Cap. 5 - Nido de Víboras

En un lujoso salón de Ciudad de Lágrimas, uno de los seres más poderosas e influyentes del reino, se preparaba para su partida hacia el Palacio Imperial. Su imponente mansión estaba ubicada justo en el centro de las zonas más acaudaladas de la ciudad, y siempre estaba custodiada por los soldados más capaces de la Guardia Pálida. 

No era una simple casa bien decorada de esas de los alrededores. Era un palacio en cada sentido de la palabra, pues fue un lugar fundado por el Emperador Pálido para ser la Casa de la Moneda, y principal centro financiero de la ciudad. Pero tras su muerte, fue reclamada por la fe del Culto del Alma, y usada para otros fines. 

Contaba con tres estructuras de gran tamaño. Todas ubicadas de frente a una bella plaza, sobre la cual se alzaba una fuente y varios lagunas artificiales, con hermosos platas que siempre mantenían la frescura del lugar. 

La mas pequeña de las estructuras era una cocina, donde se preparaban diariamente los manjares más lujosos de toda la ciudad. Muy en contraparte a la pobreza extrema que se podía encontrar en las zonas más periféricas de Ciudad de Lágrimas. Además, que contaba con espacio suficiente para alojar al personal más esencial de las instalaciones, así como ciervos y sirviente de confianzas. Todos, por supuesto, fieles devotos al Culto del Alma, y con una pensión suficiente para vivir felices, sin cuestionar que ocurría realmente en el resto del reino. 

El otro edificio, ubicado en el lado opuesto, eran una instalación variada, el cual contaba con enormes salones de entrenamientos y barracones, donde se apostaban la élite de la élite de los guerreros del Culto. Soldados entrenados en el camino de las artes bélicas, pero sin el poder político para reclamar un pedazo de tierra para si mismos. Aún así, siempre disponían de todo lo necesario para complacer sus necesidades, siempre y cuando se mantuvieses fieles al culto. Y de entre todos los seguidores, estos eran los más devotos. 

Y finalmente, el edificio central. Un lugar tan grande como absurdo, lleno de habitaciones y pasillos que recorrían las instalación en todos sentidos. Un lugar que si bien no podía compararse con el propio Palacio Imperial, no difería mucho de la opulencia que sus enorme habitaciones contenían. Todos... para que un único insecto viviese en su interior.

Y era en ese preciso momento, cuando tal insecto se preparaba para su partida. En una de las muchas habitaciones, donde dos sirvientes de confianza, le ayudaban a colocarse sus vistosa vestimenta y ornamentos, pues tenía una visita al propio Palacio Imperial, y debía vestir acorde a la ocasión. Sin embargo, mientras esperaba a que las féminas que lo vestían concluyesen, escuchaba no muy contento el informe de uno de sus seguidores. 

— ¿A qué te refieres con que escapó? — Preguntaba con evidente enojo, a lo que su servidor, respondía sumisamente arrodillas en el piso de madera fina. 

— Tal como fue planeado, el ejército del Clan Tsume fue acorralada en los límites de Páramos Fúngicos. Los reportes indican que efectivamente, las fuerzas de la Armada Pálida los acorralaron. Sin embargo, muchos soldados informaron de la aparición de un guerrero misterioso. El cual permitió que las mantis lograran escapar. Incluido el objetivo. —

— ¿Un guerrero misterioso? ¿Cómo un simple bicho es capaz de destruir un plan tan meticulosamente plateado? —

— Aquellos que lo vieron, se referían él como un monstruo. Un guerrero de negro encapuchado, que blandía una espada negra con una habilidad imposible. Uno que lograba atravesar nuestras tropas como una sombra. —

El patrón se quedó pensativo por un momento. Su enojo era evidente, y las sirvientes que lo terminaban de arreglar incluso temían a un estallido de su furia. Gracias al Wyrm, que este logró calmarse a si mismo, antes de volver a dirigirse a su subordinado. 

— Quiero que busquen cualquier información de ese guerrero misterioso. Ahora vete... Y no vuelvas sin una respuesta que me satisfaga. —

— Si, su excelencia. —

Y tras su comando, el sirviente le dedicó una última reverencia nates de irse, siempre mostrándose sumiso en su presencia. Una vez este se retiro, el señor hizo una seña con sus manos, y las dos sirvientes abandonaron el recinto con igual sumisión. Dejando al regente completamente solo en su habitación, o eso parecía. 

