Capítulo final (Segunda y última parte)

La policía atrapó a Hardy, a Ronaldo y a Jonas gracias a una llamada de alerta efectuada por Luis, el que también fue arrestado tras confesar su participación en el secuestro de Charlie y en los crímenes de odio cuyas evidencias seguían a salvo dentro del pendrive que Hardy mantenía en su bolsillo. Este quería deshacerse del dispositivo arrojándolo al lago, pero los uniformados emitieron a tiempo la orden de que mantuviera las manos en alto.

A solo un día del arresto de los involucrados, los videos se filtraron en la red. La indignación provocada y la presión social fue tanta que el juicio se hizo de la forma más transparente posible, aunque hubo intentos de soborno a los miembros del jurado, hecho que también fue filtrado a la prensa. Gracias a esto, la carrera política del padre de Hardy se arruinó para siempre.

Tal como sucedió con el grupo de jóvenes que abusaron de Joaquín, Hardy y sus secuaces fueron enviados a una correccional debido a que aún no alcanzaban la edad legal para ser encarcelados. No obstante, estuvieron aislados de cualquier compañía en su estancia en el recinto, pues eran considerados como una amenaza para la sociedad.

La noticia sobre los crímenes cometidos por los cuatro chicos que lograron ser capturados dio la vuelta al mundo. En cientos de rincones del planeta se exigía justicia y un castigo justo para los agresores, de modo que Hardy, Ronaldo, Jonas y Luis fueron sentenciados a veinte años de prisión por al menos cinco cargos diferentes.

Para muchos la sentencia no fue suficiente, pero no todo fue tan malo: gracias a los movimientos sociales que surgieron después de que los crímenes salieran a la luz, se formaron diversas fundaciones y asociaciones de apoyo a las personas de la comunidad LGBT+ que atravesaran las mismas complicaciones que las víctimas de los videos.

Manuel, el primer amor de Caín y el quinto miembro del grupo de atacantes, fue buscado por cielo, mar y tierra, pero nunca fue capturado. El joven huyó del pueblo en el que vivía apenas vio los registros en la internet. Hasta el día de hoy, su paradero sigue siendo una incógnita.

Y Caín, quien se entregó a la policía tras la viralización de la golpiza a Manuel, fue enjuiciado y sentenciado a nada más que una temporada en la correccional hasta que alcanzara la mayoría de edad, pues se comprobó que no formaba parte de los ataques liderados por Hardy, mientras que no existía una sentencia definida por callar crímenes ajenos. Apenas cumplió los dieciocho años, Caín fue liberado y este, consumido por la culpa que lo atormentaba desde la pérdida de Charlie, se fue de la ciudad.

Caín no se sentía capaz de volver a ver a su madre o a la tía Brenda después de haber ocultado los delitos de sus amigos del pasado. Fueron ellos mismos los que, junto a sus propios errores, le hicieron perder a Charlie para siempre. El dolor de no volver a verlo era una herida que nunca sanaría, ni siquiera el tiempo podría curarla.

Caín no solo desapareció porque sentía vergüenza de mirar a sus cercanos a los ojos, sino que también para hacerles la vida un poco menos dura. Él era reconocido en cada región de su ciudad y en las aledañas; muchos lo vinculaban con los crímenes de odio de la famosa pandilla a pesar de comprobarse que no formaba parte de ellos. Caín no tuvo más opción que alejarse de todo y de todos para que nadie que se le acercara tuviera que pagar por sus errores.

Tras su partida, Caín fue a parar a un pueblo perdido en medio de la nada en el que nadie lo reconocía. Adoptó un nuevo aspecto y un nuevo nombre: Adrián. Aquel era el nombre que Charlie soñaba para su primer hijo. Caín decidió usarlo con el propósito de que, cada vez que alguien lo pronunciara, sintiera una punzada de dolor como una forma de castigo autoimpuesta.

La vida de Caín —o Adrián— en el pueblo ubicado en medio de la nada fue de todo menos tranquila. El joven encontró empleo en una cantina de mala muerte y se hizo amigo de un grupo de veinteañeros rebeldes que lo empujaron a una adicción que Caín consideró como su único escape de la realidad: el alcohol.

