SIŇNƏR : ŤRĘE
Nuestra conversación quedó allí. Aunque el tema no volvió a saltar, esas palabras que dijo quedaron dentro de mi mente como un remolino de culpa, y preguntas. PECADOR. A la edad de nueve años un niño de mi salón me gustaba, le pregunté a mi madre por qué mi estómago dolía tanto al verlo, y ella, sin pelos en la lengua, me llamó 'una cualquiera'. Cuando eres hija de dos personas religiosamente correctas, hasta la más mínima acción siendo mujer puede ser condenada a un acto inmoral, pero era pequeña, y en ese entonces en realidad pensaba que yo estaba mal.
Nunca volví a contarle a mamá sobre algún chico que me gustase. Pasando los años, cada vez había más pensamientos guardados con candado ante el miedo de ser juzgada.
Una vez llegada mi edad actual, y a meses de cumplir dieciocho años, me perturba la idea de llegar a la madurez… en ese sentido. Toda la tranquilidad que pude haber logrado fue destruida por mis traviesos ojos viajando a él, nerviosa me aferré al palo de la escoba, no podía desviar la vista de sus brazos siendo flexionados a medida que pasa un trapo por las sillas. Hay venas en sus manos, las cuales son grandes, mucho más que las mías.
Se ve masculino, y delicado a la vez. ¿Qué es este sentimiento?
Empecé a considerarme loca, desquiciada, enferma. Mi vientre bajo se retuerce, es como si mil mariposas subieran en mi interior hasta mi garganta, y quisiera liberar un suave suspiro devastador. Las mejillas se sienten calientes, las manos me tiemblan, los ojos dudan en sí seguir observando allí, o desviar la vista y fingir que no me gusta lo que veo.
No me percaté en qué momento detuve la limpieza, sólo caí en cuenta cuando SeokJin subió la mirada directo hacía mi. Parpadeo aturdida porque dejó el trapo húmedo y caminó por la capilla hasta el otro lado de la habitación, donde me hallaba inmóvil, asustada, temerosa, llena de deseos. ¿Qué clase de deseos? Aún no podría adivinarlo, no hasta que su cálido aliento se posó sobre mi mejilla, reaccione cuando lo tuve detrás de mi cuerpo, estaba acorralada entre sus fuertes brazos.
Me pregunto si es que Kim se ejercita, si es que en su habitación se quita la camisa, y usando nada más que una bermuda de algodón comienza flexiones en el suelo, lleno de sudor, con su cabello goteando después de echarse agua de una botella debido a lo caluroso que se siente al final del entrenamiento. Mi ropa interior se humedece, y tengo vergüenza.
—Oh, María. ¿Por qué te detienes a media tarea?
El cabello sobre mi hombro es tomado y corrido al derecho, quedando expuesto mi cuello para una bestia sensual como Kim SeokJin. Temblé bajo el suave tacto de sus manos, era mi cintura la razón del asunto, creí, pero no fue así, él iba a por mi cuello nunca antes marcado. La escoba cayó de entre mis manos tras ser profanada por unos delgados labios húmedos sobre la piel de mi cuello, con su lengua lamió lateralmente.
—¡S-SeokJin!
—Tus ojos siempre van a parar hacía mi cuerpo, ¿Crees que no me doy cuenta de aquello?
—Lo siento, d-disculpe… —ni siquiera era capaz de negarlo.
—Pero no soy muy diferente a ti. —sentí cosquillas en muslo, era su mano que subía por debajo de mi falda, esta misma fue levantada descuidadamente por debajo de mi cadera— Cada vez que puedo, veo tu hermosa expresión de niña buena, y me llena la duda de su debajo de estos vestidos de iglesia hay un cuerpo ideal para ser producto de mis más oscuras fantasías. Soy un hombre después de todo.
—SeokJin, es la casa del Señor. —jadee entre sus candentes caricias.
Pecador. Una pecadora siendo corrompida en la casa de Dios, una pecadora que permite tales toques por una persona que apenas conoce. He sido convertida en una pecadora.