— Esto afectará nuestros planes a futuro. — Comentó el regente supuestamente para si mismo, pero una respuesta proveniente de uno de los pasillo aledaños confirmaron lo contrario. 

— Una estrategia perfecta, superada por un solo insecto. Es difícil de creer. —

— El por qué del fallo ya no importa. Sin la hija del clan Tsume en nuestro poder, no podemos presionar al maestro del clan para someterlo a nuestros intereses. —

— Esto retrasará nuestros planes, pero aún tenemos otras opciones. —

— Estoy cansado de esperar tanto. Ese mediocre que se sienta en el trono no tiene lo necesario para gobernar el reino. Es una pérdida de tiempo. —

— No deje que la impaciencia se apoderé de su serenidad, Seinshi-sama — Comentaba la voz fuera de la habitación. — Recuerdo que debe mantener su postura como Maestro de Almas, mientras cumple con su acometido. —

— Lo se, lo se. No necesita recordármelo. — Dijo tras un suspiro. — Muy bien. Vámonos. No hagamos esperar a nuestros ¨gran¨ emperador. —

El Maestro de Alma respiró profundamente para calmar su mente. Tenía muchas cosas que pensar, mucho más ahora que debía presentarse ante la corte. Él no era ignorante. Sabía que esta convocatoria era consecuencia a su intento fallido de capturar a Gina, la mantis blanca hija del clan Tsune. Y tenía que medir bien sus palabras para ocultar cualquier rastro de su implicación en el asunto. Aunque ya tenía una idea de que usar a su favor. 

Finalmente, el Maestro de Alma abandonó la habitación, y justo a un lado de la puerta, un enorme guerrero esperaba por él. Uno que era reconocido en todo Hallownest, pues su trayectoria militar lo había posicionado como uno de los luchadores más letales, y uno de los generales más implacables de toda la Armada Imperial. Uno de los cinco sobre los cuales caía el peso de la armada gris. 

— Vamos, Hegemol. No perdamos más el tiempo. —

Ambos figuras salieron de la imponente mansión, y su travesía por el patio central no pasó desapercibida para ninguno de los presentes, quienes no dudaron en mostrar su respeto y sumisión. De inmediato, dies distintivos guerreros salieron de los barracones y se pusieron a sus espaldas, pues serían su escolta personal hasta el Palacio Imperial.

Dies de esos guerreros expertos, portadores de pesadas armaduras ornamentadas. Ni el mas demente de los locos se atrevería a intentar enfrentarse a uno de estos en solitario. 

El grupo rápidamente salió del recinto, donde tres carruajes los esperaban para transportarlos con seguridad hasta el Palacio Imperial. El del medio, hecho a medida para ser capaz al gran Hegemol y su colosal figura. Aún así, sumamente lujoso y con comodidades siquiera impensables para los plebeyos. Los otros dos, mucho más sencillos, forrado en metal, donde viajarían la escolta de soldados. Cinco al frente, cinco en la retaguardia. Sin incluir a los conductores, que también eran miembros del propio Culto. 

El vistoso convoy avanzo por las calles de Ciudad de Lágrimas con una profesión imponente. Todos los que lo veían pasar, reconocían el emblema del Culto, y mostraban sus respetos ante la figura que pasaba a su lado. A ojos de muchos, un ser benévolo y querido por su gente. A ojos de otros, un tirano sin piedad.

— Es hermosa... — Comento Hegemol de pronto.

— ¿A que viene el comentario tan repentino? —

Pregunto el maestro, viendo como el gran guerrero saludaba a los súbditos con una sonrisa en su rostro. Visible ahora que no portaba su gran casco.

— Esta ciudad. Y pensar que antes no era más que una caverna abandonada. Cada vez que la veo, no puedo evitar pensar en la majestuosidad del Wyrm Emperador y todo lo que construyó con sus propias manos. —

— Hegemol... Sabes que esa gloria quedo en el pasado. — Sus palabras fueron pesadas, y provocaron que cierto rastro de tristeza se asomara en el rostro del caballero.

