"La Reina Abeja"

Caminamos por el agujero hasta que nos encontramos con una puerta de madera, pintada en dorados. Liegen ahora Bieder abre la puerta, detrás de esta una joven sentada sobre un trono aguarda, varias abejas de menor tamaño la agasajan. Su cabello es negro azabache y rizado medios a puntas, su traje amarillo y rojo es decorado con detalles en negro.

—¡Oh! Así que esta es la bella y joven Klarheit —extiende los brazos, a su gesto las abejas retroceden—, yo soy Honig, es un gusto poder conocerte por fin —lentamente se alza e inclina.

—Buenas, Princesa —responde Bieder imitando su gesto.

—Lo lamento, pero no os reconozco, ¿quién soy? —la Princesa baja de la tarima que alza el trono.

—Disculpe, puede ser que usted no se acuerde de mí, pero yo soy Bieder, uno de los lobos que la protegió cuando visitó a la Princesa Eis en el Palacio Sagrado —responde levantando la mirada del suelo.

—Así que tú eres el pequeño Bieder, aunque por lo que veo ya no eres tan pequeño. ¿Cómo es que ahora eres hombre? —interroga observando al aludido de arriba abajo.

—Mire señora Eis me dio este colgante —abre el cuello de su camisa sacando el objeto—, lo protege un conjuro que permite que cualquier ser mágico adquiera una forma humana —la mano que sujeta el colgante tiembla levemente.

¿Estará nervioso? La Princesa Honig es muy hermosa.

La joven de cabellos negros observa unos instantes el colgante, cansada hace un gesto con la mano haciendo aparecer a una abeja. El insecto se aproxima a Honig quien le susurra algo inaudible.

—Bien entonces, seguro que tienen hambre, han hecho un largo viaje hasta aquí. —La Princesa junta sus manos expectante. La abeja comienza a avanzar y Honig la sigue, busco a Bieder con la mirada.

—¿La seguimos? —dudo.

—Si... —responde no muy seguro.

Seguimos a Honig por los pasillos hasta que llegamos a una habitación con una gran mesa señorial, los platos y cubiertos ya se encuentran puestos.

—Bien, sentaos que ahora mismo nos sirven la cena —informa la Princesa sentándose en una silla más alta que las demás.

Rápidamente imitamos su gesto. Mientras esperamos, Honig y Bieder comienzan a hablar de Eis, yo intento seguir el hilo de la conversación, pero me pierdo enseguida. Leben me es tan ajena a mí, como yo a ella. Juego con los tenedores durante minutos.

—¿Así que vais a salvar a Hass? —inquiere Honig sacándome de mis pensamientos

—Si —respondo.

—No —responde Bieder.

Nos miramos acusadores.

—¿Qué pasa, es un Sí o un No? —duda desorientada sin comprender a quién debe escuchar.

—Deje que le explique —se adelanta mi compañero—, nuestra misión es la de salvar a Hass, sin embargo me temo que yo ya no quiero continuar con esta misión, ya que desde que conocí a Klarheit poco a poco me he enamorado de ella. Todos mis instintos tanto humanos como lobeznos me piden que no lo sabe, Hass no es bueno para nadie... Yo lo he visto —explica el sinvergüenza.

Mi boca forma una "O" abierta. ¿Mi lobito de verdad siente eso por mí?

—Ya veo ¿Y tú Klarheit, que sientes? —interroga la Princesa, antes de que pueda responder varias abejas entran tirando de carritos con comida—. Bueno a cenar —informa feliz.

Cenamos en silencio, mientras siento la mirada penetrante de Bieder sobre mí.

—¿Entonces si Bieder ya no quiere acompañarte, irás tú sola a salvar a Hass? —retoma la conversación provocando qué Bieder dejé de mirarme.

—Claro que sí, pienso traerlo de vuelta del inframundo —comento a sabiendas de que voy a molestar a Bieder, devuelve su mirada hacia mí, descarada lo enfrento.

—¿Tú qué piensas de eso? —pregunta Honig aumentando la tensión.

—¡Que se marche sola! Es imposible que llegue al inframundo, tiene que pasar por el "Bosque Oscuro" —espeta con una sonrisa burlona.

—Bueno Klarheit pues yo sí pienso ayudarte, durante el camino que te falta por recorrer un escuadrón de mis mejores abejas te acompañarán, las más fuertes y valientes —menciona Honig provocando que la sonrisa burlona de Bieder desaparezca convirtiéndose en una mueca.

—Muchas gracias Princesa —agacho la cabeza a modo de agradecimiento.

—Honig, dudo mucho que eso sea buena idea —comenta Bieder demostrando sus celos.

—Puede ser, aunque es decisión suya, es su vida la que está en juego —replica la princesa sin dejar de sonreír.

—Pero... —intenta explicar Bieder, Honig se gira en su dirección alzando una ceja.

—Me temo que ya es tarde, mis hijas os llevarán a las habitaciones —corta dando dos palmadas, unas pequeñas abejas aparecen. Bierder y yo las seguimos, nos guían por más pasillos de cera hasta que somos separados cada uno por un ramal del pasillo. Bieder se despide con la mano, lo ignoro.

