𝟺𝟷. 𝚁𝚎𝚎𝚗𝚌𝚞𝚎𝚗𝚝𝚛𝚘𝚜
Alguien golpeó la puerta con tal desesperación que parecía como si desearan echarla abajo. El detective se limpió la crema de afeitar que acababa de colocarse con tanta dedicación sobre el mentón y las mejillas; y echándose la pequeña toalla al hombro, atravesó el corredor hasta la estancia principal mientras pedía paciencia a gritos. Abrió el picaporte con el ceño fruncido, pero aquella expresión se desvaneció en cuanto observó el rostro de Nona que, pese a parecer ungido en reproche, no dejaba de lucir hermoso.
En ese minúsculo lapsus en que el cerebro del detective se tardó en caer en la realidad de que ella se encontraba frente a él, un sinnúmero de emociones, recuerdos y deseos desfilaron ante él como chispazos de luz, tan encantadores como dolorosos.
—Creo que tú tienes algo que me pertenece —la expresión seria de la mujer, aunada a su voz dura, terminaron por romper la magia que él creyó ver brotando de sus ojos verdes.
Hagler entró al departamento y la abogada lo siguió sin importarle las cortesías.
—No sé de qué me estás hablando —dijo él mientras se limpiaba mejor la cara.
—¡No mientas! Yo sé que tú tienes el diario de Samuel.
—¿Samuel? No me suena.
Nona apretó los labios. No podía creer que le mintiera con tanto cinismo.
—Holly está en el psiquiátrico, no sirve de nada fingir.
El detective arrojó la toalla al sofá desgastado de la salita y se sentó a un lado.
—Bien —atinó a decir mirando con fijeza el rostro afligido de Nona. Cuánto había deseado verla de nuevo, admirar su bello rostro y oler su cabello perfumado. Pero tenía que mantenerse fuerte, esa mujer no era para él—. Dejemos de fingir, en eso estoy más que de acuerdo.
Nona esbozó una sonrisa cínica y cerró la puerta con un manotazo para, acto seguido, tomar asiento frente al hombre.
—Tú dirás.
—Quiero saber qué tipo de relación te une a Samuel. ¿Por qué lo encubres?
—Yo no he tenido que encubrir a nadie. Samuel no está bajo investigación.
—Podría estarlo.
Nona enmudeció, pero no se permitió reaccionar a las palabras de Brent.
—¿Y tú? ¿Qué me dices de los tratos que has hecho con él?
—Yo te pregunté primero.
La mirada de Hagler parecía fría. No era la misma mirada que le había dirigido tantas veces atrás, esas que evidenciaban sin un solo atisbo de duda que sentía algo por ella.
—Necesitaba ganar ese caso, Brent. Solo Samuel podría ayudarme a conseguirlo.
—¿Y por eso lo obligaste a asesinar a un ser inocente?
—¡Ese tipo era todo menos inocente! —exclamó ella. No podía olvidar a Boris, ni la compleja y sucia relación que mantuvo con Holly. Se sentía demasiado identificada con esa historia.
—Holly pudo denunciarlo y no lo hizo.
—¡Claro! Después de todo una chica de quince años que ha vivido en la miseria desde pequeña tiene conocimientos absolutos en leyes. Sabes bien que tan solo el 10% de los casos de abuso son denunciados por las madres y un penoso 2% lo son por menores.
—Lo sé, pero el asesinato no es una opción.
—Para mí, esa era la única opción.
Los ojos de Nona se irisaron con el fulgor del rencor y aquella mirada tan inquisitiva no fue ignorada por el detective quien, con dolorosa pena, creía entender finalmente los motivos de Nona para asesinar a Boris.
—De acuerdo —susurró él.
—Ahora dime tú, ¿qué es lo que te une a Samuel?
El detective dejó escapar un sonoro suspiro.
—Es irónico en verdad —sonrió. Nona entornó los ojos—. Un mal chiste.
