Cap. 31 - Enemigo de mi Enemigo
Galien, el enorme guerrero, se retorcía mientras hacía lo imposible por remover el líquido picante de su rostro. La irritación sobre su piel era abrumadora, lo suficiente para sobrepasar la hipnosis que se le había impuesto. Todo, en un desenfrenado frenesí, en la cual blandía su guadaña en todas direcciones, atravesando cuanta estructura tuviese la mala suerte de estar en su camino.
Mientras tanto, Sun Ce y Tobu se mantenía a la espera. De un momento a otro, el colosal insecto podría recuperar su estado anterior y volver a atacar. El general de Sendero Verde aún mantenía su postura de contrataque. A la espera, con espada en mano apuntando al frente, listo para atravesar la apertura tan pronto fuese revelado ante sus ojos. Tobu, a su lado, también adquirió una postura de guardia. Un simple vistazo, y Sun Ce supo identificar que esta tejedora era más que una simple cocinera.
Sin embargo, ambos dejaron de pensar y se enfocaron al frente, cuando por fin el enorme insecto detuvo su cólera desenfrenada, quedando completamente estático mirando hacia un costado. El momento había llegado.
—Mmmm.... interesante.
Tanto Sun Ce como Tobu quedaron extrañados. Esas palabras habían escapado de la boca del desenfrenado insecto. Ambos intercambiaron miradas por un momento, para comprobar si, definitivamente, su compañero había escuchado lo mismo. Sin embargo, su atención jamás se aparto del guerrero de la guadaña.
—Que sabor tan peculiar. El caldo tiene buen sabor, y la carne de cavasuelos tiene una textura exquisita. El picante es fuerte, pero no lo suficiente para hacer que el sabor del resto de ingredientes se vea opacado. Fascinante... Simplemente maravilloso.
Esto tenía que ser una broma. Era lo que el guerrero y la cocinera estaban pensando en estos momento, al ver a Galien disertar para si mismo mientras saboreaba el resto de ingredientes que aún remanecían sobre su máscara, ignorando completamente todo a su alrededor. Hasta que una de esas tejedoras enmascaradas se le acercó por la espalda.
—¡Tu! ¡Bestia! ¿¡Qué estás haciendo!? ¿¡Se te dio una orden! —Dijo la tejedora claramente enfurecida.
—¿Una orden? —Preguntó el guerrero con escepticismo. —Espero que disculpe el mal entendido señorita, pero Galien no sigue órdenes de nadie.
—¡Maldito inútil! ¡Obedece!
El tono extrañamente formal del que antiguamente era una bestia desenfrenada, no soló dejó aún más confundido a Tobu y a Sun Ce, sino que también irritó a la tejedora, al punto de alzar su agujar para azotar al guerrero y recordarle quien estaba al mando. Lo que ni ella, ni ninguno de los presentes esperaba, era que la guadaña de Galien sería blandida con una fuerza tal, que los dos trozos separados del cadáver de la tejedora enmascarada serían lanzado con brutalidad contra los muros de las cavernas, partiéndose en pedazos más pequeños ante la brutalidad del impacto.
Los ojos de Tobu casi se escapan de sus órbitas. Una cosa es ver estructuras siendo demolidas por tal brutalidad. Otra cosa muy diferente era ver a un cuerpo vivo ser despojado de la vida de tal forma. Sun Ce, en cambio solo frunció el ceño, ahora comprobando lo que tanto había temido. Ese guerrero que se hacía llamar Galien era mucho más peligroso de lo que realmente aparentaba. De hecho, apenas fue capaz de ver el trazo de su ataque, ahora que parecía tener el pleno control de su cuerpo y mente. El rostro de Galien, en cambio, solo mantenía una expresión neutra. Dubitativa. Por si haber segado una vida no le hubiese molestado en los absoluto.
Galien alzó la mirada, y trató de entender que estaba pasando a su alrededor. Tejedoras luchando contra tejedoras. Eso no tenía ningún sentido. Sin embargo, no era algo que realmente le importaba, y mucho menos su problemas. Su mente daba algunas vueltas entre sus pensamientos, pero había algunas lagunas que no era capaz de llenar. Como el hecho del por qué estaba allí en ese preciso momento. Sin embargo, su guadaña solo adquirió una postura más relajada, mientras caminaba con nada de preocupación hacia el guerrero que mantenía una postura defensiva hacia él, y la tejedora a un lado que parecía estar en algún estado de shock o algo similar.
