Cap. 26 - Estallido

Se oyen extraños ruidos, provenientes de las zonas más profundad de la ciudad de Komonosu. Su forma cilíndrica ascendente, le da un efecto similar a un instrumento de viento, cuyas notas viajas estridentemente a través de todo el conducto metálico. La gran diferencia, es que los sonidos provenientes del fondo de la ciudad son mucho más caóticos. 

Hornet, Hachi, Kaede, Bretta, Sun Ce y Ghost se alarmaron ante el escándalo, incapaces de saber, como el resto de bichos presentes, que estaba pasando exactamente. Estaban a punto de terminar con los bocadillos, pero tuvieron que dejar las últimas sobras a un lado para correar y descubrir que estaba pasando. 

Todos se asomaron al saliente, mirando descendientemente, pero lo único apreciable era miles de bichos corriendo de un lado para el otro, pero nada que les pudiera dar una pista, cuando un pensamiento aterró la mente de varios de los presentes. 

Nido Profundo estaba al borde de un estallido civil por la crisis alimenticia, pero eso no tenía sentido. Las raciones que ayer llegaron debieron haber sido repartidas en la población, lo cual debió, al menos, haber calmado el descontento social, aunque sea un poco. Entonces... ¿Por qué? ¿Qué estaba pasando?

—Demonios, tenemos que avisar de esto. Hornet, ve y avisa a madre de inmediato. 

—¿Qué piensas hacer? No quiero que hagas nada estúpido. 

—No lo haré. Pero debemos descubrir que pasó antes que halla peores consecuencias. Ghost-dono, Sun Ce-dono, Kaede-dono, Bretta-san. Por favor regresen al palacio con mi hermana. 

—Hachi-dono. No puede ir sola. Aún se está recuperando. —Bretta trató de hacerla entrar en razón. 

—Estoy de acuerdo. —Intervino el mayor de los Sun. —Debo ir con mis tropas y cerciorarme que todo esté bien.

—Vallan. —La voz de Ghost, aunque poco estridente, no pasó desapercibida. —Yo la acompañaré.

La tejedora blanca y todos los presentes miraron al fantasma, mientras este miraba hacia Hachi con cierta determinación en sus ojos. Hacerlo cambiar de parecer no era una opción. Eso fue algo que quedó bien claro.

—Voy contigo, hermanito. 

—No, Kaede. Regresa al palacio y protege a Bretta-san.

—Pero... Yo también puedo luchar... si me dan un arco yo podría... yo podría.

—No hoy, Bretta-san. 

La voz del propio Ghost fue la que detuvo la determinación de la escarabajo. Si bien era cierto que Bretta había estado practicando con el arco durante un tiempo considerable, estaba muy lejos de ser capaz de usarlo en un enfrentamiento. Mucho menos, ser capaz de matar a alguien en el proceso. Sin embargo, Ghost no retrocedió, incluso cuando Bretta se desinfló sobre sus hombro. Sin embargo, todos entendían la decisión del fantasma. 

—Vamos, Bretta-san. En otra ocasión será. 

—Si....

Sentirse inútil deja un amargo sabor de boca, y una sensación de impotencia en el medio del pecho. Sin embargo, todo tiene su momento, y todos tenemos nuestro propósito. Y en esa ocasión, el propósito de Bretta distaba mucho de cualquier conflicto. Al menos por el momento. 

Sin más vacilación, cada cual tomó su camino. El general Sun Ce se dirigió a las afueras de la ciudad, donde sus tropas descansaban, ignorantes de lo que sucedía en el interior de la urbe. Hornet, Kaede y Bretta se fueron a toda prisa hacia el Salon de Guerra, donde ya los primeros mensajeros estaban informando sobre diferentes disturbios en las zonas más profunda de la ciudad, aunque se desconocía el motivo. Y finalmente, Hachi y Ghost descendía a paso ligero a los niveles inferiores. 

