Epílogo (1/2)


Mikeas:

Cierto día, Mikeas estaba caminando por un valle. Había uno que otro árbol por ahí, pero no suficientes para hacer un bosque. El Chandelure había pasado varios días viajando solo, sin saber a dónde ir. Comenzaba a pensar que marcharse por su cuenta había sido un error, no por no contar con la protección de Laura, sino porque no había nada que hacer además de buscar comida, dormir y viajar, cuando de pronto un grito a la distancia lo alarmó. Rápidamente echó a correr. Detrás de un árbol, junto al río, advirtió a un joven viajero con una pokebola en una mano. Al otro lado, una Lopunny asustada, dividida entre huir y enfrentar a su agresor. Mikeas no necesitó mucho tiempo para darse cuenta de lo que ocurría.

—¡Ve, pokebola!— exclamó el joven, mientras le arrojaba la cápsula.

La pokebola viajó hacia Lopunny, quien no consiguió reaccionar a tiempo. Solo pudo cerrar los ojos y esperar no ser capturada, cuando de pronto una bola de fuego voló por el aire e impactó en la pokebola, desviándola hacia la copa de un árbol.

Ambos miraron hacia la fuente del fuego: era Mikeas, parado al descubierto y listo para pelear.

—¡¿Qué rayos?! ¡No se vale, espera tu turno!— alegó el entrenador.

La Lopunny echó a correr, asustada.

—¡Oye, te estoy salvando!— alegó Mikeas— ¡Al menos quédate para darme ánimos!

Pero la Lopunny no lo escuchó, simplemente desapareció detrás del árbol más cercano. Seguidamente el entrenador, enojado por perder al pokemon salvaje que buscaba, se giró hacia Mikeas.

—¡Suficiente! ¡Al menos te capturaré a ti!— exclamó, preparando una pokebola.

—¡Ni en tus sueños!

Pelearon, Mikeas ganó, porque el chico no tenía ni un pokemon. El chico salió corriendo con el pelo en llamas.

Luego de reclamar victoria, Mikeas se preparó para volver a su solitario viaje, cuando advirtió que una oreja larga y peluda se asomaba desde el tronco de un árbol cercano.

—¿Eh? ¿No huiste?— le preguntó a la Lopunny.

Ella pareció asustarse. Asomó la cabeza y se asustó de nuevo al ver a Mikeas mirándola directamente. Entonces echó a correr.

Mikeas continuó su viaje, extrañado, cuando de pronto, al detenerse a comer unas bayas, advirtió de nuevo las orejas peludas de la Lopunny asomándose desde un tronco.

—¿Necesitas ayuda con algo?— le preguntó.

La Lopunny volvió a asomarse.

—¿Te... te molesta si te acompaño hasta la ciudad? No soy... no soy muy fuerte.

—Vaya, esta chica es bonita ¿Y quiere ir conmigo?— se dijo Mikeas, sorprendido, pero luego recordó las palabras de Priscilla, y sacudió la cabeza— tranquilo, seguro solo está asustada, no te pongas molestoso.

Decidió que no intentaría nada con ella, solo sería un buen samaritano y la ayudaría, así que con un gesto de la cabeza le indicó que podía acompañarlo. La Lopunny, sonriente, salió desde su escondite y comenzó a saltar hacia él, contenta. Mikeas no sabía que ese sería el inicio de una larga, larga amistad, además de otras cosas.

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Snisy:

Snisy estaba lastimado, pero podía continuar. El Pangoro frente a él era fuerte y tenía ventaja. En un momento de inseguridad, Snisy miró hacia atrás, hacia Fausto, su entrenador. Este tenía su atención puesta en él, a diferencia de Snisy, parecía seguro de que podían vencer.

—¡Espera a ver una apertura!— le indicó— ¡Concéntrate en esquivar!

Snisy asintió, luego se volvió hacia el Pangoro, justo para esquivar un golpe con su puño. Continuó eludiendo como el viento, notó que, a diferencia de antes, cuando estaba concentrado en atacar, se le hacía mucho más fácil evitar los golpes de su agresor. Finalmente lo vio tambaleándose y supo que esa era su oportunidad. Se disparó hacia él, lo rodeó, lo escaló con sus pies y le mandó un potente golpe helado en la cara. El Pangoro cayó aturdido, mientras Snisy aterrizó con gracia. El entrenador de Pangoro se lamentó, a la vez que Snisy se giró hacia Fausto y a sus dos compañeros de equipo. Todos se reunieron para celebrar junto a él.