—Pues, démosle al señor una linda imagen para ver. —pegándose más a la parte trasera de mi cuerpo, me deja sentir la gruesa longitud de lo que parece ser su… ¡Dios santo!— ¿Ves lo que provocas, María? Eres una guarra, teniendo unas manos tan delicadas que en lo único que pienso es en ellas rodeando mi polla.
Fue una ruptura en mi sistema, el final de una era dentro mío, el comienzo de Maria siendo suya. Un jadeo tembloroso escapó afuera de mis labios resecos, y ese había sido su momento de descontrol mental.
—A-Alguien podría v-vernos. —esa idea cruzó por mi mente, si una hermana deambulaba por aquí queriendo supervisar estaríamos perdidos, yo pasaría a ser una rastrera para el pueblo, la deshonra de mi familia entera. Mi vida caería en picadas por nadie más que Kim SeokJin y su encantadora manera de seducirme a la lujuria.
—Bien. —soltó mi piel— Iremos a un lugar más cómodo para tí.
Era estúpido pensar que él quisiera ser atento, o que busca mi comodidad, porque lo único que SeokJin quiere es sólo corromperme; no lo interesa mi seguridad, o amarme. En medio de la pasión desenfrenada de nuestros besos apresurados del pasillo, no me preocupo por el amor, casamiento, familia, y lealtad. Frente a mí había un hombre atractivo, representa el Diablo, y yo, lo venero.
La puerta de una habitación rechinó ante la patada del muchacho.
Era pequeña, con una cama individual de sábanas blancas y ventana con cortinas cerradas, da la apariencia perfecta para completar nuestro propósito.
Los besos de SeokJin me gustan, incluso aunque es el primero, me toma con firmeza y me apretuja lo más cerca posible de su fornido cuerpo. Me pregunté si acaso él es un laico fiel, y si algún día también será sacerdote. ¿Será casado con una mujer de su porte? ¿La besara de la misma manera?
Una pizca de molestia nació en mi estómago. No quiero que bese a otra como a mí, pero él no me ama, y no me pertenece
Caímos en la cama sin ser separados uno del otro, mis brazos sobre sus hombros le prohíben alejarse del fogoso beso pasional.
—¿Qué tanto lo quieres, María? —preguntó, separándose. Se colocó entre medio de mis piernas abiertas, sentí vergüenza de que viera mi ropa interior húmeda, y que cada vez se volvía más translúcida por sus roces. Un monstruo, así lo denomino.
—Mucho. —susurré, las lágrimas se acumulan en los bordes de mis ojos verdes— Por favor, SeokJin. Haz que ya no duela.
—¿Dónde? Dime donde duele, nena.
Tomé su mano, y la guíe por debajo de mi vestido.
—Ahí.
La braga que tanto quería ocultar, él la tocó con sus largos dedos fríos, me llegué a estremecer debido al odioso vaivén de sus roces. Nunca me habían tocado allí, nadie, ni yo misma. SeokJin no quedó conforme, y sin pedirme permiso primero, apartó la tela para saborear con su extremidad la piel desnuda de mi intimidad.
Palmeé el bulto que se tensaba en sus pantalones, y SeokJin gimió en voz baja. Era justo hacerlo cuando su maldito dedo estaba navegando alrededor de mi interior virgen, eran movimientos lentos, tan turturosos que no pude ser capaz de hablar correctamente. ¡Acelera! le gritaba en mi cabeza, un dedo suyo era la gloria, ¿Cómo sería su pene? Mis muslos tiemblan a medida que una sensibilidad nueva es capaz de aumentar con cada segundo que pasa en la habitación del pecado, en donde seguro alguna hermana ha dormido plácida después de rezar.
Pero, antes de caer al borde de la liberación, Jin alejó su dedo con una traviesa sonrisa en sus labios. ¡No, no, no! Sollocé insatisfecha, necesito más de él, mucho más.
—Dame más, necesito más. —dije, agarrando un puñado de la almohada debajo de mi cabeza.
—Las niñas buenas usan una palabra mágica. —se burlaba. Con desinterés se apartó de mi cuerpo sudoroso, se levantó y comenzó a quitarse los pantalones sastreros beige.
—¡Por favor! Hazlo, Jin. — mi núcleo dolía, y no me era importante ser humillada por ésta persona.
Quiero ser usada por él, en nuestra Iglesia.
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