Capítulo 9
—Tranquilo, Mikey —dijo Chifuyu, poniendo una mano en el hombro de su amigo—. Yo me encargo. Confía en mí.
Manjirō miró una última vez a su hija, quien se hallaba al lado de Chifuyu, abrazada a su pantalón. Luego alzó la vista para verlo, con un semblante evidentemente preocupado. ¿Cómo demonios le pedía que se tranquilizara? Era Chifuyu, dejarle a Midori era sinónimo de que cosas malas pasarían.
—Vete, Chi-chan —solicitó Mirai, apresando uno de los brazos del pelinegro con los suyos. Con la mayor fuerza que le habían otorgado lo empujó hacia atrás. Ella sabía que para Mikey no sería fácil darle a cuidar a su hija alguien tan descuidado como Chifuyu.
El Matsuno tomó la mano de la pequeña e hizo caso omiso a lo que le había pedido Mirai. Pronto salió del departamento, dejando atrás a sus amigos. Cerró la puerta y se dirigió a su hogar, tenía montón de gatitos que presentarle a Midori.
Con Chifuyu lejos de la escena, la Hoshizora se sintió lo suficientemente segura para soltar a Manjirō. El chico se veía serio, mirando fijamente la puerta por dónde habían desparecido los otros dos.
Después del día del zoológico, Mirai habló con Mikey. Ella le confesó que no creía que el ambiente en el que estaba criando a Midori era el mejor, que necesitaba urgente ordenamiento. Él estuvo de acuerdo. La fémina se ofreció a ser ella quien tomara las riendas de la limpieza, pero su oferta fue denegada por el Sano, quien se negó rotundamente a permitir que la pobre hiciera sola todo el trabajo. Ambos quedaron en utilizar el domingo completo en la tarea, sin importar la hora a la que terminaran. Pidieron a Chifuyu ayuda para cuidar de Midori y este accedió felíz.
Así que allí estaban, parados uno junto al otro, en el departamento de Manjirō, completamente solos y con un largo día por delante.
—Bien, ¡manos a la obra! —exclamó Mirai, doblando las mangas de su viejo vestido hacia arriba—. Lo primero que tenemos que hacer es ordenar.
—Tú me guías, soy virgen en esto —bromeó Mikey, mirándola por encima del hombro.
—¿Tienes un cesto para la ropa sucia? —inquirió la joven, sonriente.
—Si, debe haber uno por aquí —respondió él, buscando con la vista dicho objeto. La verdad era que ahora que veía mejor el lugar no entendía como había podido estar viviendo ahí de ese modo—. Solo que ahora no lo encuentro.
—No importa, lancemos todo lo sucio al sofá, eventualmente aparecerá cuando esté todo recogido.
—Perfecto. Entonces, tú por allá —apuntó el lado derecho—, y yo por acá.
—Bien.
Sin nada más que añadir, ambos se pusieron en marcha para acabar lo antes posible. Dirigieron sus rumbos en direcciones diferentes, Mirai se encargó de la sala-cocina-comedor, y Manjirō de los dos cuartos y el baño. Comenzaron a catar oliendo las ropas si se encontraban sucias o si se podían guardar.
Mikey admitía que su hogar era una pocilga, y se juró que bajo ningún concepto dejaría que tanta suciedad se acumulara nuevamente. Mientras ordenaba su cuarto y guardaba las cosas en su lugar correspondiente, encontró debajo de la cama el dichoso cesto de la ropa sucia. Ni la menor idea de cómo había llegado eso allí, pero debía dárselo a Mirai.
Veloz fue en búsqueda de la chica hacia la sala. Al salir del pasillo la encontró frente al sofá, olfateando una bufanda, cuando designó que la misma estaba sucia la colocó sobre la demás ropa, acto seguido cató una playera. Por alguna razón Manjirō se detuvo en seco al verla, completamente callado. La examinó con cuidado y esbozó una sonrisa sincera.
Mirai se veía como una madre trayendo orden. En ese instante tenía un aire tan maduro y responsable. Eran pocas las veces que se la veía así, pero precisamente por eso había que atesorarlas.
—Cielos, Jiro-kun... —farfulló la castaña cuando alzó la vista y descubrió que era observada por el varón. Comenzó a caminar con el objetivo de tomar la cesta, al fin había aparecido—. El armario existe por algo.
Ante ese regaño, Manjirō solo pudo ampliar más su sonrisa. Permitió que Mirai le arrebatara el objetivo que tenía en las manos y no dejó de verla ni un segundo.
—¿Estás bien, Jiro-kun? —preguntó preocupada la joven frente al chico, con la cesta en sus manos. Sus inquietos orbes plateados buscaban la explicación de esa mirada tan cálida, desde hacía unos días era bastante común.
