13

***

***

El lunes tuvo que esperar a que salieran a receso para poder encontrar a Haerin. Mordió su lápiz toda la clase y parecía como si hubiese aspirado cocaína de lo ansiosa que estaba.

Borracha, la boca le daba para soltar cualquier frase sin avergonzarse, pero ahora que buscaba a Haerin en los pasillos, no quedaba en ella ni una partícula de valentía.

Les pidió a las chicas que la esperasen en otro lugar, pues creía que estando a solas con la menor el ambiente sería más adecuado y romántico -según ella-, aunque en ese instante, con su pie golpeando constantemente el piso, se arrepentía.

De todas formas, no hubo nada que hacer, ya que Haerin ahora mismo le sonreía, caminando hacia ella.

—Hola, Dani.

—¡Hola! —el nerviosismo la hizo gritar.

—¿Hola... sexo? —preguntó con gracia. La primera vez que le saludó también había iniciado con un "hola" en tono elevado.

—Haerin~ —reclamó—. ¿Acaso nunca lo dejarás pasar?

—Claro que no, rulitos —se burló, apoyándose en una taquillera con esos ojos que incitaban coqueteo—. ¿Cómo te fue con la resaca el domingo?

Danielle mordió su labio. Haerin parecía disfrutar sacarle en cara las estupideces que cometía día tras día.

—Horrible. Pasé de aspirina en aspirina —negó—. Y ni te imaginas la cantidad de isotónica que tuve que comprar.

Haerin rió, acariciando el dije de su collar.

—¡Oh, sí! Te traje algo —recordó Marsh, abriendo su casillero—. ¿Te acuerdas de nuestra conversación el sábado? —cuestionó, haciéndole el quite a la vergüenza que tiñó sus mejillas.

Lo hecho, hecho estaba.

—Claro, ¿cómo olvidarlo?

—Genial, entonces... cierra los ojos —sacó los chocolates Kisses y los colocó en sus manos—. Puedes ver.

Una vez con los párpados abiertos, Haerin sonrió, mordiendo su labio.

—Oh, Dani —rió—. ¿Cómo vas a ser tan dulce?

Sin flaquear, se acercó a abrazarla y Danielle cayó en un hechizo, uno más potente esta vez. La rodeó de igual forma, queriendo mantener ese olor suave de Haerin por siempre con ella.

Se separaron y se sintió vacía.

—¿Te gustaron? Escogí el rosita especialmente —comentó ilusionada, sus ojos brillantes. Haerin dudó, y ella lo notó—. ¿O n-no?

—¡Sí, o sea-! —y permaneció en silencio unos segundos—. No lo sé, Dani. Nunca he probado un chocolate.

—¿Cómo no? —formó una mueca.

¡Todos debían probar el chocolate! Era lo mejor.

—Es que... —rascó su nuca, insegura. Y Danielle jamás la había visto así—. Soy alérgica al cacao.

—Oh-Dios-mío —lloriqueó, golpeándose sin verdadera fuerza contra la puerta metálica. En el fondo, no le sorprendió su mala suerte—. ¡¿Por qué no logro hacer nada bien cuando se trata de ti?!

Kang alzó sus comisuras hacia arriba, soltando una risita y tomándole la mano.

Ay, su débil corazón.

—Dani, sigue siendo un gesto muy lindo —acarició su palma. Que desgraciada, ¿cómo la ilusionaba así?—. Discúlpame que no pueda comerlos. Tú no tenías cómo saberlo.

La otra vaciló con un puchero.

—Pero igual... —bufó—. Nada me sale... ¡Espera! —detuvo su tono lastimoso y comenzó a rebuscar en la mochila—. ¡Te había comprado un helado también!

Divisó el envoltorio rosado bajo su libro de Lenguaje y sonrió.

Cuando lo agarró, Haerin vio el rostro de la mayor decaer.

Lo había sacado, y sin estar abierto, se notaba que allí no había helado, al menos no uno sólido, sino que era un envoltorio rechoncho en la parte inferior, con notable líquido.

Se había derretido, claro que sí. ¿Cómo esperaba que no sucediera aquello si nunca lo dejó en el congelador?

Haerin carcajeó de ternura, sintiéndose mal al ver la carita tristona y a punto de romperse a llorar de Danielle, aunque fascinada de lo detallista que fue y, sobre todo, lo boba que era.