— Lo se... Por más que quisiera negarlo. Y es por eso que no puedo dejar de admirarlo. —

— El Emperador construyó este reino... Y es por eso que debemos ser firmes para mantenerlo. Esos ciegos no quieren entenderlo. Y todo depende de nosotros. Se niegan a ver los peligros que amenazan esa gloria. La escoria que mancilla nuestra grandeza dentro de nuestra ciudad, y las especies indignas qué se atrevieron a romper la grandeza del Emperador. Es por eso, mi querido amigo, que somos tu y yo, los que debemos procurar que la grandeza del Wyrm nunca se derrumbe. —

El gran Hegemol no pudo evitar sentir que su corazón se estremeciera antes estas palabras. Apartó la mirada de los seguidores que le mostraban respeto a su paso, y se fijó en el Maestro de Almas, quien tenía sus ojos perdidos en la gran urbe, pero en sentido opuesto. Y lo único que pudo hacer, fue asentir en silencio mientras esperaba que el carruaje los condujera finalmente a su destino. 

Una vez dejaron a zona noble a sus espalda, se adentraron al pasaje que separaba al Palacio Pálido con el resto de la ciudad, una zona que todos conocían como la Cuenca Antigua. Una, donde solo la paz y el silencio reinaba, pues aquellos insectos que caminaban por sus pasajes sabían que debían mantener la paz y el orden ante la ley imperial, y solo el rechinar de las carrozas y el pasos de los ciervocaminos que la empujaban irrumpían la tan sepulcral calma. 

Finalmente, la caravana llegó a su destino, y del interior de las carrozas descendieron los invitados. El maestro del alma fue el primero en bajarse, antes de ver con pesar la imponente estructura blanca que se alzaba frente a sus ojos. No le gustaba estar en ese lugar, pues le traía demasiados recuerdos que quería superar. Además, sabía que el interior no lo esperaban con particular agrado. 

Hegemol fue el segundo en descender del carruaje, y su gran cuerpo estremeció el silencio al posar sus pies sobre la tierra. Él era el más poderoso y temido de todos, así como uno de los que más sufrió la muerte de su querido Emperador. Y era su lealtad, la que lo obligaba a tomar decisiones tan bruscas. 

Ambos se adentraron al interior del palacio, seguidos por su escolta de guardias. Un sirviente del palacio, con su impecable túnica blanca guiaba el camino, pero esto era más un protocolo que debían seguir, pues ambos sabían muy bien el camino. 

El andar por los pasillos fue tortuoso, sobre todo por la serenidad y silencio. Solo el retumbar de los pasos y las armaduras irrumpía el sepulcral silencio, en el interior de esos interminables pasillos decorados de blanco y gris. Pasillos que aún recordaban la grandeza de su creador, quien utilizó ladrillos radioluminiscentes, los cuales no dejaban que el palacio cayese en la oscuridad ni en las noches más oscuras. 

Una joya de la arquitectura, tan grande como opulento. Uno que parecía estar flotando sobre los cielos despejados con su luz pálida. Edificado con un hermoso estilo oriental, con sus majestuosos techos de estilo Techumore Yamato, con sus gradientes más altos, y desarrollados con hermosos ornamentos que recordaban las glorias del pasado. Cada habitación tenía un propósito. Cada zona tenía una función. Cada pasillo conducía a algún lado. Y todo, estaba perfectamente ubicado donde debía estar. Algo que solo un monarca como el Wyrm Emperador podía lograr. 

Finalmente, los invitados llegaron a su destino. Un enorme salón que se les fue relevado antes sus ojos, cuando uno de los sirvientes abrió la puerta con toda la etiqueta que podía caracterizar a un plebeyo de la corte. Un enorme salón del trono, cuyo interior ya estaba ocupado en parte por parte de la corte. Una salón que tenía tres entradas, dos laterales y una central, cada una con un propósito diferente. 

Hegemol y el Maestro de Almas entraron por la puerta derecha, mientras pasaban junto a sus vasallos que ya esperaban por ellos. Nobles y funcionarios públicos de menor rango, que mostraron respeto inmediato al verlos. Hegemol pasó al frente, y se sentó delante de todos, aún cuando no dejaban ver a los más pequeños que tenía detrás. Sin embargo, el Maestro de Almas siguió su camino, donde tomó su lugar correspondiente a la derecha del trono pálido. Un lugar colocado varios peldaños por debajo del gran trono, y donde podía ver perfectamente a su contraparte en este astuto juego de poder. 

