Cap. 33 - El Fin de una Leyenda

El tiempo se detuvo en su mente, y las voces se convirtieron en ecos distantes. Lamentos que llegaban a ella como sonidos distorsionados, mientras sentía su cuerpo cada vez más ligero. Fue repentino, espontáneo. Sin tiempo para pensar. Sin tiempo para actuar. 

Apenas dos segundos atrás, había alzado sus agujas para bloquear uno de esos devastadores ataques de su oponente. Un corte con tanta fuerza, que le arrancó una de sus armas de entre sus mano, encajándola peligrosamente sobre la roca a su lado. El segundo después... todo se tornó caótico. 

El cuerpo de Herrah se contrajo, y un impulso le hizo querer vomitar. Vomitar sangre. Rosa sangre de sus fauces, mientras su mirada se precipitaba hacia abajo, y hacía lo imposible por mantener las fuerzas de sus piernas. 

Un chorro de líquido carmesí se precipitó sobre el suelo, cayendo a los pies de su prole, manchando su delicada túnica blanca del ardiente color escarlata. La respiración de la matriarca se volvió pesada, pero pudo encontrar las fuerzas en su propia voluntad, para girar la cabeza hacia un costado. Solo, para encontrar como la hoja de la mortal guadaña de Nosk se había abierto paso por su la quitina de su hombro.

Sin embargo, la bestia no caería sin dar todo lo que tenía en la batalla. Su brazo, aquel que se encontraba en el lado opuesto de su herida, se blandió perezosamente para intentar al menos, con la fuerza que no se le fue arrebatada, cortar al arácnido frente a ella. Más, Nosk no dudaría en su actuar, y dió un paso atrás, removiendo su arma del cuerpo moribundo de la matriarca, causando aún más daños de los que ya había provocado. Herrah no gritó de dolor... Aunque cada célula que su cuerpo que aún le respondía le pedía que lo hiciera. 

La mente de Herrah ya comenzaba a divagara en este punto. Ella no era una novata. Sabía que su hora estaba cerca, pero no podía rendirse. Su muerte era insignificante, compara con la responsabilidad que toda madre debe enfrentar. Proteger a su descendencia a cualquier coste... hasta la última gota de vida... Y ella, no sería la excepción. 

Sin embargo, sus opciones eran limitadas. Su cuerpo, cada vez se sentía más pesado. La vista periférica la había perdido por completo, tornándose un abismo negro que cada vez reclamaba más y más de su campo visual. Enfocándose solamente en el bastardo responsable de todo esto, el cual no dudaría en matarla a ella y a su pequeña. 

El lateral izquierdo de su cuerpo no respondía. Seguro que tal herida había cortado sus nervios, y el hecho que aún se mantenga en pie, aunque a duras penas, quiere decir que por un milagro, su corazón no había sido destrozado. Sin embargo, el dolor, la agonía y la impotencia, persistían. 

Nosk solo suspiró con pesadez ante esto. Aún dentro de él quedaba algo de admiración por la guerrera que Herrah una vez fue. Una admiración retorcida por una psiquis inestable. Pero la suficiente, para no querer ver a la insecto que más admiraba en este mundo de esa forma tan deplorable. Le daría fin a esto, de una vez por toda. 

Nosk dió unos pasos al frente, mientras alzaba su guadaña listo para arrancar la cabeza de Herrah y comenzar una nueva era. Un acto simbólico en su mente. Pero terrible a los ojos de las tejedoras de la guardia real, quienes no eran capaces de apartar a las enmascaradas para proteger a su señora. Tan impotentes como la propia Herrah se sentía en ese momento. 

La gran tejedora, acumuló las últimas fuerzas que le quedaban en su brazo derecho, y arrastró su aguja hasta colocarla al frente, más como un soporte que como un arma, pero sus ojos entrecerrados no apartaban a mirada de aquel que tanto aprecio una vez le tuvo... Y a pesar de todo el dolor que sentía... Lo que sentía por él en ese momento era una única cosa.... decepción.

Sin embargo, los instintos del arácnido se activaron. Sus ojos se abrieron como plato y sus músculos se tensaron. Sus extremidades se movieron por si solas, cuando el brillo de un peligro mortal se abalanzaba sobre su cabeza, aún cuando este ni siquiera fue capaz de verlo. 

Nosk dió un salto hacia atrás, lo suficientemente rápido para evitar una mortal hoja afilada que se encajó sobre la piedra como si fuese simple mantequilla, cediendo ante el cuchillo caliente. 

El tejedor vio asombrado como se trataba de una lanza. Una lanza majestuosa, que jamás sería capaz de olvidar. Eje de acero negro como la noche, culminado en una hoja de doble filo dorada, y otras dos cuchillas a sus laterales. Imposible de identificar si se trataba de una lanza o una alabada, pero poseedora de un nivel de detalles impresionante. Una que, ni siquiera se magulló cuando impactó contra la sólida roca.

Aún sin salir de su estupor, todos vieron una sombra caer segundos después. Una sombra que tomó el arma única y la arrancó del suelo como si fuese un mero palillo de dientes, antes de alzar su peligrosos filo hacia el rostro del traidor. Una sombra, que solo dejó escapar una palabras de rabia mientras apretaba los dientes. 

—Maldito laberinto...

—Kae... de... —Dejó escapa Ghost en un suspiro ahogado. 