Dentro del mismo grupo de amigos se encontraba Paula, una atractiva chica que se flechó por Caín apenas lo conoció. El aludido, quien no lograba superar el recuerdo de Charlie, cerró sus puertas al amor, pero aceptó tener una relación netamente sexual con Paula.

Con el paso del tiempo, Paula se convirtió en un gran pilar para Caín, pero nunca bastó para que este decidiera abrir su corazón. Él le hacía saber constantemente que no podrían ser algo más que amigos, y ella fingía estar de acuerdo con aquel romance sin compromiso a pesar de estar enamorada.

Así como Caín tuvo que lidiar con el alcoholismo tras su llegada al pueblo, también vivía con una depresión que lo consumía sin piedad. Los años pasaron y Caín no pudo deshacerse de ella, pero tampoco lo intentó. Dejó que el alcohol y que las noches de fiesta fueran su medicina y que el dolor creciera y creciera.

Sin embargo, llegó un momento en el que Caín ya no pudo más y se vio obligado a elegir entre renunciar a su vida o hacer el intento por mejorarla.

Y el joven escogió la primera opción.

Tenía veintiún años para entonces. Pasaron más de tres desde que vio a Charlie por última vez. Soportó tanto tiempo solo porque sentía que merecía sufrir de esa manera; de no ser por ello, se habría rendido mucho antes.

Cierto día, Caín decidió que era la instancia ideal para partir. Para ello, bebió toda una tarde y, con el alcohol corriendo por sus venas, se dirigió a las vías del tren que circulaba en las afueras del pueblo. Era de noche, una triste noche que Caín eligió como la última porque significaba mucho para él: en aquella fecha, tres años atrás, besó a Charlie por primera vez en su ático secreto.

Caín no podía dejar de llorar en su caminata hacia su último destino. Tal vez debió escoger otra noche para hacerlo, pues esa lo obligaba a recordar mil cosas sobre Charlie, pero pensaba en él cada día de todas formas. Su recuerdo era imborrable, eterno. A pesar de que solo pasaron tres años, Caín estaba convencido de que nunca superaría lo que pasó. Nunca podría ser feliz, no con la imagen de Charlie viviendo permanentemente en su cabeza.

Al hallarse en el lugar escogido, Caín inhaló con fuerza, obligó a sus piernas a moverse y se sentó en medio de las vías del tren minutos antes de que este llegara. Llevaba una botella de ron consigo, la que terminó de beber de un solo trago. Su rostro se bañaba por las lágrimas. Miró al cielo y lo vio repleto de estrellas, las mismas estrellas que años atrás admiraba en compañía del chico que amaba. Le dolía en el alma pensar en todo lo que perdieron, en las mil cosas que no alcanzaron a hacer, en todos los sueños que nunca fueron cumplidos.

Conforme el tren se acercaba al pueblo, Caín se dejó llevar por su imaginación y fantaseó con aquellos recuerdos que no podría construir con Charlie. Proyectó un hermoso e íntimo casamiento frente al lago estrellado que tan bien conocía. No era una ceremonia colmada de gente como la que soñó Charlie, sino una solitaria que solo compartirían los dos a la mitad de la noche. Imaginó cada voto que proclamarían, cada gesto que harían y el brillo en los ojos de Charlie antes de que pronunciara el "acepto".

Después de la boda de sus sueños, Caín fantaseó con la vida que anhelaba junto a su amado. Soñó con atardeceres en las montañas más altas, con noches deambulando en ciudades cubiertas por la nieve y con tardes de lluvia en alguna cabaña perdida en medio de los bosques. Soñó con mil actividades diferentes que podrían hacer juntos, muchas de las cuales eran imposibles, pero ya no podía pensar con claridad en ese momento.

Y a medida que Caín volaba junto a Charlie a través de universos paralelos, el tren apareció.

El miedo a la muerte azotó a Caín de tal forma que lo regresó a la lucidez. Caín ya era 100% consciente de lo que hacía, de la decisión que había tomado. A pesar de que el temor revolvía sus entrañas, no se movió de su puesto. Permaneció sentado al ver las luces del tren a la distancia y al oír sus ruidos cada vez más cerca.

