uno
2011
Empezar la preparatoria me emocionaba pero al mismo tiempo me ponía nerviosa.
Toda mi vida había estado en una misma escuela; desde el jardín de niños hasta la secundaria. Pero ahora debía empezar desde cero en una nueva escuela, lo que significaba nuevos maestros, nuevas instalaciones, nuevo ambiente, nuevos amigos.
Amigos.
Ojalá fuese tan fácil hacer amigos.
Y bueno, no es que me cueste hacer amigos, lo que pasa es que a veces la timidez me domina y además suelo arruinar las cosas. Soy un poco torpe.
Conmigo la Ley de Murphy aplica en todo momento porque «Si algo puede salir mal, saldrá mal.»
Soy el tipo de chicas que si no tienen un moretón en el cuerpo, no han vivido.
Mi vida es un campo minado en cuanto a objetos con los que me pueda golpear; paredes, mesas, armarios, muros, balones, etc., es una catástrofe pero ya estoy acostumbrada.
―Que te vaya bien, Paulina ―dijo mi mamá mientras abría la puerta del auto.
―Gracias mamá, te quiero.
Como en todas las escuelas a la entrada había un enorme portón blanco y más adelante había unos torniquetes en donde debía pasar mi credencial de estudiante que me habían proporcionado al momento de inscribirme.
Unos pasos más adelante habían unas escaleras; seis escalones nada más.
―Wow ―susurré para mí misma al ver el enorme patio a mi derecha.
Seguí caminando por el pequeño pasillo techado mientras observaba el lugar. Había dos edificios a mi derecha y uno que parecía ser la cafetería a mi izquierda; también había un edificio al frente. Todos de color blanco.
Me senté en una de las bancas de cemento y saqué el horario que me habían dado previamente.
Matemáticas era mi primera clase. Yupi.
―Oye, disculpa ―detuve a una chica―. ¿Sabes en donde está el edificio K?
―Sí. ¿Ves esos edificios de enfrente? ―asentí―. Es el de la derecha.
―Gracias ―sonreí.
―De nada.
Me levanté de la banca y caminé hacia el edificio, después busqué el salón trece y entré.
Había una par de chicos hablando entre sí y uno que otro sentado en su banca sin hablar con nadie. Tomé asiento en la parte de en medio de la segunda fila.
―Buenos día, jóvenes ―saludó un señor algo rechoncho y de mediana edad. Se veía simpático―. Soy el profesor Ramón Lara y voy a darles la clase de Algebra ―hizo un pausa y dejó su portafolios sobre el escritorio para después sacar unas tizas.
Había pizarrones para tiza y plumón.
―Les voy a dejar un par de ejercicios para ver que tan bien están en matemáticas.
Nadie dijo nada y entonces el profesor comenzó a anotar un montón de ecuaciones.
¿Cómo rayos pasé la secundaria?
Resolver los ejercicios había sido una tortura para mi no-tan-desarrollado-y-distraído cerebro pero al final lo había logrado y sorprendentemente la mayoría de mis resultados estaban correctos.
Ya sé cómo pasé la secundaria.
La clase terminó y después tuvimos otras dos más; Lectura y redacción, y Lógica. Después fuimos libres de tener nuestro receso.
Ya que mi mamá no me había mandado nada para almorzar, tuve que ir a la cafetería que estaba justo en frente de nuestro edificio. Era un lugar enorme y bonito. Había unas mesitas de metal afuera con sombrillas y todo.
Estando adentro, observé el menú y me decidí por unas enchiladas verdes.
―¡PAULINA! ―gritaron cuando mi orden estuvo lista.
Tuve que atravesar la cafetería para llegar hasta la barra y pude sentir un par de miradas en mí que me pusieron tan nerviosa que tropecé con una silla haciendo que ésta cayera al suelo. Se los dije, Ley de Murphy.
Menos mal que no fui yo la que se cayó.
Me agaché a levantar la silla y escuché un par de risas por parte de los espectadores pero les resté importancia.
―¡Perdón! ―exclamé cuando choqué con un chico y le derramé un poco del jugo que llevaba en la mano―. No fue mi intención ―dije alcanzando un par de servilletas que se encontraban en una mesa para luego dárselas.
―Descuida ―negó con la cabeza―. Sabía que esto pasaría. No me dieron una tapa y justo iba por una pero...
―Mtch ―chasqueé la lengua―. En serio lo siento.
Después de mi escena en la cafetería, decidí que era hora de volver al salón y dejar de pasar tantas vergüenzas en el primer día de clases.
Mientras estábamos en clase de química, un grupo de chicos pidieron permiso para interrumpir la clase de la profesora. Dijeron que querían darnos un anuncio.
―Hola chicos ―saludó una chica morena―. Venimos a invitarlos a que se unan a uno de nuestros talleres.
―Hay artísticos ―habló un chico―y deportivos.
―¿Cuáles hay? ―preguntó el chico delante de mí.
―Bueno ―el chico miró a la maestra como pidiéndole permiso para seguir hablando y ella asintió―, en artísticos tenemos teatro, jazz, fotografía, pintura y escultura.
―Y en los deportivos ―habló la chica― hay soccer, football americano, volleyball, basketball y...solo esos ―sonrió.
―Gracias ―dijo mi compañero.
Los chicos nos dijeron que las inscripciones a los talleres comenzarían el miércoles y que el inicio de las actividades sería hasta la siguiente semana.
Para el final de la jornada de clases agradecí que mi mamá fuese tan puntual al pasar por mí.
―¿Cómo te fue? ―preguntó apenas me subí al coche.
―¿En serio quieres saber? ―la miré y arqueé ambas cejas.
―Cuéntame.
Le tuve que contar todo lo sucedido y en vez de recibir un par de palabras de consuelo, recibí una sonora carcajada.
―¡Mamá! ―me quejé―. Oye ¿qué crees?
―¿Qué cosa?
―Voy a entrar al taller de teatro ―sonreí―. Como staff, claro.
―¿Por qué no actúas?
―No, gracias ―negué e hice una mueca―. Pánico escénico.
―Tal vez eso te ayude.
―Bueno, no quiero averiguarlo ―me encogí de hombros―. Seré staff ―sonreí.
+ + +
ELOOOOU NUGGETS!
Paso a dejarles el primer capítulo. Espero que les haya gustado.
Y por si estaban sacando conclusiones apresuradas: No, el chico con el que chocó Pau no es Alonso.
Bien, me voy :)
Las quiero muchoooooo♥
Paz.
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