—¡Así se hace, Snisy!— exclamó Fausto.

Snisy había ganado la pelea contra un oponente bastante fuerte. Luego de la batalla, se sentaron bajo la sombra de un árbol a curar las heridas de los pokemon. Fausto les entregó su comida a todos y almorzaron en el camino. Habían comenzado un nuevo viaje por la región. Se sentían más fuertes que nunca y no pensaban parar hasta conseguir las ocho medallas.

Snisy miró a su equipo querido, su familia. Él era feliz ahí, pero se preguntó cómo estarían el resto de sus amigos.

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El jefe:

El jefe tuvo cachorritos con una hembra de su tribu. Continuó liderando la pandilla de Hondour y viviendo en el pueblo hasta que se hizo viejo y le cedió el puesto al candidato más apto para liderar la jauría. Los Houndour se volvieron amigos del vendedor de helados de la plaza, que comenzó a darles helados a cambio de pequeños favores, como cargar cajas de un lado para otro o protegerlo de otros pandilleros cuando tenía que salir de noche.

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Rosa:

Rosa dio una presentación espectacular en el escenario. Al terminar, bajó a los camarines, donde varios pokemon lo miraban con envidia, pero también con respeto.

—Cielos, Rosa, deja aplausos para el resto— alegó un Sylveon, a quien le tocaba al siguiente turno.

—Oh, exageras— alegó el Gothorita.

—Maldito engreído, además de robarnos el premio finges ser humilde.

Rosa se echó a reír.

—¡Muerde el polvo, Sr. Moño!

El Sylveon sonrió.

—¡Te tragarás tus palabras, Rosa!— alegó, antes de salir a escena con su entrenadora.

Rosa había seguido participando en concursos. En poco tiempo se volvió bueno, tanto que se ganó muchos rivales. Muchos lo odiaban a muerte y le deseaban lo peor, pero la mayoría mantenían una rivalidad amistosa, como un "espero que pierdas en el concurso, pero que te vaya bien en la vida". Era una vida rara, pero a él le gustaba.

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Brainy:

Después de mucho viajar por regiones que no conocía, Brainy tomó un barco hacia Hoenn. Mientras la tripulación subía cargamento y esperaban a los últimos pasajeros, Brainy se sentó en un rincón en cubierta para leer un libro, cuando de pronto advirtió una mente conocida.

Curiosa, se dirigió desde la popa hasta la proa, en donde se encontró con un señor gordo y calvo, buscando por todos lados. El señor se paró a hablar con ella.

—Disculpa, Gardevoir ¿De casualidad has visto un pokemon de aspecto salvaje, con muchas cicatrices por todos lados? ¡Él se robó mi sombrero!

Brainy suspiró.

—No, no lo he visto.

Técnicamente era cierto, solo técnicamente. El señor siguió su marcha, Brainy decidió esperar a que se alejara un poco. Luego se acercó a una de las cajas, se asomó por detrás y se encontró con nada más y nada menos que Sunny. El Typhlosion se aguantaba a duras penas las ganas de reír, y si no fuera porque Latias y Latios le tapaban la boca, su risa se habría escuchado por todo el barco. En sus manos se encontraba un sombrero del mismo tono que el traje del señor calvo.

—¿Por qué no me sorprende?— alegó Brainy.

Entonces Sunny pareció calmarse. Latias y Latios le quitaron las manos de la boca.

—¡Brainy! ¡Qué loco verte por aquí!— exclamó él.

—Lo mismo digo ¿Qué hace el "señor venganza" robándole un sombrero a un viejo indefenso?

Sunny se puso de pie, arrojó el sombrero por la borda y abrazó a Brainy con más fuerza de la normal. Brainy podría haberse resistido, pero también estaba contenta de ver al bruto de Sunny.

—¡Oh, vamos! ¿Hace cuánto que no nos vemos?

—Nuestro fanfic terminó en 2015, este capítulo se está escribiendo en 2019— indicó Latios— así que cuatro años.

Latias se lo quedó mirando, extrañada.

—¿De qué hablas?

—No importa.

—Bueno, admito que no es del todo malo volver a verte— indicó Brainy— ¿Listo para volver con papá, Sunny?

El Typhlosion sonrió de oreja a oreja.

—¡Claro!

Entonces el señor calvo lo señaló.

—¡Ahí está! ¡Es el pokemon que me robó el sombrero!

—¡Oh, rayos!

—¡¿Y por qué le robaste el sombrero?!— alegó Brainy.