Caín aguardó. Deseaba que el sufrimiento se acabara con el impacto del tren, pero él sabía que, a cualquier lugar que fuera, llevaría el recuerdo de Charlie tatuado en su alma. Se limitó a cerrar los ojos y a esperar que la muerte viniera por él.

No obstante, cuando el tren estaba a punto de llegar, la cobardía lo venció y el arrepentimiento empujó al joven lejos de la línea del tren.

Caín gritó con todas sus fuerzas mientras el tren pasaba a su lado. Ya no quería seguir viviendo, pero no tenía las agallas para renunciar a la vida y, en el fondo, no estaba completamente seguro de querer hacerlo. No tenía a Charlie y no podía imaginar un mundo sin él, pero tampoco quería morir sin saber cómo sería su vida en unos años. Aunque se empeñaba en creer que no merecía la felicidad, una parte de él mantenía una mínima esperanza de encontrarla en el futuro.

Caín abrazó sus piernas en medio del terreno solitario que rodeaba la línea del tren. Lloraba como un niño desconsolado. Sus veintiún años eran solo un número. Por dentro, seguía siendo aquel adolescente infeliz que se enamoró de Charlie. Creía que no era posible volver a ser tan feliz sin él, pero de todas formas tomó la decisión de seguir adelante con su tormentosa existencia.

Así como Caín optó por seguir con vida, también decidió que haría algo por Charlie. Algo que, aunque su amado nunca lo manifestó en voz alta, soñaba con el corazón: localizaría a Joaquín.

Al amanecer, Caín se puso de pie y regresó al pueblo, luego abandonó este con nada más que una mochila viajera en la que portaba unas cuantas pertenencias. Dejó varias cosas en la que fue su vivienda por tres años, pero la más importante para él era una carta en la que se despedía de Paula y en la que le pedía perdón por nunca quererla como ella merecía. También la invitaba a cambiar el rumbo de su vida, pero sabía que eso no era tan fácil. Él mismo tuvo que hallarse de frente con la muerte para percatarse de que necesitaba un cambio.

Caín se fue del pueblo en el mismo tren que le daría fin la noche anterior. Su destino era el único lugar en el que esperaba hallar alguna pista sobre el paradero de Joaquín: el pueblo natal de Charlie. Caín solo conocía el nombre, pero dicha información era mejor que nada.

Debido a que era un pueblo pequeño, no le tomó mucho tiempo averiguar el domicilio de los abuelos de Joaquín, sus únicos familiares que vivían en la localidad. Era una pareja de ancianos humildes y amigables. Acogieron a Caín en su morada y, si bien al principio eran reacios a hablar acerca de su nieto, con el paso de las horas revelaron el lugar en el que ellos creían que se encontraba y le entregaron una foto a Caín para ayudarlo en su búsqueda.

Caín partió a la mañana siguiente y abordó un nuevo tren, esta vez con destino a una ciudad mucho más grande que aquella en la que conoció a Charlie. La única información con la que contaban los abuelos de Joaquín era que su nieto vivía en un apartamento ubicado en los barrios bajos de la metrópolis, y fue ahí en donde Caín inició la búsqueda.

Para su mala suerte, quien habitaba el apartamento era una mujer que le informó a Caín que no conocía a ningún sujeto llamado Joaquín, pero sí a uno que se hacía llamar "Adam", el que habitaba el apartamento antes que ella. Caín sacó de su mochila la foto que le entregaron los abuelos y se la mostró a la mujer; esta de inmediato confirmó que el muchacho de la foto lucía tal como Adam, solo que unos años más joven. Caín se percató de que, tal como él, Joaquín vivía con una nueva identidad. A fin de cuentas, Joaquín y Caín tenían mucho más en común que las últimas letras de sus nombres.

Por desgracia, la mujer del apartamento no sabía nada sobre el paradero de Adam, pero sí tenía una pista sobre dónde trabajaba. Una que, lamentablemente, no le dio buena espina a Caín: Adam se dedicaba al tráfico de drogas.

A pesar de que la nueva revelación no era positiva en absoluto, Caín no desistió. Después de todo, no tenía nada que perder. Comenzó a frecuentar los lugares más peligrosos de la ciudad en busca de Adam, pasaba día y noche enfrascado en su misión. La búsqueda se extendió por semanas de fracaso, hasta que, una noche, Caín dio con Adam en las afueras de una discoteca. 