Con su habilidad arácnida, Hachi era capaz de descender por las paredes sin muchos problemas, siendo capaz de encontrar las pequeñas fisuras sobre la roca y madera para asegurar sus patas. Ghost, en cambio, daba potentes saltos entre estructura y estructura, algunos de incluso cinco o seis veces superior que su propia altura, pero cayendo siempre con una elegancia imposible para su tamaño. 

—Hachi. 

La voz del fantasma llamó a atención de la tejedera, quien alzó la mirada, y vió dos objetos metálicos volar suavemente hacia ella en pleno descenso. La araña la tomó con sus patas, y abrió los ojos con preocupación al ver de qué se trataba. Eran dos de las dagas ocultas de Ghost. 

—No... No puedo usar esto... Es mi pueblo... No puedo lastimarlos. 

Hachi lo miró suplicante, pero la mirada de Ghost era fría e inamovible, algo que despertó en la tejedoras un temor que jamás pensó experimentar. 

—No puedo garantizar que ellos piensen lo mismo de ti. 

—Pero... Yo... Yo...

Ghost no devolvió otra respuesta. No necesitaba hacerlo. La tejedora no podía ignorar la realidad por mucho que quisiera hacerlo. Hachi miraba las dagas, sabiendo que las palabras de Ghost no carecían de razón, pero no por eso menos dolorosas, de tan solo hacer la idea de tener que lastimar a alguien. 

—Está bien. —Dijo aún con dudas. —Pero nuestra prioridad es saber que está pasando... No lucharemos de no ser necesario. 

La tejedora le dedicó una mirada fulminante al fantasma, quien entendió de inmediato su significado. ¨Esta es mi gente, y la protegeré a cualquier costo.¨ Ghost solo asintió con la cabeza, mientras ambos se colocaban sus capuchas sobre la cabeza para ocultar sus identidades. Una vez que llegasen a los pisos inferiores, estaban en territorio hostil. 

Hachi y Ghost aterrizaron en una superficie de las niveles inferiores, donde los gritos, el caos y la conmoción eran más notorios. Se ocultaron entre las sombras, mirando con preocupación todo lo que ocurría. 

La revuelta, formadas por civiles en su mayoría, se abalanzaba sobre las zonas superiores de la ciudad. Habían varios edificios en llamas, cuerpos tirados por las calles, pero los heridos eran muy superior a los fallecidos. Los civiles, armados con palos y herramientas de trabajo, se enfrentaban a un cordón creado por la milicia local de tejedoras. Al parecer, algún oficial fue capaz de reacción rápido cuando todo estalló, pues las noticias no pudieron haber llegado tan rápido al Salon de Guerra. 

—Tenemos que movernos. Evitemos las calles principales. 

—Te sigo. 

La tejedora tomó el liderazgo, y ambos se adentraron en las zonas más oscuras de la ciudad evitando a toda costa los grupos de ciudadanos enfurecidos, que marchaban decididos a unirse a los otros que ya estaban luchando al frente. Todos, gritando coléricos en contra de la opresión de las clases más pudientes y el cómo todo esto fue culpa suya. 

Aunque no era información precisa, al menos pudieron determinar que la hambruna debió haber sido el motor principal del estallido de esta revuelta.

—No tiene sentido. Las raciones fueron repartidas por toda la ciudad. ¿Cómo es esto posible?

—Vamos. Debemos seguir buscando. 

—¿Dónde... Dónde deberíamos ir? —Ghost lo pensó un momento, y se le ocurrió una idea.

—¿Dónde guardan la comida?

—Deben haber almacenes en cada nivel de la ciudad. Supongo que es el mejor lugar para saber que está pasando. 

—¿Sabes donde están?

—Si, vamos. No están lejos. 

Una vez más, los dos se infiltraron cada vez más profundo en las zonas oscuras de la ciudad, evitando las patrullas de ciudadano furiosos que cada vez eran menos frecuentes. Y finalmente lo divisaron, una enorme estructura que se alzaba sobre las demás, la cual tenía entre varias cosas destacables, un par de silos para granos. Ese era. 