—No sé, me pareció chistoso ¡Ahora corre!

Sunny agarró a Brainy con una mano y echó a correr a toda prisa por la borda, mientras que Latias y Latios desaparecieron.

—¡Espera, no me involucres en tus metidas de pata!— alegó ella.

—¡Muy tarde!— observó él.

—¡Atrápenlos! ¡Ladrones!

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Lia:

La muchacha salió con sus amigas a una fuente de soda para pasar el rato después de clase. Mientras hablaban de cuan feas y tontas eran las chicas de la otra escuela, y de cómo se creían superiores, y de que habían intentado robarse al novio de tal chica. De repente Lia advirtió a una niña pequeña, no mayor de diez años, entrando feliz al local. Iba vestida llamativamente, con un vestido de colores chillones, brillos y listones. Su pokemon, un lindo y cuidado Snivy la acompañaba, contento. Ambos se sentaron en los asientos de la barra con algo de dificultad, porque esos asientos eran altos.

—¡Mesero, dos batidos de fresa!— exclamó la chica, emocionada.

El mesero, un hombre corpulento y grandote, se acercó a ellos sonriente, contagiado por su ánimo.

—¿Qué los tiene tan contentos, si se puede saber?

—¡Ganamos nuestro primer concurso!— exclamó la niña— ¿No es verdad, Vevi?

El Snivy rio entre dientes, claramente tan contento como la chica.

—¡Excelente! ¡Muy bien!— los felicitó el mesero— entonces dos batidos de fresa para los nuevos ganadores, va por la casa.

—¡¿En serio?! ¡Muchas gracias!

El mesero rio.

—Te lo mereces, chica.

En poco tiempo les preparó sus tragos y se los puso enfrente, sobre la barra; dos vasos más grandes que sus cabezas, rebozando al tope con varios líquidos y crema para adornar. La niña y su Snivy se los zamparon, mientras Lia los miraba nostálgica. Sus amigas hablaban ruidosamente a su lado, cada una intentando hacerse oír sobre la otra, pocas de ellas haciendo un mero intento por escuchar. Lia por lo general era así también, pero en ese momento no se sentía con ganas. Solo pudo mirar a la ganadora del concurso, sin saber ni qué pensar.

Estuvo así por varias semanas, sin poder concentrarse en lo que tenía enfrente. Cierto día, mientras caminaba hacia la casa de una de sus amigas, se encontró con un anciano sentado en un banco. Junto a él había una caja, dentro de la cual se hallaban varios pokemon chiquititos, adorables, seguramente recién nacidos. Lia se paró en seco y miró a los pokemon. Entre ellos había un Pichu, un Squirtle, un Riolu, un Smoochum y un Eevee. Apenas estaban aprendiendo a hablar.

—Son recién nacidos— indicó el anciano— ¿Quieres uno? Los estoy regalando. Todos son muy populares entre los jóvenes.

Lia se quedó mirando al Eevee. Era especialmente lindo.

—¿En qué evoluciona ese?— inquirió.

—Oh, un Eevee ¿Eh? Pues es un pokemon muy interesante para evolucionar, quizás el más interesante. Tienes ocho opciones. La mayoría de los pokemon solo puede evolucionar a una forma, otros tienen incluso dos, pero ningún otro tiene tantas posibilidades como este pequeño Eevee. Además, todas son muy bonitas. Estoy segura que te gustará.

Lia se lo quedó mirando. El anciano supuso que eso era indicativo suficiente, así que lo tomó en sus manos y se lo tendió. Lia, curiosa, extendió la mano y le acarició las orejas peludas. Era suave y muy lindo. Más encima parecían gustarle las caricias de Lia.

—Es una hembra. Los Eevee hembra son raros— le explicó el anciano.

—¿Está seguro?

—¿Mmm? Claro. Es de las primeras cosas que vemos cuando nacen.

Lia se lo quedó mirando, extrañada. Luego regresó su mano.

—No, gracias.

—¿Mmm? ¿Estás segura? Serás la envidia de todas tus amigas si tienes un lindo Eevee a tu lado.

—Sí... sí, estoy segura. Los pokemon no me interesan, de todas maneras.

Con un gesto de la mano se despidió del anciano y del Eevee. Ya había tenido suficiente con un pokemon.



*Nota: Si quieren conocer la historia de Brainy, Sunny y su entrenador, les sugiero ir a leer Esclavos de Hoenn, mi otro fanfic de pokemon. Es bastante más serio que este, no tan slice of life.

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