Adam se veía diferente a lo que esperaba Caín. Creía que tendría un aspecto descuidado, pero lo cierto es que Adam se veía apuesto y feliz, o al menos eso aparentaba. Fue muy difícil para Caín actuar con normalidad frente a él y revelarle los motivos por los que lo buscaba, pero lo hizo. Caín le dijo todo apenas logró entablar una conversación, porque ya no quería seguir mintiendo. Le reveló su verdadero nombre y se deshizo de Adrián, luego le dijo que sabía de dónde provenía y que conocía la historia detrás del escape de su antiguo pueblo.

Y Adam, para sorpresa de Caín, no se aterró ni se molestó. Cualquier persona en su sano juicio se habría alejado de un extraño tras escuchar que este conocía mucho sobre ella y que la buscaba desde hace tiempo, pero para Adam fue diferente, pues él no contaba con nadie que lo quisiera de tal forma que lo buscaría con esa devoción, por lo que decidió continuar la charla en un lugar privado.

Adam invitó a Caín a su departamento y este no pudo decirle que no. Tras compartir unas cervezas, finalmente surgió la pregunta que motivó el encuentro. Caín no tuvo más opción que decir la verdad: confesó que era el exnovio de Charlie, el primer amor de quien alguna vez se llamó Joaquín...

Y este dijo que no lo recordaba.

Lo dijo como quien no se acuerda de lo que desayunó. Para Joaquín, ahora Adam, Charlie no era más que un vago recuerdo que había enterrado hace muchos años. No sentía el menor resentimiento hacia él, ni siquiera se había dado cuenta de que Charlie había huido cuando el grupo de muchachos apareció en el claro del bosque donde, once años atrás, ocurrió un hecho que marcó a Adam para siempre.

Adam comenzó a temblar sin control mientras hablaba del abuso. Fingió que no le afectaba tanto, pero Caín pudo notar el dolor que se escondía tras sus ojos ambarinos.

—Entonces, ¿nunca odiaste a Charlie por no haber intentado salvarte? —inquirió Caín, consternado.

—Créeme, Caín —dijo Adam—: hasta hace unos minutos, no recordaba al tal Charlie. Ni siquiera puedo considerarlo como mi primer amor, porque lo nuestro solo fue un juego de niños. Lamento que se haya sentido culpable, pero me olvidé de él en el momento en que esos hijos de puta arruinaron mi infancia.

Caín sentía una mezcla de alivio y de lástima. Charlie pasó años y años cargando con el peso de haber abandonado al chico que sí consideraba como su primer amor, y este ni siquiera recordaba su nombre.

Aunque el escape de Charlie no fue de importancia para Adam, Caín se sentía en la obligación de apoyarlo en lo que pudiera, por lo que iniciaron una amistad muy íntima. Ambos conocían secretos del otro que no compartían con nadie. Caín intentó sacar a Adam del mundo oscuro en el que vivía, pero no tuvo éxito. Adam amaba la adrenalina que le proveía su "trabajo", incluso si este podría llevarlo a la cárcel u orillarlo a la muerte.

Caín se resignó a que no podía salvar a alguien que no quería ser salvado. Adam insistía en que era feliz, solo admitía que le faltaba una cosa para sentirse completo, y eso resultó ser Caín, el que necesitaba a Adam tanto como este lo necesitaba a él.

Entonces, sin poder evitarlo, Adam y Caín iniciaron una relación.

Al principio, Caín trató de mantenerse a salvo del amor. Se juró que no volvería a sentir por nadie lo que sintió en el pasado, pero fue inevitable que se enamorara del hombre que representaba lo opuesto a Charlie. Adam era tormenta y peligro, pero Caín no se sentía digno de amar a alguien mejor.

Al principio, las cosas entre Adam y Caín parecían funcionar. Caín nunca estuvo de acuerdo con las ocupaciones y las adicciones de Adam, pero estaba tan desesperado por amor que las ignoró y le dio rienda suelta a sus sentimientos. Sin embargo, con los meses, las cosas se oscurecieron. La pareja tenía constantes enfrentamientos con la policía, Adam hacía amistades cada vez más peligrosas y las peleas se volvieron algo cotidiano.