—Habla de una vez. ¿Qué te parece tan gracioso?
—Que Samuel te ayudó a ti a liberar a Holly de la prisión. Y a mí, a detenerla para siempre.
—¿De qué hablas?
—Olvídalo.
—¡No! —exclamó al tiempo que se ponía de pie.
Hagler la imitó.
—¿Por qué la proteges con tanto ahínco, Nona? ¿Por qué lo haces?
La mujer se mordió el labio inferior. No podría revelarlo, aunque quisiera. Y nunca había sentido tantas ganas por decirlo como en aquellos instantes. Cuando el rostro afligido de Brent se encontraba tan cerca y sus ojos no dejaban de mirarla expectantes, agudos. Intentaba comprenderla, deseaba con todo su ser conocer sus secretos.
—Nona, si tan solo pudieras confiar en mí. Si tan solo me dijeras los motivos que te atan a obedecerla ciegamente incluso a pesar de tu propio bienestar. Yo sería capaz de mover mar y tierra por ayudarte. Quisiera defenderte, pero no puedo hacerlo. No puedo protegerte de ti misma.
Ella cerró los ojos mientras escuchaba las palabras ronroneantes de Brent. Sentía que el cuerpo entero se le debilitaba y que sus fuerzas comenzaban a amainar. Estaba a punto de decirle toda la verdad, de poner en riesgo el trato que había hecho con Holly Saemann y ceder a él, pero no podía. No lo haría, no hasta obtener la valiosa información que solo esa aterradora mujer podría proporcionarle.
En vez de eso decidió huir, escapar de sus deseos y dar media vuelta. Era demasiada la presión a la que se veía inmersa. Lo único que deseaba era hablar con Holly y que le revelara lo que tanto ansiaba saber para poder salir de ese maldito pueblo de una vez por todas.
Abrió la puerta y se lanzó a la calle, deseando más que nunca que esa vida no fuera la suya, quería romper en llanto, pero su orgullo era demasiado fuerte como para permitírselo.
De pronto, sintió un golpe en la cara y que su cuerpo entero chocaba con un pecho fibroso y esbelto que no se movió ni un ápice. Sus ojillos de asombro se abrieron de par en par al verlo.
—Ten cuidado, preciosa.
Una sonrisa perspicaz brotó de los labios finos del hombre al ver a Nona en sus brazos. Esta, aturdida por el golpe y la sorpresa, no atinó a responder nada a su provocativo comentario; solo pudo deshacerse de aquellos brazos que sentía acorralándola sin que estos la apretaran. Y en cuanto se vio liberada, se lanzó a la carrera, lejos de las miradas de ambos hombres.
El detective Barker la contempló en su accidentada huida, deslizando sus ojos celestes de arriba abajo. Las curvas de la abogada eran estupendas, de eso no había duda alguna y no estaba de más pararse a contemplar una pieza tan exquisita como aquella. Desde luego que había tenido la oportunidad de observarla en el juzgado; además de que todos conocían a la arrogante citadina que había llegado a poner el mundo de cabeza en las tranquilas vidas de los ciudadanos de Oyster Bay.
Cuando tornó el rostro de nuevo a la casa de Brent, este no dejaba de mirar la calle por la que se perdía cada vez más y más la figura de la abogada. Barker se detuvo unos segundos a degustar de la mezcla de emociones que se teñían en el rostro del que siempre consideró el mejor detective del pueblo.
—¡Brent! ¡Pero si jamás te hubiera imaginado de ese modo!
Este miró a Michael. No le importaba si descubría sus sentimientos hacia Nona. El juicio había terminado y aunque sabía bien lo que el pueblo entero sospechaba de ellos, lo cierto es que comenzaba a tenerlo sin cuidado.
—¿Qué quieres aquí?