La abeja me empuja metiéndome en una habitación de colores cálidos, rojo sobre naranja y amarillo. La cama con dosel de madera se encuentra en el centro de la habitación destellando por la luz.

Aprovecho la tranquilidad para ducharme en la gran tinaja, miro el techo y mis ojos se cierran. Tanto rojo, dorado y amarillo junto me esta comenzando a marear, es como si estuviera en el infierno y teniendo en cuenta que muy pronto estaré allí, no me apetece sentir que ya estoy dentro... por suerte este lugar es seguro.

Entro en la cama suavemente notando como la fina seda se pega a mí sintiéndose como una segunda piel.


Despierto de golpe empapada en sudor, intento volver a dormir sin embargo solo consigo rodar de un lado a otro sobre el colchón, angustiada me levanto. Salgo de la habitación en busca de la cocina, si es que la hay, necesito un vaso de agua. Camino por los pasillos abriendo puerta tras puerta, todas son dormitorios... Desesperada y rendida vuelvo a mi habitación, al abrir la puerta me encuentro con una figura bajo las sábanas, sigilosamente me aproximo reiterando una esquina, veo las patas delanteras y el hocico de un lobo.

—¡Bieder! ¿Qué haces aquí? —pregunto. El cánido se despereza agitando su pelaje, lentamente se retocó hasta quedar sentado. Tras un momento de espera caigo en cuenta de algo, busco la mesita de noche, el colgante está encima, lo agarro dejándolo caer sobre su cuello—. ¿Ahora me responderás?

—Claro, pero la pregunta coherente sería ¿qué haces tú aquí? —comenta sin dejar de mostrar su forma animal.

—Esta es mi habitación —doy un rápido vistazo, todo está exactamente igual.

—Perdona, tú eres la que está en mi habitación, yo no me he movido desde que me trajeron las abejas —hace girar sus orejas ciento ochenta grados.

—Pues me habré equivocado de habitación. Lo siento —admito mi error.

—¿A dónde ibas? —pregunta tumbándose, coloca una pata encima de otra.

—A por un vaso de agua —salgo del dormitorio.

—¿Sabes volver a tu habitación? —interroga moviendo la cola de un lado a otro.

—No, pero puedo buscarla. —Dejo la puerta cerrarse.

—¿Quieres dormir conmigo? —propone, su voz apenas es un murmuro a través de la madera.

No respondo haciéndole creer que ya me he marchado.

—Esta chica es tonta, se va a perder y luego irá llorando por todos lados —suspira.

—Yo no voy llorando por todas partes —replicó enfadada.

—Con que sí estabas escuchando —menciona victorioso—. Entra, ¿No querrás perderte? ¿Verdad?

Hago puños con las manos sintiendo mi orgullo herido porque tiene razón. Entro con la cabeza gacha y sin mirarle me tumbo a su costado.

—Buenas noches —desea—. Bien no respondas aunque te recuerdo que esta no es la primera vez que dormimos juntos —da dos vueltas sobre la cama dejándose caer formando un ovillo—. Pero descansa, te espera un largo viaje, sola...

Cierro los hundiéndome en el colchón ignorando sus últimas palabras.


—Despierta, es hora de emprender la marcha —comenta una voz femenina a mi costado—. Venga Klarheit, las abejas ya están listas —insiste.

Abro los ojos lentamente viendo la figura de Honig, observando la habitación.

—¿Dónde está Bieder? —murmuro estirándome.

—Se marchó hace una hora.

Mis ojos se abren como platos, aunque tampoco me sorprendo tanto, sabía que no vendría conmigo sin embargo se ha marchado sin despedirse.

—Te espero en la salida de la colmena con el escuadrón de abejas, Molí te acompañará —Honig acaricia mi cabello antes de salir de la habitación. Una pequeña abeja no mayor que mi cabeza espera.

—¿Tú debes de ser Moli? —interrogó recibiendo un zumbido como respuesta—. Me tomaré eso como un sí.

Tras recogerlo todo, soy guiada por la abeja hasta llegar a la salida en la cual me espera la Princesa acompañada de diez abejas guerreras armadas con enormes aguijones y corazas de oro rosa.

—Bueno, me temo que esto es un hasta luego —comenta la joven sonriendo de oreja a oreja—. Espero volverte a ver, sé que el camino es duro, pero no imposible —da un paso atrás apartándose de las abejas.

Observo a los insectos durante un instante, intimidada por su gran tamaño.

—Tranquila, ellas te seguirán y no causarán problemas salvo que vean peligrar tu seguridad —explica dulcemente.

—¿Cómo me comunico con ellas? —dudo

—Es muy sencillo simplemente di lo que quieres que hagan y ellas lo harán, no te compliques. Nos entienden aunque no puedan hablar —se esconde hombres. Asiento mirando una vez más los reflejos rosados que el sol consigue extraer de las armaduras—. Venga no os demoréis más, que aún os queda mucho camino —señala al frente.

—Que razón tienes —suspiro. Me despido con una penosa reverencia.

Honig se despide con un gesto de mano, poco a poco se hace más pequeña conforme nos alejamos.

Caminamos durante horas bajo el sol, disfrutando del paisaje.

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