Adam era un hombre violento, uno que odiaba que le dijeran qué hacer. Caín solo quería lo mejor para él, pero Adam no entendía de razones. La mayoría de sus peleas terminaban en agresiones por parte de Adam a Caín o en objetos rotos cuyos restos se desparramaban por el apartamento que compartían.

Caín sabía que Adam no era bueno para él, pero no conseguía alejarse. Aunque mantenía intacto un amor imborrable por Charlie, el cariño que sentía por Adam era muy fuerte, y Caín estaba lo suficientemente roto como para que Adam se convirtiera en su mundo entero. Así como alguna vez no pudo imaginar su vida sin Charlie, ahora no podía imaginarla sin Adam. 

Adam no era un buen novio, pero este siempre le recordó a Caín que podría largarse cuando él quisiera. Si Caín permanecía a su lado era porque él lo decidía, porque dependía tanto del amor de otros que ya no sabía cómo avanzar sin alguien a su lado. El joven estaba consciente de que no debía vivir de esa manera, pero, como con todo lo demás, no hacía nada al respecto, solo se quedaba junto a Adam aunque este fuera una enfermedad en lugar de un remedio.

El tiempo voló y Caín alcanzó los veintitrés años. Eran dos los que llevaba con Adam, dos años de una montaña rusa de emociones que siempre empeoraba, nunca mejoraba. A pesar de todo, Caín había aprendido mucho gracias a esa relación, en especial que sus acciones del pasado no podían seguir afectando su presente ni su futuro. Gracias a cada desventura vivida junto a Adam, Caín aprendió a perdonarse a sí mismo y a valorarse como nunca antes. Si seguía con Adam era solo porque seguía cumpliendo la promesa que se hizo a sí mismo y a Charlie de contribuir en la felicidad de quien alguna vez fue Joaquín, no porque ya no imaginara una vida sin él.

El joven esperaba el momento ideal y la excusa perfecta para alejarse de Adam y, un día, esta llegó:

Caín fue informado de que su tía Brenda había fallecido.

Enterarse de la muerte de su tía le rompió el corazón. Se sentía culpable por abandonarla cuando más se necesitaban. Caín permitió que la vergüenza fuera superior y se alejó de la tía Brenda por miedo a enfrentarla y a vivir con su rechazo, pero ni siquiera comprobó si ella lo repudiaba por lo que hizo. El joven se arrepentía por no haber tenido el coraje de encararla y de decirle lo mucho que sentía no haber denunciado aquellos crímenes tan inhumanos.

Quien informó a Caín sobre la muerte de la tía Brenda fue Nora, la que alguna vez fue la mejor amiga de Charlie. Ella era la única persona con la que Caín mantenía contacto. Nora solía escribirle a Caín para contarle cómo iban las cosas en su ciudad natal, pero hacía mucho que había dejado de hacerlo. Caín agradeció a Nora que le informara sobre la muerte de su tía, no obstante, habría preferido no enterarse de los detalles: la tía le dio fin a su vida en su pequeña casa ubicada en las afueras del pueblo en el que vivía.

Caín podía imaginar lo desamparada que debía sentirse la tía Brenda como para tomar la misma decisión que él había tomado años atrás. Le era imposible no culparse por lo sucedido, pues, de no haber dejado sola a la tía Brenda, quizás ella no habría llegado a ese extremo, pero uno nunca sabe qué pasa por la mente de las personas. Puedes recibir todo el amor del mundo y aun así sentirte solo; puedes tener millones en tu cuenta bancaria y aun así sentirte vacío. A Caín le consolaba saber que la tía Brenda pasó su último año de vida en libertad, pero siempre se arrepentiría por no haber regresado antes.

El mismo día que se enteró de la noticia, Caín se paró frente a Adam y le dijo que se iría para siempre. Adam no podía creer lo que oía, pero, siendo fiel a sus principios, no retuvo a Caín, simplemente lo dejó ir como quien deja ir un ave tras liberarla de su jaula.

Luego del adiós, Caín regresó a su ciudad natal con el corazón acelerado. Creyó que nunca volvería, pero ya era tiempo de hacerlo. No podía esconderse por el resto de su vida, tenía que afrontar su destino.