Barker subió las pequeñas escaleras hasta el minúsculo porche en el que Brent estaba adentrándose para tomar asiento en una de las dos mecedoras oscuras. Él hizo lo mismo y tomó asiento en la siguiente, relajándose por completo sin importarle nada. Tampoco parecía que Brent lo quisiera lejos, al contrario, por alguna razón éste parecía necesitado de un poco de compañía.
—Necesito contarte algo.
—¿Contarme algo?
—En realidad quisiera tu consejo —dijo él al tiempo que sacaba un cigarrillo.
—Intentaré ayudarte, pero te costará uno de esos.
Barker sonrió por lo bajini y le extendió la cajetilla. El detective tomó un cigarrillo y dejó que Michael se lo encendiera. En cuanto el humo a travesó su garganta, éste se sintió mucho más relajado.
—¿Qué necesitas?
—Anoche conversé con alguien. Aunque no podría decirse que aquello haya sido una verdadera conversación, pero...
—¿Pero?
—Me reveló un nombre, el nombre que he tenido incrustado entre pecho y espalda durante estos últimos días, el diablo de Massapequa.
Brent echó la mirada a Michael. No le había quitado los ojos de encima desde que llegó y pudo intuir que esperaba ver sus reacciones.
—¿Sigues con ese caso? Creí que ya habías dado con el criminal. La verdad es que el tiempo que ha pasado es demasiado para ti. No habla muy bien del récord que impusiste.
—Lo sé —dijo el detective sin atisbo de emoción—. Pero estoy seguro de que es él.
—¿Cómo lo sabes? ¿Quién te reveló el nombre del asesino?
—No fue sencillo. Tuve que pagar para que me permitieran entrar a verla. —Hagler bajó la mirada. Sabía a dónde se dirigía Michael—. Tú la conoces muy bien, después de todo, entre nosotros es bastante sabido que tú entraste a verla en varias ocasiones, cuando se encontraba en la comisaría del pueblo.
Brent le dirigió una sonrisa presuntuosa y perspicaz.
—Ella está loca, Michael. El único motivo por el que yo me metía en horas irregulares a conversar con ella era precisamente su locura.
—¿Me estás diciendo que no obtenías nada de ella?
—¿Qué podría darme?
—A decir verdad, aún no estoy seguro. Pero te conozco muy bien, eres un hombre frío, de muy pocas palabras y discreto. Un hombre que no suele perder el tiempo en nimiedades si no es en beneficio de un caso. Tu trabajo es tu vida y no te veo desperdiciándola con una caníbal agresiva y demente sólo porque sí.
—¿Estás muy seguro de que te ha revelado el nombre de tu asesino?
Michael sonrió.
—Me dio el nombre de tu asesino y del mío. Tu caso estaba muy ligado al diablo, tú mismo me lo dijiste esa mañana.
—Yo no dije nada.
—Ryan abrió de más esa boca gorda, pero sé lo que vi en tus ojos, y lo que veo ahora.
Hagler entornó la mirada, se incorporó en la mecedora con las manos bien sujetas a los brazos de esta y lo observó fijamente mientras elevaba el mentón. Retándolo con esos ojos de hiel.
—¿Y qué es lo que ves en mis ojos?
El hombre casi sintió cierto respeto reverencial por Hagler, pero en vez de exponerlo, arrastró sus labios con lentitud hasta formar una sonrisa sardónica, manteniendo su mirada.
—Sé que Samuel es mi asesino. Y sé que tú tienes contacto con él. Lo que no sé es si tú estabas enterado de ello o si solo te importa por la extraña relación que tuvo con Saemann hace años. ¿Es que acaso te has convertido en su cómplice?
En cuanto el detective dejó escapar aquella última oración, aguzó la vista en pos de no perder ni un solo movimiento o gesticulación del hombre que se encontraba a su lado, pero lo que sucedió a continuación lo dejó estático. Había esperado encontrarse con un nerviosismo sutil, un silencio incómodo o incluso con la negación rotunda de un gran mentiroso, pero en vez de eso, la sonrisa histérica de Brent lo obligó a hundirse en su silla.
