Capítulo final (Primera parte)
Después de escribir las últimas palabras que le dedicaría a Caín, Charlie pasó la noche en vela meditando sobre lo sucedido. No podía borrar de su cabeza los videos que tanto terror le causaban, tampoco dejó de pensar en su amado. Por más que lo adoraba con cada fibra de su cuerpo, no encontró razones para perdonarle lo que hizo junto a cuatro muchachos que, para Charlie, eran la maldad personificada. El joven no quería que el grupo de maleantes quedara impune, su corazón le exigía que no dejara pasar actos tan inhumanos.
Poco antes de salir de casa, Charlie reflexionó por última vez sobre las consecuencias que provocaría al delatar a Caín. Dio por terminada la relación el día anterior, pero el amor que sentía no desaparecería de la noche a la mañana. Sin embargo, haría lo posible por olvidar a Caín, porque nunca volvería a verlo con los mismos ojos. Aunque este cumpliera cualquier castigo que las autoridades ordenaran, Charlie sabía que nunca sería capaz de eliminar de su mente lo que pasó. Jamás se desharía de la imagen de Caín hiriendo a Manuel.
Las lágrimas volvieron a acumularse por milésima vez en los ojos de Charlie al recordar los videos que evidenciaban el crimen, los que llevaba dentro de un pendrive que entregaría a los policías de la estación más cercana. Le costaba asimilar el hecho de que alguien como Caín, a quien creía una persona intachable, se involucró en una golpiza tan despiadada. Se odiaba por confiar ciegamente en él, su autoestima cayó hasta el suelo. "¿Cómo pude ser tan imbécil?" se preguntaba. "¿En qué momento me dejé cegar por el amor?".
Con tales pensamientos en mente, Charlie atravesó el umbral de la puerta y salió de casa a la primera hora del alba. El sol ni siquiera había salido en su totalidad, sus padres y probablemente todos en el barrio seguían durmiendo. Él fue el único que no logró dormir, el único que pasó la noche tiritando de miedo y llorando a mares.
Charlie llegó a las afueras del mismo parque en el que pasó decenas de tardes con Caín. No lograba detener las lágrimas que se enfriaban en sus mejillas. Todo le recordaba a Caín, incluso el susurro del viento evocaba pensamientos en él. El pendrive en el que llevaba los videos parecía palpitar dentro de su bolsillo. Si bien su decisión le causaba un dolor más fuerte que cualquier golpe, ya no sentía ninguna clase de duda. La denuncia era inminente. No daría marcha atrás, llegaría a la estación y haría lo correcto.
Pese a que su caminata era dominada por el llanto, todo parecía marchar bien...
Hasta que un automóvil apareció de la nada y frenó a su lado.
Un grupo de sujetos encapuchados salió del vehículo a la velocidad de un suspiro. Charlie supo inmediatamente qué sucedería y, en un acto reflejo, echó a correr.
Por desgracia, no logró llegar muy lejos: los encapuchados lo alcanzaron, lo levantaron de los brazos y de las piernas y lo llevaron al auto mientras uno de ellos le cubría la boca para que no alertara a nadie.
El corazón de Charlie inició las estampidas frenéticas a las que ya se había acostumbrado. El terror congeló cada mililitro de su sangre; dejó de llorar solo porque estaba demasiado aterrado para hacerlo. Sabía que las personas detrás de las máscaras debían tratarse de Hardy y de sus amigos, pero no lograba entender cómo se enteraron de sus intenciones. ¿Acaso Hardy se dio cuenta de que Charlie y Jeremy le tendieron una trampa? ¿Permitió que obtuvieran los videos a propósito?
Charlie fue lanzado a los asientos traseros del vehículo negro. Una vez ahí, el muchacho intentó defenderse, pero los brazos que lo retenían eran fuertes y su pánico apenas le permitía pensar con claridad. Su corazón estaba muy descontrolado, mucho más de lo que se aceleró en su primera vez con Caín.
Dos encapuchados se sentaron en medio de Charlie. Su boca fue liberada, pero de inmediato alguien le cubrió la cabeza con una gruesa bolsa de tela que tenía un elástico que cerraron en torno al cuello del joven. Él apenas podía respirar, ni el miedo ni la bolsa se lo permitían. Comenzó a clamar por ayuda, pero, apenas lo hizo, recibió un puñetazo en el estómago que le arrebató el poco aire que le quedaba.
—¡Si no te callas, te mataremos! —le advirtieron.