Frente a él, sentado pascientemente, se encontraba aquel que representaba su homólogo en la corte. Aquel que gozaba de un poder igual al suyo dentro de la corte, y que ya había llegado mucho antes junto a su séquito. Uno que yacía sentado en seiza, esperando tanto por él, como por el regente, el cual aún no había ocupado su trono. Ese ser, no era otro que el propio Luriel, máxima autoridad jurídica de Ciudad de Lágrimas, concoido por muchos como el Yojinbukai, y por muchos años, la mano derecha del Emperador Wyrm. Aquel, que no podía mirarlo con otros ojos que no fuesen desprecio. 

Y finalmente, el maestro tomó su asiento donde le correspondía. 

— Veo que ha llegado a tiempo. Me alegra saber que al menos aún respeta los pedidos de su majestad imperial — Comentó Luriel para romper el silencio de la sala, aunque sus palabras no titubeaban en mostrar su veneno. 

— No se que quiere decir con eso, ministro de izquierda Luriel. Yo siempre he sigo fiel seguidor de su majestad imperial. Y sus palabras son órdenes para mi. — Contestó el maestro, con un tono tan desafiante como el propio Yojinbukai. 

— Eso espero, ministro de derecha Seinchi. ¿O prefiero que lo llame ¨gran venerado Maestro de Almas¨? —

— Esa es una decisión que le corresponde a usted, ministro Luriel. Yo soy ambos por igual, y no puedo decidir por dos partes de mi mismo. —

— Ya veo... Y dígame... ¿Cómo está la situación en las filas del culto? Recuerdo que lo menos que quisiéramos fuese que otra trajedia como la de Bocamatsu se repitiese. —

— No debe preocuparse por eso, ministro Luriel. Como le informé hace siete años, y ahora una vez más, lo que ocurrió en Bocamatsu fue algo sin precedente. Algo que aquellos que seguían el Culto fueron castigados. Sin embargo, si lo que le interesa saber es el estado de los fieles, y no las incongruencias del pasado, puedo informales que los insectos que buscan la fe dentro de nuestros templos han logrado encontrar un descanso para sus almas en pena. —

— Ya veo. Bueno escuchar que su sucursales puedan brindar un servicio del que todos puedan disponer. —

— ¨Sucursal¨ no es la palabra correcta, pero no voy a recriminarlo por su ignorancia. Los templos del Culto del Alma brindan paz a las almas que están dispuestas a acogerse a nuestras costumbres. —

— Ya veo... Un enorme ejército de fieles que cada vez crece más y más. —

— Insectos que buscan la iluminación por su propia voluntad. No un ejercito que sigue órdenes ciegas de alguien incompetente. —

La conversación entre ambos ministros no carecía de insultos muy rebuscados y palabras venenosas, aún cuando ambos aparentaban una visible calma. Mas, no eran los únicos que discutían, aunque el resto lo hacía con miradas frías y acusadoras. 

Justo frente a Hegemol, del otro lado del salon y encabezando a los ministros e influyentes del bando del vigilante, una guerrera tan poderosa como el gran caballero blindado lo miraba con ojos vacíos. Una vez, ambos se llamaron hermanos sobre un mismo campo de batalla. Ahora, enemigos políticos que se tratan con desprecio. Pues esa, no era otro que la propia Zemer, capitana de la guardia de Defensa de Ciudad de Lágrimas, y segundo insecto más influyente de su grupo, solamente bajo el propio Luriel. O como muchas aún la conocían. La verduga del Emperador. 

Sin embargo, la guerra de palabras debía detenerse de forma inmediata, pues un vocero oficial anunció la llegada del ser con mayor peso político en todo el Imperio. Las puertas principales del gran salón se abrieron, y todos bajaron la cabeza en señal de obediencia por igual, sin importar el bando político. 

