Cap. 1 - Venganza
Los pasos hacía eco en las intrincadas calles de Bocamatsu. La noche era oscura como el abismo mismo, y la silueta de Ghost desaparecía por instantes a la vista de todos. Nadie estarían tan descabellados como para caminar a esas altas horas de la noche, con temor a sufrir un destino peor que la muerte.
Sin embargo, allí iba. La rencarnación de la venganza y el sufrimiento he carne y exoesqueleto. Un fantasma del pasado que había venido a proclamando el augurio de nuevos y peligrosos tiempo. Su andar, mas no carecía de propósito, pues sus atléticos pies eventualmente a una tienda. Una tienda que muy bien conocía, y que de forma imprevista, aún seguía en pie tal y como sus recuerdos la describían.
A pesar de la hora, Ghost abrió la puerta lentamente. Era increíble como todo parecía estar en el sitio exacto donde lo recordaba. Un fragmento del pasado que se había congelado en el tiempo. No como esa podredumbre que ahora rodeaba lo que antes fue un próspero y bello lugar. ¿Qué pensaría su padre si viese lo que queda de su pasada gloria?
Sin embargo, si los pensamientos de Ghost eran correctos, lo mejor sería no atreverse a molestar al propietario. Un ser que podría ser tomado a la ligera, pero que era mejor no molestar. Así que simplemente se sentó con las piernas cruzadas sobre el piso, y esperó. Si a quien buscaba aún estaba vivo, ya debería haberse dado cuenta de lo que sucedía. Y así fue.
— ¿Quién eres, y qué haces aquí? —
Ghost respiró con pesar, pues no necesitaba abrir los ojos para saber del peligro que amenazaba su vida. Sus ojos se abrieron lentamente, y vio a escasos centímetros de su rostro, el filo de una gran katana, el cual reflejaba la poca luz de luna que ingresaba al interior. Y detrás de tan poderosa y monstruosa arma, aquel a quien estaba buscando.
El príncipe lo vió. Un rostro desconfiado como solo él podría serlo. Pequeño, pero cuyo pasado hablaba de campañas y conquistas que nadie sería capaz de imaginar. Uno que sujetaba esa gran katana como si fuese un delgado tallo de bambú, y que sabía blandir como nadie en estas tierras sería capaz. Y solo entonces, Ghost removió su capucha, permitiendo al comerciante ver su rostro.
— Ha pasado tiempo, Sly-dono. —
Los ojos de la mosca se abrieron como platos al percatarse de quién se trataba. Tardó unos segundos, pero ese rostro, aunque alargado y fino, aún tenía la marca de aquel pequeño mocoso que lo molestaba una que otra tarde. Aunque la mayor diferencia, era que toda esa alegría se había esfumado de sus rasgados ojos.
— Ghost... sama. — Murmuró, lo único que pudo hacer con su asombro, mientras apartaba la katana del rostro de su antiguo señor. — Está... Está vivo. —
— Eso parece. —
— ¿Cómo...? Pensábamos que... Que había muerto... Nunca supimos nada de usted. —
— Han pasado muchas cosas, Sly-dono. Pero por desgracia, no tengo tiempo para explicar. Hay alguien a quien estoy buscando, y necesito información. —
Ghost no perdió el tiempo, y sacó de abajo de s capa una pequeña bolsa con Gen, el suficiente para adquirir la información que necesitaba. Después de todo, Sly era un bicho de negocios, y la moneda era su mayor debilidad. Aunque ni el propio Ghost esperaba una respuesta diferente por parte del comerciante.
— Guarde eso, Ghost-dono. Le debo demasiado a vuestro padre para aceptar tal trueque. Acepte mi más sincera ayuda por esta vez, y mis disculpas. —
— No hay nada que disculpar. — Dijo mientras guardaba la bolsa de Gen. — Lo que pasó hace siete años nadie hubiese sido capaz de evitarlo. Aunque tomaré su oferta. Estoy buscando a alguien. Un capitán. —
— No debe decir más. Se muy bien a quien esta buscando. Y debo decir, que lo que piensa hacer es una locura. —
La experiencia no es una simple herramienta. Es sabiduría, y alguien como Sly rebordaba de la misma. No había que ser muy listo para saber a quien Ghost estaba buscando. Ni tampoco para saber que tenía en mente.