Charlie reconoció la voz: era Hardy.
—¡Por favor, no me hagan daño, no me...! —El joven volvió a recibir otro golpe que lo obligó a callar.
—Denme la mordaza —ordenó Hardy.
Al cabo de segundos, Charlie sintió que el elástico que rodeaba su cuello se estiraba. Alzaron la bolsa hasta dejarla a la altura de sus ojos y volvieron a bajarla luego de que le cubrieron la boca con cinta. Trató de serenarse, pues sabía que teniendo la boca tapada y la bolsa sobre su cabeza le sería casi imposible respirar, pero la calma era algo imposible de obtener. Charlie sabía que no saldría ileso, no después de descubrir que Hardy y sus amigos eran capaces de lo peor.
El muchacho se desesperó de tal manera que perdió el aliento y cayó inconsciente. Al despertar, se halló amarrado contra una silla en medio de una estancia en cuyas paredes se apreciaban señales de abandono. Estaba solo, pero sabía que no sería por mucho. A través de las ventanas polvorientas del cuarto, situadas a cada costado de una puerta cerrada, Charlie notó que la casa se ubicaba en medio de un bosque, tal vez uno cercano a la cabaña en la que vivió uno de los momentos más importantes de su vida con Caín.
En vez de tranquilizarlo, la idea aumentó el pánico que sentía. ¿Y si Caín estaba detrás de todo eso? ¿Y si fue él quien les advirtió a Hardy y a sus amigos sobre la denuncia?
En lugar de dejarse vencer por el terror, Charlie aprovechó el tiempo que le quedaba a solas para tratar de encontrar una forma de liberarse de la silla a la que lo amarraron, pero fue inútil. Estaba atrapado como una mosca en una telaraña, como un cervatillo rodeado de hienas. No había forma de escapar, al menos no sin la ayuda de nadie.
Intentó gritar, pero su boca seguía cubierta. Forcejeó todo lo que pudo y ni siquiera aflojó el agarre de las cuerdas. Su pánico crecía y crecía, así como también aumentaba la velocidad de sus latidos. Se esmeró en tratar de calmarse para ralentizarlos, pero no sirvió de nada: su corazón decidió convertirse en una locomotora a toda máquina.
Charlie no se dio cuenta del tiempo que había transcurrido cuando la puerta principal finalmente se abrió y los mismos encapuchados que lo llevaron ahí atravesaron el umbral. El joven cautivo nunca le había temido tanto a la muerte como cuando uno de los encapuchados se acercó a él y se detuvo a solo centímetros de distancia.
Gracias a la escasa luz que ingresaba a través de las sucias ventanas, Charlie reconoció los ojos de Hardy, quien estiró una mano hacia su cabello y se lo revolvió como si se tratara de un cachorro y no de un prisionero. Tanto Hardy como los demás se quitaron las capuchas.
Charlie, tal como había adivinado, reconoció a Hardy, a Ronaldo, a Jonas y, por desgracia suya y de Nora, a Luis.
No vio a Caín.
—Oh, Charlie, dulce e inocente Charlie... —musitó Hardy con voz cantarina—. No debiste meterte donde no te llamaron.
Acto seguido, Hardy le dio un puñetazo a Charlie en la mejilla con tal fuerza que por poco lo regresó a la inconsciencia.
—¡¡¡No debiste meterte con nosotros!!! —gritó Hardy, más furioso imposible—. ¡¡¡No debiste!!!
Un gélido escalofrío recorrió a Charlie de los pies a la cabeza. A pesar de que sentía que era inútil, intentó rogar por piedad.
—Te gusta meterte donde no te llaman, ¿cierto? —inquirió Hardy con una expresión desquiciada—. ¿Te gusta meterte con quien no te pertenece?
Charlie notó que los cómplices de Hardy lo miraban con ceños fruncidos. Hardy se dio cuenta de ello e hizo lo que pudo por ocultar el nerviosismo que lo asaltó.
—Déjennos solos —les pidió a los demás—. Tengo asuntos privados que tratar con Charlie.
El resto del grupo se miró entre sí. No decían ni hacían nada, solo compartían miradas de incertidumbre.
—¡¡¡Largo!!! —exigió Hardy, su cara ardía como el sol.
Los cómplices abandonaron el lugar. Hardy y Charlie quedaron a solas.
Solo hasta asegurarse de que no había nadie cerca para escuchar su conversación, Hardy se aproximó a Charlie y retiró la mordaza que le impedía emitir sus súplicas, las que comenzaron a ser expulsadas de inmediato.