En su regreso a la ciudad, Caín volvió a pensar en Charlie a cada segundo. Hacía mucho que había dejado de querer a Adam, por lo que ahora había espacio para un solo hombre en su corazón. Lo bueno de todo era que el recuerdo de Charlie ya no dolía, sino que se sentía como una caricia nostálgica que confortaba a Caín y que lo hacía sonreír. Incluso si cuando se amaron no eran más que dos muchachos rotos de tan solo diecisiete años, Caín sabía que el amor que Charlie y él sintieron fue puro y verdadero.

Mientras Caín volvía a casa a bordo de un autobús, este miró al cielo azulado con una gran sonrisa surcando su rostro y le envió un beso a Charlie a dondequiera que se encontrara. Unas cuantas lágrimas cayeron por su rostro, pero ya no venían cargadas del dolor que por poco le quitó la vida años atrás, sino que ahora Caín volvía a casa sintiéndose más libre que nunca.

Traía consigo el dolor de la pérdida de la tía Brenda, pero también sentía que contaba con una nueva oportunidad de reformar su vida. Ya no volvería a cometer los mismos errores, sino que esta vez trataría de hacer las cosas bien. No volvería a permitir que el amor que sintiera por otra persona se convirtiera en dependencia, tampoco se menospreciaría como si no valiera nada. Porque sí, Caín hizo cosas por las que nunca se perdonaría, pero cualquier persona que aprende de sus errores y que alberga la bondad suficiente en su corazón merece la oportunidad de empezar otra vez.

Al llegar a la ciudad, Caín se dirigió al cementerio en el que, según Nora, la tía Brenda sería despedida. Nora se enteró muy tarde sobre la muerte de la tía, así que Caín se perdió el velatorio, pero al menos llegaría a tiempo para el funeral.

Caín aguantó el llanto durante casi todo el camino de regreso, pero no pudo retenerlo por más tiempo cuando entró al cementerio y vio a su madre a la distancia. Esta corrió en su dirección y lo acuñó en sus brazos como a un bebé. Caín se derrumbó por completo sobre su madre; no sabía hasta entonces cuánto la extrañaba y cuánto necesitaba abrazarla. Ella, tal como él, cometió varios errores en el pasado, pero una madre siempre será una madre.

La mamá de Caín lo abatió con mil preguntas, también le reprochó entre lágrimas de ira y de felicidad por haberla abandonado, pero Caín no pudo decir nada. El dolor provocado por la muerte de la tía Brenda era incontenible. La madre de Caín, feliz de tener a su hijo de vuelta, dejó las preguntas a un lado y permitió que este llorara todo lo que quisiera.

No había tantas personas en el cementerio, y la única que Caín soñaba con ver además de su madre no se encontraba ahí. Fue una ceremonia triste y sombría, pero Caín juró sentir a su tía en el susurro del viento, en los rayos del sol que calentaban su rostro, en el aire que respiraba. Nunca volvería a verla, pero jamás dejaría de sentirla.

El funeral concluyó. Caín apartó a su madre del resto de los asistentes y le dijo que necesitaba unas últimas horas a solas.

—Pero no volverás a irte, ¿cierto? —preguntó la mujer, aterrada. Los años que pasaron se notaban en su rostro, pero seguía siendo la misma persona de siempre, solo que ahora tenía un brillo especial que antes no poseía. Caín se moría de curiosidad por saber qué fue de ella durante sus cinco años de ausencia, pero ya lo descubriría más tarde.

—No, mamá —respondió Caín—. Ya no me iré.

La mujer lloró lágrimas de felicidad.

—¿Sabes? —dijo—. Hoy perdí a alguien muy importante para mí, pero recuperé al hombre que más he amado en toda mi vida.

Caín se limitó a sonreír y a abrazar a su madre. No sería fácil para ellos restablecer su vínculo, pero al menos ya estaban juntos otra vez.

El joven se marchó en una dirección contraria a la de su madre y comenzó a deambular por la ciudad. Cada lugar que contemplaba le recordaba algo de su pasado. Aquella era la ciudad en la que sufrió, en la que disfrutó, en la que erró, en la que aprendió. Mucho había cambiado desde entonces, y ahora la vida era un libro abierto e impredecible.