— El insecto que busca se llama Nokibura. Capitán de la Guardia de la Santa Fe, y venerado del Culto del Alma. Vive en una villa ostentosa de Ciudad de Lágrimas, en la parte noble de la ciudad. Llegar a él... es un suicidio. Y hacer lo que tienes en mente... una condena de muerte. —
Las palabras del comerciantes fueron duras como el acero, pero la voluntad de Ghost parecía ser inmune a todo tipo de amenazas. Sus ojos no temblaban ante la posibilidad de muerte, y su mirada fria se posaba sobre la mosca sin titubear. Una mirada que hizo entender a Sly de inmediato, que no sería capaz de hacerlo cambiar de parecer, bajo ningún concepto.
— Agradezco su ayuda, Sly-dono. Pero tengo una senda que seguir. —
Ghost se puso de pie y se dió la vuelta. Ya tenía todo lo que necesitaba para seguir con su camino, y no dudó en abrir la puerta para marcharse, mas la mosca aún tenía algo que decirle.
— ¿Y que hay después de esa senda, Ghost-sama? —
El príncipe se detuvo por un instante. El marco de la puerta sobre el cual su mano se apoyaba, reflejaba la luz de luna, así como su rostro plateado que pronto fue cubierto con su oscura capa. Como un espectro nocturno. Un ente de la noche. Un fantasma.
— Vacío. —
Fue la única palabra que dijo, antes de esfumarse como el viento, dejando una sensación de soledad en el recinto dentro del cual se encontraba. Sly miraba ahora hacia el exterio, la calle vacía de medianoche. Sus pequeños pasos lo condujeron hacia la salida, donde miró a todos lados, pero no vió más que sombras y silencio. Solo la luz de la luna que apenas era capaz de ingresar en las caverna. Y tras un largo suspiro, regresó al interior de su hogar hasta el próximo día.
Cuando el sol volvió a alzarse sobre el panorama, todo Hallownest regresaba a la vida. Las fronteras entre los reinos jamás detenían su constante vigilia, mas sabiendo que un ataque enemigo podía aparecer en cualquier momento.
En la Ciudad de Lágrimas, la mañana anunciaba el ajetreo y el reinicio de la economía. Los puestos y tiendas abrían sus puertas temprano. Los olores de comida saturaban el ambiente, así como el grito de los pregones y voceros gubernamentales. Una ciudad llena de vida e insectos que aparentaban cierta felicidad, no como las podridas calles de Bocamatsu.
O por lo menos eso aparentaban las rutas principales, pues si uno se atrevía a ir a los barrios más pobres y marginales, se encontraría con un panorama no muy diferente al de Bocamatsu. La falta de leyes hacía de sus podridas calles un lugar perfecto para la proliferación del mercado negro, la venta de sustancias, el contrabando y muchos otros negocios que ponían a flor de piel la verdadera crueldad de una sociedad corrupta.
Vagabundos errantes, como almas perdidas en el purgatorio. Cuerpos desfallecidos en las esquinas o basureros, raquítico tras los días sin ingerir alimentos. Algunos, incluso ya exudando era desagradable olor a descomposición, tras los varios días de haberse vuelto cadáveres que a nadie le importaba. Sin importar la especie, el genero, o la edad.
Sin embargo, el contraste entre tal vertedero y la zona noble era descomunal. Allá, donde las altas esferas se regocijaban sobre sus riquezas y bienes, las condiciones de vida superaba por mucho las necesarias para que un ser vivo pudiese tener una vida acomodada.
No era raro ver enorme villas que parecían palacios. Calles adoquinadas y limpias como la roca recién pulida. Insectos de un mayor estatus social, caminando sin ningún tipo de preocupación por las avenidas, seguros que los productos que tenían a su disposición eran de la más alta calidad, y que los guardias de la policía local estaría dispuesto a protegerlos a toda costa. Una vida sin miedos... Sin dolor.
Aún así, el ciclo del día no le interesa nada de eso, y la noche llega de igual manera para todos, aunque en los barrios acomodados y nobles, los farolillos desafían la oscuridad de las calles y portales. Algo que no ocurre en los barrios bajos de la ciudad.
En ese preciso momento, un insecto de peculiar carácter, y despojado de su armadura, permanecía frente a su escritorio, revisando reportes y documentos de cosas que le parecían banales y sin importancia. Pero que tenía que comprobar de que nada se saliese de la norma.