—Allí. Estamos cerca. 

—Debemos entrar. 

—Por el techo. Sígueme.  

La tejedora lanzó su tela hacia una superficie y la usó para recortar distancia increíblemente rápido, siendo capaz de alcanzar el techo de la estructura casi de inmediato. Muy diferente a Ghost, quien si tuvo que usar sus afiladas garras para trepar y evitar quedarse pegado en las telas de araña ocasiones que encontraba en su camino. Algo que le tomó bastante tiempo.

—Te tomaste tu tiempo. —Dijo la tejedora algo inquieta. 

—Esa tela es demasiado útil.

—Ventajas de ser tejedora. Ahora vamos. No perdamos el tiempo.  

No tardaron en encontrar una entrada, y ambos se adentraron en el silente lugar, solo para llevarse una desagradable sorpresa. Una que ya ambos se estaban imaginando. El almacén estaba completamente vacío. 

—No puede ser... ¿Dónde están las raciones? —Mencionó preocupada, mientras Ghost analizaba el piso de edificio. 

—Este lugar ha estado inactivo al menos una semana. 

—Imposible. Eso significa entonces que... 

La voz de la tejedora es interrumpida cuando siente el crujir de una puerta cercana. Ambos se dan la vuelta, atentos y con las manos sobre las armas ocultas, listos para enfrentar a cualquier enemigo. Sin embargo, lo único que les causó fue confusión, al ver que se trataba de un tejedor de muy avanzada edad, que incluso con seis de sus ocho patas, debía usar un bastón entre sus manos.

—Ustedes... ¿Qué hacen aquí? —Preguntó enojado, pero su figura no daba muestra de amenaza alguna, lo que permitió a Hachi y a Ghost relajarse.

—Nosotros... Solo queríamos algo de comer, señor. —Habló Hachi con una educación poco habitual en esa zona, lo que se ganó una ceja levantada por parte del viejo insecto. 

—¿Acaso son tonos o que? Este lugar ha estado vacío por casi un mes. ¿Debajo de qué piedra han estado viviendo para no saber eso?

—Lo... Lo sentimos. Es que como escuchamos que Sendero Verde había enviado comida. Pensamos que podríamos obtener un poco. —El viejo solo resopla con enfado. 

—Si. La caravana llegó con comida. Pero nunca llegó aquí abajo. Esos bastardos de los niveles superiores se la quedaron toda para ellos. 

—No puedes ser. Esas raciones debían haber sido distribuidas por toda la ciudad. 

—Ja... Eso mismo pensamos todos. Y quedamos como unos idiotas, creyendo que esa escoria monárquica se preocuparía por nosotros. A ellos solo les importa llenar sus barrigas y nada más. 

Ghost mira a Hachi por un segundo. Las palabras del viejo insecto la llenaban de furia e impotencia. No estaba molesta por lo que él decía, sino por los hecho. Como princesa era su deber preocuparse por su gente y les había fallado. En mayor parte, su furia era dedicada hacia si mismo, hacia su incapacidad. 

Sin embargo, su frustración y pensamiento de autoculpa fueron detenidos, cuando una mano amiga se apoyó sobre su hombro. Hachi giró la cabeza, y vio una gran mano apoyada sobre su hombro derecho. Alzó la mirada y se encontró con el rostro de Ghost, que incluso tras esos ojos casados era capaz de mostrar su apoyo. Algo que la tejedora agradeció en ese momento. 

—Ustedes dos... Si quieren algo de comer, van a tener que unirse al resto. Aquí les puedo asegurar que no encontrarán nada. 

—Está bien señor. Gracias. 