—Por favor, Hardy, déjame ir...
—¡Cierra la boca! —Hardy volvió a golpear a su prisionero con una fuerza brutal—. ¡No me tientes a acabar contigo de una buena vez!
Charlie se paralizó al escuchar lo último. ¿Acaso Hardy planeaba darle fin a su vida? ¿Tal era su locura? No tenía dudas al respecto, pero conservaba la ilusa esperanza de que al menos podría ver la luz del día una vez que Hardy y sus amigos concretaran su venganza.
—Veo que te has quedado mudo. —Hardy rio—. Ya no tienes tantas ganas de hablar, ¿eh? Qué pena, porque sí que hablarás, pero solo cuando yo te lo ordene, ¿entendido?
Charlie asintió con la cabeza, no podía dejar de temblar. Sentía frío a pesar de que era pleno verano y de que la habitación parecía un horno encendido.
—Supongo que tienes muchas preguntas. —Hardy deambuló por el cuarto con lentitud—. Preguntas sobre mí, sobre los videos, sobre Manuel... sobre Caín.
La mención de Caín captó toda la atención de Charlie.
—Lo amas, ¿no? —Hardy sonrió son sorna, pero en realidad había algo oculto detrás de su sonrisa—. Y él te ama también, eso puedo asegurarlo...
Aunque Charlie ya no quería volver a ver a quien fue su gran amor, oír desde la boca de Hardy que Caín lo amaba fue muy satisfactorio para él. Podía sentir los celos que emanaba su captor. A pesar de que no debería, se sentía muy contento de tener la certeza de que, hiciera lo que hiciera, Hardy nunca obtendría el cariño de Caín.
Charlie cayó en cuenta de que, tal vez, lo mejor para él sería mentirle a Hardy sobre sus verdaderos sentimientos.
—Ya no amo a Caín —mintió—. No podría amarlo después de saber las cosas que hizo. Es todo tuyo si lo quieres, ya no quiero volver a verlo. —Eso, al menos, era verdad.
Hardy rio. No era una risa burlona, más bien, era una triunfal.
—Así que al fin te quitarás del camino, ¿no? —Se acercó a Charlie nuevamente. Él intentó retroceder a pesar de que le era imposible—. Qué lástima que hayas decidido dar un paso al costado tan tarde. De haberlo hecho antes, ya no tendría que acabar contigo.
Charlie volvió a estremecerse.
—No hablas en serio, ¿o sí? —preguntó a modo de súplica—. No vas a matarme. No serías capaz.
—Creo que ya sabes de lo que soy capaz. —Hardy sacó algo de uno de sus bolsillos y lo giró entre sus dedos: era el pendrive de Charlie—. Aquí están las pruebas de que soy un chico muy malo. —Soltó una carcajada y regresó el dispositivo a su bolsillo—. Es una pena que las pruebas vayan a desaparecer contigo.
"No todas" pensó Charlie en una mezcla de pánico, de terror y de furia. "Siguen en mi correo electrónico".
Recordar que los videos seguirían a salvo en su cuenta virtual le entregó un poco de consuelo. Lo cierto es que Charlie ya se resignaba a que desaparecería, pero también estaba consciente de que se abriría una investigación para dar con su paradero, por lo que era posible que Hardy no se saliera con la suya después de todo. Sin embargo, la idea de morir lo aterraba como nunca antes. Tiempo atrás, Charlie habría recibido la muerte con los brazos abiertos, pero ya no pensaba de la misma forma: había aprendido a amar la vida tanto como amaba las noches estrelladas.
Sin poder evitarlo, Charlie rompió a llorar.
—¿Por qué? —interrogó, desconsolado—. ¿Por qué haces todo esto?
—¿Por qué crees tú? —preguntó Hardy en lugar de responder—. Vamos, Charlie, dime lo que piensas. —Esbozó una sonrisa que, tal como las anteriores, solo era una máscara.
—Porque te odias a ti mismo. —Se aventuró a responder Charlie—. Desprecias lo que eres y te duele no poder cambiarlo, pero no es tu orientación la que debe cambiar. Lo que somos no es algo que podamos eliminar porque no nos gusta, tampoco es algo que debería ser repudiado. El único daño que hacemos al amar a otros hombres o mujeres es el que nos provocamos a nosotros mismos cuando intentamos reprimirnos. No tienes que rechazar tu verdadera identidad, Hardy, tienes que amarte tal como eres y...