Una gran figura entró al salón, y sus pasos precisos hacían econ en el silente lugar. Alto, fuerte, hermoso. Una ser perfecto, que solamente podía haber sido concebido por un dios, y para el reino, el Emperador Wyrm era uno. Este era su hijo. Su mayor legado. Uno que caminaba a paso firme hacia el trono pálido, sin apartar su mirada del frente. Conocidos por sus súbditos como el Emperador Hollow. La máxima autoridad y regente del Imperio Pálido. 

Sin embargo, este no ingresó al recinto solo, pues otras dos figuras iguales de influyentes y poderosas lo acompañaban a varios pasos por detras. A la izquierda, un gran escarabajo pelotera. Su nombre era Ogrim, el defenzor blanco. Comandante de las Shiroi Kyotai, guardia personal del emperador, y los guerreros más poderosos de todo el reino. 

A la derecha del Emperador, marchaba la que sería la mano derecha del propio Hollow. Una guerrera impredecible, y una de las mentes más brillantes del reino. No solo fue la encargada de edificar el Palacio Pálido, sino que también fue una de las grandes comandantes que unificó Hallownest bajo el estandarte del Emperador Wyrm. Isma, la sombra del Emperador. 

Los tres atravesaron el corredor principal, adornado con una hermosa alfombra blanca hasta el pie de las escalares que conducían al trono pálido. Ogrim e Isma era los únicos que podían subir junto a su majestad imperial al trono, colocándose precisamente a cada lado del vistoso mueble blanco. Y cuando todos estaban en su sitio, la profesión terminó. 

— Muy bien, empecemos. — Habló el Emperador Hollow, cuya voz aún carente de experiencia, hacía lo posible por mantenerse firme ante el peso que calgaban sus hombros de apenas veinte años de edad. — Ministro Luriel. ¿A qué se debe el motivo de su comvocatoria? —

Ante tales palabras, El Maestro de Almas se sobresaltó un poco, aunque casi imperceptible. El hecho que fuese Luriel quien hubiese organizado esta reunión de imprevisto y no el Emperador cambiaba mucho las cosas. Y no para su veneficio. 

— Si, su majestad imperial. Lamento desde lo más profundo de mi ser haber perturbado su preciado tiempo, pero hay un asunto de vital importancia que requiere de su atención inmediata. — Comenzó el vigilate. 

— Muy bien. Lo escucho. —

— Hace unos días, llegó a nuestros oídos que un destacamento de la Armada Pálida, se adentró en el territorio de Páramos Fúngicos, y participó en un combate activo contra una fuerza del clan Tsume. —

— Eso lo entiendo... ¿Lo que no entiendo es el motivo de tal sorpresa? Nustro reino está en guerra con las mantis después de todo. —

— Así es, su majestad imperial. El verdadero motivo de preocupación, es que tal fuerza no estaba actuando bajo la jurisdicción del alto mando del ejército. Pues al parecer, la cede de comandancia no autorizó este movimiento de tropas tan inesperado. —

— ¿Es eso cierto? — Preguntó el Emperador, mientras miraba de reojo a la contraparte del acusante. 

— Maestro de Almas... ¿Acaso sabe usted algo de esto? —

Todas las miradas se posaron sobre el maestro, quien hacía lo posible por mantenerse sereno. Incluso algunos de su bando miraron sorprendidos, pues incluso un ministro tenía la obligación de seguir los protocolos. Aún así, el líder del Culto del Alma ya tenía sus cartas planificadas. 

— Si, su majestad imperial. Yo personalmente di la orden. — Comentó el acusado, algo que Luriel recibió con usa sonrisa. 

— Le recuerdo al ministro Seinchi, que el control de las fuerzas es de estricto requerimiento por parte de la jurisdicción del mando del ejército, del cual la capitana Zemer es miembro interina. Si tal medida es tomada, es porque los conflictos en los reinos aledaños deben ser controlados por igual, y el movimiento de una fuerza armada sin la autorización o desconocimiento de dicho organismo, podía provocar un fallo en alguno de los frentes aledaños. Por tal motivo, nuestras fuerzas en la lucha contra la Senda Carmesí o el Panal Dorado podrían verse superadas. Y usted no quiere eso... ¿Verdad, ministro? —

Luriel hizo su jugada, con solo un movimiento puso en jaque al ministro Seinchi, quien se mantenía callado, pero sereno. Debía escoger muy bien sus palabras, o su posición se vería peligrosamente tambaleante. Y antes la mirada victorioso de Luriel, este habló. 