Era la rutina de cada día. Este se encerraba en su despacho después de la cena, y pasaba alrededor de una hora revisando los reportes. La mayoría de pequeños incidentes ocurridos en las zona residencia, aunque los que mayor llamaban su atención era de aquellos oficiales de la zona noble. Estaba sentado, sobre su cómoda silla, recostado y con un panfleto en la mano. Cuando la puerta de su despacho se abrió, e ingresó una sirvienta con una bandeja en la mano.
— Aquí está su té, Nokimura-sama. —
La voz de la joven era sumisa y no alzada de tono. La voz de alguien que ha vivo en la servidumbre por tanto tiempo. El oficial agarró el taza y le dió un sorbo, y de haberse encontrado en otro lado, hubiese escupido la bebida y tirado el resto al piso. Pero no en su despacho, aunque la cara de asco que puso fue claramente visible.
— Esto es una porquería. Vete y haz un té decente. — Dijo enojado mientras colocaba la taza con fuerza sobre la bandeja, y pobre de la joven si de casualidad se resbalaba y caía al suelo.
— Si... De inmediato, Nokimura-sama. —
Y con la voz apagada y la cabeza baja se retiró del lugar, no sin antes cerrar la puerta con delicadeza, temerosa a que el menor ruido pusiera a su señor de mal humor. Una pena. Ese era un té realmente delicioso, pero ese bastardo no podía importarle en lo más mínimo. Y así fue, pues sus ojos de volvieron a centrar en el manuscrito que portaba en su manos, indiferente de lo que había hecho... y de la sombra que lo acechaba.
Justo encima de su cabeza, como vampiro acechando a su presa, una silueta encapuchaba se mantenía inerte sobre las vigas de madera del techo. Un lugar donde la luz del farolillo apenas llegaba. Un lugar donde podía ver a su presa, buscando el momento exacto para lanzarse sobre ella sin ser visto. Momento que justo había llegado.
La sombra cayó desde la altura, pero su aterrizaje fue tan silente como la respiración de un cadaver. Su holgada capa cayó justo detrás, tan suave como él mismo había caído, como si él mismo fuese la oscuridad y el silencio materializados.
El capitán ni siquiera notó su presencia, y esa tan cómoda silla sobre la cual descansaba, no le permitiría ver a la sombra que calló a su espalda. Un ser, cuyos ojos vacíos no mostraban expresión alguna, pero su alma estallaba en rabia por su víctima.
"Recuerda, Ghost. Es responsabilidad del cazador darle a su presa
una muerte rápida e indolora. "
Un eco de su pasado vino a su mente, y las palabras del que llamó mentor retumbaron en su cabeza. Palabras que seguiría al pie de la letra.
Un ser más pasional hubiese molido a golpes a aquel que le arrebató la vida de su padre frente a sus ojos. Hacerlo sufrir. Hacerle experimentar el dolor carnal más agonizante que pudiese ser capaz de inferir. Pero no aquel que ahora había encontrado su tan esperado momento.
La mano izquierda se alzó, y en un movimiento imposiblemente rápido, la boca del capitán fue sellada, incapaz de gritar o pedir por ayuda. Aunque esto solo era un seguro, pues la daga que Ghost portaba en su otra mano se enterró de inmediato sobre su garganta, haciendo que el gesto de hablar ya fuese imposible de por si. Una muerta rápida... y tal vez indolora.
Las manos del capitán ni siquiera fueron capaces de hacer algo para defenderse, y ahora caían sin vida apuntando hacia el suelo. Los papeles que portaban cayeron sobre el suelo, regándose de forma aleatoria sobre la superficie de madera. Ghost retiró su mortal daga, en un movimiento limpio que apenas salpicó sangre alguna. La limpió con las ropas de su víctima, y las volvió a esconder debajo de su capa.
Estaba hecho. Su venganza había sido perpetuada. Una carga que cayó de sus hombros, pero que ahora dejaban un vacío carente de sentido para él. Su mirada se volteó ligeramente hacia un lado, donde algo que había visto desde que llegó llamó su atención. Su lento andar lo condujo hacia un escritorio, donde usa hermosa katana descansaba como un trofeo. Menudo desperdicio para un arma tan majestuosa. El arma de su padre.