—¡Cállate! —Contrario a lo que Charlie esperaba, sus palabras solo enfurecieron a Hardy—. ¡No tienes idea de lo que estás hablando! Yo no elegí esto, nunca lo elegiría...
—Nadie lo elige —dijo Charlie con temor, pero también con cierta firmeza—. Pero si fuera una elección, yo no cambiaría nada, porque no lastimo a nadie al ser de esta manera. Tú, en cambio, lastimas a las personas solo porque lastimarte a ti mismo no es suficiente...
Charlie quiso decir más para suavizar sus declaraciones, pero Hardy lo abofeteó con tanta fuerza que apenas podía mover la boca tras el golpe.
—¡No tienes idea de las razones por las que hago lo que hago! —gritó Hardy con una histeria desmedida. Sus ojos estaban a punto de escapar de sus cuencas—. ¡No hables de mí como si me conocieras!
Charlie decidió callar. No tenía sentido tratar de llegar al corazón de Hardy. Era obvio que, dijera lo que dijera, nada lograría ablandarlo. Charlie no debía ser ni el primero ni el último intentar apelar a los sentimientos de aquel muchacho lleno de odio que parecía estar a punto de estallar.
Hardy se alejó hacia la pared más cercana y la golpeó con la misma fuerza con la que abatió a Charlie. La pared estaba tan desgastada por el paso del tiempo que se resquebrajó y tembló como si fuera a desplomarse con uno o dos puñetazos más. Hardy respiraba como una bestia enfurecida; clavó su mirada en la pared recién golpeada antes de seguir hablando.
—No sabes lo que es crecer odiándote a ti mismo —masculló. Charlie lo sabía, pero no quería interrumpir—. No sabes cuánto he deseado ser diferente, cuántas noches me dormí entre lágrimas rogando al cielo que al crecer pudiera ser normal... pero los años pasaron y seguía siendo el mismo de siempre; lo único que cambiaba era el odio que sentía, el cual no dejaba de crecer, así como también aumentaba la envidia que sentía por los que tenían el coraje suficiente para actuar como niñitas sin temor a nada. No es justo, ¿sabes? No es justo que tantos maricas puedan salir a las calles sin miedo a ser lastimados cuando hay tantos otros que ni siquiera podemos vivir en paz con nosotros mismos. No merecen sentirse orgullosos de algo que, en lugar de ser motivo de orgullo, es motivo de vergüenza. Por eso los maltrato, Charlie, porque no conocen su lugar y porque no empatizan con los que no podemos ser como ellos. Van por ahí sintiéndose muy libres y actuando como personas que en realidad no son cuando muchos de nosotros vivimos un infierno por dentro.
Charlie no daba crédito a lo que acababa de oír. Habría reído de no encontrarse en una situación tan peligrosa.
—Lo que dices no tiene ningún sentido. —No pudo evitar expresarlo en voz alta—. ¿Te das cuenta de que, además de ser absurdo, es contradictorio? Esos "maricas" que van tan libres por la vida nos abren las puertas a los que por años vivimos ocultando lo que somos. No se burlan de tu falta de libertad, Hardy, sino que te ayudan a que puedas tener más. ¿De qué otra forma nos aceptarán si no es mostrando con orgullo lo que somos? ¿Cómo deberíamos actuar si no es con la frente alzada? ¿Deberíamos ser exactamente como la gente "normal" para que no nos discriminen? No es justo que lastimes a quienes se atreven a ser diferentes, Hardy. Los únicos culpables de que tu vida sea un infierno son los que te han convertido en el ser rencoroso que eres, incluyéndote.
Hardy se dio la vuelta y regresó sus ojos a los de Charlie. Estos reflejaban un odio indescriptible, parecían arder en llamas.
—¡Que te calles! —Hardy dio zancadas en dirección a Charlie y rodeó su cuello con sus manos—. ¡Cállate, cállate, cállate!
Charlie trató de inhalar todo el aire que pudo mientras Hardy se lo impedía, pero fue inútil. Para su suerte, Hardy lo soltó poco después.
—No creas que no acabo contigo ahora mismo porque me des lástima —dijo Hardy, sonaba demente y respiraba entre jadeos, pero no unos tan desesperados como los de Charlie—. Aún falta para tu final.
Charlie tosió con violencia y trató de reunir todo el aire posible antes de desmayarse o de sufrir un paro cardíaco. Afortunadamente, Hardy se alejó y le dio un par de minutos para recuperar el aire y para calmar su débil corazón.