El detective se balanceó de un lado a otro sin lograr contener la risotada que brotó de sus labios al tiempo que sostenía descuidadamente su abdomen.
Michael arrojó el cigarrillo al suelo con un evidente rechazo. Su labio superior se elevó un poco debido al coraje que comenzaba a invadirlo.
Para nadie era un secreto que ese hombre sarcástico y guasón no toleraba las burlas. Lo volvían loco de ira a tal grado que, a pesar de su placa como detective, aquel temperamento impulsivo le había valido retiros en la comisaría en varias ocasiones.
Con la furia reflejada en sus ojos, Barker se puso de pie y arrojó la mecedora contra el barandal de madera pintada que hacía las veces de adorno y protección del pequeño porche de techo bajo. Ésta se fracturó una pata debido al choque. Brent dio un salto y se puso de pie, pero no podía dejar de reír de forma desvergonzada, mirándolo a la cara con total cinismo.
El detective más joven apretó los puños, preparándose para golpear a ese malnacido que se atrevía a burlarse de él en su cara, pero no lo haría. A pesar de ello, no podía evitar recordar los años de ese detective, su experiencia y por encima de todo, sus grandes dotes.
—Si hay alguien en todo este maldito pueblo capaz de reírse de mí y salir bien librado, ese eres tú. Te admiro, Brent, y lo sabes. Pero yo no confiaría demasiado en tu buena estrella.
Dio media vuelta y bajó los pequeños escaloncitos hasta la calle, perdiéndose después dentro del viejo Plymouth Barracuda color tabaco, aún con la risa de Hagler de fondo.
En cuanto el auto giró en la primera calle, Brent se deshizo de inmediato de aquella sonrisa.
Tenía que hablar con Samuel de inmediato.
—¿Quiere ir a otro lado, señorita?
—No.
—¿Entonces?
—Espere un poco más. Ya le he dicho que pagaré por el tiempo.
El hombre delgaducho y pálido no tuvo más remedio que volver a acomodarse en el asiento de cuero y recargar sus brazos en el volante del auto. Dejó escapar un pequeño resoplido de aburrimiento, pero se convenció de que al menos estaba descansando unos momentos y además obtendría una buena paga por ello. Aunque no dejaba de sentir curiosidad por los motivos que orillaban a esa mujer a tenerlo ahí, ocultos detrás de una fila de árboles. Y por qué es que no dejaba de mirar al otro lado de la calle.
Los ojos de Nona parecían dos guardianes avispados, como dos faros unidos en un único objetivo. Su respiración era pausada y sutil, pero sus pensamientos volaban como colmena.
A lo lejos pudo ver que ese detective joven al que ya había visto en un par de ocasiones se alejaba a toda velocidad. No podía ver a la perfección las facciones de Hagler, pero intuía que algo estaba pasando. Algo que, casi podría jurar, tenía mucho que ver con Holly Saemann.
Holly Saemann.
¿Por qué no se podía arrebatar su rostro de la cabeza? ¿Por qué la veía cada vez que cerraba los ojos?
Apenas tenía unos días que había sido dada de alta en el hospital y no había podido comunicarse con ella, pero la ansiedad de saber cómo se encontraba la estaba matando.
No había forma de hablar con ella. No tenía oportunidad de franquear la seguridad del psiquiátrico y, sin embargo, no podía quitarse de la mente que algo tenía que hacer para entrevistarse con Holly. Tenía que pagar por todo lo que había hecho por ella. Tenía que revelarle toda la verdad.
—Vámonos —dijo finalmente una vez que Brent salió de su visión, perdiéndose en la boca de aquella vieja casita de madera. Aquel lugar le traía recuerdos tan nítidos que habría deseado olvidar, pero que reavivaba a cada instante, añorándolos.
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