Caín caminó por el centro de la ciudad hasta llegar a una galería de arte. Se emocionó al recordar una pasión que no había vuelto a desempeñar desde que se separó de Charlie. No se sentía digno de ser un artista, creía que no era digno de algo tan hermoso como el arte, pero ese día parecía el indicado para disfrutar una de las cosas que lo hacía feliz.

Caín entró al edificio y de inmediato se sintió en casa. La exhibición a la que asistió se llamaba "Crónicas de una noche estrellada", y estaba inspirada en la legendaria pintura de Van Gogh que Charlie y Caín tanto apreciaban.

Apenas entró, Caín se halló con un montón de cielos estrellados pintados a su alrededor. Le fue inevitable no pensar en Charlie, en cuánto amaban admirar la belleza de la noche. Había pinturas de múltiples estilos, pero todas compartían la misma premisa. Caín deseaba que Charlie estuviera ahí para contemplar la majestuosidad de los firmamentos que decoraban el lugar.

Como si el destino lo permitiera, el sueño de Caín se hizo realidad:

Charlie se encontraba a solo metros de distancia.

Al principio, Caín pensó que se trataba de una alucinación. No había visto a Charlie desde el ataque cardíaco que por poco lo mató. Él había cambiado bastante: se veía más alto, vestía ropa un tanto extravagante y, a simple vista, lucía como alguien despreocupado y feliz. Llevaba el cabello más largo que antes y ahora tenía un tatuaje de una luna menguante en un brazo. Miraba las pinturas como una persona que veía por primera vez después de años de ceguera. El brillo en sus ojos era mucho más intenso que en el pasado; se notaba en su cara que su luz interior brillaba con fuerza.

Caín se quedó paralizado del impacto. Sabía que en algún momento de su vida volvería a enfrentarse a Charlie, pero no estaba preparado para lo que su corazón experimentó al ver a su verdadero primer amor después de tanto tiempo. Quería correr hacia él y estrecharlo en sus brazos como si los años no hubieran transcurrido; quería decirle que nunca lo había olvidado, que soñaba con él cada noche, que su corazón aún le pertenecía.

Sin embargo, Caín era más consciente que nunca de que no era un buen partido para Charlie. Lo mejor para ambos era mantener las distancias y pretender que nunca se conocieron. Caín ni siquiera se veía bien en su opinión: vestía ropas viejas y descuidadas, estaba muy delgado y tenía unas ojeras que evidenciaban el cansancio físico y mental que arrastraba desde hace años. Parecía llevar una nube negra y lluviosa sobre la cabeza. Cualquiera que lo viera adivinaría que su vida era miserable.

Caín no quería que Charlie lo viera de esa manera, así que dio la media vuelta y se alejó a gran velocidad.

No obstante, se detuvo al oír:

—¿Eres tú, Caín?

Caín ya no podía moverse. Su cuerpo entero se había congelado, ni siquiera era capaz de respirar con normalidad. La voz de Charlie sonaba más madura que antes, se oía como un canto celestial para Caín. Era él, definitivamente era Charlie quien se encontraba a solo pasos de distancia.

El corazón de Caín comenzó a latir con locura. Quería salir corriendo, pero sus pies no respondían. Algo lo aferraba al suelo y le impedía escapar.

—¿Caín? —repitió Charlie, acercándose.

Los ojos de Caín se empaparon de lágrimas. Hizo lo imposible por retenerlas, no quería que Charlie lo viera llorar.

Charlie apareció frente a él y Caín sintió que se encontraba en presencia de un ángel. Si de lejos se veía hermoso, de cerca era un sueño hecho realidad. Los años habían pasado, pero el Charlie del que se había enamorado seguía ahí. Eran los mismos ojos claros como un manantial, los mismos labios carnosos, el mismo aroma a esperanza.

Caín necesitaba volver a besarlo y sentirlo en sus brazos, pero sabía que ya no tenía ese privilegio. Charlie estaba fuera de su alcance.

—¡Realmente eres tú! —exclamó Charlie, entusiasmado—. No puedo creerlo. ¿¡Dónde te metiste todos estos años!?