—Por favor, Hardy... —suplicó Charlie una vez que se repuso—. Déjame ir. Te prometo que no le diré a nadie lo que vi, guardaré el secreto para siempre.
—No tendrás necesidad de callarlo, porque se irá contigo a la tumba hoy mismo. —Hardy rio como si sus palabras no fueran macabras en absoluto.
Charlie se resignó a que no lograría doblegar a Hardy. Ya no tenía escapatoria. Se limitó a guardar silencio y a agachar la mirada, rogando por dentro que su muerte llegara pronto y que fuera lo menos dolorosa posible.
—Mírate, tan aterrado e indefenso —dijo Hardy—. Eres patético, Charlie. No entiendo qué vieron Caín y Jeremy en ti. Es una suerte que el último me siga queriendo tanto como para traicionarte.
Hardy volvió a captar la atención de Charlie, quien levantó la mirada para observarlo.
—¿De qué hablas?
—¿Cómo crees que averigüé lo que planeabas hacer? —Hardy ladeó la cabeza—. Sí, Charlie. Jeremy me lo contó todo.
—No es cierto. Él me ayudó a conseguir los videos. Él quería que pagaras por lo que hiciste.
—No, Charlie. Él solo quería que te alejaras de Caín. —Hardy seguía riendo como si todo le pareciera divertido—. Lo odia, ¿sabes? Cuando Jeremy se enteró de que yo sentía algo por Caín, perdió la cabeza, y fue aún peor cuando le dije que ya no quería nada con él. Desde entonces, hizo lo imposible con tal de volver conmigo, pero nunca accedí. Si te salvó aquella vez en que tratamos de lastimarte en el baño de la escuela fue solo para provocarme, no porque le importaras.
Desgraciadamente, Charlie sí creía en las palabras de Hardy. No conocía bien a Jeremy después de todo.
—Y si Jeremy tuvo las agallas para ayudarte a obtener esos videos, fue solo porque quería que terminaras con Caín para que él sufriera y para vengarse de mí por mandarlo a la mierda —prosiguió Hardy—. Pero ¿sabes qué? Ayer por la noche me llamó desesperado rogándome perdón y advirtiéndome que huyera lo más lejos que pudiera antes de que tú me denunciaras. Qué lástima para ti que, en lugar de huir, decidí eliminar el problema de raíz.
Charlie sentía un dolor indescriptible. No quería a Jeremy ni nada parecido, solo le dolía confiar plenamente en todo el mundo y siempre recibir puñaladas por la espalda. Debió imaginar que las cosas no saldrían bien cuando Jeremy se negó a denunciar lo sucedido. Se odiaba por no haber hecho las cosas de una manera más discreta e inteligente. Debido a su imprudencia, todos se saldrían con la suya, incluyendo a Jeremy.
—¿Sabes qué es lo más gracioso de todo? —preguntó Hardy—. Que, a pesar de que fue de gran ayuda que Jeremy me contara lo que harías, eso no impide que vaya a patearle el trasero apenas termine contigo. Si cree que volveré con él sabiendo que me traicionó, está muy equivocado. Ya quiero ver su cara cuando se entere de que no le sirvió de nada delatarte. —Se rio—. ¡No imaginas cuánto gozaré cuando lo escuche rogar por piedad!
Charlie no podía creer que existiera gente como Hardy. Le aterraba pensar que podría haber miles de personas como él en todo el mundo, pero la realidad es que sí las hay y eso lo destrozaba. Lo único que le daba fuerzas para soportar lo que vendría era la esperanza de que, en algún futuro no muy lejano, todo sería diferente y que, más temprano que tarde, Hardy y sus amigos pagarían por todas las calamidades que cometieron.
Resignado a que ya no encontraría una vía de escape, Charlie decidió atacar a Hardy con palabras que recordaría por el resto de sus días.
—Puede que yo sea patético —asintió Charlie—. Pero ¿sabes quién es todavía más patético? Tú. Vives una vida basada en las mentiras; les mientes a tus propios amigos, seguro que también le mientes a tus padres y, por si fuera poco, te mientes a ti mismo. Crees que eres superior y diferente a la gente de nuestra comunidad, pero lo cierto es que eres una basura que no merece ser parte de ella. Puedes herir a todos los homosexuales del mundo, pero nunca, por más que lo intentes, dejarás de ser uno; y si algún día llegas a aceptar lo que eres, lo que hiciste te perseguirá de todas formas. Nunca serás feliz, Hardy. Jamás.