—Si, perfectamente —contestó, revolviendo los cabellos de Mirai. Soltó una risita y volvió a observarla. Ni siquiera él era consciente de qué le ocurría, mas no había mentido, desde hacía más de un mes estaba perfectamente, mucho mejor que nunca—. Es que me sorprende verte tan centrada, sin causar desastres.
Mirai alzó la cabeza cuando por fin fue libre de las manos de Manjirō. Tenía un moflete inflado y un semblante super tierno.
—Deja de burlarte de mí, Jiro-kun —pidió, consternada. Se dió media vuelta y se dirigió a guardar la ropa en el cesto.
El aludido soltó una carcajada amplia, siguiendo los pasos de la fémina.
—Por cierto, Jiro-kun —añadió Mirai, colocando el cesto en el piso. Tomó un cenicero que había encontrado en la mesita de frente al sofá y se lo mostró—. ¿Fumas?
—En ocasiones, cuando estoy tenso o me da ansiedad —sinceró el peligro, cruzándose de brazos—. ¿Por?
La Hoshizora no contestó, solo anduvo hasta ponerse frente a él nuevamente. Con una expresión seria extendió su mano y esperó paciente.
—Dámelos.
—¿El qué? —cuestionó Manjirō, con el ceño fruncido.
—Todos los cigarros —repondió obvia Mirai, acercando todavía más su mano al chico—. Queda estrictamente prohibido volver a fumar.
—¿Qué?
—Eso daña casi cada órgano y sistema de órganos del cuerpo y disminuye la salud general de la persona. Causa cánceres de pulmón, de esófago, de laringe, boca, garganta, riñón, vejiga, hígado, páncreas, estómago, colon y recto. También leucemia mieloide aguda, entre otras cosas —explicó, sin vacilar ni un momento—. Es como si estuvieras matándote lentamente, y eso no lo voy a permitir. Así que dame los cigarros, Manjirō.
Él, completamente impactado por escuchar su nombre completo de los labios de aquella menuda y débil chica, solo pudo buscar en sus bolsillos. Lo habían sorprendido cada palabra dicha con tanta certeza, pero más que nada lo sorprendió la autoridad y valentía que había adoptado Mirai. Le entregó la caja de cigarro que tenía consigo y dejó que ella la botara en la basura.
Luego de eso terminaron de ordenar el desastre. Les tomó alrededor de una hora, tal vez un poco más, pero al fin el piso estaba listo para la limpieza. Mirai aprovechó y le ofreció a Manjirō pasar un trapo para deshacerse del polvo de los estantes, mesas, etc, porque ya que estaban, mejor hacerlo bien. Asegurarse de pasar por cada rincón les tomó otras dos horas, vamos, esa casa no recibía una limpieza desde hacía meses, había mugre que podría ser patrimonio de la humanidad.
Afortunadamente había comenzado temprano, así que a las dos de la tarde, ya por fin estaban llenando los cubos para iniciar la ardua tarea.
Mirai vislumbró ansiosa como el agua caía haciendo un ruido cuando impactaba contra el plástico. La ponía nerviosa tener que esperar. Cuando por fin el balde estuvo lleno, cerró la llave del baño e intentó sacarlo de la bañera. Estaba absuradamente pesado, eso y que ella no tenía fuerzas. Se tambaleó con el objetivo hasta llegar al pasillo que la separaba de la sala, por un momento perdió el equilibrio y casi se cae, pero unas manos sobre las suyas sostuvieron el cubo y evitaron el impacto contra el suelo.
Un poco de agua salpicó al piso y a la chica. Al levantar su rostro, ella encontró a Manjirō con una sonrisita traviesa.
—Esto ya es más normal, MiMi —comentó, burlón.
Mirai sintió arder sus mejillas por tres razones. La primera era lo jodidamente cerca que estaban sus caras, osea, alguien que le dijera a ese hombre por favor que era ridiculamente atractivo y que cuando estaba a tan solo centímetros podía provocar infartos. La segunda radicaba en la evidente broma que había hecho, porque por supuesto tenía razón, ella no era ella si no provocaba un desastre. La tercera, evidentemente, se trataba de sus manos juntas, las de él eran tan grandes que podían con facilidad tapar por completo las suyas, tan frías que provocaban un sentimiento cálido en su interior.
No pasaron ni dos segundos cuando Mikey se había apoderado del cubo para llevarlo, no iba a dejarle eso a Mirai. A partir de ese momento le prohibió a la chica hacer ese tipo de cosas, era su tarea todo lo que tuviera que ver con fuerza física.