—Saludos ciudadanos. ¿Les molesta si les hago una pregunta?
—¡No te acerques! ¡No se que demonios tienen en mente! ¡Pero no caeré ante estas patrañas! —Gritó Sun Ce a la defensiva.
—Eh eh. Tranquilo, buen señor. No quiero problemas. Empecemos con el pie derecho. Soy Galien, un guerrero nómada. Para servirle.
Si la situación antes era confusa, ahora lo era aún más, cuando incluso Galien hizo una pequeña reverencia ante los que antiguamente había enfrentado.
—¿Y qué haces aquí? —Intervino Tubo, con una mirada extraña. Como si tuviese algo en mente.
—Soy un guerrero errante. Siempre buscando los adversarios más dignos y los alimentos más exquisitos. Y debo decir, que me encantaría volver a probar tal manjar que ahora esta desperdiciado sobre mi rostro.
—Pues eso no será posible, bruto. Ya que arrasaste con mi puesto en tu desenfreno.
—¿Lo hice?
La cara de Galien mostraba su desconcierto. Incluso no dudó en darse vuelta y ver el desastre que había dejado a sus espaldas, aún cuando Sun Ce aún tenía la espada apuntando a su cuello. Era como si... ni siquiera lo viese como una amenaza.
—Oh, cuanto lo siento. Desconozco el cómo y el por qué hice tal agravio, pero si es cierto. Al menos debo pagarlo. —Galien revisa un poco su cuerpo, pero suelo deja escapar un suspiro de derrota. —Parece que he extraviado mi dinero. Supongo que deba haber alguna forma en que pueda compensarlo.
—Mmmm... De hecho... Puede que la halla. —Dijo la tejedora, con una extraña sonrisa en su rostro.
—Oye... ¿Que tienes en mente? —Preguntó Sun Ce preocupado.
—Puede que halla una forma... ¿Galien, verdad? ¿Ves esas tejedoras enmascaradas? Sería de mucha ayuda que las ¨aparataras del camino¨ —El guerrero alzó la mirada y vio su entorno, luego volvió la vista a la tejedora.
—Entiendo. Sin embargo, a pesar de mi deuda, no puedo simplemente cegar una vida por una petición. No es algo justo.
—¿Justo? Esas bastardas provocaron una guerra civil, y por su culpa, la hambruna ha matado a miles de inocentes. ¿De verdad crees que eso es justo?
Galien se sorprendió un poco por esas palabras, como si algo en su mente se hubiese activado. Tal vez algo que hubiese recordado, pero la duda aún era visible en su rostro. Hasta que dirigió su mirada al guerrero de Sendero Verde, cuya espada cada vez descendía más y más mientras la conversación carente de sentido para él avanzaba su curso.
—¿Es eso cierto? —Le preguntó a Sun Ce, quien solo asintió con la cabeza en respuesta, provocando en Galien un suspiro pesado. —Eso es una tragedia. ¿Cómo puede alguien atentar contra el futuro de su propio pueblo? ¿De su propios hijos?
Galien mostró una mirada triste y vacía, mientras alzaba la cabeza y se enfocaba en los diversos combates que se llevaban a acabo en la caverna. Su rostro mostraba una única expresión. Decepción. Mientras su puño se volvía más sólido sobre la empuñadura de su guadaña. Y entonces, otra largo suspiro escapó de su boca.
—Muy bien. Por más que no esté contento con la decisión, hay insectos que no merecen el perdón. ¨Que mi arma se alce en el nombre de aquellos que no portan la culpa.¨
Mientras esto ocurría, Hornet y Adia mantenían el combate singular. La tejedora, reducida por la poca efectividad de sus habilidades, por con la maestría de sus movimientos pulidos a la perfección. La agresora, con la ventaja de su equipo y la mentalidad firme en cumplir su objetivo. Su duelo había durado todo el tiempo que sus ojos se mantuvieron en contacto, y ya en ambas las marcas del cansancio comenzaban a afectar sus movimientos. Ignorantes de los cambios que se había producido en el campo de batalla.
—¡Mi señora! —La voz de una enmascarada se alzó de golpe, una vez el khopesh de Adia y la aguja de Hornet chocaron, haciendo que ambas retrocedieran para recuperar el aliento.
—¿¡Qué quieres!?
—¡Esa cosa! ¡No ha traicionado!