A pesar de que se veía furioso, Hardy lloraba por dentro, pues sabía que Charlie tenía razón. Hiciera lo que hiciera, nunca dejaría de ser homosexual.
—¿Cómo te...? —Intentó hablar, pero se le cerró la garganta.
—Y, hagas lo que hagas, nunca obtendrás el amor de Caín —añadió Charlie en un arranque imparable de valentía—. Puedes acabar conmigo y con todos los chicos que se le acerquen, puedes amenazarlo de mil formas diferentes, pero jamás te querrá como me quiere a mí. Pasarás la vida obsesionado con alguien que solo te ve como el monstruo que eres. Vas a morir solo, Hardy, consumido por tu propio odio. Quizá mi vida acabará hoy, pero al menos logré experimentar lo que es la felicidad. A diferencia de la mía, espero que tu vida sea muy larga, porque sin duda será miserable.
Hardy sentía tanta rabia que su corazón latía a la misma velocidad que el de Charlie. Un gran dolor calaba en lo más profundo de su ser. Detestaba aceptar que Charlie estaba en lo cierto, pero no podía negarlo.
Charlie estaba a punto de decir algo más, porque ya no tenía nada que perder, pero Hardy se le adelantó.
—¡¡¡Ya basta!!! —gritó—. ¿Sabes qué pasó con la última persona que osó hablarme de esta forma? Supongo que lo sabes, ¿no? Ya viste un poco de lo que le hicimos a Manuel.
—Manuel era una víctima —aseguró Charlie. Aún tiritaba a causa del miedo, pero una parte de él permanecía firme.
—¿Una víctima? —Hardy rio—. ¿Una víctima formaría parte de nuestros ataques?
El mundo de Charlie se desmoronó.
—¿Qué? —Apenas le salía la voz.
—Son cinco los encapuchados que aparecen en algunos videos: Ronaldo, Jonas, Luis, Manuel y yo —confesó Hardy—. ¿Acaso creías que Caín era uno de nosotros? Nunca tuvo las agallas, siempre fue demasiado bueno. Lo más irónico de todo es que eso es lo que más me gusta de él; a pesar de que una parte suya es mala como yo, la otra es deliciosamente buena y atractiva. El pobre se ha sentido culpable por golpear a Manuel durante mucho tiempo. No tiene idea de que era una bestia como yo, una bestia que se atrevió a traicionarme y a meterse con quien me pertenece. Debí matarlo tal como lo haré contigo.
Charlie se sentía tan aturdido que quería vomitar. Todo en lo que creía era una mentira: Caín no era quien decía ser. Hardy era mucho peor de lo que imaginaba. Luis era tan peligroso como los demás, y Nora no tenía idea. Jeremy quería tanto a Hardy que era capaz de perdonar crímenes horrorosos con tal de protegerlo... y, ahora, había descubierto que Manuel no era ninguna víctima, sino que era otro agresor. Eso no justificaba el hecho de que Caín lo golpeara siendo su novio, pero Charlie sentía que su exnovio no merecía cargar con el remordimiento de haber agredido a alguien que le hizo daño a tantas personas.
La resignación de Charlie a la muerte había desaparecido. Necesitaba escapar para encontrar a Caín y para contarle lo que acababa de averiguar. Aún sentía un gran resentimiento y una tremenda decepción hacia él por haber ocultado algo tan inaceptable como los ataques, pero sentía la urgencia de revelarle quién era Manuel en realidad, si es que ya no lo sabía.
—Hardy, te lo ruego, déjame ir, déjame ir, ¡déjame...! —suplicó Charlie, pero no pudo decir más.
—¡Cállate! —Hardy se le acercó y volvió a amordazarlo—. Llegó tu hora, Charlie. Vas a desear nunca haberme conocido.
Dicho eso, Hardy se acercó a la puerta principal y llamó a sus amigos. No se encontraban tan lejos, en cuestión de segundos regresaron a la casa. Hardy cayó en cuenta de que probablemente sus secuaces escucharon toda su conversación con Charlie, pero ya no le importaba. Ellos ya sabían de todas formas el secreto de Hardy, el cual no era tan secreto como él creía. No comprendían por qué Hardy atacaba a miembros de la comunidad a la que él debería pertenecer, pero tampoco lo cuestionaban. Amaban la adrenalina y el poder que sentían en cada ataque, eran adictos a la sensación de superioridad que les brindaba el amedrentar a personas indefensas y, gracias a Hardy, su gran mentor, tenían la excusa perfecta para hacerlo y los medios suficientes para salirse con la suya.