Comenzaron la verdadera limpieza. Tardaron, bastante para ser claros. Evitaron de todos los medios distraerse con cualquier tontería, y como ambos tenían una personalidad parecida a la de un niño fue bastante difícil, pero había demasiado trabajo por delante como para perder el tiempo.
Debido a su compromiso y a las ganas que le pusieron, a las cinco menos veinte minutos de la tarde ya estaban ambos sentados en el suelo seco, recostados al sofá, recuperando el aliento. Mirai se encontraba con la cabeza sobre los cojines, con ambas manos cruzadas debajo, frente al sofá. Manjirō, por otra parte, estaba de espaldas, recostado al mismo.
El lugar había dado un cambio magistral, tan increíble que parecía otro departamento. Espacioso, limpio, recogido.
Mikey se puso en pie —descalzo— y fue hacia su refrigerador, tomó dos cervezas y lo cerró dándole un empujón con la cadera. Luego regresó a su antigua posición. Miró a Mirai dispuesto a darle una de las bebidas, mas la encontró durmiendo como la bella durmiente. ¿En qué momento había sido? Ni él lo sabía.
Se veía tan tierna y linda así. Sus largas pestañas resaltaban lo fino que era su rostro. Tenía el cabello revuelto, pero no se podía decir que le quedara mal. Su expresión era pacífica, mostrando una ligera sonrisa.
Él, colocó la fría cerveza sobre la mejilla de la castaña y soltó una risita cuando la vio dar un saltico en el lugar exaltada. Había despertado.
—Toma, MiMi —dijo, extendiéndole la botella.
—Yo... Las bebidas y yo no nos llevamos bien —confesó, jugando con sus manos, con la cara roja.
—¿Qué importa? Es una celebración —revatió, poniendo la cerveza que previamente había abierto entre las manos de la joven. Acto seguido se dió un buche de la suya.
Mirai tragó en seco, mirando aquella botella de cristal. El alcohol nunca había sido su fuerte, así que no entendía porque había decidido hacerle caso a Manjirō cuando ella se conocía. Dió un buche, ese se convirtió en dos, hasta tres, y ya en el cuarto estaba hipeando.
Ni ella misma se dió cuenta cuando había vaciado toda la cerveza. Solo sabía que ahora mismo se encontraba mirando con una sonrisa tonta a Manjirō, mientras se esforzaba por no caer rendida en el sofá.
El varón se percató de la potente y constante mirada de su compañera, así que se dio el último buche y la observó igual.
—Eres muy guapo~
Soltó de la nada Mirai, lanzando su cabeza contra los cojines. Una risita se escapó de sus labios y tuvo que cerrar los ojos porque le pesaban.
—MiMi, ¿estás borracha solo por una cerveza? —preguntó incrédulo, arqueando una ceja.
Ella prolongó una "o" mirando al techo, como si allí estuviera la respuesta—. No, incapaz~ —canturreó, alzando un dedo de manera sublime.
—Ya veo —respondió irónico Mikey, dibujando una sonrisa de medio lado.
—Eres muy guapo en serio, me recuerdas a Jiro-kun —confesó, luego sufrió de un espasmo.
Nunca en la vida la bebida y Mirai habían sido amigas. Los más cercanos la llamaban "dos tapitas" por la rápido que podía llegar a emborracharse y lo ridícula que se ponía en ese estado.
—Eso es porque somos hermanos —bromeó Manjirō, tomando la botella vacía que se encontraba en los pies de Mirai para colocarla de su lado, vidrio roto en el suelo recién limpio no era la mejor forma de terminar la tarde.
—Ya veo~ —dijo, luego dejó escapar una carcajada—. ¿Puedes guardarme un secreto? No le digas a tu hermano, pero es mi crush.
—¿Qué? —inquirió Mikey, borrando su sonrisa de repente.
—Si, si. Desde que llegué al edificio solo tengo ojos para él. Era tan misterioso y distante, pero se veía tan triste y solo. —Un escalofrío la obligó a detener sus palabras—. Al principio él no notaba mi existencia, pero con llegada de Ri-chan empezó a necesitarme y... —el hipo la detuvo—. Realmente me puse felíz. Pero shhhhhh, no le digas nada —añadió, luego bostezó—. Será nuestro secreto.
Tras aquella confesión, Mirai volvió a caer en los brazos de Morfeo. Manjirō se quedó estático unos minutos, procesando lo que acababa de escuchar, verificando que no se trataba de un error. Quería saber cómo se sentía al respecto, pero su interior era un puto remolino arrasando todo a su paso. Al final desistió en intentar averiguar sus emociones y la cargó para llevarla a su cuarto y acostarla en su cama, lugar donde la depositó con delicadeza. Estuvo las próximas dos horas —hasta que Chifuyu tocó su puerta— observándola dormir frutado y asustado por como serían las cosas en adelante.
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