Herrah recobró unos segundos de conciencia, al ver la brillante hoja dorada manchada en sangre, que se alzaba frente a la chica que ahora le daba la espalda, con su melena de hojas y su cuerpo atlético. Dispuesta a enfrentar al bastardo que causó tantos males en estas tierras. Sin embargo, en el rostro de la matriarca, solo se esbozó una sonrisa, mientras trataba de hablar con las fuerzas que cada vez eran más escasas en su cuerpo. 

—Lü Bu... bastardo... Je je... Veo que... estuviste ocupado...

—¡Su majestad! —Exclamó Kaede. —¡Conserve todas las fuerzas que pueda y manténgase detrás de mi!

Kaede no apartó la mirada del arácnido en ningún momento, a pesar que este se encontraba en un estado similar al shock, mientras sus ojos no se apartaban del arma de la joven frente a él. La reconocía... La había visto un par de veces antes... Y recordaba perfectamente lo letal que podía ser... Así como su portador. 

—Valla... Eso explica por que solo podía ver un tercio de mis tropas. Estuviste ocupada, jovencita.

La voz de Nosk recuperó su habitual malicia, mientras veía con satisfacción la sangre fresca aún sobre el arma de Kaede. Ella, al igual, portaba algunas heridas sobre su cuerpo, pero nada grave, y parte de su ornamenta de hojas, hacía sufrido cortes irregulares. Lo que se confirmaba con su agitada respiración. Sin embargo. 

—¡Nosk!

Una voz a espaldas del arácnido llamó la atención de todo, al ver a una insecto agitada seguida por un grupo de tejedoras enmascaradas. 

—¡Adia! ¡Llegas en el momento perfecto!

—¡Es suficiente, idiota! ¡Debemos irnos!

El arácnido la miró por unos segundos con disgusto, pero la expresión de Adia no tembló ante esto. Sus ojos estaban posados sobre el el gigantesco guerrero sin miedo alguno. Todo lo contrario. Era una mirada desafiante. Una mirada de alguien que no tenía miedo a desafiar a aquel que había acabado con el reinado de Herrah, las bestia. 

Sin embargo, fue Nosk quien dejó escapar un gesto de disconformidad, mientras fruncía el ceño del enojo, pero sabía que ella tenía razón. El enorme insecto simplemente alzó su enorme guadaña y la colocó sobre su hombro, mientras se daba vuelta hacia el grupo a su espalda. 

En su retirada, intercambió una última mirada con Ghost, quien apenas estaba logrando ponerse de pie, aún con la fatiga que la pérdida de sangre. Sin embargo, Nosk pudo verlo. Esa mirada vacía del fantasma hacia él. Ese rencor brotar de esas cuentas tan negras como la noche... Sin embargo.. Nosk solo sonrió ante lo que esto implicaba... Y siguió su camino. 

—¡No los dejéis escapar!

La voz de una de las tejedoras de capa roja se alzó entre la multitud, y las fuerzas de la guardia real embistieron a sus enemigas con brutal fiereza. Las traidoras, confundidas ante el repentino giro de los acontecimientos, alzaron sus armas de nuevo contras las leales.

El caos se esparció por la zona, mientras cada vez más la guardia real reclamaba su dominio sobre los traidores. Los últimos remanentes de una rebelión sin sentido, impulsada solamente por la avaricia de unos, y la sed de guerra de otros. 

Kaede se mantuvo firme, abatiendo con su mortal lanza a aquellas tejedoras desesperadas que creían que ejecutar personalmente a la moribunda regente de Nido Profundo y a su inconsciente prole sería el fin de sus problemas. Más, lo único que encontraron fue una muerte rápida y despiadada, por las cuchillas del arma de la guerrera de cabello de maleza. Un bastión impenetrable... Como su padre antes que ella. 

Herrah vio con cierta satisfacción la mortal danza que esa chica llevaba a cabo a su alrededor, pero las fuerzas en su cuerpo se disipaban como el polvo arrastrado por el viento. Sus piernas izquierda finalmente fallaron, cayendo a escasos milímetros del cuerpo de Hachi justo debajo. Y por mucho que hubiese querido permaneces erguida, su cuerpo se desplomó justo al lado de su hija, mientras su mano derecha dejaba caer la enorme aguja a un lado.

Con el último aliento, la mano de la gran tejedora se arrastró hasta el cuerpo de Hachi, mientras las lágrimas comenzaban a escurrir de sus tres pares de ojos. Lágrimas de madre. Lágrimas de dolor, de ver a su querida hija en ese estado.

Nada de lo que ocurría a su alrededor era importante. Ningunas de las armas chocando entre sí. Ninguna de las vidas traidoras que era cegadas. Ninguno de los gritos de sus seguidoras clamando por su nombre o rango, pidiendo desesperadamente que no las abandonase. Solo importaba el rostro de su pequeña, con los ojos cerrados apuntando en su dirección. 

La mano de Herrah, tambaleante, logró alcanzarla, y sus mortales manos de guerrera, ejercieron un toque gentil y maternal sobre el rostro de su prole. Su corazón, cada vez más errático, sintió un alivio primordial al sentir aún la respiración de su pequeña. Débil... pero viva. Y entre las pocas lágrimas que su cuerpo carente de líquido le permitía expulsa, Herrah esbozó una pequeña sonrisa. 

La última de todas. 

Un segundo antes que su mano cayese desplomada sobre el suelo, sin fuerza... Y su espíritu ascendiese al plano divino. 

Herrah, la Bestia... Finalmente había dado su último aliento. 


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