Una vez que el grupo entero se encontraba en el interior, la tortura de Charlie comenzó. Le hicieron exactamente lo mismo que vio en el video de Manuel, e incluso cosas mucho peores. El joven no podía dejar de llorar ni de retorcerse de dolor. Habría insistido en implorar por piedad de no ser porque la mordaza se lo impedía, pero al menos expresaba a través de la mirada lo mucho que sufría para tratar de tocar los corazones de sus agresores; no obstante, era inútil. El único que parecía empatizar con su dolor era Luis, quien en todo momento lucía como si no quisiera estar ahí, pero aún no reunía el coraje suficiente para hacer algo más que lo que le ordenaba Hardy.
Solo había pasado una hora y Charlie ya sentía que agonizaba. Le habían hecho tantas cosas malas que su corazón pendía de un hilo muy delgado. Oscilaba entre la inconsciencia y la lucidez, ya no sabía qué era real y qué no. Muchas cosas pasaron por su mente a lo largo de la hora más larga de su vida. Creyó ver a Caín en el cuarto, a Joaquín, también a sus padres. Rebobinó su vida entera y se aferró a los pocos recuerdos felices que guardaba como una forma de soportar el dolor que le provocaban sus captores. No fue hasta que culminó dicha hora que uno de ellos manifestó sus deseos de dar por terminada la venganza.
—¿No crees que ya tuvo suficiente? —le preguntó Luis a Hardy—. Dejémoslo ir. Después de esto, no tendrá ganas de denunciar a nadie. ¿No es así, Charlie?
Luis tenía la esperanza de que Charlie asintiera y de que Hardy decidiera liberarlo, pero Charlie ni siquiera podía moverse. Apenas lograba mantenerse despierto.
—Yo decido cuándo parar —espetó Hardy—. ¡Levántenlo, lo llevaremos al lago!
Charlie hizo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban y alzó la mirada al oír la mención de un lago. Después de todo, sí se encontraba cerca del lugar en el que su romance con Caín floreció por completo.
—Vamos, Hardy, Luis tiene razón —se atrevió a decir Ronaldo. No sentía pena por Charlie, pero tampoco quería llegar a un punto en el que ya no podrían retroceder. La mayoría de sus ataques no duraban más que unos minutos, incluso el ataque a Manuel fue mucho más corto que el de Charlie. Los cómplices de Hardy no tenían idea de las macabras intenciones de su líder.
—¿Acaso intentan cuestionarme? —demandó Hardy con rudeza—. Recuerden que sé muchos de sus secretos más oscuros. Si lo quisiera, podría hundirlos a todos. Yo caería también, pero puedo vivir con ello. ¿Y ustedes?
La amenaza fue suficiente para amedrentar a Jonas y a Ronaldo, pero no a Luis. Los primeros se acercaron a Charlie y comenzaron a desatarlo de la silla, pero el último se mantuvo fijo en su sitio. Decidió que ya no seguiría haciéndole daño a alguien que, en su opinión, no lo merecía.
—¿Qué esperas para ayudarlos? —le preguntó Hardy a Luis—. ¡Muévete!
—No —dijo Luis con determinación.
—¿No? —Hardy estaba al borde de otro ataque de ira.
Luis comenzó a retroceder muy lentamente. Al notar sus intenciones, Hardy salió disparado en su dirección, pero Luis alcanzó la puerta y corrió hacia los bosques a toda velocidad.
—¡Vayan por él! —ordenó Hardy a Jonas y a Ronaldo—. ¡Rápido!
Conscientes de que Luis podría delatarlos, Jonas y Ronaldo corrieron tras él. Hardy, quien se rehusaba a dar su brazo a torcer, cargó por su cuenta a su rehén al exterior. Prácticamente lo arrastró hacia el bosque y luego hacia el lago que Charlie tan bien conocía.
Al hallarse frente a las aguas relucientes que atestiguaron el nacimiento de su amor con Caín, Charlie no pudo evitar sentirse en casa. Estaba al borde de la muerte, pero se sentía más vivo que nunca. Se transportó hacia tiempos nada remotos en los que las mentiras y las revelaciones no lo aniquilaban por dentro y se imaginó con Caín en algún lugar situado frente al lago, sentados sobre una roca, admirando el atardecer y luego la aparición de las estrellas.