Esta vez, fue la voz de Ghost quien tuvo que alzarse, pues Hachi solo podía apretar sus dientes y puños ante la impotencia. Preguntándose, el por qué de todo esto. El insecto anciano salió del lugar, a un paso mucho más lento que cualquier otro. Era como si... ya estuviese en sus últimos días. Tal vez por la edad... Tal vez por la inanición. Dejando atrás, un sepulcral silencio.

—¿Estás bien? —Preguntó el fantasma, tratando de hacer que la tejedora recuperase algo de compostura. 

—No... No lo estoy... Esto es mi culpa... Todo esto. Por mi inaptitud. —Ghost solo se mantuvo callado, pero aún apoyando su mano sobre el hombro de la tejedora. —Es mi deber. Ya sea Hornet o yo la futura reina, es mi responsabilidad... Mi gente. Y les fallé... Y ahora todos están sufriendo por mi nuestra culpa... Por mi culpa. 

—No es tu culpa. —El momento de intervenir había llegado. 

Hachi alzó la mirada, tratando de buscar consuelo en los ojos del fantasma. La expresión de Ghost eran tan sombría como siempre, pero ahora algo de empatía se asomaba por las cuencas de sus ojos. 

Él, más que nadie en estas tierras, sabía lo que era sentir el peso de que un pueblo sufriese. Su propio pueblo. Él era un niño. Él sabía que en aquel entonces, no había nada que pudiese hacer para evitar tal destino. Pero eso no lo hacía menos doloroso. Aún así, si algo Ghost también sabía, era lo mucho que esa impotencia lo había consumido. Y lo menos que quería era que Hachi sufriese algo similar. 

Sin embargo, Hachi bajó la mirada en derrota. El daño ya estaba hecho. Tejedoras enfrentando a tejedoras en una batalla campal dentro de su propia ciudad. Algo así no había pasado en generaciones, y eso era algo que la carcomía desde su corazón. Sin embargo, debía ser fuerte... Pero... ¿Cómo?

Los ojos de la tejedora se abrieron con vergüenza, cuando sintió la otra mano de Ghost acariciar su cabeza. El fantasma no estaba muy seguro de lo que estaba haciendo funcionaría, pero cada vez que Kaede trataba de calmarlo tras una pesadilla de esta forma daba resultado de algún modo. Supuso que, podría tener un efecto similar en ella. Y en parte, razón no le faltaba. 

El enojo y la furia de la tejedora poco a poco se fueron remplazando por vergüenza y una sensación de calidez. Que el insecto que te guste te trate como si fueras una niña pequeña no es la sensación más armoniosa de todas, pero Hachi conocía lo suficiente a Ghost como para saber que lo que hacía, lo hacía de corazón. Aunque eso no lo hacía menos vergonzoso. 

Poco a poco, la tejedora se fue calmando, y su pena se fue convirtiendo en un remanso de paz. Su mente encontró la calma en las caricias que el fantasma proporcionaba entre sus cuernos, y los pensamientos que nublaban su mente fueron fraccionados a problemas más concretos, con soluciones más específicas. 

—¿Mejor? 

—Si... Gracias. 

—Me alegra saberlo. 

—Supongo que ofuscarse no ayudará en nada... Esta bien... Tenemos que movernos. 

—¿Tienes una idea de que hacer?

—Una pista. Si queremos saber por qué esto está pasando, tenemos que ir a ver al capitán Dirge. 

—¿Al que le encargaste la tarea de distribuir las raciones?

—El mismo. Solo él podrá darnos una pista. 

—Muy bien. ¿Hacia donde?

—Arriba. Los nivel superiores y... Mmmmm... ¿Podrías dejar de acariciar mi cabeza? Es algo vergonzoso.

—Lo siento. —Dijo mientras concluía el gesto. —¿Te sientes mejor?

—Si... Gracias. 

—Me alegra oírlo. Vamos... No tenemos tiempo que perder. 

