientes Capital, él me lanzó un "¡anda a la puta!", de resentimiento y desesperación, un grito de un corazón que se desgarraba.

Ese momento, entre el beso y el reproche de Nahuel, se convirtió en un cruce de emociones, un embrollo en el que la alegría y la frustración compaginaron. La chispa del beso con Rous, esa euforia inesperada que encendía mi pecho, chocaba con la rabia de Nahuel, creando una sinfonía disonante en la noche. En un parpadeo, había desencadenado una rivalidad que amenazaba con fracturar nuestras dinámicas en el grupo. La pasión y la amistad se entrelazaban en un juego peligroso, y las repercusiones de ese acto, tan trivial en apariencia, comenzaban a dibujar un nuevo y turbulento paisaje entre todos nosotros.

"Me gustan los hombres con grandes aspiraciones, que no se venden a la conformidad", me dijo Rous, mientras nos acomodábamos, y sus brazos se cruzaban por mi cuello como un suave abrazo de confianza.

"Yo no quiero conquistar toda Europa, ni ser el más rico de Roma, solo ansío dejar huella sincera, que mis palabras tengan esfera.."

- Joaquín Horacio Herrera.

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