Ghost no dudó en agarrarla, y apreciarla con sumo detalle. La vaina negra con detalles dorados estaba en perfecto estado, y su empuñadora de oro y mango aterciopelado era tan majestuosa como la recordaba, así como ese pómulo dorado de cara plana. Sus ansias lo obligaron a desenvainarla, y se quedó perplejo mientas admiraba su majestuoso filo. Una hora pura, forjadas por un artesano maravilloso. Inquebrantable. Irrompible. Incapaz de perder su filo. Tanta era su enajenación, que Ghost no fue capaz de escuchar los pasos que se acercaban, y no fue hasta que la puerta de la habitación fue abierta, que este pudo reaccionar.
— Nokimura-sama, aquí le traigo ot... —
La voz de la joven sirvienta se vió apagada, cuando alzó la mirada y vió los brazos colgando de su señor. Su corazón se apretó sobre su pecho, y su garganta sintió una necesidad imperiosa de gritar. Sin embargo, nada de esto fue posible, pues el poderosa brazo de Ghost la empujó hacia adentro, y tapó su boca para que no pudiese ser capaz de pedir por ayuda.
La joven se retorcía, haciendo lo imposible por liberarse de un agarre del cual no podía escapar. Forcejeó por varios minutos, aplastada contra el suelo, mientras ese insecto la sometía y cubría sus ganas de gritar por ayuda. Pero tras un minuto, entendió que no tenía escapatoria.
La joven dejó de luchar, pero no por eso su corazón había dejado de latir aterrado. Sus ojos se alzaron, y vió con terror a ese insecto encapuchado que no la dejaba escapar. Sus retinas de cristalizaron, y pronto, un lágrima escurrió por su mejilla, tan asustada de encontrar la muerte tal como su maestro había hecho. Y solo entonces, Ghost retiró la mano lentamente de su boca.
— Por... Por favor... No me lastime... — Rogó con un susurro, mientras sentía como un nudo se formaba en su garganta.
El alto insecto no dijo nada. Se le quedó mirando por varios segundos, y trató de acercar la mano a su rostro. La chica desvió la cara hacia el lado contrario, cerrando los ojos temiendo lo peor, pero grande fue su sorpresa, cuando esa mano tan terrorífica se apoyó con delicadeza sobre su mentón.
— Yo jamás te haría daño, Bretta-chan. —
Los ojos de la joven se abrieron de golpe, al escuchar la voz de aquel que poco a poco la dejaba libre, al mismo tiempo que la ayudaba a levantar su tórax del piso. Esa voz se impregnó en su pecho, como un recuerdo del pasado. Un recuerdo algo difuso, pero altamente lleno de vida.
Ahora, el misterioso sujeto estaba frente a ella, pero a diferencia de la fémina, su rostro estaba tapado por la capucha. Una capucha que ella misma sintió la necesidad de remover, aunque sus miedos aún se lo impedían del todo. Hasta que finalmente lo hizo, haciendo que sus ojos se cristalizaran en lágrimas al ver de quien se trataba.
— Ghost... sama... —
Oír la voz de su amiga después de tantos años, llenó algo de ese enorme vacío que la venganza había dejado dentro de su pecho. Ghost sonrió por primera vez después de hace muchos años, y sintió la necesidad de abrazar a su amiga en un acto pleno de debilidad. Se sentía tan frágil en ese momento, que se permitió el lujo de llorar incluso cuando ya había pensado que se había olvidado de como hacerlo.
— Pensábamos que... que había muerto... ¿Dónde... había estado todo este tiempo? — Preguntó la joven, aún dudosa si lo que tenía frente a sus ojos era una ilusión o una imagen real.
— Han pasado muchas cosas... Cosas que me condujeron hasta este momento. — Decía mientras mostraba la katana de su padre.
— Ghost-sama... —
— Pero ahora no es el momento para explicar. Debemos salir de aquí cuanto antes. —
— Esto... Pero yo... —
— Bretta. — Escuchar su nombre, hizo que la joven dejase de hablar. — Lo siento. Pero cuando descubran lo que aquí pasó, tu vida estará en peligro. Incluso demostrando tu inocencia, sabes que algo malo va a pasar. Por favor... Ven conmigo. —
La joven dudó un poco. Tantos años de servidumbre ahora se iban por el drenaje. Podría culpar a Ghost por esto. Podría culparlo por lo que hizo, y porque seguramente ahora su vida estaba arruinada. Pero nada de eso la salvaría de la furia del Culto del Alma, y ella lo sabía. De momento, aplacaría sus lamentos, se tragaría sus penas, y seguiría a Ghost a donde quiera que el destino la llevase. Si quería vivir, debía hacerlo.