Mientras tanto, la situación era igual de preocupante en otras zonas de Nido Profundo. Sun Ce, acompañado de una turba de civiles asustados, se dirigía hacia la salida de la ciudad. La noticia se esparció más rápido que el viento, y todos aquellos que temieron por sus vidas y las de sus allegados prefirieron abordar los oscuros pasillos de la zona que permaneces en la ciudad. 

El general no demoró en alcanzar el exterior de la ciudad, donde el campamento de musgosos soldados había sido instalado para su estadía durante estos días que la delegación permanecería en ciudad Komonosu. Sin embargo, todos estaban alertas, con sus escudos y aguijones en mano, pendientes a la turba de insectos que escapan de la ciudad, pero que los ignoraban por completo. 

—¡General! ¡Por aquí!

Sun Ce alzó la mirada entre la multitud, y vió a uno de sus hombres llamándolo. El general era grande y fuerte, y no le costó trabajo abrirse paso entre la multitud que corría en desbandada hasta llegar a sus soldados, los cuales estaban formados en una improvisada formación de muro de escudos. 

Sun Ce, se abrió paso entre los escudos, hasta que finalmente alcanzó la seguridad del centró, donde los oficiales presentes trataban de encontrarle un sentido a todo este caos. 

—General. ¿Qué está pasando? Todo empezó demasiado rápido. 

—No lo sé, teniente. Las cosas simplemente se volvieron caóticas en los pisos inferiores. No se nada más. 

—Están huyendo... ¿Por qué? 

—Un estallido civil al parecer. Nos enteramos que Nido Profundo estaba al borde del colapso por la falta de alimentos. 

—Pero las raciones... Eso debería haber mermado las hostilidades. No tiene sentido. 

—Yo tampoco lo entiendo, teniente. Tal vez no fueron suficientes. Tal vez algo más pasó.

—¿Qué debemos hacer, capitán? —Esa era una muy buena pregunta. 

—No podemos intervenir en asunto internos de Nido Profundo. Eso se vería como una posible agresión, más en estos tiempos tan delicados. 

—Entonces deberíamos marcharnos lo antes posible. ¿Dónde está Ghost-sama?

—¿Ese tonto? Haciendo una tontería sin lugar a dudas. 

El teniente no hizo más preguntas, más preocupado por sus propios hombres que por la situación del reino. Sun Ce, en cambió miró de nuevo a la ciudad con preocupación. Luego, giró su vista, solo para encontrarse a miles de rostros aterrados, temerosos de perder el lugar que por tanto tiempo llamaron hogar. Los civiles que habían huido, poco a poco se aglomeraban en las inmediaciones. Sun Ce, solo pudo suspirar ante la idea que cruzó su mente. 

—Teniente, que cuatro insectos me acompañen. Al resto, proteged a los civiles y evitad cualquier catástrofe. 

—¿General? ¿Piensa volver a entrar en la ciudad? Eso es una imprudencia.

—Puede ser. Pero no puedo quedarme de brazos crusados y solo espera. 

—Entiendo señor. ¡Sargento Jun! ¡Tome a sus hombres y protejan al general con su vida! 

—¡Si, señor! —Exclamó enérgicamente el insecto antes mencionado.  

—¡Al resto! ¡Ya sabéis que hacer! ¡En marcha!

EL general, seguido por los cuatro musgosos armados, se adentraron una vez en la ciudad rumbo a la Sala de Guerra. Sun Ce lo meditó por unos minutos, y tenía que proteger esta alianza para evitar otra catástrofe. Otra guerra por comida. Perder a otro miembro de su familia. 

Así que su rumbo ya estaba marcado, protegido por sus soldados adentrándose, corriendo en contra de la corriente de insectos que solo querían huir, para salvar sus vidas. La Sala de Guerra estaba no estaba lejos, pero era un camino peligroso, a medidas que los conflictos de la creciente guerra civil cada vez subían más y más los niveles de la ciudad. 