Adia ni siquiera fue capaz de preguntar, cuando un estruendo sacudió la cámara. La mente maestra de todo este abrupto plan, vio con asombro como decenas de sus lacayas que cubrían el paso de retirada alzaban vuelo, abatidas por una fuerza inconmensurable que arrasaba con todo a su paso. No necesitaba ver para saber de quién se trataba. No después de lo que dijo la tejedora.
—No hay nada más que hacer. —Dijo Adia, aparentemente sin importarle su derrota. —Ordena la retirada.
—¡SOBRE MI CADAVER! —Exclamó la tejedora de rojo. —¡SI CREES QUE VAS A HUIR DE MI DESPUES DE LO QUE HICISTE, ESTÁS MAL DE LA CABEZA!
—Oh... No te molestes de esa forma, princesita. Ya tendremos tiempo para jugar otro día. Además... Aun tengo uno regalo más para tí.
Hornet no supo a qué se refería, pero no le importaba. Su rostro mostraba verdadero rencor hacia esa bastarda que se refería a ella con tantas burlas. No descansaría hasta separar personalmente su cabeza de su cuerpo. Pero Adia tenía otros planes en mente.
Hornet vio como su oponente dio un potente salto hacia atrás, y se dispuso a seguirla. Mas, cuando vio como esta arrojaba esa extraña esfera que portaba en su mano e irradiaba esa luz pálida, supo que algo no estaba bien. Y estaba en lo cierto.
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Hornet no supo que pasó, pero sentía su cuerpo pesado. Esa cosa había generado algún tipo de explosión, pero sus ojos apenas eran capaces de adaptarse a la luz, y sus oídos estaban sofocados por un fuerte tinitos. Todo era confuso, y su mente no era capaz de estabilizarse del todo. Sin embargo, pasados unos segundo, y con la ayuda de un par de manos que sacudían sus hombros y una voz que le gritaba, la princesa de Nido Profundo poco a poco regresaba a la realidad.
—/$&net! ¡Hor)/t! ¡Desp/&$" #"&5emos que sal&%! ¡Ho$et! ¡Hornet! ¡Despierta, Hornet!
La princesa abrió los ojos, y su ceguera temporal poco a poco se desvanecía, revelando el rostro de Sun Ce a pocos milímetros del suyo, clamando por su nombre. Hornet no supo que estaba pasando, pero su cuerpo se sentía pesado y moverse le resultaba casi imposible. Solo sabía que estaba siendo cargada por los brazos del general, mientras trataba de saber que estaba pasando. Aunque las voces a su alrededor solo la atormentaban.
—Debemos llevarla con un médico.
—No se preocupe, mi amigo. Su mente divaga, pero su cuerpo se ve fuerte. Solo necesita tiempo para recuperarse.
—Carajo. Esto es un desastre, tenemos que salir de aquí.
—General. ¿Qué debemos hacer?
—¡Khan Hornet! ¡Khan Hornet! ¿¡Se encuentra bien!?
—Ella esta bien. La sacaremos afuera. Busque y saque a todos los heridos que pueda. Tenemos que movernos. ¡Soldados, ayuden a las tejedoras! ¡ Y traigan toda el agua que pueda!
—¡Si, general!
¿Qué estaba pasando? ¿Qué significaba todo ese alboroto? ¿Para qué necesitaban agua? Hornet no era capaz de encontrar respuestas a esas preguntas, y aunque sus sentidos poco a poco se iban recuperando, no era suficiente para poder tener una noción completa de la situación. De momento, solo podía sentir su cuerpo batirse, mientras los pasos de Sun Ce parecían llevarla a algún lugar. Un lugar, donde el calor que estaba sintiendo de repente se esfumó de su quitina.
Entonces, el general se detuvo y se dio la vuelta mientras su voz le daba órdenes a algunos de los presentes. Para este punto, ya Hornet fue capaz de recuperar todos sus sentidos. Sin embargo, hubiese preferido no haberlo hecho.
Cuando sus ojos aclararon la imagen, su corazón latió con dolor, al ver en descontrolado fuego pálido que se había extendido por las cavernas. Unas llamas blancas como la nieve, pero tan mortales como cualquier otro. Ciudad Komonosu estaba preparada para controlar los incendios, ya que sus estructuras de madera y tela eran altamente inflamables, pero en esta crisis, nada tendría una solución inmediata.
Hornet solo pudo apretar sus dientes de impotencia, viendo como los almacenes donde debía dirigirse ahora ardían en llamas. Y con ellos, la comida que había dentro.
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