Ghost era como una sombra, e incluso con Bretta a sus espalda, lograba escabullirse por los pasillos sin que nadie lo viese o escuchase. Era un fantasma en la noche, y escapar de la villa sin ser detectados no fue imposible. Incluso en las calles, Ghost se las ingeniaba para encontrar las zonas oscuras entre los farolillos, pasando entre los guardias nocturnos como si nunca hubiese estado allí. Y una vez fuera de la zona noble, ya se dieron el lujo de respirar con tranquilidad.
— Debemos ir a mi casa. — Mencionó la chica.
— Bretta... Yo lo siento... No sabía que tu trabajabas allí... Por favor, perd... — El dedo de Bretta sobre su boca detuvo sus palabras.
— No quiero tus lamentos. Lo que has hecho no puede ser cambiado. Si quieres una disculpa de mi parte. Tendrás que contarme todo lo que has hecho estos siete años. —
— Lo haré. Lo prometo. —
El propio Ghost había olvidado el carácter fuerte de su amiga. Un carácter que parecía no haber cambiado mucho en todo este tiempo, lo cual lo hizo sonreír de la nostalgia. Esta vez, fue Bretta quien tomó la delantera, dirigiéndose hacia la estación de ciervos mas cercana, donde tomaron un transporte hacia los suburbios de la ciudad.
Tan solo pensar que su amiga vivía en unas condiciones tan deplorables, hacía que host sintiera un pesar en su pecho. Trabajar como una esclava en la casa de alguien tan adinerado, solo para vivir en un lugar tan repugnante como este. Esta sociedad estaba podrida hasta los cimientos. El Emperado Pálido estaría llorando en su tumba si ve en lo que su majestuosa creación se había convertido.
Bretta guio a Ghost por los pasajes oscuros. Su andar era rápido y por buen motivo, pues andar a esas horas de la noche por esas calles era muy peligroso. Por suerte, ambos llegaron a un edificio de mala muerte sin que ocurriese ningún percance. Lugar donde Bretta vivía, en uno de los cuatro apartamentos del tercer piso, el último de todos.
El lugar era pequeño. Disponiendo de solamente dos cuartos. Uno que hacía de sala, y otro de dormitorio. No había cocinas ni baños, pues en esta época, los residentes debían cumplir sus necesidades en lugares públicos. Aunque siempre podrían guardar algunos alimentos en tarros de cerámica o cajas de bambú.
— Espera aquí. Voy a cambiarme de ropa. — Le dijo a Ghost cuando ambos ya estaban dentro, a lo que este asintió con la cabeza.
Una vez Bretta se retiró a su habitación, Ghost se quedó mirando la simpleza del lugar, siendo lo único destacable una mesita con algunos papiros y algo de tinta. Ghost se acercó y comenzó a leerlos. Se trataba de una historia de fantasía, de romance al parecer. Una historia que había sido escrita a mano sobre el papiro.
— Es solo un pasatiempo. Me ayuda a mantenerme cuerda en todo este caos. —
— ¿Tu lo escribiste? No esta nada mal. Recuerdo que siempre te gustaban las historias de aventuras y romances. Solías leer todos los pergaminos de la escuela. —
— Veo que te acuerdas. Aunque le pido tenga cuidado. El papiro y la tinta no es fácil de conseguir. Y tampoco barato. —
Ghost debó el escrito con mucho cuidado sobre la mesa, procurando que nada malo pasara. Al mismo tiempo, se sentó sobre el piso frente a Bretta cuando esta le ofreció acompañarla. Por supuesto, ella no tenía mucho que ofrecerle más que un poco de agua y algo de pan duro, pero Ghost los rechazó amablemente.
— Ghost-sama. ¿Qué fue lo que pasó? ¿Dónde estuvo todo este tiempo? —
— No me llames así. Ese es un título que no merezco. Espero que estes cómoda. Esta será una historia bastante larga. —
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Notas aclaratorias:
Bocasucia - Bocamatsu
Geo + Yen = Gen (Moneda de este universo)
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