— Es correcto, ministro Luriel. Admito que fallé en tomar la decisión de movilizar tropas hacia un sector diferente del frente. —  Luriel ya casi podía saborear su pequeña victoria. 

— Entonces, admite su culpabili... —

— Sin embargo. — Interrumpió a su rival antes que este concluyera. — No lo hice por simple capricho. Cuando llegó a mí el informe que un peligroso grupo de mantes guerreras estaba merodeando las zonas de la frontera tuve que tomar acciones de inmediato. Y una solicitud al consejo podría demorar al menos 12 horas, y quien sabe que podía haber pasado en ese tiempo. —

— ¿Mantis cerca de las fronteras? ¿Que tan cerca? — Esta vez, fue el propio Emperador quien preguntó. 

— Demasiado. Lo suficiente para que pudiesen ingresar a nuestro territorio y causar graves pérdidas. Afortunadamente, los valeroso soldados de la Armada Pálida lograron llegar a tiempo, y junto a una división de los soldados del Culto del Alma lograron repeler al enemigo hasta los bosques fúngicos a los que pertenecen. Admiro la efectividad de nuestras tropas en acción. —

Ante tales palabras, la mayoría de la corte se mostró impresionados. Tanto aquellos que estaban a favor como en contra. Un pequeño debate comenzó entre los miembros cercanos, mientras los ministros se miraban desafiantes. El propio Emperador lo meditó un poco antes de tomar una decisión, y tras un minuto, su voz se alzó al mismo tiempo que su cuerpo del trono blanco. 

— Este será mi veredicto. Ministro Seinchi, buen trabajo manteniendo a los enemigos del imperio lejos de nustras tierras. —

— Sus palabras son todo un honor, su majestad. —

— Sin embargo, la próxima vez que decida hacer una movilización de tropas de esta índole, envíe un informe a la jurisdiction militar. Esta falla no puede volver a ocurrir. —

— Como ordene, su majestad imperial. —

— Muy bien. Con eso concluye esta sesión. Pueden retirarse. —

Y tras las últimas palabras, el Emperador Hollow se retiró del gran salón seguido por Ogrim e Isma, mientras el resto bajaba la cabeza en señal de respeto. Y solo cuando las puertas principales se cerraron, el resto se puso de pie, para retirarse por las alas opuestas del salón. No sin antes que algunas miradas desafiantes se entrecruzaran. 

Fue una jugada arriesgada, pero el Maestro de Alma respiró tranquilo antes esta pequeña victoria pírrica. Había mostrado su inocencia ante el Emperador, pero ya sabía que sus movimientos estarían limitados por un tiempo. Quien no se encontraba para nada contento, era el ministro Luriel, quien se había retirado a su torre después que la reunión hubiese concluido. 

— Esta reunión no fue como esperábamos. — Comentó el ministro a quien lo acompañaba en ese momento. 

—Poder haber sido peor. Le'mer creer que ministro Seinchi ahora ser más cuidadoso con decisiones. — 

Comentaba la gran guerrera Zemer, cuyo vocabulario y acento nunca se acoplaron al lenguaje de Hallownest, pues ella llegó como una refugiada después de todo en el naciente imperio del Wyrm. 

— Es posible. Pero ese bastardo encontró la forma de evitar su mala fortuna. Sin embargo, este evento pone en peligro la paz que firmé con el clan Tsume. —

El vigilante se mostraba algo preocupado, ahora que carecía de su vestimenta, y podía disfrutar de la vista que su imponente torre le daba de la ciudad, a traves del enorme ventana que tenía en su oficina. 

— Fuerzas imperiales desconocer tal pacto. Por ende, no saber de neutralidad. Sin embargo, Le'mer preguntarse por qué ejército de clan Tsume encontrarse tan cerca de la frontera. —

La capitana se acercó y se colocó junto al ministro, quien no demoró en alzar su mano y apoyarla sobre la cintura de Zemer, atrayéndola hacia él con delicadeza. 

— Eso mismo quisiera saber yo, querido... Eso quisiera saber... —


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Capítulo escrito por OroMaster. Yo solo lo edité. 


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