Danielle seguía perdida en su mundo, como pensando seriamente en que había nacido con una maldición.

—También era rosita... —murmuró, dejándolo sobre la taquilla.

Haerin estalló en dulzura.

—¡Dios mío, rulitos! —exclamó, llamando la atención de sus compañeros. La extranjera alzó la mirada justo cuando Haerin volvió a juntar sus manos—. ¡Tengo tantas...! —se calló, notando los ojos ajenos sobre ambas—... tantas ganas de besarte ahora mismo —susurró, y Danielle abrió la boca, incrédula. ¿Acaso no era ella la única lesbiana intensa aquí?—. Lo siento, es que... es que —no podía dejar de sonreír. La imagen de Danielle con su heladito derretido, ese puchero y esos ojitos infantiles... Que preciosura—, eres la chica más ridículamente linda que he conocido, Danielle.

¿Era eso si quiera un halago? Para Danielle, absolutamente.

—¡¿En serio?! —respondió emocionada—. ¡¿Entonces puedo besarte y pedirte matrimonio?!

La menor rió fuerte, tapándole la boca, mirando a su alrededor.

—No grites, rulitos —habló bajo. Danielle, sin pensarlo dos veces, lamió su mano con un gesto de fastidio.—. ¡Oye!

—Te lo merecías —la señaló con una mueca—. ¿Qué pasa? ¿Ahora me ocultas? ¿Soy tu amante acaso? ¡Fuiste tú...! —intentó controlar su voz—... fuiste tú la que dijo que me quería besar.

—Es que eres adorable —se encogió de hombros como si fuese la cosa más obvia del mundo.

—¿Entonces por qué no me besas?

—Porque estamos en la escuela, Dani —habló con obviedad.

—¿Y? Si quieres nos fugamos —sonrió, emocionada ante su propia propuesta.

—Tentador, pero antes, rulitos, creo que deberíamos arreglar este desastre —dijo, mirando el helado que comenzaba a gotear.

Acabaron por sentarse en unas bancas. Danielle había traído un pequeño vasito desechable de café y echó el helado allí, para que su Haerin lo pudiera disfrutar en el nuevo formato líquido.

Esta la había mirado con cierta duda. Apreciaba el gesto, pero no se veía muy apetecible.

—¿Quieres que lo pruebe primero?

Sin esperar respuesta, la australiana bebió un sorbo.

—¡Mmh! —saboreó—. Aún sabe bien, ¿quieres probar?

Confiando en ella, Haerin asintió, pero en vez de pasarle el vaso, Danielle se había inclinado hacia ella, robándole un pico como los del sábado.

Bueno, funcionó, pues Haerin podía sentir el durazno sobre su boca.

—¡D-Danielle!

—¡Nadie estaba viendo! ¡Además, tú querías probar! —se excusó y Haerin le tiró de la oreja—. ¡Auch! —sobó su piel.

—Merecido —frunció el ceño.

Ups, tal vez sí se había excedido. Quiso pegarse una cachetada a sí misma. Por supuesto que quedaría como una idiota -y lo era- por besarla así como así, sin su permiso.

—P-perdón... no estuvo bien —se arrepintió.

Haerin se levantó de la banca con sus brazos cruzados y, mierda, lo había arruinado todo, se dijo, todo su esfuerzo directo al basurero.

—Claro que no lo está —gruñó Kang, aunque relajó sus cejas—. Pero esto tampoco, así que —elevó sus hombros—, lo siento también.

Y bum, Kang Haerin había agachado su pecho e hizo lo mismo que Danielle: rozó sus labios en un besito antes de separarse con una risa pequeña y juguetona, sin rastros de molestia.

Dios, aparte de jugadora de volleyball, debería ser actriz.

—¡No tienes derecho a decírselo a nadie, Marsh!

No le dio tiempo de reaccionar adecuadamente -ponerse a llorar y pedirle, en serio, que se casaran- y Haerin solo se fue a pasos rápidos hacia el interior del colegio, guiñándole un ojo antes de desaparecer.

Dani se quedó como tarada el resto del receso en esa banca, sin moverse, casi sin respirar. Solo podía sentir y revivir el tacto de Kang Haerin sobre sus labios.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top