Lo que Sun Ce ignoraba, era que a aquellas a quienes buscaban, no se quedarían de brazos cruzados a esperar que este crisis se solucionase sola. En medio de la Sala de Guerra, las líderes de Nide Profundo llevaban un acalorado debate, mientras los informes llovían sobre ellas como una descarga constante de malas noticias. 

—Las indulgentes han llegado al tercer nivel. Nuestras fuerzas se están viendo superadas en número. 

—El fuego de los niveles inferiores se está extendiendo demasiado rápido. Es solo cuestión de tiempo que alcancen los niveles superiores.

—Varios sectores han caído. El capitán Dirge solicita refuerzos en el subsector ocho. 

Los informes de las mensajeras no cesaban, mientras tres cabeza hacían lo posible por buscar una solución. 

—Esas bastardas. Deberíamos enseñarles lo que pasa por desafiarnos. —Un muy molesto Nosk no dejaba de llamar a la violencia y al derramamiento de sangre. 

—Es nuestro pueblo. No podemos hacer eso. —Mientras una Hornet trataba de llamar el sentido común. —Madre, debe de haber un motivo. Esas cargas de raciones no pueden haber desaparecido simplemente. 

—Lo se, hija mía. Pero desconocemos que pudo haber ocurrido. Sabíamos que esto ocurría, pero no contábamos con que alguien sabotearía la entrega de raciones. 

—Es inútil, mi reino. Hemos tratado de todo. Le prometimos que daríamos raciones asignadas a los niveles superiores, pero simplemente no escucha. Esas bastardas no se merecen su misericordia. Deme la orden y yo haré que caiga sobre ellas el peso de mi guadaña. 

—Nosk-dono... No es momento para pensar en matarnos entre nosotras. Tenemos que hacer que el pueblo nos escuche. 

—Eso es lo que hemos estado haciendo durante todo este tiempo. Pero no quieren escucharnos. Ya el momento de las palabras concluyó. Ahora es el momento de usar el puño.

—Es suficiente, general Nosk. —La voz de Herrah cayó la discusión. —No podemos usar la fuerza contra nuestro pueblo... Pero... Nos estamos quedando sin opciones. 

—Madre....

—General. Espera afuera por instrucciones. 

—Si, su majestad. 

El enorme insecto asintió con un saludo, y se dió la vuelta lentamente, mientras le dedicaba a la tejedora roja una macabra sonrisa de victoria. Algo que Hornet vio con rencor y desprecio. 

—Madre, no puedes escucharlo. Ese insecto está obsesionado con... la maldita guerra y la muerta. 

—Puede ser, hija mía. Pero su historial habla por su cuenta y su efectividad. —Hornet solo apretó los dientes. No tenía forma de refutar eso. 

—Solo... debe haber otra manera...

—Rezo a los dioses porque así sea. ¿Dónde está tu hermana?

—Hachi bajó a los niveles inferiores. Está tratando de descubrir qué está pasando.

—Esa insensata. ¿Cómo se le ocurre algo tan temerario?

—Idéntica a ti, supongo. 

La gran matriarca solo pudo dejar escapar una sonrisa por el comentario, pero luego su expresión se tornó oscura, al recordar el problema que tenía entre manos. Herrah trató de pensar en una solución, cuando la repentina llegada de una mensajera llamó la atención de ambas tejedoras. 

—Mi señora. Las insurgentes traspasaron el nivel ocho. El capitán Dirge solicitas refuerzos de inmediato. No podrán resistir mucho más. 

—Demonios. Se nos acaba el tiempo. Hornet, prepara a la Guardia Roja. Tenemos que hacer algo antes que...

—¡Mi señora! —Una segunda mensajera ingresó sofocada en el lugar. 

—¿Qué ocurre?

—El general... El general Nosk partió del palacio con varias fuerzas de reserva. Se dirigen al... al nivel nueve a apoyar al capitán Dirge. 

—¡Demonios!

—Madre...

—Lo siento, Hornet. ¡Llamen a toda la Guardia Roja! ¡Y traigan mis agujas!




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