Se remontó a aquella época en la que Caín era un imposible, en la que sus sueños parecían ser tan difíciles de cumplir como viajar a otra dimensión. Soñó con retroceder en el tiempo hacia los días en los que la idea de que Caín sintiera lo mismo que él parecía absurda. En aquel entonces, no sabía ni la mitad de lo que conocía en la actualidad sobre su amado. Caín era un completo misterio, uno tan adictivo como indescifrable.
Ahora, Caín ya no era un misterio, o tal vez aún lo era, pero Charlie no quería seguir indagando en él. No quería que la imagen que tenía sobre Caín siguiera empeorando, solo quería quedarse con la de aquel muchacho del que se enamoró y con el que quería pasar la vida. Y fue con ese Caín con el que soñó despierto mientras Hardy lo arrastraba cada vez más cerca del agua.
Cuando se encontraron a solo centímetros del lago, Hardy no dudó: este le quitó la mordaza a Charlie, lo lanzó al agua y sostuvo su cabeza bajo ella con tanta fuerza que Charlie no podría dar pelea incluso si no estuviera tan aturdido ni adolorido. Al principio, el muchacho ni siquiera pudo resistirse, no tenía las energías. Simplemente trató de aguantar la respiración mientras su agresor lo mantenía bajo el agua el tiempo suficiente para torturarlo, pero no tanto como para ahogarlo.
Mientras tanto, Charlie se preguntó qué sería de él una vez que abandonara nuestro mundo. Se cuestionó si sería un lugar mejor, pero lo que no sabía es que no es el mundo el que cambia una vez que partimos, sino que son las personas que dejamos atrás las que reflejan nuestra pérdida.
La Tierra seguiría siendo la misma de siempre después de que Charlie dejara de respirar, pero sus seres queridos no volverían a ser los mismos. Nuestro mundo son quienes nos acompañan en él, no la tierra que pisamos ni el paisaje que contemplamos. Incluso si nuestros cercanos cometen errores o si nos lastiman de manera intencionada, son ellos quienes le dan sentido a nuestra existencia e incluso nosotros mismos quienes le brindamos el significado.
A medida que los latidos de su corazón aumentaban sin control y que sus pulmones perdían la batalla, Charlie decidió que Hardy, Manuel, Jeremy y todos aquellos que alguna vez lo hirieron dejarían de formar parte de su mundo y que solo se quedaría con los que llevaba en su corazón, incluyendo a Caín. Aunque el destino decidió separarlos y les imposibilitó un futuro camino de regreso, Charlie quería llevarse al más allá el recuerdo de su amado y que este lo acompañara a dondequiera que marchara una vez que la luz apareciera al final del túnel.
Antes de partir, Charlie se despidió mentalmente de las pocas personas que conformaban su mundo. Les dijo adiós a sus padres y les pidió perdón por no ser un mejor hijo. Se despidió de Amelia, su hermana, y se disculpó por nunca haber tenido una relación estrecha con ella. Dijo adiós a Nora, su mejor amiga, y le suplicó que se diera cuenta del monstruo que era Luis y que se alejara de él cuanto antes. A pesar de que no alcanzó a conocerla mucho, también se despidió de la tía Brenda y rogó a quien escuchara sus plegarias que ella fuera feliz.
Finalmente, se despidió de Caín, el chico que amaba. Anheló que él tuviera una vida mucho mejor que la suya, a pesar de que no la mereciera del todo. Dejó de lado las cosas malas y le agradeció por cada risa, cada sonrisa, cada gesto de amor. Le rogó que tuviera las fuerzas suficientes para luchar por su redención, aunque nunca la consiguiera. "Hazlo por mí", decía en su mente. "Te amo, Caín".
Mientras se despedía, Charlie abrió los ojos debajo del agua y juró ver a su amado nadando hacia él. Charlie vislumbró que Caín le extendía una mano y, con sus últimas fuerzas, el joven tomó dicha mano imaginaria que lo invitaba a perderse en las profundidades del lago y a dejar atrás cualquier clase de dolor.
Y así partía Charlie de este mundo.
El joven se estaba entregando a la muerte, pero no contó con que la ayuda llegaría: la policía se presentó en los alrededores del lago y Hardy no tuvo más opción que sacar a su víctima del agua.
Sin embargo, ya era tarde.
El corazón de Charlie había colapsado.
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