Charlie reía como si se alegrara de verlo, lo que confundió a Caín. ¿Acaso había olvidado las cosas malas que hizo? ¿Eran cinco años de sufrimiento y de separación el castigo suficiente?

—¿Y bien? —insistió Charlie—. ¿Qué fue de ti, Caín? Te busqué por todos lados.

Caín no podía creer lo que escuchaba. Tenía que tratarse de un sueño.

—¿Me... me buscaste? 

—Por supuesto que lo hice. —Charlie se cruzó de brazos—. ¿Qué esperabas? Sí, las cosas no terminaron bien entre nosotros, pero no por eso dejaría de preocuparme por ti. Te fuiste sin decir adiós, Caín, ni siquiera te despediste de tu madre. De no ser por Nora, todos te habríamos dado por muerto.

Caín cerró los ojos, negó con la cabeza y soltó una risa involuntaria. Era obvio que Nora les diría a todos que Caín se encontraba bien; era la única forma de que no hubiera carteles pegados en las calles con una foto de su rostro.

—Pensé que me odiabas —musitó Caín. Por poco se le quebró la voz. Sus ojos, al menos, ya estaban cristalizados.

—Y lo hice por mucho tiempo —admitió Charlie—. Pero han pasado varios años desde entonces. No debiste marcharte, Caín. Me dejaste muy preocupado.

Caín no pudo hacer más que agachar la mirada. Se sentía diminuto frente a Charlie. Aún estaba a tiempo de salir corriendo antes de que ya no pudiera hacerlo.

—Disculpa, Charlie, pero... tengo que irme —dijo Caín con el dolor de su alma.

—¿Irte? —Charlie hundió el ceño, pero acabó por asentir—. Bueno, supongo que tienes muchas cosas que hacer. —Forzó una sonrisa—. Fue bueno verte, Caín. Saluda a la tía Brenda y a tu madre de mi parte.

Caín quiso decirle que la tía Brenda había fallecido, pero no lo consideró oportuno. Apenas se estaban reencontrando.

—Lo haré. —Las lágrimas estaban a punto de salir. Tenía que irse ya si no quería romper a llorar—. Adiós, Charlie.

Dicho eso, se alejó.

Los pasos de Caín eran inseguros. Dejó que las lágrimas se deslizaran por sus mejillas y apuró el paso hacia la salida del recinto. Las pinturas de los cielos estrellados ya no parecían tan hermosas como al entrar, ahora intensificaban su tristeza.

El joven quería salir cuanto antes, pero, al mismo tiempo rogaba que Charlie le diera una señal de que no quería que se alejaran otra vez, algún indicio de que podrían empezar de nuevo, ahora sin el peligro que enfrentaban años atrás, sin las mentiras que tanto daño causaron y sin los secretos que por poco les costaron la vida. 

Caín sabía que no era suficiente para Charlie, que tal vez nunca lo sería, pero también estaba seguro de que ya no volvería a permitir que nada ni nadie les impidiera ser felices. Si Charlie lo permitía, Caín haría hasta lo imposible por convertirlo en el hombre más feliz del mundo.

Solo necesitaba una señal, solamente una.

Y esa señal llegó.

—¡Espera, Caín! —gritó Charlie con determinación—. ¿Quieres ir por un café?

Caín sonrió mientras el llanto empapaba su rostro. Volvió a cerrar los ojos, pero no para reprimir las lágrimas, sino para comprobar que no se trataba de un sueño. Al abrirlos y darse cuenta de que seguía en el mismo sitio, supo que todo era absolutamente real.

La señal había llegado, pero ¿qué haría Caín? Podría aceptar ir por el café y tal vez nada pasaría. Charlie se daría cuenta de que no tenía nada que ofrecer y quizá ya no querría volver a verlo.

O, tal vez, se darían una nueva oportunidad en el amor y nada saldría mal. Serían tan felices como soñaban años atrás y permanecerían juntos hasta que el próximo adiós acudiera a ellos.

Caín se dio la vuelta. No le importaba que su rostro estuviera empapado, ya no tenía nada que esconder. Sonrió, respiró con fuerza antes de dar una respuesta y dijo:

—Vamos por ese café, pequeño.

Y así fue como el destino les abrió una puerta a un mundo de nuevas posibilidades.








FIN





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